Siete por siete (03): Juegos nocturnos




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Compendio I


Esa noche fue una de las pocas discusiones que hemos tenido con Marisol.
Mi esposa, como he mencionado, es bastante especial. Tiene una opinión muy alta de mí y a veces, piensa que puedo resolver todo, pero no es así.
Incluso pensaba que Fiona es prisionera en esta situación. La realidad no podría ser más equivocada.
Bueno, ciertamente la están chantajeando y en realidad le preocupa su relación con Kevin y su bebe, pero los días que se va a atender a los otros no me parece que lo haga en contra de su voluntad.
Le he preguntado a Kevin si se ha dado cuenta de su nueva manera de vestir y en realidad, le ha gustado.
Dice que le gusta lucir lo guapa que es su mujer y hacer que a todos nos de envidia (el muy fanfarrón me incluyó al grupo), pero que en el fondo sepamos que es suya.
Tuve que morderme la lengua para no romper su ilusión y decirle que la razón por la que la momia de la capilla la nombró encargada de las limosnas fue para que él y sus asistentes la “santiguaran” antes del servicio; que el ascenso que lo mantiene ocupadísimo en el trabajo le da permiso a su jefe para hacer “visitas a domicilio” y que hace tiempo que ella y yo no cocinamos. Más bien, me la termino “sirviendo en bandeja”.
Pero Marisol creía que mi tardanza en resolver ese problema se debía a que estaba disfrutando mucho de la desgracia de los vecinos.
En parte, tiene razón, porque a modo de “protegerla”, estudia hasta tarde en la universidad, acompañada por Megan, mientras yo me quedo “cuidándola” hasta que llegue el cornudo de su marido.
Mi esposa se sentía insegura y algo celosa.
Ciertamente, Fiona tiene una figura más sensual: Sus ojos achinados la hacen ver como una cazadora aborigen; Su cabello largo llega hasta la cintura y esos enormes pechos y esa tremenda cola…
Pero Marisol tiene lo suyo. Sus pechos no son tan grandes como los de Fiona, pero eran los que más deseaba y los que más adoró.
Probablemente no me entiendan, pero yo conocí a mi esposa cuando era plana como un palillo, con una carita tierna e inocente y unos ojos verdes brillantes como esmeraldas, un lunar sensual en su mejilla derecha y frenos que la hacían ver más joven.
Pero ahora, mantiene la misma cara, ojos y frenos, pero sus pechos se empiezan a parecer a los esponjosos y suavecitos pechos de su madre y hermana y su cola, tan apretada y apetitosa…
Además, es más desinhibida que Fiona y lo que más le gusta es hacer el amor al aire libre. Me da mamadas antes de que vayamos a la universidad, le encanta que le dé por la cola, no tiene problemas en compartirme ni muchos recelos al hacer tríos con otra mujer.
Pero aparte de eso, está el aspecto emocional de nuestra relación.
Marisol es empeñosa, inteligente y tiene un corazón muy generoso.
A pesar de ser tan joven, es muy valiente y la admiro mucho, por haber aceptado mi propuesta de matrimonio, la idea de de vivir en el extranjero y más encima, mis largos turnos de faena.
También ha adoptado su rol de madre y de esposa con perfección y sinceramente, me siento agradecido de la vida por tenerla a mi lado.
Pero ella no se ha dado cuenta de todo lo que significa para mí y por eso le dejé desahogar sus frustraciones, las que recibí en silencio, sin reproche.
En el fondo, sabe que no me corresponde arreglar ese problema y tal vez, se sienta decepcionada.
Cuando se calmó, noté que no quería verme, porque empezó a usar el sacaleches en sus pechos.
A mí me incomodaba, porque sus pezones se inflan y empiezan a secretar el almuerzo de las pequeñas.
La rutina, hasta esa noche, era así: luego de “desayunar mi leche” por las mañanas, Marisol le daba pecho a las pequeñas y luego se bañaba para ir a la universidad. Al mediodía, yo le daba el almuerzo a las pequeñas en biberón y cuando mi esposa regresaba a eso de las 8, cenaban otra vez sus pechos.
