Seis por ocho (51): La verdadera Pamela




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Compendio I


Durante las tardes, imagino que producto de recordar esa complicada semana, me he encontrado pensando más y más en Pamela.
“¡Amigo, por como la describes, no te culpo!” pueden estar creyendo, pero incluso mi descripción resulta pobre, comparada con lo que ella realmente es.
Si estuviera a mi lado, me molería a golpes, diciéndome que “¿Cómo me atrevo a describirla en mis relatos cochinos? ¡Eres un pervertido de mierda!” y probablemente, se sentaría al lado del ordenador, para verme escribir sobre ella.
Como es 2 meses mayor que Marisol, a estas alturas ya tiene 19 años y me remarcaría que dijera que era Tauro, para justificar su mal carácter.
Mide 1.70 y su figura… pues ya me han leído comparándola con Afrodita, aunque creo que la diosa queda en deuda y ahí estaría gritándome que no la describa como “Un rico par de tetas y un jugoso y apetitoso culo”, colorada como un tomate, aunque en el fondo sabe que no la veo así.
Su color de piel es ligeramente más oscuro que el caucásico habitual (probablemente, gracias al “mojón español” de su padre); su cabello es corto y negro, pero puede habérselo dejado más largo ahora; sus ojos son castaños, su nariz es menudita y sus labios son gruesos y seductores.
Sinceramente, de no haber sido por la desquiciada propuesta de Marisol, dudo que alguna vez me hubiera acostado con ella. Mujeres como ella se terminan casando con futbolistas o con estrellas de cine y no tienen citas con ingenieros delgados, debiluchos y con caras relativamente normales. Me estaría diciendo que no soy un tipo tan malo… algo pervertido y obsesionado por sus tetas, pero me diría que soy un “tipo guay”, lo que sea que signifique eso.
Como sea, tras esa noche de reconciliación, la mañana siguiente fue una prueba durísima para mí, por lo que seguiré con mi relato…
Hay una canción de una película sobre un meteorito o cometa en colisión con la tierra (o sea, una de esas que trata de la vida cotidiana…) que hablaba de un tipo que apreciaba ver a su mujer durmiendo a su lado y de lo agradecido que se sentía.
La melodía me gustó cuando la escuché, pero esa mañana comprendía mejor el significado de sus palabras. Lo habíamos hecho 3 veces y Marisol estaba agotada, pateándome de vez en cuando en su sueño, pero no importaba. Volvíamos a ser los mismos.
Pensé que todo había pasado y que retomaríamos nuestra relación, hasta que me desperté cuando se escabullía de la cama.
“¡Marco, estás despierto!” me dijo ella, vistiéndose con el pijama.
“¿Qué pasa?” pregunté, algo adormilado.
“¡No debería haber eso hecho anoche! ¡Lo siento, Marco!... ¡Realmente no quiero hacerte sufrir!”
“Pero Marisol…anoche lo hablamos. Dijiste que no importaba, porque en el fondo, ambos descubriríamos nuestros secretos.” Le dije, restregándome los ojos para ver mejor.
“¡Sí, Marco!...Pero lo tuyo no puede ser tan importante.” Me decía con tristeza.
“¿Por qué lo dices?” le pregunté, confundido.
Ella sonrió con tristeza.
“Porque si lo fuera… no habrías querido dormir conmigo.” Dijo, con algunas lágrimas.
Su respuesta me dejó paralizado. ¿Lo que le preocupaba era tan grave, que no quería dormir conmigo?
Es decir, ya lo sabía, pero que abiertamente me lo dijera, igual me impactó. Se vistió en el baño y huyó a la universidad, como lo había hecho los otros días.
Me sentía muy mal. Pensaba que esa noche, las cosas habían cambiado, pero había sido una ilusión.
Por primera vez, cuestionaba mi obsesión por Marisol y mi cara lo demostraba.
“Marco, ¿Pasa algo?” me preguntó Pamela al desayuno.
“Es lo mismo de ayer. Marisol…” respondí, con la cara sobre la mesa y sin tocar el té caliente, al lado de mi cara.
Su mirada también estaba un poco triste.
“Marco… hay algo que he querido preguntarte… pero creo que es raro que te lo haga ahora… ya que hemos hecho tantas cosas juntos.” Me dijo ella, con mucho nerviosismo en su voz.
“¡Adelante, pregúntame sin problemas!” le dije yo, desganado.
Dio un suspiro, para darse ánimos.
“¿Tú me… encuentras bonita?”
“Eres la mujer más bonita que conozco.” Le respondí, mecánicamente.
