Siete por siete (34): Caseta de ilusiones




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Compendio I


Lo rico de estar casado con Marisol es que compartimos un mundo privado. Algo que no puedo compartir con Verónica, ni Amelia, ni muchísimo menos que con Sonia o Pamela… o con la mayoría de las personas.
El Manga y Anime es algo que nos une. No tenemos diferencia de edad cuando lo vemos, porque tanto ella como yo gritamos a la pantalla del televisor, si es que algo que ocurre no es de nuestro agrado… o como suele pasar, si nos dejan en suspenso hasta el próximo capítulo, que casi siempre tarda un mes en llegar.
Lo conversamos al almuerzo, a través de Skype, antes de dormir…
Los 2 sufrimos con los triángulos amorosos, con las decepciones, con las intrigas, con los duelos por honor…
Incluso, las veces que nos hemos puesto más apasionados haciendo el amor ha sido por esperar algún capitulo, ya que a los 2 nos invade la ansiedad.
Marisol es de romances entre escolares, de amores sufridos e imposibles…
Yo soy más de samuráis, roníns y sables. De héroes inútiles y débiles, que se alzan a la situación, a través del entrenamiento, disciplina y sometimiento.
Y creo que el Anime también nos unió.
Antes de conocernos, Marisol tenía una pésima referencia sobre los hombres: su padre es un hombre mezquino, egoísta y abusador, que en ningún momento reconoció las virtudes de mi suegra o dio gracias a la vida por la familia que tuvo.
También estaban los amigos de su padre, que vivían borrachos y no dudaban en acariciar a ella, a su hermana o su madre, sin su consentimiento.
Y por supuesto, estaban los muchísimos y volátiles novios que tenía Pamela… de quienes tampoco tenía comentarios muy agradables.
A ella le bastaban con los mangas. Estudiaba en una escuela de señoritas y a diferencia de sus amigas, que salían “de cacería” una vez que terminaban las clases, Marisol prefería volver a casa, ya que los chicos con los que se juntaban eran fumadores o bebedores, algo que siempre le ha desagradado a mi ruiseñor.
En los mangas encontraba tipos rectos y decentes: héroes guiados por el sentimiento del honor y caballerismo.
Hombres que, a pesar de no tener el atractivo, la fuerza, la riqueza, el valor o ni siquiera el amor de la mujer que amaban, no dudaban en sacrificarse por un ideal mayor.
Y eso encontró en mí, esa tarde en el jardín de su casa, mientras el perro Pepito masticaba mi brazo.
En mi casa, se nos crío así: solidarios, respetuosos, honestos.
Mi padre es un tipo imponente y valiente. Tiene una cara de pocos amigos, que intimida a cualquiera, pero en el fondo es bonachón y bromista.
Mi madre, por otro lado, es más inteligente y cariñosa. Ella frena el ímpetu de mi padre. Siempre piensa bastante antes de tomar una decisión y en momentos difíciles, ella mantiene la sangre fría, algo que sin proponérselo, me enseñó.
Además, tenía la referencia de mi hermano, que era un parrandero desbocado, por lo que crecí hacia el otro extremo.
Muy reservado, tímido y mesurado…
¿Y por qué lo saco a colación?
Porque ese sábado, quería pasar un día especial con mi esposa.
Desde que nos mudamos a Adelaide, no hemos tenido mucho tiempo para salir en citas, ya que vivimos corriendo, ya sea por la universidad, mi trabajo y las pequeñas.
Y quería darle un gusto. Algo que tuviese significado para ella, como la piedrecilla de su hermana…
Mientras almorzábamos, le pedí permiso a Verónica…
“¡Mi querida Reina!,” le dije, con mucha parsimonia. “Deseo consultarle algo…”
Sus hijas sonreían, contemplando el espectáculo. Saben que hago tonterías como esas, cuando estamos en familia y hacía tiempo que no actuaba.
“¡Dígame, querido Príncipe Azul! ¿En qué puedo ayudarle?” respondió ella, también actuando.
Lo habíamos conversado la noche anterior y estaba de acuerdo conmigo.
“Me gustaría invitar a una de sus hijas en una cita…” le dije, haciendo una venia.
