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Siete por siete (35): Juegos de playa




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Compendio I


A vísperas de mi regreso (y de pasar las noches así, escribiendo y haciéndome pajas), decidí aceptar la invitación de Tom para tomarnos unas bebidas en el pueblo.
Ha venido a buscarme otras 3 veces más.
Dice que “Soy un santo…”, que “No puede entender cómo no extraño a Cargo…”
Le confieso que trato de no pensar demasiado en ello. Que al igual que yo tengo a mi esposa, Hannah tiene a Douglas.
Pero lo que más extraña Tom es su trasero y sus caderas…
Que él, en mi lugar, viviría “metiéndosela por detrás… todo el tiempo…” y que “por cogérmela, me admira”.
Sé que no es el único que piensa así, pero son hombres de honor y Hannah es una mujer de fuertes convicciones, por lo que no podrán propasarse con ella los meses de vacaciones.
Además, esa manera de pensar difícilmente le dejara probar su trasero. Sus mismos compañeros se han encargado de hacerle sentir como un objeto. Conmigo, como soy más atento, me da mayores facilidades…
Le pago su bebida y vuelvo a la casa de huéspedes.
Marisol deseaba ir el sábado a la playa. Yo no estaba seguro si el parque de diversiones estaría abierto el domingo, por lo que tuve que cambiar sus planes.
Pensé que iríamos en la camioneta a las playas del sur, cuando las 3 me dicen que quieren ir a la playa que lleve a Amelia.
Está casi tan vacía como el miércoles. Aparte de un par de parejas solitarias y unos cuantos pelicanos, la playa es completamente nuestra.
Nos miran con extrañeza al verme cargar el quitasol, el cooler y un par de sillas, mientras ellas llevan sus toallas y algunos bolsos. Aprendiendo de mi padre, entierro el quitasol y lo armo, junto con las sillas.
Dejamos a las pequeñas con Kevin. Puesto que la barriga de Fio está un poquito más grande, le ha bajado el entusiasmo por el instinto paternal.
Sin embargo, Fio me miraba con nostalgia. Se notaba que me echaba de menos… pero Amelia se aseguraba que no me distrajera tanto con ella…
Luego de tender mi toalla, empezó lo que consideré un “desfile de modas”: Marisol y Amelia se sacaron los bermudas y las camisetas, para dejar ver sus bikinis…
Y se nota que se tomaron su tiempo en escogerlos, porque con solo verlos, la cabeza de abajo se reactivó: Amelia llevaba uno más tradicional, de color blanco, pero dada sus generosas curvas y su amplio busto, su trasero se veía enorme y sus pechos estaban contenidos casi a presión, lo que la avergonzaba demasiado.
Y mi ruiseñor no se quedaba atrás: un bikini rojo intenso, delgadísimo como hilo dental, que con suerte cubría el contorno de sus pezones y su triangulito delicioso…
Verónica, en cambio, tenía más frio. El día estaba medio nublado y con un poco de viento. Vestía una falda delgada blanca y una camiseta con colgantes, pero apenas bajamos a la playa, se envolvió en una frazada y se sentó en una silla.
Yo me saqué la polera y las 3 me sonrieron…
“¿Qué?” pregunté.
“Bueno, amor… no te has dado cuenta… pero tu abdomen se ve… muy sensual…” respondió Marisol, con una tierna sonrisa.
Me avergoncé. No me miro demasiado al espejo cuando me ducho. Pero por la mirada de las 3, ya sabía que me tenían ganas…
“Yo le enseño a nadar a Violeta y tú le enseñas a Amelia.” Ordenó Marisol.
Más que contento. Servirme esa ninfa, en medio del mar…
Nos metimos más adentro. Amelia estaba preocupada de los tiburones (aunque irónicamente, iba con uno al lado), pero le aseguré que no había demasiado riesgo.
Avanzamos hasta que el agua le llegara hasta la base del cuello. La playa no era demasiado buena, porque una vez pasada la zona con gravilla, el fondo se ponía fangoso.