Pero llevábamos unos 3 meses y medio sin que yo le comiera los pechos y eso había complicado mi relación, porque las gemelas lloraban toda la noche si los tocaba.
Verla con sus pezones hinchados y como literalmente se ordeñaba era algo difícil para mí, porque quería saltarle encima y ella lo sabía.
Por eso lo hacía, para hacerme sufrir un poco…
Sin más remedio, fui al living e instalé una consola de juegos, para poder distraerme.
Cargué el juego de la porrista que usa una sierra eléctrica para matar muertos vivientes y estaba cerca de llegar al tercer jefe.
Al poco rato, escuché unos pasos y vi que Megan venía al comedor. Preguntó que hacía a esas horas, a pesar que la respuesta era obvia.
Se sentó conmigo en el sofá, al otro extremo y me preguntó si teníamos problemas con Marisol. Le dije que no, que era una pequeña discusión de recién casados y nada más.
Vestía un polerón universitario con mangas largas, tan grandes que parecía la ropa de su hermano mayor. Me dijo que se la había dado un viejo novio y que ahora lo andaba trayendo todo el tiempo en su bolso, puesto que Marisol la invitaba de improviso siempre.
Ella tiene 20 años, es blanquita como la nieve, con ojos celestes. Su cabello es color claro, entre miel y castaño. Su figura es atlética y aunque sus pechos no son muy grandes, se ven elásticos y llamativos, aunque no tiene mucha cola.
Le pregunté por qué había bajado y me dijo que ella siempre va al baño por las noches. Escuchó un ruido extraño en el living y bajó a investigar.
En momentos que una horda de unos 100 muertos vivientes me rodeaba, me preguntó si me gustan las chicas jóvenes.
Aunque la heroína del juego es una porrista rubia muy sensual, terminé comprando el juego porque trataba de muertos vivientes.
Pero ella lo preguntó, aparte de lo que se veía en pantalla, porque también sabe que tenemos casi 12 años de diferencia con mi esposa.
Una vez que acabé con la amenaza, puse pausa y le dije que Marisol es mucho más que una muchacha joven o una bonita figura.
Le aclaré que ahora, tras el embarazo, su figura había mejorado, pero más que eso, me gustó su especial manera de ver la vida y su personalidad. Presione pausa nuevamente y seguí jugando.
Noté que mi respuesta la decepcionó un poco, pero no le di importancia.
Ella estaba con ganas de conversar. Mientras trataba de salvar un estudiante de un grupo de 4 monstruos, me preguntó sobre la vida en mi país.
Otra cosa que amo de Marisol es que me entiende cuando juego. No veré partidos de futbol o cosas así, pero cuando juego me concentró al 100%.
Mi esposa sabe que tengo ojos principalmente para ella cuando hay otras mujeres, pero que cuando juego, a menos que sea algo importante, no me interrumpe.
Tuve que darle respuestas vagas, que no era muy diferente de la vida acá, exceptuando la limpieza y la tecnología.
Mientras me largaba en una masacre de cuerpos putrefactos en lo que parecía ser una granja, ella me contó que venía de un pueblo pequeño y aburrido, al este de Adelaide, repleto de vacas y donde nunca pasaba nada.
Le dije que me gustaban las vacas y me invitó a conocerlo, si algún día estábamos interesados.
Finalmente, cuando llegaba al vecindario del jefe (eso pensaba, porque encontré una tienda y un punto para guardar la partida), me preguntó si sabía que pasaba con Marisol, que la notaba más preocupada, nerviosa y triste.
Pausa nuevamente. La miré, apagué el televisor y le di un beso en los labios.
Luego encendí el televisor y empecé a enfrentarme al mar de burbujas que la bruja psicodélica del juego tiraba, mientras que Megan finalmente guardaba silencio.
Esquivé gallinas, fuegos artificiales y recibí unos cuantos golpes, eliminé a la hippie psicodélica y salvé la partida. Fue entonces cuando la volví a mirar a los ojos.
Me preguntó por qué la había besado.
Le respondí porque eso ella quería.
