Esposa mirona P1

Carlota llevaba sólo tres meses viviendo en la ciudad, una ciudad pequeña de unos treinta mil habitantes, y ya se sentía muy agobiada. Había pasado el verano y los niños empezaban el cole, lo que agudizaría mucho más esa vida tediosa que llevaba. Había tenido que dejarlo todo por acompañar a su marido en su nuevo destino. Le habían trasladado a la otra punta del país. Atrás dejaba su hogar, toda su familia, sus amigos y su entorno. Jose, su marido, trabajaba en un banco y le habían ascendido a director de oficina con su nuevo traslado, subiéndole el sueldo y la categoría. Pero le exigían más, le exigían objetivos comerciales y para conseguirlo se pasaba la mayor parte del día trabajando. Además, era un hombre muy asustadizo y se acongojaba con cualquier cosa, sin agallas para afrontar los retos de cada día, y vivía sumido en un continuo estrés y agobio que influía en la buena marcha de su familia y en su relación de pareja.

Carlota se sentía muy sola, el aburrimiento la mataba, todo era muy distinto a cuando estaba en el pueblo rodeada de amigos y de sus hermanas. Pero por la prosperidad de su marido, había renunciado a esa felicidad. Sabía que le iba a costar la nueva vida, debía tener paciencia, confiaba que el tiempo la ayudara a establecerse, a conocer a gente. Su marido salía a las siete de la mañana y no regresaba hasta la noche, y todo en una ciudad desconocida donde aún no habían hecho amistades. El verano más o menos lo había llevado bien gracias a los niños, Pablito y Daniel, de siete y ocho años, pero ahora que habían empezado el cole se ahogaba en casa. Tenía cuarenta años, igual que Jose. Llevaba trece años casada con él, más otros diez que estuvieron de novios, prácticamente llevaba media vida a su lado. Le amaba, pero su vida se había convertido en un encefalograma plano.

Era una mujer guapa y maciza, coqueta, de rasgos llamativos. Era bastante alta y delgada, la delgadez típica de una madura cuarentona. Tenía una melena castaña voluminosa de cabellos largos y ondulados, por debajo de los hombros, con la raya al lado dejándole un flequillo redondeado sobre la frente, ojos verdes preciosos, nariz pequeña y redondita, labios finos y tez blanca. Era más bien tetona. Tenía buenos pechos, gorditos, blandos, muy redondos, muy pegados entre sí, cuando iba escotada lucía el hondo canalillo y podía apreciarse el volumen. También era un poco culona. Amplio y ancho, pero redondito, para lucir con prendas ajustaditas.

Últimamente discutía mucho con su marido porque siempre estaba desganado para todo. Él lo achacaba siempre a lo mismo, al dichoso estrés del trabajo, al jefe de zona, un cabrón muy exigente que le metía mucha caña, llamándole al móvil incluso los días de fiesta. Ella comprendía que trabajaba bajo mucha presión, pero tenía un buen sueldo y debía aprender a desconectar, a plantarse ante su jefe, a no meter siempre el rabo entre las piernas. Los fines de semana no le apetecía salir, los días de diario estaba trabajando, hasta se habían reducido considerablemente sus relaciones sexuales. A veces salía sola al parque con los niños o les llevaba al cine. Trataba de animarle, pero vivía bajo una depresión constante.

Una esposa aburrida y sola la mayor parte del día es peligrosa para un marido tan alelado como Jose. Un hecho inesperado puede acarrear consecuencias nefastas para la pareja. Era jueves por la noche. Ya habían cenado y los niños ya llevaban un rato acostados. Estuvieron viendo un rato la tele y sobre la medianoche se fueron a la cama. Carlota se puso cariñosa, le apetecía hacer el amor y empezó a tocarle bajo las sábanas, pero Jose le dijo que le dolía la cabeza y que necesitaba descansar, que el fin de semana lo harían. A Carlota le sentó fatal el rechazo de su marido, se sintió como una imbécil, ella siempre tomaba la iniciativa y más de una vez se encontraba con una negativa. Ni siquiera en los momentos de intimidad tenían vida.