La tomé por la cintura, para que aprendiera a patalear y a bracear. No pude resistirme en agarrarle uno de los melones, pero aparte de una sonrisa picarona, no protestó.
Posteriormente, la tomé de las manos y le obligué a patalear, para mantenerse a flote.
“¡Marco, detente! ¡Está muy profundo!” dijo ella, al intentar tocar el fondo con sus pies.
“¡Tranquila! Yo aun toco…”
“Pero… ¿Si me canso y me hundo?”
“¡No te vas a hundir!” traté de calmarla. “Esta agua es muy salada…”
Con que dijera eso, se tranquilizó un poco más…
“¿Y qué significa eso?”
“Mientras más salada sea el agua, más fácil es para flotar.” Le expliqué. “En el mar muerto, el agua es tan salada que es muy difícil que una persona se hunda. Además, puesto que eres más deportiva, te puedes mantener a flote pataleando o bien, acostándote sobre el agua…”
Ella sonreía ante esa idea.
“¿Cómo es eso?”
La llevé más afuera, donde pudiera apoyarse con los pies y le demostré, dejándome flotar.
“¡Es increíble!” exclamó ella, al verme acostado en el agua.
“Lo importante es que te quedes derecha y te mantengas relajada. Si estás muy nerviosa, no podrás flotar.”
Lo intentó, pero se asustó cuando le entró agua salada por la nariz…
“¡No puedo! ¡Me da miedo!” me dijo.
“¡No te preocupes! ¡Te acostumbraremos a que flotes!”
La llevé conmigo, hacia la parte más honda, donde no podía tocar.
“¡No, Marco! ¡Me voy a ahogar!”
La besé, para tranquilizarla… ( y comérmela).
“¡Relájate! ¡No te voy a soltar!”
“¡No, Marco!... ¡Aquí no!… porque si me suelto… y me ahogo…” dijo, mientras masajeaba su rajita bajo el agua.
La besaba. No podía evitarlo…
“Tienes que tranquilizarte…” le dije, mientras su mirada se tornaba más serena.
Por fortuna, el agua es más tibia. La bestia habría disminuido su tamaño considerablemente, en la corriente de Humboldt.
Ella dio un gemidito cuando me sintió adentro…
“¿Te sientes bien?”
“Siii…” exclamó intensamente, dándome un beso jugoso.
Empezaba a sacudirse, pero se hundía hasta la nariz.
“¡No pensé que fuera tan difícil!” le dije, abrazándola. “¡Déjame sacarte más afuera!”
“¡No! ¡No!” me suplicó ella. “¡Hagámoslo aquí! No quiero que Violeta me vea…”
“Pero parece que tendrás que hacer todo el trabajo…” le expliqué. “Apenas me puedo mover…”
Me besó muy apasionada… y con una cara tierna.
“¿Estás diciendo… que es la primera vez que lo haces en el mar?”
“Pues… si…” respondí, relamiéndome como se pondría.
Dio un gemidito intenso y empezó a sacudirse tan rico.
“¡Ay, si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Tú y yo!... ¡Aquí solitos!... ¡Nuestra primera vez!...”
El agua chapoteaba tan rico y ella se sentía tan bien, que ni me di cuenta cuando empecé a flotar.
Le agarraba los pechos, mojados y con los pezones paraditos y duros como diamantes. Y que decir que sus labios no me dejaban tranquilo…
“¡Te amo, Marco!... ¡Te amo, Marco!... ¡Se siente tan rico!... ¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Te quiero!” decía Amelia, enterrándosela tan bien.
De repente, escuchamos la voz de Violetita…
“¡Marco! ¡Amelia!... ¿Están bien?”
Nos separan unos 20 metros de distancia. Me contó después que creía que nos estábamos ahogando, pero Marisol me dijo que claramente estábamos teniendo relaciones en el agua.
“¡No, princesita!” le respondí, sin que Amelia se detuviera. “Estamos jugando “al caballito”… ¿Cierto, Amelia?”
