Seis por ocho (89): La falta de confianza




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Uno de los motivos por los que no entregué estas historias en la versión para las invitadas de la boda se debió a que, por convivir con ellas, me enteré de secretos que no podía revelar, así como también percibí otros que no querían contarme y también, tuve que callarme algunos, para mantener los ánimos.
Pero como podrán imaginar, ellas conocen una buena parte y en cierta forma, me han dado permiso para revelarlos, ya que les gusta que cuente mi perspectiva personal sobre esos acontecimientos.
Incluso Marisol no sabía (y probablemente, lo sabrá ahora) que el motivo por el que decidí hacer el Magister, fue por ella.
Recién habíamos empezado a conocernos y aunque no éramos novios, a ella le entristecía saber que me tuviera que graduar y eventualmente, dejar de asistir al campus.
Como les he comentado, su manga favorito es “Love Hina” y aunque me dijo en algunas ocasiones que “Habría sido bueno que estuviera ahí, para verla encontrar al chico de sus sueños, en la universidad…”, nunca pensé que se refiriera a mí.
Yo ya había encontrado el trabajo en la mina y aunque tenía pensado estudiar unos años después, pasar tanto tiempo con Marisol me hizo pensar que, tarde o temprano, me querría casar y armar una familia y no sería mala idea aprovechar de continuar estudiando, al no tener otras distracciones.
Es curioso como terminaron las cosas…
Ahora, eso no me importaba. Yo ya ganaba un buen dinero, suficiente para solventar mis estudios y mantenernos con algunas comodidades.
Pero no era el caso de Pamela. Ella estaba literalmente empezando de la nada y arrojándose, valientemente contra el mundo. No tenía el apoyo de su madre, y solamente lo estaba haciendo, porque nosotros la habíamos incentivado.
Así que estábamos comprometidos con sus estudios. En el peor de los casos, yo tendría que empezar de cero, pero ya lo he hecho antes.
Sus resultados eran excelentes. Incluso en lenguaje, que era su lado más flaco, sacaba un puntaje bastante bueno, pero los nervios le hacían mella.
La próxima semana tendría que rendir las pruebas y aunque le decíamos que se tomara los días libres, no quería obedecer.
Por ese motivo, apenas regresó Marisol, le propuse que saliera de compras junto con Pamela y sus hermanas.
En realidad, había sido idea de Amelia. Durante la mañana, me recordó que, tanto como yo me había olvidado de ella esos días, también me había olvidado de su madre y que la había notado algo más triste, pero que como ella es mayor, no admitiría que me extrañaba, por lo que me pedía que viera la forma para pasar a solas un rato con ella.
Que Amelia me dijiera una cosa así me dejaba sorprendido y a ella le gustaba, porque me hacía verla más madura. Le di un beso y le prometí que me encargaría.
Por eso, cuando se arreglaron para salir, tanto Marisol como Pamela se entristecieron al escuchar que no las acompañaría. Sin embargo, bastó que Amelia apoyara su mano sobre el hombro de su hermana y se miraran menos de 3 segundos a los ojos, para comprender lo que pasaba. Supongo que su lenguaje secreto de hermanas es mucho más complejo de lo que podía imaginar…
Me sonrió, diciéndome que no gastaría demasiado mi tarjeta y que volverían bien tarde, para que “No me preocupara por ella o por sus hermanas, interrumpiéndome en mi recreación”.
Desde que fui a ver a Lucia, Verónica estaba más esquiva y distante. Me trataba como un yerno de verdad y luego de conocer su lado amoroso y pervertido, era algo difícil de olvidar, sobre todo cuando es alguien con quien siempre sentiste un amor platónico.
La encontré trapeando el piso de la cocina. No sé por qué lo hace, ya que ni yo ni Marisol nos preocupamos que el piso brille.
“¡No tienes que hacer eso!” le dije yo, desde la entrada de la cocina.
Ella me miró sorprendida.
“No me gusta que el piso esté sucio.” Dijo ella, como si no me prestara mucha atención.
No me gustaba ese trato tan frio…
Para que se hagan una idea, Verónica es una de esas mujeres que devuelven el cariño que tú das. Por ejemplo, ella sabe que me gustan sus pechos, por lo que, ocasionalmente, cuando sirve la comida o va a verme, los apoya discretamente en mi espalda o en mis hombros; te acaricia la frente y te sube los ánimos, si te ve demasiado preocupado o te abraza sin motivo, sólo porque se siente alegre, lo que a mí me alegra mucho, porque me recuerda a mis padres.
Ella lo hace porque Sergio nunca fue cariñoso con nadie y porque le alegra que yo si lo sea.
Pero me daba la impresión de que su cariño era más de una suegra afectuosa que la amante apasionada que tenía en el norte y que se veía a sí misma como una sirvienta o empleada, que tuviera alguna deuda con nosotros.
