Seis por ocho (10): Del maestro, con cariño…




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Ese viernes, Marisol no se había despertado. Me sentía bien al verla dormir, ya que sabía lo mucho que había estudiado.
La noche anterior había sido el desmadre, por decirlo de alguna manera.

Seis por ocho (10): Del maestro, con cariño…

Me agradeció con creces los días que le ayudé en el estudio y cuidando a Pamela.
Claro está, que no era tan necesario, porque el culo de Pamela ya había pagado parte de su deuda.
No quería despertarla, porque dormía angelical. La besé en su lunar de la mejilla derecha y junté la ropa para vestirme.
Mientras marchaba al baño, escuché una voz que me llamaba. Era Pamela, que también había despertado.
Al parecer, con tanto sexo, nuestros relojes internos se habían acoplado.
Pero sólo verla era un martirio: su camisón rosado, ofreciéndome sus generosas tetas y su lengua, deseando mi erecta polla, eran un castigo divino.

Escolar

Yo quería manosearla y ella quería sentir mi polla, pero si mi novia y su prima estaban durmiendo tan plácidamente, no podíamos ser tan canallas para interrumpir su sueño.
No encendí el calentador. Necesitaba darme una ducha bien fría. Incluso con permanecer diez minutos bajo la ducha, mi verga bajaba a la mitad.
No la culpaba, si había estado trabajando horas adicionales, satisfaciendo a dos mujeres. Una vez vestido, pasé por la habitación de Pamela para despedirme, revisé a Marisol durmiendo y me fui.
Odio manejar. Aunque mis padres me facilitaban su auto cuando vivía con ellos (medio año atrás…), siempre me ponía tenso, pensando que podía rayar el auto o que alguien me podía chocar. Soy un buen conductor y puedo manejar por horas, pero siempre que llegaba a destino, tenía que cambiarme de ropa, por terminar sudado.
Por eso prefiero el transporte público. Aunque uno va encerrado como animal, no tiene que preocuparse. Ni siquiera me molestaba el tráfico, ya que siempre he sido buen previsor y puedo llegar a buena hora.
Pero ahora era una situación distinta. El sexo anal con Pamela me había vuelto extremadamente sensible y cualquier contacto podía hacerme levantar la antena.
Ya imaginarán la tensa situación de tener que ir apegada a la ejecutiva con el café en mano, que parece obstinada en enterrar su gran trasero entre tus piernas...

Profesor

Mientras que la educadora de párvulo tetona me clavaba sus ubres en la espalda, cuando su amiga le contaba los jugosos detalles de la profesora culona de 32 años que habían echado por tirarse a un estudiante.

Abuso

Afortunadamente, nuestra sociedad ha provisto de varios recursos para litigar con estos casos. Uno de ellos son los auriculares con música y otro es la meditación.
Pero el sistema dista de ser perfecto y nunca falta la frenada inesperada que da excusa a la ejecutiva para “accidentalmente” tocar la vara de carne y continuar enterrando ese carnudo culito sobre tu palo, mientras sigues pensando en un plano astral muchísimo más lejano.
De alguna manera, logré llegar al trabajo y sin tener oportunidad de hablar con Sonia, mi jefe nuevamente me ordenó entrar a su oficina.
También estaba el jefe de área regional y me dio algunas noticias. Me dijo que su equipo estuvo estudiando los datos que había enviado y que habían determinado que el origen de los datos erróneos podían ser a causa de una maquina que se activaba en el mineral, durante el turno de noche.
Creí que eso ayudaría bastante, porque solo tendría que conectarme a la red interna, revisar los registros y ya.
Pero el caballero, siempre al tanto de la situación, me informó que la red interna aun no estaba activada, que la maquina en sí no generaba registros y que la única opción sería ocupar una de las terminales del área de mantención, dentro del mineral, para corroborar los datos.
Con mis ojos abiertos, le pregunté si acaso me estaba diciendo que debía de tomar el turno de noche, a lo que me sonrió diciendo que así era.
Al parecer, intentaba probar si aceptaría el desafío. El turno de noche es una verdadera mierda. La mina está calurosa, producto del calentamiento de las rocas. Además, la ventilación es regular y tienes que estar todo el turno, dentro de la mina: comer, ir al baño. Todo eso, dentro de una masiva estructura de granito.
Le dije que no había problemas, pero que igual necesitaba ayuda adicional y tiré nuevamente el nombre de Sonia. El anciano parecía muy interesado en averiguar quién era ella, pero mi jefe la desestimó. Le dijo que era una empleada, cuyo contrato terminaba a final de mes.
No podía creerlo. Despedirían a Sonia, siendo que ella se manejaba estupendamente en el área administrativa.
Al terminar la reunión, fui al escritorio de Sonia y le pregunté si era cierto. Porque por muy jefe que sea el mío, es un lameculos de media jornada, que chupa pijas durante la otra.
Salimos a tomar un café y me dijo que era cierto.

