Seis por ocho (17): ¡Interferencia destructiva!




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Compendio I


Dicen que mezclar el sexo con el trabajo ya es malo. Afecta el ambiente laboral y blablablá. Mezclar el trabajo y la familia no era nada fácil tampoco.
Cuando llegué a la casa de mi suegra, me esperaba una situación muy extraña. Amelia y Verónica estaban enfrascadas en una tremenda discusión, respecto si era más importante la onda “Amelia” o la onda “Verónica”, a pesar de que en su momento, les dije que eran igual de importantes.
Por suerte, Violeta había ido a quedarse por el fin de semana donde su amiga. De otra manera, habría estado con la misma jaqueca que yo tenía.

Seis por ocho (17): ¡Interferencia destructiva!

Por mi parte, comía mi almuerzo en silencio y trataba de no prestarles demasiada atención.

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Sabían tan poco del tema, que principalmente parecían hacer descargas personales sobre la otra. Por otra parte, yo estaba tan hastiado del tema, que francamente no les escuchaba al detalle.

En mi caso, yo había estado trabajando toda la noche con la maquina “Verónica” (si ya me embarqué en el tema), tratando de determinar la ubicación de la posible maquina “Amelia”, dentro de la mina, estudiando patrones de dispersión de ondas, aunque mi búsqueda fue sin frutos.
Lo único que pude conseguir era alterar las frecuencias de la maquina “Verónica”, aunque claro, eso no me servía demasiado.
Por esas razones, yo ya estaba chato del tema.
De repente, se quedaron calladas y la discusión siguió más o menos así...
“¡Tenemos que preguntarle al ingeniero!” dijo Verónica.
“¡Sí, es la mejor decisión!” concordó su hija.
Por un momento, pensé que serian capaces de agarrarme a golpes si no favorecía a una de ellas.
“¡Dinos, “Ingeniero”, ¿Cuál onda es la más importante?” dijo Verónica, sentándose a mi derecha.

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“¡Sí, Marco! ¡Dile a mamá que la onda “Amelia” es la más importante” dijo Amelia, sentándose a mi izquierda.

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“¿Y por qué tengo que ser yo?” les pregunté, tratando de comer algo. Estaba famélico.
“¡Porque tú descubriste esas ondas!” me gritó al oído Verónica.
“¡Mamá!” le dijo Amelia, reprendiéndola “¿Cierto que la onda más importante es Amelia, porque por ella volverás aquí?”
“¡Te equivocas! Lo mandaron a buscar a Verónica y de pura casualidad encontró a Amelia”
Era raro escucharlas discutir en tercera persona, representándose por el mismo nombre de la onda cuyo nombre compartían.
Pensé por unos momentos que eso era todo: querían saber cuál de las ondas era responsable de que yo volviera. Era gracioso. Pensé que era entendible. Había hecho algunas cosas por ellas y me había ganado su afecto, pero nunca pensé que pelearían por mí…
“¡Pues es Amelia la que lo hará volver!”
“¡Es Verónica la que le enseñó todo!”
O mejor dicho, competirían por mí.
Verónica se puso al lado del lavabo, levantándose la falda y mostrándome los calzones. Yo estaba de piedra…

Suegra

“¡Dile que volverás por lo que te enseñé!” desafió la madre
Amelia, en cambio, había levantado su polera, exponiendo su sostén y metiendo mi mano entre sus pechos.
“¡Dile que… volverás… ¡Ah!... por lo que me quieres enseñar” respondió la hija.

cunada

De un momento, la situación saltó a un sobrecargado sentido sexual, donde no competían madre e hija, sino que 2 celosas mujeres.
Verónica reaccionó, saltó hacia la mesa y tomó mi mano, para apretarlas con sus tremendas tetas.
“¡Dile que volverás por las mías!”

Seis por ocho (17): ¡Interferencia destructiva!

Amelia contraatacó, sacándose el sostén y forzando que tomara uno de sus pechos, mientras el pezón del otro se lo llevaba a la boca.
“¡Dile que volverás… por lo que harás con las mías!”