Amelia enrojeció hasta los pelos, mientras que Violeta seguía ansiosa nuestro acto y Marisol sonreía complacida.
“¡Me parece bien, porque eres todo un caballero!” respondió, dándole un guiño a la más pequeña. “¿Y cuál de mis princesas quiere invitar a salir? ¿Será la pequeña Violeta?”
Violetita se reía jocosamente…
“¡No, mi reina!... Aunque es muy bonita, la princesa Violeta es demasiado joven…”
“¡Ah, ya veo!” respondió, dándome una leve sonrisa. “Entonces… ha de ser la princesa Amelia, ¿No es verdad?”
Amelia trataba de no mirarme, mientras que Marisol le sonreía.
“Sin lugar a dudas, la princesa Amelia es una de las más bellas…” respondí. “Sin embargo, majestad, deseo invitar a la princesa Marisol…”
“¿A mí?” exclamó sorprendida. “¿Por qué a mí?”
“Pues, porque contigo mi corazón desea compartir el día…” le respondí.
Violeta estaba contenta y Amelia estaba más aliviada.
Marisol, en cambio, estaba nerviosa y se rehusaba…
“¡No, Marco! ¡Elige a Amelia! ¡No seas tonto!... ¡No la ves nunca!”
Pero Amelia mostró a su hermana su madurez…
“¡Está bien, Marisol!” le dijo, más repuesta. “Sé que nos quiere… pero es tu esposo y quiere estar contigo…”
“Pero Amelia…”
“¡Nada de peros!” le dijo, sellando sus labios con la mano. “Sabemos que nos quiere mucho, pero también te va a extrañar mucho cuando vaya a trabajar.”
Sin embargo, Marisol me miró complicada…
“¿Y ellas? ¿Qué harán?”
“¡Ay, Marisol, no seas alharaca!” le reprendió su madre. “¡Quiere darse un tiempo a solas contigo! ¿Por qué tiene que suplicarte?”
“Pero mamá…” exclamó ella, muy desanimada. “ Ustedes… se quedaran solas…”
“¡Me quedaré cuidando a las pequeñas, Marisol!” Respondió su madre, con ternura. “Hace tiempo que quiero cuidar un bebito y ahora, gracias a ustedes, puedo cuidar 2.”
“Y nosotras iremos al club de yates.” Le respondió Amelia. “¿Cierto, Violeta, que quieres ver los botes?”
“¡Sí! ¡Vamos a ver los botes!”
Nos subimos a la camioneta. Ella aún se rehusaba.
“¡No deberíamos hacer esto! ¡Somos los dueños de casa!” me decía, mientras encendía el motor.
Suspirando, tomé la caja blanca del asiento trasero.
“¡Toma!” le dije, entregándole el regalo. “Iba a ser una sorpresa, pero si te vas a poner así…”
Era un sombrero de paja, color blanco, con una cinta rosada y una margarita pegada en la parte delantera.
Marisol no necesita regalos caros para ser feliz. Aunque le he comprado perfumes y joyas, las cosas que más le gustan son las simbólicas, como su anillo de compromiso, por ejemplo.
“¿A dónde vamos?” preguntó, al ver que no tomábamos la ruta acostumbrada, mientras se probaba el sombrero de mucho mejor humor.
“A un lugar que solamente tú y yo podemos disfrutar…” respondí, sonriéndole.
Mi esposa vestía hermosa, como siempre cuando salimos. Un vestido rosado, con cuello de camisa, zapatos de taco blanco y ese sombrero la hacían ver adorable.
Yo iba de pantalones y camisa manga corta.
“¿Vamos a comer?” preguntó, más intrigada con nuestro destino.
“¡Si, Marisol! ¡Vamos a comer!” le respondí con sarcasmo. “A diferencia tuya, tu madre y tus hermanas no tienen boca…”
Se rió. Sabe que salidas como esas son especiales.
Tras una larga hora de viaje, reconoció nuestro destino…
Nuestro “parque de diversiones”… Penfield Park.
A menos que uno sea un adepto de los vehículos a control remoto o trenes eléctricos, no es un parque tan, tan entretenido.