cunada

Me llamó la atención que lo hiciera en horarios de oficina, ya que ella era muy responsable, pero me dijo que ya no importaba y apenas hacía sus labores.
Le pregunté cómo había sucedido. Me dijo que la misma semana de mi primer turno en la mina, tuvieron que quedarse hasta tarde ella y el jefe hasta altas horas de la noche. Debían redactar unos informes para clientes y lamentablemente, no podían esperar hasta el día siguiente.
Fue en esa oportunidad que mi jefe aprovechó de manosear su amplio trasero. Sonia es muy correcta y le preguntó qué hacía. El muy bastardo le había dicho que sabía que estaba sola y que hacía tiempo que le tenía ganas.
Sonia es bien guapa. Tiene unos 33 años, unas bonitas caderas, trasero bien formado, unas tetas medianas y una buena disposición para trabajar. Lo único que la ha mantenido a sus jefes de sus garras era su tremendo novio llamado Fernando. Era un monstruo de dos metros, con tremendos hombros y brazos pesados, que trabajaba de entrenador físico y también, era bombero.
Comparado en físico con él, yo era un palillo…
Pero al parecer, ya no seguía siendo el caso y mi jefe, al ver la oportunidad, le propuso una noche de sexo y un trabajo mejor o la ponía patitas en la calle.
Era clarísimo qué decisión había adoptado ella y ahora, trataba de disfrutar un poco más la vida. Me preguntaba cómo estaban las cosas en casa y le conté lo que pasaba con Pamela.

Seis por ocho (10): Del maestro, con cariño…

Me preguntaba si estaba bromeando y le dije que no, que había seguido su consejo. Ahora, no estaba tan segura si era el más acertado. Principalmente, le preocupaba que me desgastara más de la cuenta, pero yo le aseguraba que estaba bien.
También me preguntaba cómo lo hacía con Marisol, para que no sospechara. Le dije que esa semana, se habían dado los tiempos para poder hacerlo y me dio una felicitación modesta. Me dijo que estaba bien aprovechar de vez en cuando, pero que no debía abusar.
Nos despedimos y regresé a casa. No hicimos nada espectacular con Marisol esos días, por respeto a Pamela y aprovechamos de ver televisión, comer cositas ricas y hacer el amor un par de veces por la noche.
La noche anterior a mi partida, me despedí de Pamela, ya que no nos acompañaría la mañana siguiente. En un susurro, me dijo “¡Que descanses, picha brava!”, lo cual me hizo sonreír.
Después de todo, cuando volviera, probablemente le sacarían el yeso y podríamos retomar nuestra alocada relación.
Me despedí de Marisol como corresponde.

Escolar

Ella me dio las gracias por ayudarle con sus clases y por haber cuidado de su prima. Sabía que no la defraudaría y volvería pronto a su lado, y sin decir más, nos dimos un último beso.
Cuando llegué al aeropuerto, tuve que tomar un taxi, ya que mi suegro estaba trabajando y no volvería hasta el fin de semana.
Por alguna razón, la atmósfera se notaba tensa. Verónica me miraba de una manera distinta y Amelia parecía bastante triste. Lo único normal era Violeta, que seguía saltando, con los bailes de los peluches de la tele.
Incluso, cuando estaban en la misma habitación, Verónica parecía rechazarla.

Profesor

A diferencia de otras veces, Amelia salió a entrenar mucho más desanimada que lo habitual, con una pelota de voleibol.