“Lo dices por mis tetas y mi culo, ¿Verdad?” dijo ella, con algo de tristeza.
“No. Lo digo por tus labios y tus ojos.” Respondí con honestidad.
Los ojos de Pamela son castaños, brillantes y suaves… cuando no se convierte en la Amazona Española, que se tornan duros y fieros.
“¡Vamos, no bromees!” dijo ella, con una sonrisa dolorosa “Mis ojos no son verdes… como los de Marisol.”
Le sonreí.
“Aunque no lo creas, lo que menos me gusta de Marisol son sus ojos verdes.”
“¿No te…gustan?” dijo ella, algo confundida
“No mucho. Encuentro que los tuyos son preciosos.”
“¡Marco, no seas majadero!... mis ojos…son normales” decía ella, algo incomoda.
“Yo creo que tus ojos te dan carácter y convicción. Te hacen ver más recia.” Le dije yo.
La conversación me había subido un poco el ánimo. Al menos, no pensaba en Marisol.
“¡Pero yo no soy recia, ni mi convicción es tan fuerte!” dijo ella, con rubor en sus mejillas.
“¡Por favor! ¡Tú siempre me dices lo inútil que soy o que tal cosa que hago no te gusta!” le dije, en tono de burla.
Sin embargo, ella no lo tomó tan jocoso.
“No lo hago… porque realmente lo sienta… ¿Sabes?...Yo siempre… he tenido que esconder lo que siento… porque nadie, aparte de Marisol parecía importarle…” me dijo ella, con un poco de dificultad.
“¡Lo siento, Pamela! ¡No quise ofenderte!” le dije yo, bien arrepentido.
“¡No te preocupes!... también es mi culpa… pero quiero decirte… que las cosas más bonitas… que han dicho de mí… las has dicho tú.” Me confesó.
Por primera vez, Pamela era honesta con ella misma. En cierta forma, entendía su rebeldía. A diferencia de Marisol, que tuvo una madre que pudo apoyarla, Pamela estuvo sola o peor aún, con el degenerado “Mojón español” de su padre, por lo que tuvo que ser dura desde muy corta edad.
Su apariencia, lejos de ayudarla, la alienó más del contacto normal que debía tener con un hombre y haber dejado la escuela y trabajar en un bar hizo que su autoestima bajara más.
Probablemente, deberíamos haber tomado otra alternativa distinta a la que sugirió Marisol, aunque no estaba del todo equivocada, ya que Pamela comenzaba a ver en mí que no todos los hombres son malos.
“Fuiste la primera persona que me ha pedido permiso… la primera en disculparte e incluso ahora… la primera en decir que mis ojos son bonitos.” Decía ella, llorando. “Por eso, no me importa tanto que me rompas el culo o me uses en tus fantasías… yo estoy muy agradecida… y sé que nunca me querrás, como quieres a Marisol.”
“¡Estás equivocada!” le dije “¡Yo amo que no seas como Marisol!”
Ella sonrió.
“¡Vamos, Marco, no me jodas!... sé que en el fondo… sólo soy una buena follada para ti.” Me dijo ella, llorando.
“¡No, Pamela! ¡Estás muy equivocada! ¡Yo te amo y de verdad te amo, porque me gustaría que alguna vez Marisol fuera como tú!” le dije, abrazándola.
“¿Como…yo?” preguntó ella, confundida.
“No lo digo por cómo luces, sino por cómo eres. ¡Eres apasionada, celosa, realista!” le dije. “Las cosas serían más fáciles, si tú fueras Marisol…”
Y entonces, encontré una solución a mi ecuación de la vida: la besé, por primera vez, amándola de verdad. No por sus pechos, por su culo o por su actitud recia. La besé, porque realmente la amaba.
Sus labios eran más gruesos que los de Marisol y su saliva muchísimo más dulce. Su aroma era perfumado, divino, incomparable con el de Marisol. El calor de sus besos, llegaba a quemarme.
La llevé al dormitorio, acariciando su cuerpo suavemente. No me concentré en sus pechos o en sus nalgas, sino que en aquellas zonas que había dejado olvidadas las otras veces.
“A mí… me gustan tus besos… demasiado…” decía ella, mientras nos acostábamos.
“¡Tus besos son muy buenos!” le dije, sacando mis calzoncillos. Mi espada ya estaba desenfundada…
“¡Espera!... ¿Qué haces?” me dijo, al sentirme rozar su vulva con la espada.
“¡Quiero mostrarte que te amo!”
“Pero no tienes condón… ¡Ah!...” gimió ella, cuando inserté mi glande en sus jugosos labios.