Se quedó pensativa en la cama, cobijada en la oscuridad, lamentando el traslado de Jose. No era capaz de conciliar el sueño. Se puso a dar vueltas, pero, entre la falta de sueño y los ronquidos de su marido, no podía. Vivían en un adosado de dos plantas en un residencial de las afueras. Se levantó de la cama sin encender la luz y se puso la bata. Cogió el paquete de cigarrillos y salió a la terraza. Hacía una temperatura muy agradable con luna llena. Reinaba el silencio a la una de la madrugada. Era una terraza amplia y cuadrada con vistas a la calle. Enfrente había otra fila de adosados con similar construcción. No había barandilla, sino un pequeño muro de piedra de cierta altura, por los pechos, al menos para los críos no había peligro de precipitarse.

Se puso a fumar deambulando por el espacio cuadrado de la pequeña terrazita. Se sentó y se levantó, gozando de las caladas. Estaba indignada. Se acercó y se asomó a la calle. Ellos dormían en la segunda planta. No se veía a nadie por el barrio. Todo era silencio. Todo el mundo dormía. En el adosado de enfrente, en una habitación de abajo, vio luz encendida. Había unas cristaleras de acceso al patio. Veía una cama estrecha y una mesa de ordenador al lado. De pronto vio aparecer un chico desnudo, de unos dieciocho o diecinueve años. Se echó a un lado para que no la viera, aunque permaneció inclinada, observando.

Era un chico muy guapo, muy jovencito, podría ser su hijo, pero estaba bueno. Era delgado sin muchos músculos, piel muy blanca, algunos pelillos en el pecho y tenía una verga floja que parecía un trozo de chorizo, con el glande bajo el pellejo, como con fimosis. Era de piel rosada y fina en contraste con su piel blanca. La verga se balanceaba golpeándole los muslos al moverse, muy floja. Tenía un vello naciente, como si se hubiera depilado hace poco. Y sus pelotas eran redondas como una pelota de golf, de tono más rosado que la verga, con pelillos más largos. Era rubio con el pelo corto.

El chico se puso a preparar una mochila con libros. Le veía de perfil y de frente, con la verga sin parar de balancearse. Le vio de espaldas. Tenía un culo estrecho y blanco, cerradito, de nalgas ligeramente abombaditas. Le vio inclinarse y le vio las pelotas colgando entre sus muslos. No paraba de ir de un lado a otro, a veces desaparecía y regresaba. Carlota sonrió al estrujar el cigarrillo contra la pared. No estaba bien que espiara a aquel jovencito, era una mirona, pero era lo más emocionante que le había pasado desde que llegó a la ciudad. Miró hacia el interior del dormitorio. No quería que su marido la descubriera espiando a su vecino, a un joven desnudo.

El chaval se sentó ante la mesa del ordenador y abrió el portátil. Pulsó unas teclas y se activó una película porno, la escena de una orgía. Se reclinó, se agarró la verga y se la empezó a machacar, atento a la pantalla. Carlota, alucinada, arqueó las cejas al ver cómo se masturbaba. La verga se le iba poniendo dura y cada vez se la cascaba más deprisa, sin desviar la mirada de la pantalla. Qué escena tan morbosa, pensó Carlota, hasta se estaba excitando viéndole. Podía ver cómo se movían sus pelotas al tirarse y cómo el capullo asomaba bajo el pellejo. Al cabo de un par de minutos, manó leche hacia los lados, manchándose toda la mano. Cerró el portátil y se limpió con un slip. Después se pasó a la cama, tendiéndose boca arriba. Aún tenía la verga dura y empinada. Parecía un palote. Extendió el brazo y apagó la luz. Ahora sólo veía su silueta.

Carlota regresó a la habitación, se quitó la bata y se echó al lado de su marido. Qué morbo ver cómo su joven vecino se masturbaba. Había sido agitador y se notaba excitada. Se metió las manos en las bragas y empezó a acariciarse con los ojos cerrados, como rememorando la escena, hasta que sintió un gusto especial y paró. Sonrió de nuevo burlándose de sí misma, a su edad, masturbándose por haber pillado a su vecino haciéndose una paja. Al final se quedó dormida.

