Seis por ocho (9): Nuestro amigo, el baño




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Compendio I


Con su trasero contorneado al aire, húmeda y pegajosa y pidiéndome que se la metiera, obviamente, lo iba a hacer…

Seis por ocho (9): Nuestro amigo, el baño

Pero resultó ser más difícil de lo que esperaba. Con suerte, podía entrar mi cabeza…
“¿Qué carajos haces?” preguntó ella. Le dije que se le estaba metiendo, como me lo había pedido.
Ella dio un suspiro. Me dijo “De acuerdo… pero sólo para que aprendas hacerlo con Marisol”.
Estaba tan caliente, que no había reparado en su invitación original implícita. De cualquier manera, era rico.
Me decía que fuera más despacio, que no fuera tan animal. Le pregunté qué cuantas veces lo había hecho. Me dijo que varias, pero nunca con un tipo tan torpe como yo.
Ya no me importaban sus insultos. Era tan rico. Me sorprendía que habiéndolo hecho tantas veces, su culito estuviera tan apretado. Probablemente, estaba tensa porque se la metía yo.
“¡Por favor, sé más suave!” me decía en un tono que me ponía a mil. Recordaba a Verónica y me preguntaba quién tenía las tetas más grandes.
“¿Qué carajos haces ahora?” me dijo ella, con ese sonsonete español molesto y cantarín. Le dije que estaba probando algo, mientras le agarraba sus tetas. “Está… bien… pero… sé suave”.
Era delicioso. Al fin, podía agarrar un buen par de tetas grandes. Las de Marisol son buenas: bien paradas, chiquititas y duritas, pero muy sensibles. Pero las de Pamela eran masivas, blandas y extremadamente elásticas.
“¡Jo!” me dijo ella “¡No me pellizques, que no soy vaca!” protestó ella, nuevamente.
Pero el poder va de la mano de la ambición. Y si ya me había tomado las tetas, tenía que tomarme su rajita… aunque, claro, ella, ya me la había dado.
“¡Ay, no me jodas!”, decía ella, bastante complicada “¿Quieres sacar la mano de ahí?”.
Le mentí, diciéndole que era la segunda vagina que veía.
“Está… bien… pero deja en paz… mi botón” decía ella, entre gemidos.
Parecía una catarata. Sus jugos empezaban a mojar el piso y lo que era peor, mi avance apenas iba a la mitad.
Entonces, ardió Troya…
“¿Te… falta… mucho?” decía ella, que ya se movía más acostumbrada a mi vaivén.
“Voy en la mitad”
“¡Tienes que… sacarla ahora!”
“¿Por qué?”
“¡Marica!... ¡Porque tengo… que cagar!”
Carajos. Estaba tan cerca…
“Aguanta un poco” le dije. Empecé a embestirla con más fuerza y pellizcar sus pezones y su clítoris, para poder venirme más rápido.
Ella empezó a jadear. “¡Marica!... ¡No seas tan duro!... ¡Animal!”
Sentí que me venía en ella, pero a medida que descargaba mis chorros, se la saqué con violencia, la tomaba por los brazos y la sentaba en el excusado.
Fue justo a tiempo, porque ella devolvió todo mi semen y creo que definitivamente se corrió.
“¡Eres un imbécil! ¡Te dije que no te corrieras en mi pelo!” dijo ella, con su cara y sus tetas manchadas en leche.
La senté en el borde de la tina y encendí la ducha. Por suerte, tenemos ducha teléfono y empezaba a mojarle el pelo.

Sexo anal

Me preguntaba si me sentía bien, al ver que mi verga seguía hinchada.
Le dije que era normal, que me pasaba todo el tiempo. “Todavía estoy caliente, pero me puedo aguantar” dije en tono de broma.
Pero sus ojos parecían hipnotizados por mi verga. Me preguntó que qué hacíamos anoche con Marisol. Le decía que repasábamos sus lecciones.
Al parecer, es algo exclusivo de nosotros, porque ella me preguntó si las repasábamos en la cama.
Me reí un poco. Mientras hacía espuma con el shampoo, le explicaba que durante el día, estudiábamos los datos básicos. Pero en la noche, la interrogaba por los más específicos.
Pamela seguía sin entenderme. Le dije que mientras Marisol me montaba, le preguntaba por una fecha específica. Si acertaba, le daba una palmada en la nalga y “al parecer, tu prima es algo masoquista, porque casi nunca falla”.
Me preguntó que si era efectivo y según lo que contaba Marisol, lo era. Marisol creía que si eras capaz de recordar algo en el momento de un orgasmo, es porque lo habías aprendido.
Además, teníamos el legendario promedio del primer semestre (fue en todos los ramos, menos uno, la alumna más destacada) que parecía demostrar su hipótesis y mantener sus becas, lo que la hacía más feliz.
Mientras enjuagaba su pelo, me dijo que Marisol había tenido suerte de encontrar a alguien como yo. Le dije la verdad, que para mí fue una suerte encontrar a Marisol.
Le decía que durante mis años escolares y universitarios, nunca tuve novia, por ser otaku y todo eso y al conocer a Marisol, me había dado cuenta de que no estaba sólo.