De hecho, el motivo de nuestra visita no se debía a las atracciones que uno esperaría. Ni tampoco pensé que terminaríamos haciendo algo que valiera la pena escribir en la bitácora...
Pero Marisol estaba contenta, besándome profusamente y el sombrero que le había regalado comenzaba a tomar un significado en su corazón.
La primera vez que fuimos, fue gracias a Kevin. Marisol estaba aburrida, tras las primeras semanas de mudarnos, de ver televisión en un idioma que aún no comprendía bien.
Le pregunté a Kevin si conocía un parque de diversiones cercano. Me recomendó 2 parques acuáticos, que quedan camino a la universidad de Marisol.
Sin embargo, le pregunté si conocía alguno con atracciones más relajadas. Marisol estaba embarazada, por lo que tenía imaginado algo con un carrusel o una rueda de la fortuna.
No se acordaba, pero cuando era joven, iba a echar carreras de autos a radio control en el Penfield.
Me dijo que tenía otras atracciones, como trenes en miniatura y que incluso, adultos y niños podían montar en ellas, así que tras anotar las referencias, llegamos allá.
La verdad, fue un poco decepcionante, porque aunque me interesan los trenes en miniatura, el objetivo era distraer a Marisol…
Pero dio la casualidad que por cansancio, llegamos a un área de descanso.
Había mesas, asaderas para barbacoas, baños… y para sorpresa nuestra: ¡Una caseta fotográfica!
La primera vez que Marisol la vio, no la podía creer…
“¡Es igualita, Marco! ¿Cierto?” me preguntó, muy entusiasmada.
¿Qué tiene de especial esa caseta? Para el común de la gente, nada: uno deposita un dólar y te tomas 5 fotos tamaño carnet, ya sea solo o acompañado.
Para Marisol, el sueño de toda una vida…
Marisol me quiere porque le recuerdo demasiado al personaje principal de “Love Hina”, nuestro manga y anime favorito.
Es un tipo de buen corazón, esforzado y empeñoso, aunque con “mala suerte” con las mujeres (que aunque lo quieren, vivían abusando de él y golpeándole de una manera brutal. Sin embargo, el tipo es casi inmortal, porque no se moría con nada)… pero que tenía la costumbre de tomarse fotos en casetas como esa (obviamente solo, porque no tenía novia), salvo en 2 ocasiones, que se tomó con la chica que le gustaba.
La primera vez que fuimos, nos tomamos fotos normales: de la mano, abrazados, juntos y sonrientes.
Pero esta vez (y lo que emocionó a Marisol), iba con un sombrero parecido al que usaba la heroína del anime, la primera vez que se tomaba una foto con el chico y su vestimenta era similar…
Pagué el dólar y una vez adentro, con una Marisol extremadamente nerviosa, saqué mis lentes de marco cuadrado (parecidos a los de su galán) y posamos como en la foto del manga…
Las primeras 2 fotos salieron medianamente bien. En las siguientes 3, aparece Marisol llorando afirmada en mi cintura.
¿Y de dónde salieron los lentes?... bueno, a diferencia de mi “rival animado”, mi visión es 20/20. Sin embargo, dado que paso mucho en el computador, casi siempre termino con “ojos de conejo”, por lo que consulte a un oftalmólogo y a un optometrista, para que me prescribieran un par de lentes de descanso.
La elección de ese marco fue casual, ya que aún me acordaba de la vez que Marisol se enojó porque no teníamos lentes como los de Sonia.
Nos besamos.
“¡Te ves hermoso!” Dijo ella, todavía llorando.
“Y tú te ves tierna…”
Luego miró las fotos.
“Salimos iguales…” Sonrió.
“Sí, pero es una lástima que se la tomaran así…”
Marisol se enojó al instante. Como les digo, no es bueno discutir de Anime con ella…
“¿Cómo dices eso? ¡Es uno de los momentos más románticos!” me miraba enojada, aun conmovida.
“Si, pero ellos se querían tanto como nosotros y las únicas 2 fotos que se tomaron juntos fueron así.”
Marisol se puso roja…
“Y si hubieses sido tú… ¿Cómo te la habrías tomado?”