Desayunó con su marido y sus hijos. Al levantarse se acordó de lo vivido en la terraza. Le hacía gracia. Y se había excitado por lo morboso de la situación. Cuando salió a la calle para llevara a los niños al cole, junto con su marido, le vio salir de la casa acompañado de otros dos jóvenes más o menos de la misma edad. Iba bien vestido, como un pijo, y de cerca aún era más guapo. Los chicos pasaron por su lado y dieron los buenos días, pero ni siquiera se fijó en ella. Era imposible que un joven tan guapo se fijara en una madura de 40 años con dos niños, pensó. Le miró el paquete. Sonrió para sí misma, ella le había visto sus partes y él ni siquiera lo sabía.

Al mediodía se asomó a la terraza al tender la ropa y le vio por la habitación, con los dos amigos y una chica a la que le dio un beso en la boca, una chica muy mona, seguro que su novia. Pensó que seguramente eran estudiantes que compartían piso. Después por la tarde llevó a los niños al parque y pasó delante de ella agarrado de la mano de su novia. Ni la miró. Carlota si se fijó en el bulto de su bragueta y al verle de espaldas en su culito estrecho. Vio cómo abrazaba a su novia. Carlota sonrió. Si la novia supiera que se masturbaba con pelis pornos y que su vecina cuarentona era una mirona.

Llegó la noche. Acostó a los niños y mientras cenaba con su marido, mientras escuchaba sus penas del trabajo, se acordó del joven y le entró el gusanillo de volver a espiarle esa noche, por puro morbo y emoción. Se acostaron después de la media noche. Carlota esperó a que Jose se durmiera, después se levantó, se echó la bata por encima y se encendió un pitillo. Salió a la terraza. La suerte es que con el pequeño muro a ella sólo se la veía, desde la calle, de los pechos hacia arriba. Avanzó despacio hasta que tuvo una visión de la habitación. Estiró el cuello y le vio, desnudo, recostado sobre el cabecero, masturbándose despacio mientras hojeaba una revista de tías en pelotas. Ya la tenía muy erecta.

Se quedó atenta a los lentos movimientos de la mano, a cómo aparecía el capullo bajo el pellejo, al reposado movimiento de las pelotas. Empezó a excitarse. Se mordió el labio. Con una mano sostenía el cigarro y la otra se la metió dentro de las bragas para acariciarse la vagina. Miró hacia la habitación. Jose roncaba. De nuevo estiró el cuello centrándose en la verga. Ummm, cómo se la meneaba. Qué excitante. Ella se enredaba con los dedos en el coño. Le dio una calada al cigarro y la humareda alertó al chico. Giró la cabeza hacia la terraza de manera repentina y la pilló asomada.

Enseguida, nerviosa, Carlota bajó la cabeza y estrujó el cigarrillo en el suelo, acongojada.

- Joder – musitó para sí -. Seré imbécil, qué corte.

Dudaba si la había pillado. Volvió a estirar el cuello y le vio. Seguía masturbándose con más ligereza y seguía mirando hacia la terraza. Se sostuvieron la mirada un par de segundos y de nuevo bajó la cabeza. Se estaba metiendo en un lío, ahora el chico ya sabía que le espiaba y que era ella, seguro que por las farolas, le había visto la cara.

Sonrió por la aventura morbosa que estaba viviendo a su edad. Qué corte. Pero el riesgo y la mirada del chico avivaban la excitación. Dio un paso lateral y se irguió apoyándose contra la pared. Se inclinó lo justo para asomar sólo el ojo. Seguía mirando hacia ella. Le miró la verga, se la cascaba muy deprisa. Seguro que la estaba viendo asomada. Empezó a tocarse la vagina por encima de las bragas, masturbándose a la par que él. Le vio eyacular y un segundo más tarde ella sintió el gusto. La estaba mirando y ella le miraba a él, ahora sólo acariciándosela muy despacito, toda manchada de semen. Carlota apartó la cabeza y entró en la habitación, echándose en la cama. Era consciente de que había sido muy imprudente, de lo que el chico estaría pensando ahora mismo de ella, que era una mirona y una perturbada. Qué vergüenza. Se arrepentía de haberse arriesgado, aunque pensaba que el chico no se lo recriminaría delante de su marido.