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Le lavé su cara y sus tetas y al verla tan triste, le dije que se veía bastante bien sin maquillaje. Ella se puso roja con el cumplido, pero le dije que la hacía verse más honesta y pacífica.
Tomé el camisón, que con mis embestidas se había vuelto a salir por sus mangas y la tomé en brazos, para acostarla.
Su cama estaba fría, ya que habíamos pasado dos horas en el baño. Le pregunté si le molestaba, a lo que respondió que no. No sabía si había sido el sexo salvaje o el shampoo a base de ortiga, pero ella se veía más amistosa y tranquila conmigo.
La dejé acostada y fui a dormir al living.
Alrededor de las siete, llegó Marisol y me devoró a besos.

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Me dijo que la prueba había sido extremadamente fácil y que habían preguntado lo que repasamos el día anterior, así que me rogó a que la ayudara a repasar nuevamente.
Le dije que estaba muy cansado por cuidar a su prima y que quería dormir. Me suplicó de rodillas y me dijo que si me animaba, se vestiría de escolar nuevamente, por lo recuperé mis fuerzas de milagro.

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Ya tenía preparada la cena e incluso, le había servido a Pamela. Llevé mi taza a la habitación, ya que tendría que darle de comer nuevamente, pero para nuestra sorpresa, podía tomar la taza sin problemas.
Al parecer, nuestra experiencia la había entrenado al aguantar su peso con una sola mano. Marisol le preguntó cómo se sentía.
“Pues… me arde el culo” respondió, en un tono enojado, mientras yo me ahogaba con el té. Marisol le decía que era por estar tanto tiempo acostada, aunque Pamela me dio una mirada de furia que me explicó bastante bien la causa.
Mientras iba a lavar la loza, Marisol llevó a Pamela al baño. Cuando terminé, le pregunté qué hacia fuera del baño.
Me dijo que seguía esperando a Pamela. Le pregunté que por qué no le ayudaba a limpiarla. Me dijo que no era para tanto. Pamela era algo torpe con su mano libre, pero nunca tanto para tener que entrar al baño acompañada…
¡La muy tramposa me había engañado!
Estudiamos unas dos horas y fiel a su palabra, Marisol se vistió de escolar. Mientras pellizcaba sus pezones y palmeaba su trasero, me pareció escuchar los gemidos de Pamela, lo que me puso más caliente.
Si su mano podía tomar la taza, probablemente, podía metérsela en su conchita…
Nuestro orgasmo fue épico y por un momento, pensé que reventaría el condón.

Seis por ocho (9): Nuestro amigo, el baño

Marisol quedó deshecha en éxtasis, sabiendo que al día siguiente le iría nuevamente excelente. Lo que era yo, estaba muerto de cansancio.
Desperté a eso de las seis y media. Marisol ya me estaba dando mi mamada matutina. Me pedía disculpas, mientras respiraba, pero había acordado con sus amigos para juntarse a las nueve a estudiar y si no me la chupaba antes de irse, le daba miedo que le fuera mal.
Sonreí con la simpleza de su preocupación y le ayudé a que tomara el ritmo. Me corrí nuevamente por montones, pero ella se encargó de dejarme limpiecito.
Fue al baño, se lavó los dientes, me dio un beso y cerró la puerta. Pensé en dormir por dos horas, pero para sorpresa mía, escuché “¡Marco!”, en lugar del acostumbrado “picha floja”.
Ahí estaba Pamela, bastante despierta, mirándome cubierta hasta la cintura, para poder ver el prominente escote de su camisón.