Así que aprovechando un momento donde me dio la espalda, le agarré los pechos.
“¡Oye!... No hagas eso” protestó, algo molesta.
“¿Por qué? ¡Me gustan mucho! Y estamos solos…”
“Sí, pero ahora serás papá…” Respondió desanimada.
“Pero aun no lo soy y tampoco estoy casado.” Esgrimí el argumento que me enseñó Sonia.
“¡Pero no podemos hacer esto por siempre!” Dijo ella, como si estuviera cansada de mí.
Me sorprendió y la giré, para verla a los ojos. Estaba triste, pero avergonzada, porque en el fondo, igual le gusta que la toque.
Le pedí que nos sentáramos, en el sofá. Teníamos que hablarlo.
“Mira, Marco… tú me gustas mucho… pero han pasado tantas cosas estos días, que ahora puedo ver que no siempre podremos estar juntos.”
“¿Por qué?” pregunté, bastante intrigado.
“Son varias cosas…” respondió ella, muy complicada. “Conoces a Lucia, vas a ser papá y yo seré una abuela… cosas así.”
“¿Y qué tiene que conozca a Lucia?”
Ella me miró con unos ojos profundos y tristes.
“¡Marco, yo sé que mi hermana es más bonita que yo!” respondió con tristeza. “Es exitosa, más elegante y su figura es mucho más provocativa que la mía. Recuerdo que cuando éramos jóvenes, casi siempre terminaban enamorándose de ella los chicos que me gustaban.”
Yo estaba confundido.
“Si, es bonita… pero su carácter es horrible”
“¡Vamos, Marco, no mientas!” dijo ella, empezando a llorar. “¿Qué tengo yo que pueda competir con ella? ¡Mírame! ¡Me tiño el pelo, para aparecer más joven y competir con mis hijas y mi sobrina!… ¿No encuentras que soy patética?”
“No lo eres… y tampoco deberías competir con ellas.” le dije, acariciando su cara. “A mí, no me interesan tus años. Me gusta mucho que seas dulce y apasionada y aunque a ti te incomoda tu cuerpo, a mi me gusta.”
Ella sonrió, desganada…
“Si… pero aun así… prefieres a ellas que a mí.”
“Bueno… no es tan así…” le expliqué. “Sé que no he prestado atención a ti y a Amelia esta semana, pero ha sido por las pruebas. Pamela está sola y somos su único apoyo.”
Me miró sorprendida.
“¿Y Lucia no…?”
“¡Lucia es una bruja insensible!” le interrumpí, muy enojado. “¡Pamela incluso piensa que tú eres más mamá que ella!”
Sonrió, llorando de felicidad.
“¿De verdad… lo cree?”
“Por eso, ha querido cuidar más de Violeta. No le he dicho tu secreto, pero le dije que era la que más atención necesitaba y como se que te complica mucho cuidarla…”
Me besó, repentinamente, abalanzándose encima de mí.
“¡Marco, eres tan dulce! ¡Te amo tanto!”
“Pero Verónica… ¡Debes decírselo!… ¡Se siente sola!...” dije, tratando de resistirme, aunque sus labios son geniales…
Me volvió a besar, pero luego, recapacitó.
“¿Qué estoy haciendo?... ¡Voy a ser una abuela!...” dijo, retrocediendo espantada.
Sus besos no son nada malos y tardé un poco en reponerme.
“Bueno… sí… pero aun eres joven.” Le respondí.
“Pero Marco… cuando lo dices, me haces creer que soy tan joven como ellas.” Dijo, con un poco de rubor, cubriéndose las arrugas de la cara.
“¡Tú no eres vieja!” le dije, descubriendo su cara. Sin embargo, no quería mirarme.
“Además… es normal que quieras tener relaciones con ellas… todo el tiempo.” dijo, sobándose las manos.
“¡Sabes que no es así!” le respondí. “Aunque hacer el amor es rico, hay otras formas de expresar cariño.”
“Pero… como lo haces tú…” dijo ella, con mucha vergüenza.
“¿Qué tiene como lo hago yo?” pregunté, sonriendo.
“Pues… a mí sí me gustaría… hacerlo todo el tiempo.” confesó, bien colorada.
“¿Por qué?”
Ella dio un suspiro.
“¡No sé!... cuando lo hacemos… me siento especial… ¿Sabes?... es como si supieras que quiero… y cómo me gusta… y bueno… creo que me he enviciado un poco.”
“Pero está bien. No eres la única y me gustas mucho.” Le respondí, acariciando sus mejillas.
Además, no era necesario que me lo dijera. Ya me lo había demostrado anteriormente.