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Era de locos.
“¡Verónica! ¿Lo sabías?” le pregunté sorprendido.
“¡No lo sabía, pero me lo esperaba!” me respondió, algo enojada.
La discusión la movimos a su habitación, ya que estaban determinadas a que la resolviera ese mismo día, dado que después de trabajar, tendría que embarcarme de regreso a la capital.
Las cortinas rojas, que la primera vez me dieron la impresión de concentrar el calor, en realidad, hacían que ambas mujeres lucieran más apetecibles.

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“¡Para ser un ingeniero tan inteligente como dices, Marco, eres bien tonto!” me dijo Verónica “¡Tú mismo dijiste, cuando nos explicaste lo de tu trabajo, que estabas al lado de la cocina, porque yo estaba haciendo algo nuevo!”
“Ya me esperaba algo así… porque lo que hiciste con Amelia el lunes no creo que lo hubiera hecho el inútil de su padre… y bueno… me imaginaba que podría hacer que se enamorara… o algo…”
Así que de ahí aprendió Amelia… de tal palo, tal astilla.
“Y cuando saliste a trotar con ella, ya me esperaba algo raro. Incluso cuando volvieron, la noté toda colorada…”
“¡Eso no es verdad!” decía Amelia, que ahora solo vestía ropa interior.
“¡Niña, te he visto por 17 años y sé perfectamente bien cuando te enamoras!”
“¡Mamá!...” le decía Amelia, pidiéndole que bajara el perfil, aunque no sé para qué, si ya sé que le gusto.
“Y después hiciste tu “inspirador” experimento…” el recuerdo le causó un sofoco. “… donde me tomaste al lado del lavadero, mientras lavaba los platos”