Sexo anal

No perdía atención al movimiento de enhiesta verga, que aunque no estaba en su esplendor, no podía pasar desapercibida.
Me pidió que la masturbara nuevamente, ya que nos había escuchado “estudiar” otra vez y aunque su mano estaba mejor, no se había podido consolar.
Al igual que Verónica, no me diría la verdad y mientras me enterraba en su vagina, me sentía bien satisfecho conmigo mismo. Porque cuando joven, no iba a fiestas y sólo estudiaba, pero ahora recuperaba el tiempo perdido con creces.
Otra media hora allí abajo, pero con la satisfacción que decía mi nombre. Por solo irritarla, le preguntaba que pasaba y ella me ponía la mano en la cabeza, para que siguiera dándole placer.
Paré cuando vi que estaba con sus tetas al aire, jadeando agotada. Luego vi esos ojos y sonreí.

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Me di media vuelta.
“¿Adónde vas?¿No quieres hacer tu panchuli?”
“No es necesario” le respondí “Sólo me daré una ducha y ya”
“Pero Marco…” decía ella, aun jadeando.
“¿Sí?”
“¿Cómo lo harás… cuando tengas que hacerlo con Marisol?”
Me llevé a la mano al mentón, como si tuviera que pensarlo.
“Pues no lo sé. Imagino que será algo que aprenda en el momento” le decía, con una pierna afuera de la habitación.
“Pero Marco… ¿Y si a ella no le gusta?”
“¿Que no le guste?” pregunté, fingiendo no saber.
“Sí… tú sabes… que seas muy violento con ella.” Me decía ella, casi sin mirarme.
“Pues, no tienes que preocuparte. Trataré de ser delicado” le dije, saliendo de la habitación.
“¡Marco!” llamó ella.
“¿Dime?” pregunté, sonriendo con cinismo.
“Yo… la quiero” reconoció finalmente avergonzada.
Nos acomodamos como el día anterior. Incluso sus tetas estaban húmedas.
“Probablemente, tengas que bañarte de nuevo” le decía, mientras empezaba a moverme
“Sí… mientras no seas tan bruto” me decía ella, como si no le gustara.
Marisol, Verónica y ella hacían el mismo gesto: ponían la misma cara, cuando decían que no querían algo, pero en el fondo, lo deseaban.
Sonreía, recordando cuando metía las manos debajo de las bragas de Marisol en el cine o cuando Verónica me daba mamadas por la mañana. El mismo gesto, el mismo discurso.
Empezaba a tocar la cabeza con su boca. Era genial. La muy golosa incluso sacaba la lengua.
“¡Ay! ¡No seas tan brusco!” me decía ella, cuando pellizcaba su pezón.
“Tú dijiste que la querías. Entonces, tienes que aguantarte”
Aunque le dolía, su lengua lamía con mayor frecuencia. Sus tetas se deformaban, como globos de agua.
“¡Cuidado con tu pelo!” le dije, pero había enterrado mi verga en sus labios. Como esperaba, botó la mayor parte.
“¡Diablos! ¡Te manchaste entera otra vez!” le dije, con un tono burlón.
“¡Tonto!” me dijo ella, riéndose porque la había descubierto.
Mientras la cargaba al baño, le dije que fue por haberme engañado con su mano.
Dicen que el sueño ayuda a solucionar los problemas. En mi caso, fue cierto, porque me permitió solucionar algunas dificultades.
El baño se convertía en un buen número de potenciales soluciones, para un tipo tan caliente como yo. Incluso el simple acto de sentarla en el excusado le daba el descanso y la altura adecuada para darme una mamada como corresponde.
Pamela la deseaba bastante. Lo notaba por su forma de chupar. Era parecida a Verónica, pero la diferencia era que lo hacía dando gemidos de placer. Le gustaba mi sabor, mientras que a Verónica le gustaba porque era un placer que no había disfrutado en años.
Mi verga alcanzaba a meterse casi tres cuartos. Si le daba más, Pamela empezaba a ahogarse.
“¡Prepárate!” le dije “No voy a sacarla.”
“¡Idiota!”, respondió ella, con mi verga en la boca.
Fue impresionante ver cómo mis jugos escapaban por los labios de Pamela, manchando sus ya pegajosas y excitadas tetas.
“¡Eres un cretino! ¡Un maldito canalla!” me decía ella, con su acento madrileño enojado.
“Sí” respondía yo “soy un canalla. Pero tú me sigues chupando la verga para limpiarme”
El excusado también servía para hacer Paizuris, dándole apoyo en la espalda con el estanque, aunque ella prefería el que le hacía en la cama, porque mi verga quedaba más rato dentro de su boca.
Por último, el plato fuerte: Sus piernas abiertas, su trasero paradito y su hoyito dilatado. Y mi verga, lista para un round final.
“¡Por favor, sólo métela! ¡Sólo métela!” decía ella.
Y como sé darle lo que el público quiere, se la metí, aunque ella exclamó
“¡Coño!... está bien. ¡Hagámoslo de una buena vez!”