“Bueno… eres un chico atractivo… y cuando lo hacemos… me haces sentir bonita. ¡No sé!” dijo ella, tratando de no mirarme. “En el fondo, me gustas mucho…”
Supongo que es cosa de la edad, el temor de la menopausia o no sé qué, pero ella tiene más deseos.
“¡Por eso me he preocupado tanto de la casa, para que veas que soy útil!” agregó.
“¿Y cuando he dicho que no lo seas?” pregunté, algo sorprendido. “¡Verónica, no necesitas mendigar por mi amor!... yo te quiero, por como tú eres.”
La besé y la iba a empezar a desnudar. Sin embargo, me recordó que si lo hacíamos ahí, probablemente dejaríamos el sofá manchado con olor a sexo, razón por la que me llevó a su habitación.
Estaba usando uno de sus vestidos de una pieza, de esos que me gustan, porque le levanto la falda y puedo metérselo sin mucha dificultad. Pero ella quería hacer el amor de forma normal y mientras yo esperaba acostado, se desvestía y se cubría con una mano los pechos y con la otra, la cintura.
“¡Sólo… no me mires!” Me decía ella, bien avergonzada.
“¡Oye, pero si a mí me gustan tus pechos y tu cintura! ¿Cómo me pides eso?” le pregunté, desabrochando mi pantalón y sacando mi excitada herramienta de su prisión.
No sé porque se sorprende que me ponga así de caliente. Ella es guapa, le gusta hacerlo conmigo y su figura, a pesar de los años, no es mala.
Ella da un suspiro y dijo “¡Está bien!”, para luego descubrirse, pero a pesar de todo, sus inseguridades seguían.
“¿De verdad… te gusto así?” preguntó, cuando la estaba bombeando.
“¡Sí!” respondo. “¿Por qué no habrías de gustarme?”
“Porque… seré una abuela…”
“Una abuela bien sensual…” le dije, sonriéndole y acariciando sus pechos y sus rollitos.
A ella le gustó mi comentario.
“¿Te gusto… incluso más que Lucia?”
Sólo con recordarme ese nombre, me enojaba… y no me daba cuenta que lo manifestaba de otra forma.
“¡Claro que me gustas más que Lucia!” le respondí, bien enojado... aferrándome a sus caderas. “¡Eres dulce, tierna, hermosa!... Lucia es una bruja insensible…”
“¡Ay!... ¡Ay!...” exclamaba ella, de dolor. La estaba bombeando con mucha violencia.
“¡Lo siento!” le dije, besándola y calmándome un poco. “¡No fue mi intención!”
“¡No te disculpes!” dijo ella, sonriendo y jadeando. “¡No pensé que pudieras hacerlo mejor!... ¡Por favor, sigue desquitándote!”
“¿Estás segura?” le pregunté. No me gusta dejarme llevar por la ira…
“¡Sí!” respondió ella. “¡Se sintió bien!... ¡Hazlo de nuevo!”
Tuve que resignarme. A ella le gusta así…
“¡Pues, Lucia es una perra!... ¡Es una bruja soberbia!... ¡La detesto!... ¡Es una perra pretenciosa!”
Los gemidos de placer, mezclados con dolor eran sensuales y cada arremetida hacía que sus pechos bambolearan por todos lados, desbocados y en completa libertad.
Y cada sacudida se potenciaba un poco más. También estaba enojado con Verónica. ¿Cómo podía menospreciarse tanto?
“¡Más encima, echar a su propia hija!... ¡De su casa!... ¿Cómo puede ser tan insensible?”
“¡Ay, si!” gemía ella, entre dolor y satisfacción. “¡Ni siquiera Diego lo hizo tan rico!... ¡Sigue, por favor!”
¡Tenía que mencionar a ese cabrón!... mis bombeos subieron de intensidad… y por el orgasmo repentino que tuvo, también lo notó.
“¡No me hables de ese bastardo!... ¡Lo odio!... ¡Ojala lo estén violando todos los días en la cárcel!... ¡Animal desgraciado!”
“¡Ah!... ¡Lo haces tan bien!...” decía, aferrándose a mi cintura y besándome, corriéndose un par de veces más. “¡Por favor, no pares!”
“¿Cómo quieres que pare?” le respondí, besándola con un fuego de pasión y furia. “¡Mira lo que ese bastardo te hizo!... ¡Abuso de ti y de tu confianza!... ¡Te traiciono!... ¿Cómo puedo perdonar a un canalla, que lastime a una de las mujeres que más amo?”
“¡Marco!” exclamó ella, corriéndose nuevamente, mientras me miraba a los ojos. Pero al decir eso, recordé cuando trató de llevarse a Pamela y cómo abuso de Marisol. ¡Mis sacudidas eran cada vez, más violentas e intensas!