Ella lo negó, pero le dije que era la única explicación que se me ocurría para que viniera a las 2 de la mañana a conversar con el marido de su compañera, agregando que fue el único método que se me ocurrió para hacerla callar.
Además, mis sospechas se habían confirmado porque en ningún momento se rehusó al beso. Ella argumentó nerviosa que había sido porque le había tomado de sorpresa.
Entonces le dije que ahora apagaría el televisor y la volvería a besar. Pensó que estaba mintiendo, a lo que respondí que no, que como la había tomado de sorpresa, esta vez sería más justo, porque ahora sabría de antemano.
No me creyó hasta que extendí la mano con el control remoto y se apagó la pantalla.
Me deslice nuevamente por el sofá, esperando besar sus labios, pero en lugar de eso, me encontré con su boca abierta, su saliva y su muy apasionada lengua, entremezclándose con la mía.
Tenía un aroma agradable, como a vainilla y su polerón olía a perfume. Quizás, por eso mis manos empezaron a moverse.
Notaba ligeros gemidos saliendo de su garganta, medida que mis manos avanzaban por encima de sus excitados pechos, rodeando su cintura y acariciando sus nalgas, que nuevamente la sorprendieron.
Intentó resistirse cuando mi mano avanzó por su cintura y levantó su polerón a la altura de su ombligo, mientras que mis dedos se deslizaban por debajo de sus pantaletas, acariciando su peludita hendidura, aunque nuevamente, en ningún momento se quejó por esta clara intrusión.
Pero era suficiente. Podía tener permiso de Marisol, aunque no lo haría si ella se sentía molesta conmigo.
Porque si Marisol se sentía celosa de Fiona, ¿Qué pensaría si lo terminara haciendo con Megan? ¿Qué prefería hacerlo con cualquier otra, antes que ella?
Así que nuevamente, me retiré y encendí el televisor, para molestia de ella, que me miraba entre enojada y caliente.
Le aseguré que nada había pasado y que todo eso quedaba entre nosotros, que no pasaría a más.
Avergonzada, trató de justificarse, diciendo que solamente lo había hecho porque había roto con su novio y necesitaba desahogar sus frustraciones.
Se enojó al verme reír por su excusa, pero le pregunté si necesitaba que apagara el televisor una vez más, para desahogarse definitivamente.
No supo que decir y se quedó callada, esperando mi reacción…
Nuevamente, todo se hizo oscuridad.
Debió decepcionarse al notar que mis labios no volvían a besarla. Pero me habría gustado ver su sorpresa al sentir mi lengua en su rajita.
Dio un gemido de placer, aunque trató de contenerlo con sus manos. Ya estaba jugosa y lamía sin darle tregua.
Mientras su respiración se agitaba, mis manos nuevamente avanzaban por debajo de su polerón, para agarrar sus pechos. Al sentir mis manos, otro pequeño gemido luchaba por salir al exterior.
Estaban calientitos y con sus pequeños pezones en punta. Jugueteaba con la aureola, dándole pequeños pellizcos que la hacían humedecerse. Seguí lamiendo hasta que se estremeció un par de veces más.
Luego de “desahogar sus penas” por unos 20 minutos, encendí el televisor nuevamente.
Al instante, me saltó encima y apagó el televisor.
Sus manos tanteaban mi entrepierna y cuando lo encontraron, se sacó el polerón, sin parar de besar mis labios.
Notaba como sus manos querían ensartarlo dentro de su peludo tesorito, pero la sorprendí metiendo un dedo en su trasero.
No le agradó, pero a medida que empezaba a forzar su entrada posterior con mi dedo, sus gemidos se entremezclaron con nuestras lenguas.
Ella quería encajarlo adentro y cuando estaba a punto de entrar, me movía, aunque ya estaba listo para la acción.
Rocé mis dedos un par de veces por su pegajosa hendidura y le susurré al oído que era suficiente.
No le gustó, porque ya estaba bien mojada y aunque yo estaba más que listo también, le dije que no podíamos hacerlo. Al menos, no sin decirle a Marisol o que ella estuviera durmiendo.