A la mañana siguiente, sábado, salió con Jose y los niños y coincidió cuando los tres chicos salían de la casa de enfrente y se dirigían hacia ellos con sus mochilas. Eran universitarios en un piso de estudiantes. Los otros dos eran más feos, uno más raquítico y más alto y otro más gordito. Ella iba con ropa cómoda, unos tejanos ajustados y un jersey blanco. Se puso nerviosa. Le dieron los buenos días a Jose y al pasar por su lado, el chico la miró.

- Hola, buenos días – le dijo con una voz dulce.

- Hola.

Se sonrojó al saludarle y le vio sonreír. Ella también le sonrió a él. Fue una mirada cómplice entre los dos que le abrasó las entrañas. Después se alejaron hacia la parada de autobús, pero el chico volvía la cabeza para mirarla. Esa misma tarde volvió a verlo en el parque, iba con su novia, agarrados de la mano. De nuevo la miró y la saludó con otro “hola”. Carlota le devolvió el saludo y enseguida se puso a mecer al niño en el columpio. Se sintió un poco culpable por tontear con aquel jovencito, pero estaba deseando que llegara la noche para mirar.

Al ser sábado, estuvieron viendo una película juntos hasta más tarde. Carlota estaba pendiente de la hora, pero tampoco podía obsesionarse. Se fueron a la cama cerca de las dos. Jose se quedó dormido enseguida. Se levantó, se puso la bata y salió fuera, pero tenía la luz de la habitación apagada. Seguro que estaba de marcha con su novia y sus amigos, diferenciaba a través de la penumbra que tenía hecha la cama.

Se fumó tres cigarrillos deambulando alrededor de la terraza, esperándole, obsesionada. A veces se asomaba a la habitación para asegurarse de que Jose dormía. Para ella significaba una aventura emocionante en su vida aburrida como esposa. Hacía bastante frío, estaba helando, y llevaba un rato sentada en la silla. Oyó un ruido y cerró los ojos, como tratando de convencerse de que debía ser prudente y meterse dentro sin mirar. Pero el morbo la empujaba. Se levantó y dio unos pasos, descalza, muerta de frío, hasta que pudo asomarse por encima del pequeño muro. Allí estaba, en la cama, igual que la noche anterior, recostado sobre el cabecero, sin revistas, cascándosela velozmente y mirando hacia ella. Carlota le sostuvo la mirada y bajó sus dos manitas para enredarse dentro de las bragas. Él no podía verla a ella por la altura del muro, sólo de cuello para arriba. Ya no le importaba que la viera. Cómo se la meneaba, que rica, cómo se le movían las pelotas. Se bajó la delantera de las bragas con una mano y se lo empezó a agitar fuerte con las yemas de la derecha. Se mordía el labio, soltaba un bufido, mirando fijamente. A veces se miraban a los ojos y se sonreían. La incitaba acariciándose las pelotas y aflojando la marcha. A veces miraba hacia atrás para comprobar a su marido. Sintió un escalofrío muy fuerte y cerró las piernas apretándose la mano, chorreando flujos vaginales. El chico podía verle su rostro de placer con el entrecejo fruncido y apretando los dientes. Él también se corrió, la verga se puso a salpicar leche hacia arriba y a gotearle sobre el vientre.

Se habían masturbado juntos. Se sonrieron. El chico la saludo con la mano y ella se lo devolvió sacando su mano, después retrocedió hasta meterse dentro. Se echó en la cama. No podía creer lo que estaba haciendo, masturbándose a la vez con su vecino joven. Tenía la sensación de que compartía más con su vecino que con el pelele de su marido, al menos resultaba más apasionante. Pero sabía que no estaba bien y podía hacerse una idea de lo que el chico pensaría de ella.

El domingo por la mañana se levantaron todos tarde y no salieron de casa. Jose se puso a trabajar en unos expedientes del banco, los críos vieron la televisión y Carlota estuvo toda la mañana ensimismada, entre la excitación y el arrepentimiento. No se atrevió a asomarse a la terraza en plena luz del día. Por la ventana del salón le vio salir con sus amigos y luego regresó acompañado de su novia, una chica monísima que no sabía que su novio se masturbaba para una mujer madura como ella. Qué vergüenza.