Tuve que girarla, para que tranquilizara a su hermana. La corriente nos había tirado hacia la costa y sus movimientos, más fuertes y la disminución del nivel de agua, hacía que sus pechos se vieran con mayor nitidez.
“Si, Violetita… ¡Ahhh!... ¡le estoy ganando!... y por eso salto… tan rico…” añadió, mirándome a los ojos.
Podía distinguir por el calor y los jugos en su interior, cómo el morbo que la viera su hermanita la excitaba más y más.
Subía y bajaba, intensamente, mientras que sus pechos se veían tan suculentos…
“¡No, Marco!... ¡No hagas eso!... ¡Ahh!..”
¡No pude evitarlo! Parecían biberones, repletos de leche. Así que me metí un pezón entero en la boca…
Son tan elásticos, que no me sorprende cuando me dice que le gusta probarlos.
El agua no ayudaba demasiado. Si bien, Amelia se “forzaba” por enterrarme, los movimientos submarinos eran mucho más lentos y me estaba calentando.
Tuve que llevármela un par de pasos más afuera y aferrarme a sus bombones.
“¡Ah!... ¡Si, Marco!... ¡Ah! ¡Si, Marco!... ¡Así, Marco!... ¡Así, Marco!” decía, mientras la bombeaba con mayor fuerza.
Era una sensación extraña. Parecía que flotábamos en el espacio. Además, las gotas de agua, salpicando su pecho, me ponían más caliente.
“¡Te quiero!... ¡Te quiero!... ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Sigue así!... ¡Sigue así!... ¡Dale!... ¡Dale más!.... ¡Ahhhh!”
Me corrí en ella, por montones…
Y como esperaba, quedó relajadísima, con sus enormes y blanquecinos pechos a medio descubrir, flotando en el agua.
La tomaba de los brazos, mientras seguía pegado en su interior, en caso que asustara y se empezara a ahogar.
Pero no. Flotaba como si fuese una hoja en una piscina.
“¡Me siento… tan bien!” dijo con una voz bien relajada.
“Amelia, ¿Qué opinas si tomo tu cola?” pregunté, porque el monstruo no bajaba.
Ella sonreía.
“Marco… me gustaría, pero me siento demasiado cansada…” dio un tremendo bostezo. “Incluso, tengo ganas de dormir la siesta…”
Me lamenté, pero la comprendía. Hacer cosas en el agua es cansador y ella hizo todo el trabajo, así que le ayudé a arreglarse el bikini y llevarla a la costa.
Hubo otra pareja que nos vio y me sonreían al verles. Mientras regresábamos a la playa, veía cómo el bikini de Amelia remarcaba su trasero y cuando llegue a la orilla, la erección aun estaba latente.
Se tiró sobre la toalla, exhausta y yo me tiendo en la mía.
“Marco, voy a ver si puedo comprar un balde para Violeta, porque quiere llevar piedritas…” me avisó Marisol.
“¡No hay problema! ¡Toma mi billetera!”
“Y como mamá se quedara cuidándote, nos compraremos helados…” me dijo, con una tremenda sonrisa.
No pasó un minuto que se fueron, cuando Verónica aparece a mi lado.
“¿Tienes frio?” preguntó, aun envuelta en la frazada.
“¡No te preocupes! ¡Estoy bien!” le dije, aprovechando de secarme con el sol.
“¡Déjame ayudarte a entrar en calor!” me dijo, compartiendo su frazada.
Sentía como su mano desabrochaba el traje de baño y la acariciaba…
“¿Viste que lo necesitabas?” me pregunta, para metérselo en la boca.
Su mamada fue providencial, porque la salmuera estaba haciendo que mi glande picara de una manera no muy agradable.
Yo suspiraba intensamente, mientras veía la frazada subir y bajar…
“¡Tiene saborcito a mar!” exclamó. “Bueno… ahora voy a calentarte con el resto de mi cuerpo…”
La metió en su rajita y sin destaparse, empezamos a hacerlo nuevamente…
“¿Viste que fue una buena idea?”
Mis manos recorrían su cintura, acostumbrándose más a la ausencia de sus rollitos.