“Fácil. Besándote.”
Marisol se puso más roja…
“¡Marco!... tú sabes… que ellos no se podían besar…” dijo, poniendo una cara tan linda. “Eran muy tímidos…”
“¿Estamos hablando de ellos o de nosotros?”
“De nosotros… pero tú sabes…”
“¡Hagamos la prueba!” le dije.
Pagué otro dólar, me puse a su lado y la besé, de la manera especial que le hago a ella.
5 fotos… todas, conmigo comiendo su boca…
“¿No piensas que son mejores?”
Tenía ese resplandor travieso en los ojos…
“Si… pero nosotros… ya nos hemos besado… y hemos hecho más cosas…” dijo, poniendo esa mirada deliciosa.
Sonreí.
“¿Quieres hacer algo aquí?”
“¡Claro que no!” dijo ella, roja de vergüenza. “Solo pienso que… no puedes compararnos con ellos…”
Conocía esa mirada. No la veía desde que íbamos al cine…
“¡Entonces, intentémoslo de nuevo!”
Otro dólar, otras 5 fotos…
La besé, mientras mis manos recorrían su cuerpo: acariciando sus pechos, su cintura, rozando sus nalgas…
Se estaba caldeando…
“¿Mejor?” pregunté.
No podía ni mirarme a los ojos…
“Tú sabes… que si él hubiese hecho eso… o tal vez… algo peor… ella lo habría golpeado mucho…”
Ese “algo peor” era una invitación…
“¡Pero yo sé que no me golpearías!” Le dije, sonriendo. “Tú me quieres más que lo que la quiere ella…”
“¡No lo sé!” trató de mentirme con una sonrisa. “Tal vez, haya que verlo…”
Otro dólar, 5 fotos más…
Vestido desabrochado en los últimos 4 botones, mis manos en sus pechos y se le ve acariciando mi entrepierna.
“¿Te das cuenta que fotos como esta no podrá verla Violetita?” le dije, mostrándole la imagen.
Pero a esas alturas, ya no quería fotos. Me quería solamente a mí…
Nos besábamos, mientras desabrochaba mi pantalón.
Yo sonreía, conociendo bien el brillo de sus ojos, hambrientos por comerla.
Lo que más me gusta de Marisol es que está llena de contradicciones: con otras mujeres, puede ser deslenguada y contar todas nuestras intimidades; en un trio, pocas veces la he visto celosa y no tiene problemas con el incesto.
Sin embargo, en momentos como esos, no es honesta y no me dice “¿Sabes qué, Marco?... Igual estoy un poquito caliente…” o cuando escribo junto con ella, le avergüenza que narre lo que hace.
Se arrodillo y de la manera deliciosa que lo hace ella, empezó a chuparla.
Le encanta hacerlo. Juguetear con su lengua con mi glande, mientras chupetea el sabor de mis jugos y masajea mis bolas.
Le da besitos por los lados, deslizando su lengua de una manera deliciosa y cuando me encuentra duro, duro, duro, entra a “modo aspiradora”.
Las mamadas que me da mi mujer son excelentes. Amelia también la chupa, como si fuera una escafandra que le permite respirar bajo el agua. Pero el estilo de Marisol no tiene igual.
Yo siento el vacío que se genera en su boca cuando se lo mete. Esa sensación, como que poco le importa si estás listo o no para correrte, porque de cualquier manera, te succionara el jugo.
Y es que Marisol tiene experiencia. Han sido pocas veces, que hemos hecho varias veces el amor y que yo ya no quiero más. Sin embargo, se lo mete a la boca, lo chupa y a los pocos minutos, vuelvo a la acción.
Incluso, llego a creer que es secuencial: que lame una serie de puntos en mi pene, como si fuera una especie de acupuntura, pero con la lengua y me deja listo.
Pero esa tarde, quería tragárselo. Y es que cuando se pone así, me hace arrojar gemidos, porque se siente como si me chupara una aspiradora de verdad.
Incesante. Persistente. Estupenda.
Entonces, lanzo mi primera descarga y ella se lo traga. Me sonríe con los ojos y como está contenta, se levanta un poco y lo aprieta con sus pechos.