No fue fácil volver a vestirnos y cuando llegamos a su habitación, le di un beso en la mejilla, diciéndole que así nos despedíamos en mi tierra de las mujeres, lo que la impresionó un poco.
Pero al volver a la mía, me di cuenta que había tomado la decisión correcta.
En el fondo, Marisol sigue siendo la misma. Su lunar en la mejilla derecha que siempre me ha fascinado y esa personalidad tan diferente. La deseaba a ella.
No le desagradó cuando empecé a juguetear con su trasero. Se rió un poco, preguntándome si ya había estado jugando el juego de la porrista, porque mi esposa sabe que siempre me pone de ganas. Le respondí que si y me dejó jugar con su trasero un rato.
Nunca se enoja más allá de 20 minutos. Es otra cosa que me gusta…
A medida que iba ensartándola en su apretado trasero, mis manos avanzaron por su cintura, llegando a sus tibias mamas.
Le gustó, aunque dijo que no podíamos por las pequeñas.
Pero luego me fije en los biberones que había cargado para el almuerzo del día siguiente…
“Marisol, Ellas no comen hasta que les des pecho mañana, ¿Cierto?”
“Si” me contestó con una voz que trataba de aguantar su calentura.
“¿Y si le das pecho después de bañarte?” pregunté.
Ella volvió su cabeza, sin comprender mucho.
Le explique mi idea: si le daba leche luego de bañarse, podría quitar cualquier olor que deje sobre sus pechos.
Noté en su cara que la idea le gustaba, así que decidimos probarla.
Amasaba sus pechos, apretándolos y estirándolos, mientras la bombeaba por detrás. Ella rugía de placer, cuando le besaba el cuello.
Su respiración se agitaba más y más, a medida que los dos alcanzábamos el orgasmo y yo me aferraba a su cintura para llegar lo más adentro, mientras ella quedaba rendida.
Nos acurrucamos un poco, aun prisionero del trasero de mi mujer y esperé un rato para pedirle que me montara. Quería ver sus pechos bambolear
Marisol se sacudía, mientras yo mordía, chupaba y lamia sus pechos. La estaba volviendo loca y sus fresitas empezaron a pararse y ponerse duras.
No pude resistir la tentación y empecé a chuparlas. Ella se defendió, diciendo que las pequeñas no tendrían desayuno, pero le dije que cuando durmiéramos, se volvería a cargar.
Protestó, hasta que empezó a salir leche de ellos…
Quise llevarla a la cima del éxtasis, metiendo unos dedos en su trasero, lo que ella agradeció con un fuerte gemido y un potente orgasmo.
Estábamos tan calientes, que guardé un poco de leche en mi boca y la besé, para que probara. Su saliva con sabor a limón y su leche se mezclaban en mi boca y yo estaba en la gloria.
Mi esposa gemía de una manera que pocas veces la había escuchado gritar, mientras saltaba sin parar sobre mí.
Cuando ese pecho quedó más vacio, tomé el otro y empecé a mamarlo también. Ella hizo un gemido de protesta muy ligero, pero disfrutó como una loca.
Eventualmente, me corrí en ella y quedamos agotados.
Dormí unas 2 horas y tuve un agradable despertar: Marisol me estaba ordeñando.
Cuando bebió su desayuno, me pidió muy ansiosa que me levantara, para ir a lavar sus pechos.
Nos encontramos con Megan, que también iba a ocupar el baño. Estaba avergonzada por lo que había pasado en la noche, pero no tanto para dejar de mirar mi ansiosa entrepierna.
Le pedimos que usara el baño de abajo y no fue necesario darle más explicaciones.
Como mi ruiseñor se masturbaba mientras la limpiaba en la ducha, le abrí las piernas y empecé a tomarme sus jugos, lo que ella agradeció por montones.
Posteriormente, nos vestimos y fuimos a la universidad. Megan iba muy callada, pero Marisol iba muy risueña.
Cuando se bajaron, les sonreí, aunque la cara de Megan reflejaba más odio que agradecimiento.
Pero regresé a casa y Fiona me recibió con una sorpresa: su marido le había comprado lencería de encaje blanco… y quería que la viera primero y la probara…


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