Se le notaba en los ojos lo caliente que estaba. Se descubrió los pechos, siempre envuelta por la frazada…
“¡Se siente tan rico!” me decía, mientras se los comía. “¿Cuántos meses… pasaron… sin que se los comieras… a Marisol?”
“3 meses…” respondí, recordando esos larguísimos días…
“¡Ay, si!” exclamó ella, sintiendo un tremendo orgasmo, mientras le mordisqueaba el pecho con las mismas ansias que tenía por Marisol esos días.
“Imagínate yo… todos estos meses… esperando la verga…. de mi yerno regalón…”
¡Mi suegra es maestra! ¡Una genio! Sabe justo que decir, para ponerte a mil…
La bombeaba intensamente… pero me molestaba la espalda.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Ay!... ¡Extrañaba la tuya!... ¡Tus polvos son los mejores!... ¡Los más ricos!” Me decía, cabalgándome como un caballo.
“¿De… verdad?” pregunté, experimentando diversas sensaciones. Por una parte, las jodidas piedras que se enterraban en mi espalda, mientras que por el otro extremo, la calidez y los chorros del interior de mi ardiente suegra.
“¡Si, Marco!... ¡Te deseaba!...” se sacudía con tanta fuerza, que me clavaba la espalda. “Yo sabía… yo sabía… que eras virgen… cuando le hacías clases… a Marisol… y te tenía tantas ganas…”
Me besaba desbocada y por sus piernas, tremendos manantiales…
“¡Yo sabía que cogías así!… ¡Me lo imaginaba!… ¡Te veías tan serio… cuando enseñabas a Marisol!” me afirmaba las manos en su cintura, mientras sus pechos vibraban revolucionados, sin perder la frazada. “Y por las noches… cuando dormía con Sergio… me tocaba pensando en ti…”
Menciono al petizo… fue como si estallara una bomba en mi…
La voltee y empecé a metérsela con más violencia. Ella estaba felizmente desquiciada…
“¡Si, Marco!... ¡Rómpeme!... ¡Rómpeme!... ¡Como una perra!...” gritaba como loca.
Ni me pregunten cómo Amelia seguía dormida. A lo mejor, la escuchaba y se hizo la dormida.
Pero yo era un martillo eléctrico con mi suegra, rompiéndola como si fuera cemento. Bombeaba sin respeto ni consideración y a mi suegra le encantaba…
“¡Coges tan rico!... ¡Ay!... ¡Marco, te amo!... ¡Te amo!... ¡Quiero ser tuya, Marco!... ¡Si tienes ganas de metérmela, dímelo!... “
Nos besábamos desbocados. Su lengua, con una saliva espesísima. Y sus ojos…
No estaba caliente. Estaba en ardiendo en celo…
Se corría incesantemente y yo no paraba.
“¡Es tan dura!... ¡Y no te cansas!...” me decía, enterrándome en sus pechos. “Me acosté… con todos los amigos… de Sergio… con sus jefes… ¡Ay!... y ninguno me cogió… tan rico como tú… ¡Ni siquiera Diego!…”
Tenía que mencionar al “mojón español”…
“¡Ahhh!” exclamó, cuando se la metí más adentro todavía…
Y ya la bombeaba con malicia, frustración y odio por el padre de Pamela.
“¡Si, Marco!... ¡Me vas a matar!... ¡Me vas a matar!... ¡Moriré feliz!...” decía, con lágrimas en los ojos.
Yo cerraba los míos. Se sentía tan jodidamente bien, que luchaba por no venirme. Sus pechos, su sudor, su calor, su aroma a mujer caliente…
Todos eran enemigos para mí. Incluso sus palabras…
“¡Marco, lléname!... ¡Por favor, lléname!... ¡Soy tu puta, Marco!... ¡Puedes correrte en mí cuando quieras!... ¡Si, Marco!... ¡Dámela!... ¡Quémame con tus jugos!... ¡Por favor!... ¡Por favor!... ¡Los adoro!... ¡Los quiero en mí!... ¡Siiii!... ¡Asiiii!... ¡Ahhh!... ¡Que ricoooo!... ¡Marisoool!... ¡Hijita!... ¡Qué maridazo tienes tú!...”