Suegra

“Pero eso fue por…” le dije.
“¡Ya lo sé! ¡Amelia se estaba masturbando!” nos dijo Verónica.
Nos miramos con ojos inmensos Amelia y yo.
“¡No me digas que es la primera vez!” le dijo a Amelia, mirándola a los ojos “¿O crees que no te escuché las noches en que Marco dormía en la habitación de Marisol?”
“¿Me…me… escuchaste?” decía Amelia, cayendo fulminada al suelo.
“¡Eres muy gansa, Amelia! Por suerte, el idiota de tu padre tiene el sueño pesado ¡Si no, ya te habría saltado encima!”
¿O sea, cuando llegué la primera vez, Amelia ya se masturbaba por mí?
“Incluso cuando vivíamos en la otra casa y Marco venia a hacerle clases a Marisol, ¡También podía escucharla, señorita!” siguió reprendiendo Verónica a su hija.
De ser animación japonesa, pensé que Amelia habría estado tirando espuma por la boca… espera… ¿Dijo que al menos, llevaba tres años masturbándose por mi?
“… ¡Que eso me haya puesto cachonda por él es otra cosa!...” otro sofoco más… “En fin…”
Yo no estaba mejor que Amelia.
“…Entonces… ¿C-c-cuando tú y yo conversábamos…?” pregunté tartamudeando.
Verónica enrojeció.
“Tú sabes… ya conoces a Sergio… y él solo tiene dos temas… y bueno… pues tú me escuchabas… te gustaba mi comida… y me tratabas bien… me hacías sentir bonita… y no eras como el idiota del carnicero… o los hombres que traían el gas… nunca me mirabas raro… o algo así…” decía Verónica, muy parecido a como lo hace Amelia.
Me hacía pensar que, desde hace tres años, podría haber estado viviendo el “Sueño del pibe”. Quería llorar…
“…El asunto es, Marco…” dijo Verónica, recuperando el hilo de la conversación “…que tu error fue cuando nos explicaste cómo descubriste tus estúpidas ondas. Ya sospechaba yo que me abrazaras tan fuerte, delante de Amelia. Cuando vi el papel con mi nombre, pensé que no era casualidad y cuando nos explicaste que estabas al lado mío cuando hacías tu cochino… aunque rico… experimento, me di cuenta que andabas en algo raro con ella, lo que me recuerda…”
Y mirando a Amelia, le dijo.
“¡No creas que no la vi, jovencita! ¡Pude ver claramente por los cuchillos de cocina cómo te tocabas! ¡Eso es asqueroso e inmoral!”
“El burro, hablando de orejas…” pensé yo.
“Como sea, cuando se tardaron tanto en ese trote, pensé que ya te la estabas tirando. No te niego que salí celosa a buscarlos, pero cuando la vi agarrando sus pechos, su trasero y metiendo su mano bajo el pantalón, me dio un alivio saber que nada más había pasado”
Lo que concluí fue que… aunque traté de ser discreto, ¿Todas supieron lo que hice?
“¿Te enojaste conmigo, mamá?” dijo Amelia, mirando el piso con tristeza.
Se abrazaron, semi-desnudas… yo estaba que botaba espuma por los ojos.
“No. Me dio gusto. Me habría gustado conocer un chico como Marco cuando tenía tu edad… en lugar del estúpido de tu padre… pero bueno, el muy animal me dio dos hijas que adoro.” Le dijo Verónica, abrazándola.
Si sólo le dio dos… ¿Quién es el padre de la pequeña Violeta?...
“¡Pero tenías que empezar con que la “onda Amelia” era la más importante!”
Y ahí empezaron de nuevo…
“¡Oigan! ¡Vamos al grano!” les dije” Como les dije la otra vez, ninguna de ustedes es más importante. En el fondo, tengo que volver por ambas…”
“¿De verdad?” decía Amelia, ilusionada.
Pensaba más en las ondas cuando respondí, pero también era cierto.
“A mí no me interesa por quién tienes que volver. ¡Lo que yo quiero saber es por quién deseas regresar! ¡Eso es lo que me interesa!” dijo Verónica.
“Pues, por ambas…” les respondí.
“¡Eso no vale! ¡Yo sé que tienes que regresar por mí y puedo demostrártelo!”
Amelia y yo nos miramos sorprendidos.
“¡Acuéstate en la cama!” ordenó Verónica.
Le obedecí. Verónica me bajó el calzoncillo y mi pene, erecto salió a recibirlas.
“¡Ahora decide quien quieres que te monte!” dijo Verónica.
“¡Pero mamá!...” exclamó Amelia, avergonzada.
“¡Eso es cruel! Si elijo una, ¿Cómo se sentirá la otra?” le dije.
“¡Oh, yo sé bien a quién vas a elegir! Así que si es Amelia, ¡No te preocupes! ¡Yo me resignaré!” dijo Verónica, segura de sí misma.
“¡Yo también!” dijo Amelia, algo insegura, pero ilusionada.
Para mí, la decisión era obvia: Amelia. Después de lo que había oído, era evidente que me tenía ganas desde hace tiempo.
“¡Sabía que la elegirías!” dijo Verónica. “¡Adelante, niña!... ¿Ya te corriste por ver su pene, mujer?”
“¡Mamá!...” le dijo Amelia, protestando de vergüenza.
Se paró sobre la cama y abrió sus piernas. Yo estaba en completo esplendor… empezaba a agacharse lentamente, con sus labios palpitando de emoción y goteando levemente, mientras que Verónica contemplaba el espectáculo.
“¡Vamos, Marco!” dijo Verónica, finalmente “¡Rómpele esa pequeña y virginal rajita!... ¡Sé el primer hombre en ensanchar su cuello uterino, con ese grueso y largo miembro que tienes!... ¡Conviértete en el primer hombre en tomar a mi hija de 17 años como mujer!... ¡Vamos, Marco, hazlo!”
Después de esa porra, ni Amelia ni yo deseábamos seguir. Había mucha responsabilidades de por medio…
“¡Mía!” dijo Verónica, empujando a su hija y montando mi verga.
“¡Mamá!...” protestó Amelia.
“¿Qué…pasa?... mientras… no… te… atrevas… a… tomarla… ¡ah!... no… te… sentirás… bien” dijo Verónica, montándome como una loca.