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Fue entonces que caí en cuenta de qué cosa quería.
Pero ya era tarde y había tomado una elección. Empezaba a bombear y ella a dar gemidos.
“¡Vamos! ¡Atrévete, cabrón! ¡Agárrame una teta!”
No sabía si me estaba desafiando o amenazando. Su mano libre aclaró mis dudas.
“¡Jo! ¡Apuesto, cabrón, que te vienes si me tocas la pepita!”
Y tomó mi mano y apretaba su clítoris. Era una catarata de nuevo y otra vez, me tocaría limpiar el baño.
“¡Vamos, Marco! ¡Vente en mi culo! ¡Vente, vente, vente! ¡Oh! ¡Oh! ¡Ah!”
Y obedientemente, me vine en su culo. Ella también se corrió. Fue fenomenal.
“¡Marco, eres un hijo de perra! ¡Te atreviste a venirte en mi culo! ¡Eres un maldito!”
Esperé un rato, agarrando sus tetas que parecían ubres de una vaca. Finalmente, mi verga se encogió a tamaño normal y pudimos despegarnos.
Me preguntó si acaso ahora podía lavarla. Le dije que no, que era mejor esperar. Me dijo que olería a diablos si no se bañaba.

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Cuando le respondí que si nos aguantábamos, podíamos hacerlo de nuevo, después de almorzar, decidió no volver a protestar.
Eran recién la una de la tarde. Pensaba que teníamos otras cinco horas más antes de que llegara Marisol. Por protocolos internos, las pruebas se rendían a las cuatro de la tarde para los diurnos. Seguramente, era para darles más tiempo de estudio.
Puse unas poleras sucias sobre las sillas y senté a Pamela, desnuda.
“¡Eres un pervertido de mierda! ¡Te gusta mirarme las tetas!” decía ella.
“¡Sí, y tú eres una puta que le gusta chupar mi verga!” respondí yo.
Nos reímos y seguimos comiendo. Ella no creía que me podría recuperar tan rápido, pero mientras llevaba los platos, mi antena estaba desplegada nuevamente.
La llevé al baño y la senté en el excusado. Le abrí las piernas y empecé a comerle el coñito. No pasó mucho para que tuviera su primer orgasmo.
La lamí un poco más. Luego ella chupó mi verga y nuevamente, estábamos listos para el plato de fondo: su trasero paradito, sus piernas abiertas y cuando mi verga se aproximaba a rajita, escuché claramente:
“¡Anda, Marco! ¡Rómpeme el culo!”

Seis por ocho (9): Nuestro amigo, el baño

Eran órdenes y había que obedecer. Tomé su teta y su botón otra vez y empezábamos a fundirnos en placer. Podía sentir mi verga rompiendo su interior, desgarrando y ensanchando sus intestinos.
“¡Sí, Marco! ¡Sigue así! ¡Rompe mi culo!”
Sonriendo, recordaba al Enterprise. “Estaba yendo, donde ningún hombre había llegado jamás”
“¡Carajo! ¡Siento tus bolas! ¡Sigue, Marco, sigue! ¡Mi culo es tuyo, para que lo rompas siempre!”
Fue la mejor corrida. Estábamos muy cansados.
Se veía tan sumisa, indefensa, débil. Y claro, apestaba a sexo, semen y sudor. Pero lucía mejor que cuando la conocí.
Lavaba sus blandos pechos, con delicadeza. A ella le molestaba que la mirara con ternura.
Ella preguntó por qué la odiaba. Le dije que la odiaba, porque se había acostado con mis amigos. Bajó la mirada y me dijo que lo había hecho para que me fijara en ella.
Tuve que parar y pedirle que me mirara a los ojos. Estaba arrepentida, pero ella siempre había sido el centro de la atención y aunque la primera vez que me vio, no le causé tanta impresión, fui el único capaz de ignorarla.
Con Marisol, siempre habían hablado de chicos. Mientras que Pamela le contaba los defectos de uno y otro de sus novios, Marisol seguía ilusionada en que algún día conocería el hombre de su vida.
Cuando le habló de mí, Marisol parecía vivir en las nubes. Me decía que era como uno de esos personajes tontos japoneses, que siempre tienen mala suerte (yo me sentía muy identificado), pero que en el fondo, tenían buen corazón y lo que más le gustaba: que yo era real.
Pero Pamela desconfiaba y quería demasiado a Marisol como para que alguien jugara con sus sentimientos, así que se ofreció como carnada, pero yo no pisé la trampa.
Mientras Pamela se daba cuenta que cada hombre era igual al otro, Marisol le decía lo contrario y me proponía como ejemplo.
Mientras que Pamela se acostaba cada noche con un hombre distinto, una vez que acababan, se largaban y la dejaban sola.