Y ahí quedamos, agotados, sonrientes y muertos de calor...
“¡Marco, yo te amo!... ¡Yo te amo, Marco!... eres tan tierno… y coges tan rico… ¡Te amo Marco!” me decía una y otra vez, mientras esperábamos para despegarnos…
Pero yo tenía ganas de cola…
Verónica sonreía…
“¿De verdad quieres meterla? ¿No te sientes cansado?” preguntó, untándose jugos de su inundada rajita, para lubricarse, mientras se ponía en 4.
Estaba transpirando y ya no le importaba el frío.
“Un poco, pero mañana me iré a la mina y no podré meterlo…” respondí, presentándola a su agujerito…
Ella se reía como una niña…
“¡Siii!” exclamó ella, cuando le metí la punta. “¡La tienes gorda!... ¡Me encanta!...”
Empecé a bombearla con más fuerza…
“Cuando ibas a hacer clases… ¡Yo quería que me cogieras!...” me dijo, aguantando las embestidas. “ ¡Sabía que te tirabas a Marisol!... pero nunca pensé… que tuvieras una verga como esta…”
Les digo, es una genio. Me sentía cansado, pero esa charla motivacional me ponía a mil.
“¡Siempre… la tienes… durísima!... ¡Me encanta… cuando la metes… por mi culo!”
Yo me aferraba a sus nalgas, para meterla más adentro.
“Por eso… cuando vivías conmigo… cogíamos tanto… ¡Ahh!... me encantaba… cagar a Sergio… haciendo cosas… ¡Ayyyy!... que no hacía con él…”
Si alguien tiene el placer de romper un trasero por despecho, puede entender lo que sentía yo…
Sus caderas estaban ardiendo. Y sus palabras, me calentaban más y más.
“¡Te decía que… lo hacías mal… y que necesitabas práctica… ¡Ay!... porque me encantaba… ¡Ahh!... coger contigo!…”
“Pero tu practica… me sirvió…” le respondí, aferrándome cada vez, más y más adentro. “Cuando empecé… a coger con Pamela… y con Marisol… podía aguantar más…”
Me besó como una loca.
“¡Por eso… Pamelita… no ha podido olvidarte!... ¡Ahhh!... ¡Y por eso… no quiso venir ahora…!”
Sus palabras me confundían y avivaban cada vez más mis movimientos.
“¿Por… qué? ¿Qué sabes… ahhh… de Pamela?”
“¡No puedo… ahhh… decírtelo!”
Se la metía hasta sacarle lágrimas…
“¡Dímelo!”
“¡No puedo!”
“¡Dime!” insistí.
“¡Ahhhhhhh!”
Ninguno de los 2 aguantó más. La llene con todo y me acosté encima de ella…
“Es que… es mi culpa.” Confesó Verónica, resoplando, con el trasero en llamas. “Con Lucia… nos hemos vuelto buenas amigas… como Amelita y Marisol… y tras lo que pasó… con Pamelita… tu casamiento… y lo de Violetita… te tiene unas ganas enormes…”
“¿De… verdad?” pregunté, sofocado por la actividad.
“Le conté todo… cómo nos cogiste a mí… a Amelita… a su hija… a Marisol…”
“¿Y no se enojó?” pregunté con temor.
Verónica sonrió.
“¡Claro que no!... ¡Te dije que te tiene ganas!… dice que eres un hombre honrado… que se siente en deuda por lo de Pamela…”
Yo estaba maravillado, porque Lucia tiene los mismos ojos color esmeralda de Verónica y facciones similares, pero con un cuerpo de lujo y unos pechos que hacen ver pequeños los de Amelia.
“Y como Pamela sabe que su madre no se ha metido con otro hombre, desde que se separó de Diego… le han bajado los celos…”
Esa frase me quebró definitivamente. La separación con el “Mojón español” de Diego pasó hace casi unos 8 años… y la vez que casi tuvimos un encontrón, me dijo que yo le recordaba bastante a su ex marido, cuando se conocieron.