Abuso

Pregunté a Verónica si estaba pasando algo y me dijo que estaba quedando condicional por deportes. Yo le pregunté si acaso bromeaba, ya que la pobre hacía de todo para mantener su peso.
Me dijo que no y que el profesor la estaba reprobando, según él, por no saber jugar voleibol. Le pregunté si acaso había ido a hablar con el profesor y me dijo que ella ya no era la mujer de antes y que no tenía que aguantar las mierdas de siempre.
Le pregunté de qué hablaba, ya que nunca la había escuchar ese vocabulario.
“¡Pregúntale a la puta de mi hija!” respondió.
No sabía qué hacer. Verónica subió, casi llorando y mi intuición decía que algo grave estaba pasando.
Salí a ver a Amelia, que intentaba hacer botar la pelota. Me sorprendí al verla llorando desconsolada.

cunada

Tomé el balón y le pregunté qué sucedía. Me decía que no podía recibir bien el balón y que nadie quería ayudarle a practicar.
Le dije que no era bueno (tengo el físico de un ingeniero), pero si quería, podíamos intentarlo. Arrojé el balón un par de veces y rara vez, fallaba. Aun así, seguía llorando y se abrazaba a mi pecho, diciéndome que no podía mejorar.
La cena fue muy silenciosa y la tensión se podía cortar con un cuchillo. La única frase que le dijo Verónica a su hija fue que no olvidara su equipo de entrenamiento, ya que mañana tenía reforzamiento.
Los ojos de Amelia se llenaron de pánico y su mentón comenzaba a vibrar. Antes de irme al trabajo, fui a verla y a decirle que no se preocupara, que todo sería mejor al día siguiente. Me dio las gracias, porque sabía que era el único que la quería.
Le dije que no, que estaba equivocada. Marisol la extrañaba a morir y sus padres la seguían queriendo mucho.
Se puso a llorar otra vez, la abracé y consolé, hasta que sus lágrimas la pusieron a dormir.
Cuando me iba, Verónica vino y me mostró el regalo que le había dado.
“Las pilas se acabaron…” me dijo ella, ignorando el consolador a baterías que tenía en la mano. Yo le sonreí y le dije que trataría de comprarle más.
Me pidió que la abrazara.

Seis por ocho (10): Del maestro, con cariño…

Lo hice y le pedí que fuera más sensible con su hija. Me besó en la mejilla y me dijo que me había extrañado demasiado. Yo respondí que también, pero las cosas eran así y teníamos que acostumbrarnos.
Ir al mineral de noche es una odisea completamente distinta. De partida, hace un frío terrible y no se puede ver mucho gran parte del camino. Tras visitar el pañol y obtener mi equipo de seguridad, me tomé un café, pensando en que habría pasado entre ellas. Sentía que la respuesta estaba ahí, que casi podía tocarla…
Tras ingresar al mineral y reconocer la condenada maquina que me había hecho cambiar mi rutina, empecé a revisar los datos que proporcionaba. Tal como lo decía mi jefe y mi profesor guía, los datos estaban por encima de las nubes.
Empecé a revisar el manual y corroborar los algoritmos. Pero algo seguía sin cuadrar. Me dolía la cabeza. Tenía que pensar en otra cosa…
¡Y me llegó la revelación! ¿Cómo no lo había visto? Ellas siempre lo habían dicho. El resto del turno se me pasó ligero y cuando llegó la hora de partir, ya había decidido lo que iba a hacer. Era arriesgado, pero tenía que intentarlo.
Aunque la invitación del culo de Verónica era bien recibida, tuve que declinar, ya que debía ir a la escuela. Le pedí las direcciones, tomé un taxi y me dirigí rápidamente.
Al llegar a la escuela, como mis sospechas esperaban, la encontré cerrada y le pedí a uno de los limpiadores que me abriera la puerta y que me indicara dónde quedaba el gimnasio.
Estábamos cerca de fin de semestre y con suerte, divisaba más personas. En la entrada del gimnasio, había un gran cartel de un tipo que había sido campeón en boxeo, categoría juveniles, unos cuantos años atrás. No me sorprendería lo que encontraría en el gimnasio…
Estaba tan desierto como el resto de la escuela. Entonces, divisé a Amelia en su traje de gimnasia.
Ella se sorprendió al verme. Yo quedé petrificado…