Sexo anal

Cada vez que hacíamos el amor con Marisol, yo me acurrucaba y pasábamos la noche juntos.
Mientras que Pamela no podía contar con ninguna de sus parejas, Marisol sabía que siempre estaría para ayudarla.
A nadie le importaba los deseos de Pamela o si ella se sentía satisfecha. Marisol podía contar conmigo, hablando con franqueza y siempre estaba pendiente de cada uno de sus deseos.
Cuando su tía Verónica le propuso que me quedara en casa de Marisol, no pensó que me recibiría de buena gana, pero aunque apenas nos hablábamos, igual me preocupaba de que tanto ella como Marisol estuviera cómoda.
Se reía al recordar cuando sufrió su accidente. Había sido porque subió al bus con algunas copas de más, llegó a la parada y se tropezó con un poste de señalización.
Lloraba de tristeza porque su propia estupidez complicaría a Marisol, pero ella mostraba fortaleza, al decirle que aunque no podría cuidar de ella todo el tiempo, Marco estaría a su lado para todo lo que necesitara.
Pamela le dijo que no me creía y Marisol, que siempre tuvo confianza en mí, le dijo que tratara de seducirme.
Ella le dijo que no era justo, que yo no era su tipo, pero no. Marisol sabía que me gustaban las mujeres pechugonas.
Así que pretendió no saber lo que ocurriría en su antigua habitación.

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Aunque el lunes se reía, pensando lo roja que estaba mi cara y que inútilmente, trataba de ocultar mi erección, para después engancharme en el colgador de ropa interior.
Por lo menos, Pamela sabía que era hombre, pero no creía que fuera capaz de cuidarla tan bien como decía Marisol.
Pero mientras esperaba mi llegada, caminando de un lado para otro, le decía con la misma confianza que la cuidaría y así fue.
Lo del vaso y del almuerzo fueron un gran alivio. Al menos, no la dejaría morir de hambre. Pero el tener que ir a orinar y que le hiciera compañía fue para probar qué tan caballero podía ser.
Pero le estalló la broma en la cara cuando me pidió que la limpiara. Lo hice tan suavemente y tan delicado, que empezó a excitarse y aunque trataba de no pensar en ello, mi mano la seguía rozando con delicadeza.
Estaba tan excitada y sin saber qué hacer, que casi bromeando, me mandó a llamar y me pidió que la masturbara.
“Entonces este es su límite…” pensó ella, algo desilusionada, al verme dudar, que empezó a cerrar las piernas, pero al verme tomar acción, se asustó y me dejó continuar.
“…Y así llegamos, con mi culo roto, en la tina” dijo ella, terminando su relato.

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Estaba perplejo. Nuevamente, todo parecía planeado de antemano y me sorprendía la confianza de Marisol.
Mientras la cargaba a su cama, me preguntó si en otro tiempo, le habría gustado, a lo que respondí que sí, que ella era bien guapa.
Dormí por tres horas, tratando de recuperar mis fuerzas. Como a las siete, volvió Marisol y me dijo que era un genio, un amor y me llenó de besos.
Yo sólo sonreí, pensando en la confianza que ella tenía conmigo y me prometió que, después de que estudiáramos, “por ser un niño tan bueno, se vestiría con su disfraz de marinerita”.

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Aunque mi verga ya no quería más guerra, la mención de ese disfraz la recuperó milagrosamente de nuevo.
Y luego de hacerla trabajar otras tres veces más, nos acurrucamos y dormimos.
Así pasaron los días: la mamada de Marisol, la masturbada de Pamela, el “Paizuri”, otra masturbada para Pamela, una mamada para mí, romperle el culo a Pamela, almorzar, masturbada para Pamela, mamada para mí, romper el culo de Pamela, bañarla, bañarme yo, limpiar la loza y el piso, dormir unas horas, estudiar con Marisol, cenar, repasar con Marisol, sexo con algún disfraz llamativo y a dormir.
Sin embargo, el jueves recibí una llamada mientras dormía, que alteró mi rutina. Debía presentarme a mi oficina al día siguiente. Ni siquiera imaginaba que esa llamada me permitiría, eventualmente, manosear a mi cuñada…


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