Eso, además de saber que Pamela seguía celosa por mí…
Sonreía, al ver mi bulto armado…

Luego de casi una hora y media, Marisol regresó con Violeta…
“Marisol, ¿Quieres ir a la playa? Le pregunté.
“¡Por supuesto!” respondió sonriente, al notar mi bulto, cediéndole su helado a su madre.
Después de semejante charla, no le sorprendió a Verónica que me la llevara al mar. Mientras tanto, ella cuidaría de su hijita.
“¿Te hemos puesto tan caliente?” comentó Marisol, mientras braceábamos mar adentro.
“Si… pero tu mamá me hablo de Pamela…”
Al escuchar eso, se detuvo…
“¡Que mal!” dijo ella. “Yo quería contarte…”
“¡No te preocupes! ¡Está todo bien!” le dije, apoyándome en la zona fangosa.
“Es que Pamela se hizo muchas expectativas con su novio… y cuando vio que no era como tú, se le rompió el corazón…”
Yo era un glacial…
“¿Hablaron de eso?” preguntó, con una tremenda sonrisa al ver mi cara.
Negué con la cabeza, mudo de sorpresa…
“¡Amor!… Pamela no te ha olvidado…”
Confieso que en esos momentos, quería llorar…
Marisol sonreía con ternura…
“Me vive diciendo que te extraña y me pregunta cuándo planeas volver… yo le digo que estás contento con tu trabajo y con las pequeñas…”
“¿Pamela… me extraña?” pregunté, abrazando a Marisol.
“¡Por supuesto, amor! Dice que no ha conocido otro chico “tan guay” como tú…” me respondió, con una frase tan típica de Pamela. “Me pregunta si sigues “cogiendo como los dioses”… y si todavía no tengo problemas para compartirte con ella…”
Yo estaba sorprendido…
“¿Y los tienes?” pregunté.
Marisol sonrió.
“¡Por supuesto que no, bobo!” dijo, acariciando mi entrepierna. “¡Mira cómo te has puesto y eso que has estado con mi hermana y con mamá!... además, sé que ella es especial para ti… y no me da celos, porque sé que me quieres más…”
En esos momentos, no podía desear más a Marisol…
Tenía una sobrecarga de calentura. No puedo expresarlo de otra manera. Tenía que tirarme sí o sí a Marisol…
“¡Estás tan duro… Amor!... ¡Lo haces… tan bien!” me decía mi ruiseñor, mientras la bombeaba bajo el agua…
Confieso que ni siquiera sentía la fatiga producida por la mayor densidad del agua, comparada con el aire. Estaba tan caliente, que lo único que quería era estar frenéticamente dentro de mi esposa.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Lo haces… tan bien!... ¡Te amo… mi amor!” me perdía en su lengua sabor a limón, entremezclada con sal.
“¡Lo haces… con tanta fuerza!... ¡Me siento tan rico!... ¡Dale más… amor!” me incitaba, con una voz tan sensual.
Ni siquiera pensaba en Pamela o en las otras. Pensaba en lo generosa que es mi esposa, que me deja probar con una, con otra y con otra… y aun así, la sigo amando tanto.
“¡Si, Marco!... ¡Ay, Marco!... ¡Me estás quemando!” me decía, mientras que nuestros movimientos sacaban pequeñas olas.
Me perdía en sus pechos, con aroma a leche y succionaba sus pezones con regocijo…
“¡Marco, te amo!... ¡Te amo tanto!... ¡Me haces sentir tan rico!... ¡Quiero tener más hijos contigo!”
Esa última frase fue detonadora… me volví una máquina.