“¡Es un bastardo!... ¡Nunca te mereció!... ¡Es una rata traicionera y sucia!” le dije, volteándola en la cama, puesto que no me dejaba sacudirme con la frustración que sentía, con completa libertad. Acariciaba sus pechos, y los chupaba, pensando en los múltiples pellizcos que ese bastardo debió darles.
¡Pobre Verónica! ¿Cómo no ha podido conocer a alguien que la quiera como se lo merece?
Ella andaba bordeando el séptimo u octavo cielo, con los ojos bien cerrados, encantada con el vaivén. Su rajita, húmeda, rosadita y tierna no podía resistirse a las furiosas embestidas que le daba.
“¡Marco!... ¡Te amo tanto!... Incluso más que lo que pude amar a Sergio.” Dijo ella, al salir del éxtasis, no sé si a propósito o por accidente.
¿Por qué tenía que recordarme al petizo tacaño? ¡Mis fuerzas se renovaron!
Luego de una hora incesante de sacudidas, tras la cual, mi espalda me empezó a doler, me corrí en su interior, desbordándola de placer.
La besé, diciéndole que no debía preocuparse, que ya todo estaba bien. Pero su rostro aun seguía preocupado.
“Marco… aunque me haces feliz… con decirme que me amas y que te gusto… no quiero que pienses mal de Lucia.” Dijo ella, abanicándose con la mano, para secarse la transpiración, cubriéndose con una delgada sabana. “Cuando éramos más jóvenes… ella era muy parecida al carácter de Amelia… y si ha cambiado, no ha sido por su culpa… si te hubiera conocido a ti, en lugar de Diego… probablemente, sería muy distinta hoy…”
La miré a los ojos. Suspiré. Tenía que confirmarlo con sus propios labios.
“No me estás pidiendo que me acueste con ella, ¿Cierto?” pregunté, con mucho temor.
Ella enrojeció.
“¡Claro que no!” Me dijo, bien avergonzada. “¡Eso sería extraño… y bueno… depende de ti!”
Respondió, dándome un alivio. Sin embargo, tenía que agregar algo más…
“Pero si llegara a ocurrir… no pienses que me enojaré. Después de todo, eres un chico sano, inteligente y sé que no lo harías por placer. Lo harías por mi… para que yo me sintiera bien.”
“¡Verónica!” dije yo, casi poniéndome a llorar por la frustración.
“Además, aunque me halaga que Pamela me vea como su madre… no está bien que lo haga. Sé que Lucia la quiere y en el fondo, se preocupa.” Dio un suspiro y añadió, finalmente. “Si tan solo alguien la hiciera cambiar de parecer…”
Más encima, me miraba con sus ojos verdes suplicantes…
“¡Verónica, no lo haré!”Le expliqué. “¡Ya tengo suficiente con ustedes! ¡No necesito a otra mujer más!”
“¡Está bien, Marco! ¡No te estoy obligando!” me respondió, al ver mi determinación. “Después de todo, si se parece a mi pequeña Amelia, probablemente no se haya vuelto a enamorar desde su decepción… o conocer a otro hombre que la ame…”
¡No podía creerlo! ¡Ella sí quería que lo hiciera con su hermana! ¡Era de locos!
Nos arreglamos y nos vestimos y a eso de las 8, volvieron las chicas. Venían muy contentas y Marisol me aseguró que “Sólo me habían comprado regalos, que me mostrarían cuando volviera”, por lo que ya intuía de qué naturaleza eran.
Sin embargo, al ver a Pamela, la notaba más serena, tranquila y repuesta. Luego de cenar y que Amelia acostara a su hermana menor, le pedí que me esperara en el living.
Marisol me sonrió. Sabía que con ese obsequio, esa noche, no me iría a otra cama y que a Pamela la haría muy feliz.
Pamela me esperaba nerviosa, sin saber que era lo que le tenía preparado. Le dije que por el resto de los días, no se preocupara más por estudiar, que ya lo había hecho todo y que solamente descansara.
Pude notar que sus nervios e inseguridades no se disipaban de sus ojos, aunque me prometía que lo haría, pero le acaricie el mentón con dulzura y le dije que no tenía que preocuparse. Solamente, eran algunos días y que si no resultaba, se iría con nosotros a Australia.
Eso la hizo sonreír con mayor satisfacción, pero lo que hizo que me besara apasionadamente y me dijera que me amaba era ese regalo que tenía más de 1 mes pendiente por entregar.
Al abrirlo, se puso a llorar y pude ver, finalmente, calma en sus ojos. Al fin, Pamela sabría que estaría a su lado, en sus horas más difíciles…
Por supuesto, mi obsequio era su propio huevito vaginal…


Post siguiente

1 comentario - Seis por ocho (89): La falta de confianza