¿Quién quieres que nos vea?

Tocaste el timbre un par de veces y unos segundos más tarde te abrí la puerta. Apenas te recibí, te rodeé con mis brazos, te di un sutil beso en el cuello… y con vehemencia me fui directo a tu boca. Lo respondiste con pasión y me seguiste el juego.

Amagaste con abrir tu boca y, apenas lo hiciste, mi lengua se deslizó con la misión de hacer contacto con la tuya. Reinaba la oscuridad en la sala de la casa, así lo había planeado. Fondo musical y apenas una luz tenue dejaba ver los detalles del lugar.

Mientras te besaba, cerré la puerta y te dirigí hacia el sofá. Durante el trayecto, me aseguré de que tu mirada no apuntara hacia la pequeña mesa de la cocina, donde estaban expuestos un par de tragos y una botella de brandy a medio camino.

Antes de sentarte, te despojé de tu camiseta y de un solo golpe, de tu sostén. Suspiraste y me tomaste por el cuello en dirección hacia el mueble, al cual caímos ambos, yo encima de ti. Con el rabo del ojo podía darme cuenta que desde aquel rincón de la cocina él observaba casi sin parpadear, inmóvil. Te terminé de acostar y te saqué los leggins con todo y panty. Ya estabas mojada y soltaste un leve gemido.

En segundos me saqué la ropa y me volví a tirar encima de ti, te abrí las piernas y sin más protocolo comencé a cogerte a un ritmo acelerado.

Tú, inocente de la presencia de Arturo, comenzaste a gemir responder con gemidos. Mi aliento te hizo saber que había estado tomando, por lo que no te sorprendió mi exagerada excitación.
Un par de noches atrás habíamos charlado sobre una de tus más recurrentes fantasías: ser vistos por un tercero mientras tenemos sexo. Aproveché que el tema estaba fresco y al oído te susurré que lo imaginaras otra vez, e inmediatamente tu respiración aumentó. “Yo quiero”, lograste responder casi sin mover los labios.

No paré y te pedí que siguieras. “Quiero que vean como me coges”, susurraste. Tu respuesta me hizo aumentar la velocidad, mientras que a nuestras espaldas estaba él, presenciándolo todo.

“No pares, sígueme contando tus deseos”, te alcancé a decir… al tiempo que te notaba completamente en éxtasis, con los ojos cerrados. De manera simultánea, te mordías los labios y te sujetabas de mis glúteos. El morbo me consumía. Me detuve y me senté, para que tú comenzaras a cabalgarme.

“Eso va a pasar”, te dije mientras tú misma te introducías mi falo. Te comenzaste a mover y gemias sin pausas. Yo te tomaba por los senos, mientras volteaba a ver hacia el rincón donde debçia encontrarse Arturo, pero no lo logré divisar. “¿Quién quieres que nos vea?”, te pregunté.

Aceleraste de un golpe. “Dame un nombre”, insistí. Me agarraste por la cabeza y me apretaste hacia ti sin palabra alguna. Te mordías los labios sin dejar de cabalgarme. “Dime un nombre”, persistí.

Gemiste, gritaste y explotaste con un orgasmo monumental. Tenías los ojos cerrados y reiniciaste tus movimientos de manera casi inmediata. “¿Te lo estás imaginando, verdad?”, pregunté. Acercaste tus labios hacia mí y me respondiste con un segundo orgasmo más ruidoso. “Sí”, casi sin aliento.

Te quité de encima y en el mismo lugar te coloqué en cuatro. Te tomé por las caderas y cuando me disponía a penetrarte apareció Arturo desde un costado, en silencio, completamente desnudo y con una mano en su verga erecta.

El morbo se hizo mayor. Te lo volví a meter, pero esta vez de manera suave. “Dime, cuéntame… ¿A quién te imaginaste?”, te interrogué una vez más y mientras te lo introducía hasta el fondo respondiste: “A tu amigo Arturo”.

Era la respuesta correcta, la misma de hacía un par de noches cuando fantaseamos en la cama. Arturo, mi amigo de toda la vida que comenzó a formar parte de tus fantasías por su reputación de faldero, aceptó casi de manera inmediata mi propuesta, en medio de aquel primer trago.

Apenas pronunciaste su nombre, él se sentó a tu lado con una cara de excitación del tamaño de la torre Eiffel. Tu sorpresa provocó una pausa de un segundo. Volteaste la mirada hacia mí casi pegando un brinco, pero como si nada estuviese pasando, reinicié el vaivén en tu vagina. No lo podías creer, estabas perpleja, pero la excitación pudo más que tú y casi de inmediato recuperaste tu estado de relajación.

Temblabas de placer y tus gemidos aumentaron aceleradamente hasta que explotaste con un nuevo y sonoro orgasmo. Arturo tampoco pudo aguantar más y dejó caer su caliente semen sobre tu espalda. Era una postal de ensueño, el climax de una sesión inédita para los tres.

Lo que estaba ante mis ojos me hizo apretar el paso y los imité enseguida con una sacudida tremenda. Acabé como pocas veces lo había hecho en los últimos meses… depositando toda mi leche dentro de ti, con lo cual le puse punto final a una fantasía que convirtió en una fascinante realidad. Ahora, tú y yo tenemos un cómplice para futuras ocasiones y una nueva historia que contar.

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