“¡Si, Marco!... ¡Sí!...” decía mi esposa, disfrutando mi irrupción. “¡Tengamos más hijos!... ¡Muchos, muchos hijos!... ¡Con mi hermana!... ¡Y con mi prima!... para que seamos una gran familia feliz…”
Los pensamientos que estuve albergando en la semana, amenazaban con que me corriera magistralmente dentro de ella…
“¡Todas me envidian… porque eres mi esposo!... ¡Ay!... ¡Todas quieren tenerte… como te tengo yo!... y tú eres tan lindo… me escoges siempre a mí…”
Nos besamos, fundiendo nuestras lenguas. Su aroma, su sabor a limón, todos esos pensamientos.
Fue inevitable converger en un maravilloso orgasmo, en el cálido agujero de Marisol…
“¡Eres lo que más me envidian, amor!” me decía, acariciando mi cara, mientras esperábamos.
“Marisol…”
“Dime…” me miró, con una carita comprensiva.
“¡Quiero hacerte la cola!” le pedí.
Es que no me bajaba. Eran muchas cosas… 3 de mis 5… saber que Pamela me seguía queriendo… el cuerpo de Lucia…
Quería coger, coger, coger, como si fuera un desquiciado…
Y que decir que Marisol fue muy gentil al ayudarme…
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Me encanta darte mi cola!... ¡Me hace muy feliz!...” gemía, mientras la bombeaba por detrás.
“Amor… es que tu cola… es una de las mejores…” le confesé.
“¡Lo sé!... y por eso… cuando me la pidas… te la daré… porque sé que te gusta… y me encanta hacerte feliz…”
“¿Y qué tal… te sientes?” pregunté, mientras machacaba sus nalgas.
“¡Se siente raro!” me decía, besándome.
“Pero es rico… ¿No?”
“Sí… como si voláramos…”
Le agarraba sus pechos por detrás y se los estrujaba…
“Tal vez… debería armar una piscina… para hacerlo más a menudo…”
Su lengua buscaba la mía fascinada.
“¡Oh, siii!... ¡Me encantaría, amor!… ¡Podríamos hacerlo… siempre!”
Nos besábamos intensamente. Le agarraba de la cintura y se la enterraba con violencia, mientras sobaba uno de sus pechos y su rajita, como si fuera una guitarra eléctrica…
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Te quiero mucho!... ¡Eres tan rico!...”
Perderme en los labios sabor a limón de Marisol, mezclados con agua salada era otra experiencia.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Quiero que me hagas la cola!... ¡Siempre!... ¡Lo que tú quieras!... ¡Me haces sentir tan rico!...”
Me corrí en su cola, ya bien agotado. A ella le encantó, porque boté un montón de leche otra vez…
Regresamos a la playa muertos de cansancio. El sol estaba enorme y ya empezaba a descender en el horizonte.
“¿Te divertiste mucho, princesita?” le pregunté a Violeta, mientras nos retirábamos.
“¡Si! ¡Encontré muchas piedras mágicas, como las que le diste a Amelia!”
Sonreíamos con sus palabras…
“¿Y quién ganó, Marco, cuando jugabas caballito?” preguntó con inocencia.
Sus 2 hermanas no podían mirarla…
“Obviamente que yo… porque soy más fuerte…”
Y de repente, mientras llegábamos a los estacionamientos, divisé algo que me hizo sonreír…
“Marisol, ¿Me esperan un poco en el auto?” dije, dejando las cosas al lado y tomando la mano de Amelia. “Amelia y yo nos queremos cambiar de ropa… y nos vamos a demorar un poco…”
Amelia estaba roja de vergüenza, pero dispuesta…
“¡Si, Amor! ¡No te preocupes!” me dijo, sonriéndole a su madre… “Pero no te tardes mucho, mira que mañana vuelves a trabajar… y mamá te va a preparar una rica cena…”
Me la llevé volando a los probadores, que al igual que el resto de la playa, estaban desocupados…
“¡Si, Marco!... ¡Métela!... ¡Métela más!” suplicaba Amelia, mientras aplastaba su rostro con la pared.
Tenía que ser generoso con mi cuñada… porque era algo que le encantaba.
Debía tratarla igual como a mi suegra y a mi esposa…
Y para qué decir que no me bajaba…


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