Estoy tan contento que dominara la técnica de Pamela. En ningún momento, suelta mi glande y el masaje que le da con sus blandos pechos libera todas mis tensiones.
A ella le encanta hacerlo, porque antes era plana y sabía que me gustaban esas cosas. Pero ahora, si bien sus pechos no son tan grandes como los de su mamá o de su hermana, son lo suficientemente grandes y esponjosos para hacerme feliz.
Es entonces que la levanto y la siento en mis piernas. Quiero metérsela, porque sé que está chorreando por mí.
“¡Sempaí!” exclamó, acariciando mis mejillas, al verme con lentes, mientras se la metía.
Yo le sonreía.
“¡Si, soy tu sempaí!”
“¡Baka!” exclama en japonés, sonriendo al decirme “¡Idiota!”…
Mi ruiseñor entraba en “modo japonés”…
Los días que estoy en faena, Marisol se divierte viendo anime y ha aprendido bastante bien el idioma. Yo, en cambio, aun necesito ver los subtítulos y mi pronunciación es atroz.
Por eso, me gustaría ir a Japón, un par de semanas. Porque así como yo me manejo bien en inglés, Marisol se maneja excelente en nipón.
“¡Motto, Marco-kun!… ¡Onegai!…” me suplica, en japonés tipo hentai.
Empieza a moverse con mayor intensidad y tengo que besarla, porque gime fuerte. Se ha acostumbrado a gritar cuando hacemos el amor, pero se olvida que si bien estamos en una cabina fotográfica parecida a la de su personaje favorito, también estamos dentro de un parque de diversiones familiar.
Cada vez que me dice “Motto”, me aferro a sus nalgas, porque me quiere más adentro. Mi pronunciación en japonés es terrible, pero cuando lo dice ella, me excito tanto como lo hace el esposo de los “Locos Addams”, al escuchar a su esposa hablarle en francés.
Me dice algo con “Watashi”… y tardó en recordar que me está diciendo que me ama. Algo de “doki, doki” y lo asumo como que tiene que ver con el corazón, como si lo tuviera acelerado.
Yo la miro solamente. La admiro por tantas cosas y en esos momentos, me siento tan inútil como un perro tratando de conversar con su amo.
Sin embargo, sus ojitos verdes me miran con tanta ternura y sus labios besan con tanta pasión.
Sé que soy una burda copia de su anhelado Sempaí. Pero no me importa. Al menos, es feliz conmigo… por solamente ponerme lentes.
Siento como se corre. Se aferra a mí. Me susurra al oído en japonés, pero no puedo comprenderle…
Imagino que son palabras dulces, por el calor en mis orejas.
Entierra en su pecho en el mío…
“¡Sempaí!... ¡Sempaí!... ¡Sempaí!...” exclama ella, gritando a todas voces, a medida que suelto mi carga en su interior.
Lo único que puedo musitarle, sabiendo que no sonaré tan ignorante, es decirle…
“Arigato, Marisol-sama…”
Ella se ríe, con lágrimas de ternura.
“¡Tonto!” me responde en español. “Eso se dice cuando hablas con alguien que respetas…”
“¿Y no es válido para ti?”
Me besa con ternura. Sé que nuestra cita ha sido exitosa y nos arreglamos para volver.
Sin embargo, afuera hay una multitud de jóvenes. Al parecer, nos escucharon tener relaciones y nos vitorean, mientras arrancamos avergonzados al estacionamiento.
No necesito más problemas con personal de seguridad…
Cuando enciendo el motor, me mira con esos ojitos tiernos…
Le sonreí. Por la noche, volvería a complacerla…


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1 comentario - Siete por siete (34): Caseta de ilusiones

Si-Nombre +1
Gracias por compartir, te dejo punticos que tenia y luego te dejo mas, te recomiendo te vas a mis favoritos y te sigo!!!
metalchono
De nada, compañero. No por ser ostentoso, pero pienso que el de la Piedra Filosofal puede ser de tu agrado, al igual que el de "Razones para visitar una piedra", por si acaso deseas leerlos. Te agradezco tu apoyo.