Escolar

Su uniforme era tan menudo, que podía distinguir todo…
“¡Por favor, no me mires así!” dijo ella, cubriéndose los pechos y la entrepierna.
Era inevitable. Su polera blanca transparentaba sus blancas mamas y al no llevar sujetador, parecían verdaderos zeppelines.
Sus pantalones cortos, tipo bloomers, le hacían resaltar su tierno traserito, pudiendo distinguirse sus firmes glúteos y parte de su entrepierna.
Aunque el efecto inicial fue hacer que mi verga diera un latido, su vestimenta me decía que mi intuición no estaba errada.
Me preguntó qué hacía ahí. Le dije que venía a hablar con su profesor.
Eso la asustó. Me decía que no lo hiciera, que no tenía que preocuparme, que no era mi problema, con mucha desesperación.
“¡Amelia!” se escuchó una gruesa voz, del fondo del gimnasio.
El humilde boxeador de otros tiempos era ahora un cabeza de musculo, tal como lo esperaba. Lejos de sorprenderse al verme, me contemplaba en una postura altiva y con desprecio, como si me atreviera a cruzar sus dominios.
“¿Qué hace aquí usted?” me dijo el tipo, tratando de que me sintiera insignificante, ya que con suerte, tendría un tercio de su musculatura.
“Vengo a hablar con usted sobre Amelia” le dije sin rodeos y completamente seguro de mí mismo.
“¿Entonces, es usted su padre?” me dijo el tunante, dándome la espalda y empezando a alejarse, fingiendo leer unas listas.
“No. Soy su cuñado” le respondí.
Al escuchar eso, el tipo se detuvo y volvió a mirarme.
“Lo siento, pero los problemas de Amelia los atiendo solamente con sus apoderados” me dijo con una cara que decía “no me hagas perder mi tiempo”. Diciendo eso, dio la media vuelta y empezó a caminar, curiosamente, a la parte más oscura del gimnasio.
Amelia le siguió, pero yo la detuve.
“¿Son sus pechos, cierto?” le dije, al muy desgraciado.
Amelia se quebró en llanto y cayó arrodillada en la cancha. Al parecer, no pensó que me había dado cuenta.
“¿Cómo dice?” dijo el sujeto, ya molesto por lo que había dicho.
“Que probablemente, Amelia no pase de curso por el tamaño de sus pechos.” le dije al energúmeno, con completo desprecio.
“¿Cómo se atreve…?”
“Probablemente, sea la niña más desarrollada en su clase…” lo interrumpí, empezando a pintar el cuadro. Recordaba cuando Marisol me dijo que lloró cuando su hermana menor le daba sus antiguos sostenes copa B y le decía que incluso la copa C le quedaba ajustada.
“Tal vez, se haya aprovechado de una ofensa previa para amenazarla…” recordaba cómo en mi primer turno, tuve que comprarle camisas nuevas, porque las más antiguas le formaban un escote involuntario, al no poder cerrarlo.
El tipo empezaba a empuñar sus manos y su cara parecía la de un tigre al acecho.
“A lo mejor, la convenció que sus movimientos estaban ejecutados mal y que por lo tanto, debía entrenar más…”
Los dientes del sujeto parecían rechinar.
“Y como Amelia es tan inocente, usted aprovechó de abusar de su confianza…”
Amelia, discretamente, trataba de ocultar su delantera y su entrepierna.
“Probablemente, ya lo tenía todo planeado. La haría agonizar, esperando que usted lograra aprobarla, haciendo todas las cochinadas que aceptara…”
Se acercaba a paso serio, ligero. La furia en los ojos del sujeto me decía que estaba pronto a actuar.
“Y como su padre no estaba presente, probablemente le ofreció una “solución indecorosa” a la madre…”
¡Amelia no lo podía creer!¡Era por eso que su madre apenas le hablaba! y miró a su profesor. El hombre estaba iracundo, cuando se puso a mi lado.
“¿Cómo puede saber eso?” me preguntó el muy idiota, tratando de intimidarme nuevamente con sus músculos y estatura.
Ya había caído en mi trampa. No era necesario seguir fingiendo. Le dije la verdad.
“Pues… soy ingeniero.”
Pensaba decirle algo más genial (pensando irónicamente en impresionar a Marisol cuando se lo contase... algo que en esos momentos, era una ridiculez...) , pero fue lo primero que se me vino a la cabeza.
El hombre se burló.
“¿Y eso qué? Usted no tiene pruebas de que yo le hice algo”
“Usted se equivoca… y sí, las hay”
El profesor se asustó un poco, pero seguía desafiante.
“Al principio, no entendía qué pasaba. Eran ejercicios que incluso yo en mis tiempos, podía realizar. ¿Qué era tan distinto entre mi estilo y Amelia? Nada. Pero fueron esos movimientos los que me hicieron pensar en ella. ¿Cómo luciría Amelia, recibiendo un balón? Su trasero bien parado; sus pechos, bamboleantes. Incluso, sin un traje tan sugerente como el que lleva ahora, ella se destacaría del resto.”