Pude sentir su intimidad húmeda, apretando mi pene y recibiéndolo, como si le abrazara.
“¡No!... ¡No lo hagas así!...”
Por un breve momento, se me pasó la posibilidad de que no fuera un día seguro…. Pero, ¿Qué importaba? Marisol no quería pasar la vida conmigo. Entonces, la pasaría con su prima.
“¡Estás quemándome!... ¡Siento tu carne en mí!…” decía ella, llorando.
Me perdía en sus besos. Acariciaba su cuerpo. Bombeaba con fuerza. Empezaba a sentir por primera vez la serie de orgasmos de su sensible rajita.
“¡No, Marco!... ¡No sigas!... ¡Se siente demasiado bien!...” me decía ella, llorando con mucha fuerza.
No podía entenderla…
“¡Estás tan adentro!... ¡Marco, por favor!... ¡No te corras dentro!... ¡No lo hagas!... ¡Por favor!” suplicaba ella.
Habiéndola oído tantas veces pedirme que no hiciera lo que realmente deseaba, pensé que era una de esas veces…
“¡No, Marco!...¡Ah!...¡Te corriste dentro, Marco!... ¡Me estás llenando!... ¡Tienes tanta leche!... ¿Por qué?... ¿Por qué tuvo que ser tan rico?...” me decía ella, con una cara mezclada de enojo, éxtasis y tristeza.
“Porque quería hacerlo.” Le respondí, tratando de besarla en los labios.
“¡Tonto!” me gritó ella, con toda su furia “¿Qué pasará ahora conmigo y Marisol?...es mi única amiga, Marco… ¿Qué pasará si me embarazas?... ¿Crees que podre volver a verla?... ¡Eres un tonto!...”
Apoyó su cabeza en mi hombro, para no seguir gimiendo. ¿Qué había hecho? ¡Le estaba quitando su apoyo y consuelo!
Pasamos unos minutos pegados. Ella lloraba en silencio y yo estaba arrepentido. En el fondo, me había recordado que mi destino, para bien o para mal, estaba ligado a Marisol.
¡Por eso siempre me mentía! ¡Por eso, intentaba engañarse a sí misma! ¡Qué vanidoso fui!
Sentí lástima por ella. Al fin entendía su punto de vista. Ella no aceptó la propuesta de Marisol deseando hacerla. Desde un comienzo, ella tuvo sus dudas. Pero el amor que sentía ella por Marisol la obligó a aceptar este juego tan extraño y aquí estábamos, lidiando con las consecuencias.
Pasamos un rato en silencio, acostados uno al lado del otro. No podía hacer nada. Todo quedaba en manos de la suerte.
“Siempre quise decirte… que me gustó que fueras mi primer hombre…en tomar mi culo.” Me dijo Pamela, mucho más repuesta.
“¡Vamos, Pamela! ¡Sabes que no es así!” le respondí.
“Siempre lo hiciste con cuidado… y nunca quise confesarte que me gustaba.” Seguía ella.
Debía callarla. Por primera vez (y con un tremendo pesar en el corazón), necesitaba a la Amazona Española.
“¡Pamela, no me mientas! ¡Nunca te ha gustado!” le dije yo “¡Además, sé que lo hago terrible!”
“¡No es así!” me dijo ella, mirándome con amor. “¡Lo haces muy bien!... ¡Y no solo eso!... ¡Me haces sentir bien!... ¡Y es por eso que yo te am…!”
Alcancé a poner el dedo justo en sus labios…
“¡Qué mentirosa eres, Pamela!” le dije yo, llorando. “¿Hasta cuando me mentirás, si sabes bien que soy el peor amante que has tenido?”
Me comprendió. Sus ojos se humedecieron…
“¡Sí, tienes razón!” dijo ella, también llorando. “¡Eres un inútil! ¡El peor amante que he tenido!”
“¡Ya lo decía yo!” le respondí, mirando el techo, para no llorar más.
“¡Eres un cerdo pervertido! ¡Por eso te odio… con el fondo de mi alma!” dijo ella, todavía llorando.
Debíamos ser fuertes… debíamos saber mentir… sabíamos que en realidad, no decíamos la verdad… pero nos daba el consuelo suficiente, para seguir adelante.


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2 comentarios - Seis por ocho (51): La verdadera Pamela

darioca +1
Que no se termine nunca, es impresionante la historia.
metalchono +1
Aun queda carrete. No se preocupen.
DGE1976 +1
Cada vez más atrapados nos tienes...saludos...
metalchono +1
Gracias por el apoyo. 🙂