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“¡Eso fue trampa!” dijo Amelia, enojada.
“¿De…qué… ¡Rico!... te… ¡ah!...quejas?... ¡Oh!... fuiste… ¡Ah!... la… ganadora…”
“¡Pero tú estás montándolo de nuevo!” decía Amelia, empezando a masturbarse al lado nuestro.
“¡Yo… ¡Ah!... también… la… ¡Qué rico!... quería… ¡Más… adentro!... no… ¡Ah!... podía… dejarla… pasar”
“¡Me vengaré!” dijo Amelia.
Y sin pensar demasiado en mí, se apoyo sobre mi cara, chupando los pechos de su madre.
“¡Ah!... Amelia… no… me… muerdas… así…”
“¡Es lo que mereces por… ¡Ah!”
Tenía su sexo en mi cara. Me empezaba a asfixiar. Obviamente, tenía que defenderme con mi lengua.
“¡Marco!... No…hagas… eso… ¡Se siente… tan bien!... ¡Mamá!... tú… también”
Madre e hija empezaban a agarrar sus pezones. Estaba en el cielo de los vikingos…
“¡No… los… sueltes… Amelia!”
“¡No… Mamá!...”
“¡Me…corro!” decía Verónica.
“¡Yo… también!” decía Amelia.
“¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...”
Los tres nos corrimos al mismo tiempo. Llenaba de leche los interiores de mi suegra, mientras mi cuñada seguía derramando sus amargos jugos sobre mi cara.
Recuerdo que por un rato, nos tomamos un descanso. Pero debo decir que mi suegra se pasó literalmente metiéndome en su interior el resto de las 5 horas que permanecimos en la habitación. No obstante, aunque Amelia quería probar mi verga, al parecer le intimidaba el tamaño, por lo que invertí mi tiempo manoseando su virginal cuevita, bebiendo de sus pechos y en un par de ocasiones, le brindé sexo oral, dado que su madre se negaba a soltar mi apéndice.
Cuando acabó todo, la habitación apestaba a sexo y semen, pero ellas seguían confabuladas en mi contra.
“Por… favor… ¡Déjame… en paz!” le decía a Amelia, que no paraba de chupar mi pene, aprovechando que su madre se tomaba un descanso.
“¡Ahora sabes lo que se siente!... ¡La venganza es dulce!... ¡mamá!”
De repente, como si fuera una niña que olvidó su juguete favorito, mi suegra me empezó a chupar con violencia, como siempre.
“¡Si no vas a probar, entonces déjame a mí!”
“¡Pero mamá!...”
“Amelia ¡Que no hables con la verga en la boca, que lo muerdes!” le decía Verónica, mientras yo trataba de venirme, para que me dejaran en paz.
Amelia dijo algo, pero no pude entender. Miré el reloj y tenía que arreglarme… aunque apenas me quedaban fuerzas.
Las dos ondas se habían confabulado… para destruir lo poco y nada que quedaba de mi hombría.
Logré que me soltaran quince minutos antes de que partiera el bus. Ni siquiera me bañé y apestaba a sexo, pero logré llegar al bus.
Cuando regresé al día siguiente, don Sergio estaba contento de verme, pero yo lucía como muerto viviente.
Para colmo, me esperaban Amelia y Verónica, desayunando como muy buenas amigas y ni se les notaba señal de que hubieran estado en una orgía sexual la tarde anterior.

Seis por ocho (17): ¡Interferencia destructiva!


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Me dolía la cabeza y lo único que quería era poder embarcarme en el avión y dormir. Pero las muy bandidas seguían bien aliadas y para extender mi sufrimiento, se habían vestido sin usar sostén y colocándose justo donde podía ver sus bamboleantes senos bailar por los baches del camino.
Las dos me abrazaron juntas, diciéndome que me estarían esperando para ayudarme a trabajar. Don Sergio no las escuchó y mientras ellas se despedían, algunos hombres se quedaban contemplando el hermoso espectáculo de sus firmes y bailarines senos.
Cuando bajé del avión, me sentía un poco raro, pero me sentía capaz de moverme. Afuera de la aduana, me esperaba la radiante Marisol, junto con Pamela, que caminaba sin problemas ni con su pierna ni con su brazo y que vestía un vestido de falda verde, muchísimo mejor que su otrora look de gótica.

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“¡Qué bueno que te recuperaste!” le dije, dándole un suave abrazo.
“Y eso no es todo…” me decía Marisol “¿A qué no adivinas?... ¡Decidió volver a estudiar!”

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Una ligera, pero constante jaqueca me avisaba que estaba dejando las ligas menores y que al parecer, empezaría a jugar a nivel profesional…


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