Profesor

“¡Eso no prueba nada en el juzgado!” dándome a entender que no era la primera vez… y mirándome como si ya me fuera a golpear por entrometido.
“Pero si va con una confesión…” y saqué la grabadora del teléfono, repitiendo lo último que dijo.
El individuo se lanzó con violencia contra mí, dando un fuerte puñetazo a mi teléfono, desintegrándolo en pedazos y otro fuerte golpe en mi abdomen, botándome al suelo
“¡Marco!” gritó Amelia, con un grito desgarrador “¡Por favor, profesor, no le pegue! ¡Es mi amigo y lo quiero mucho!”
No le escuchaba, ya que estaba muy entretenido pateando mi estómago.
“¡Por favor, no le pegue!” decía ella, llorando como una niña pequeña “¡Haré lo que usted diga! ¡Vestiré lo que usted quiera, pero no le pegue!... ¡Marco!”
El mastodonte se detuvo. Aunque creo que el imbécil me rompió la nariz, yo estaba acostumbrado a los golpes de la vida…
“¡Marco!” lloraba Amelia, asustada abrazándome y sintiendo sus cálidos pechos en la espalda, pensando que había muerto.
“¡Mañana haremos entrenamiento doble! ¡Y nada de quejas!...” dijo el profesor marchando para el fondo del gimnasio.
Pero a duras penas, volví a ponerme de pie.
La mirada de Amelia se llenaba de felicidad, aunque me rompía el corazón verla llorar. Le pedí que me ayudara a apoyarme.
Mientras rengueaba hasta mi antiguo teléfono, tomé los restos y traté de consolar a Amelia. Ya había pasado todo.
El profesor, que había visto todo desde el otro extremo del gimnasio, me miraba con una gran sonrisa de satisfacción, mientras esperando que cerrara la puerta al salir. Pero antes de hacerlo, le grité:
“Dos consejos, animal. Limpia la herida de tu mano, que vas a manchar todo.” el mastodonte vio su herida sangrante en la mano “Segundo y el más importante, pervertido: ¡Podrás romper la cámara, pero la cinta siempre queda adentro!” Le mostré mi teléfono ensangrentado “¿Querías evidencia, perra? ¡Gracias a ti, ahora las tengo! ¡Púdrete en el infierno, pendejo!” y cerré la puerta, tratando de salir lo más rápido posible.
Amelia seguía llorando.
“¡Tonto! ¡Tonto! ¿Por qué lo hiciste?” y se apoyaba en mi pecho para llorar, sintiendo sus gelatinosos globitos en mi estomago.
Traté de darle mi mejor sonrisa.
“Lo hice porque yo y tu hermana te queremos mucho.”
A los pocos segundos, la puerta se abrió y el alcornoque intentó darnos alcance. Pero era muy tarde. Comenzaba la segunda jornada y aunque nos alcanzara, sería difícil que nos arrebatara el teléfono, sin armar un espectáculo.
En la estación de policía, hice la denuncia y mientras esperábamos, llamamos a Verónica. El médico de turno atendió mis heridas y me dio algunos calmantes.
Amelia y Verónica lloraban al verme. Aunque mi cara me dolía como si me hubiera pateado una mula, el verlas abrazadas como madre e hija de nuevo hacía que valiera la pena. Estaban contentas, porque todo parecía haber terminado…
Pero el oficial de policía fue sincero con nosotros.
“Lo siento, señor. Aunque usted esté herido, la menor atestiguara y la sangre de su teléfono fuera del profesor, no es evidencia suficiente para acusarle”
“Sí, me lo imaginaba…” respondí un poco triste.
Amelia y Verónica parecían volver a llorar. Entonces, tomé mi chaqueta y del bolsillo interno, saqué un paquete con envoltorio de regalo.
“Originalmente, lo había comprado para ti, Amelia.” Le dije” Pero en vista de las circunstancias, tendré que usarlo…”
Era un teléfono celular de última generación. Le saqué la batería y le cambie el chip con el del modelo destrozado.
“Supongo que esto nos facilita las cosas, ¿Verdad?” le pregunté, al echar andar el video.
Llegamos a la casa al atardecer. El doctor me había dado una buena cantidad de calmantes y una licencia, para tomarme el resto del día.
Y mientras me dormía, sintiéndome un héroe, por hacer un plan que resultó, no pensaba que mi acción cambiaría nuestra relación familiar, de forma permanente…


Post siguiente

1 comentario - Seis por ocho (10): Del maestro, con cariño…

SactuarySx +1
Muy bueno, me estoy enganchando con esta saga!