En la comida, Jose la notó rara, muy callada, como ida, pero ella le dijo que eran jaquecas. La notaba muy alicaída y le propuso salir a dar una vuelta con los niños. Carlota le dijo que sí, que le vendría bien tomar el aire, pero su verdadera intención era intentar ver a su particular y desconocido amante. Mientras que Jose se puso un chándal, ella se puso muy guapa, se vistió para él, se esmeró en maquillarse y colocarse su melena castaña y ondulada. Se puso una minifalda blanca con cremallera trasera, medias blancas y unos zapatos también blancos de tacón bajo. Para la parte de arriba una blusa verdosa y un chaleco de piel. Iba muy elegante y llamativa, realzando las curvas de su trasero.

- Te has puesto muy guapa – le dijo su marido -. Si sólo vamos al parque. Vas hecha un pincel.

- Gracias, me apetecía arreglarme.

Salieron al parque. Los niños jugueteaban de un lado para otro con otros críos. Ella se sentó en un banco y cruzó las piernas, luciéndolas con las medias blancas. Algún hombre giraba la cabeza para mirarla. Jose comía pipas de pie a su lado, pendiente de que los niños no se alejaran. Le vio venir. Delante venían sus dos compañeros de piso y él venía detrás con su novia. La chica le llevaba un brazo por la cintura y se recostaba sobre él. A medida que se acercaba, se empezaron a mirar a los ojos. Iba muy guapo con un pantalón vaquero y una camisa azul celeste. Sólo su manera de mirarla ya la excitaba. Vio que se fijaba en sus piernas, sus medias relucientes y su postura llamaban la atención. Al pasar por su lado, la miró. Su novia también.

- Hasta luego – la saludó con su voz dulce.

- Adiós – le correspondió algo ruborizada, evitando seguirle con la mirada.

Su marido se acercó al banco.

- ¿Quién es ese chico? ¿Le conoces?

- De vista, es vecino de las casas de enfrente. Son estudiantes, deben tener la casa alquilada.

- Sí, los he visto algunas mañanas.

Había llamado la atención de su marido. En cuanto pudo, miró hacia ellos. El chico volvía la cabeza. De alguna manera, con aquel joven desconocido estaba compartiendo algo muy íntimo. Les vio entrar en una cafetería de la plaza. Los niños regresaron saltando a los brazos de su padre, pidiendo chucherías. Carlota vio una oportunidad.

- ¿Tomamos algo y les compramos unos caramelos?

- Vale, sí.

Cada uno agarró un niño y Carlota les condujo hasta la cafetería donde había entrado su desconocido amante. Había bastante gente en la barra y sentada por las mesas. Les vio sentados alrededor de una mesita redonda, conversando y pidiendo unos refrescos. Le estaba haciendo arrumacos a su novia cuando se percató de que Carlota había entrado. Se miraron. La siguió con su mirada. Tomaron asiento ante una mesa rectangular, al lado de las cristaleras. Ella se sentó a un lado y Jose al otro, ella frente a su amante y Jose de espaldas. El grupo se encontraba unas mesas más allá. Pidieron un café. No paraban de lanzarse miraditas. Su marido se puso a leer el periódico y los críos a jugar en una piscina de bolas.

Estaba nerviosa. Le miró. Vio que le mostraba su móvil, como para que viera la marca, y entendió que quería conectarse por bluetooth. Su novia hablaba con los otros. Puso el silenciador y le buscó. Encontró un móvil de su marca y accedió a conectarse.

- ¿Qué haces? – le preguntó Jose.

- Es mi hermana Laly, está conectada al WhatsApp.

- Dale un beso.

- De tu parte.

Bajó la cabeza hacia el periódico. Al instante le llegó un mensaje.

<Hola, mirona, soy Marcos>

<Hola, soy Carlota>

Elevaba la cabeza para mirarle y se sonreían. Y su marido sin enterarse.



<Tú también> - le contestó.

<¿Estás con tu marido?>

<Sí>

<¿Te gusta mirarme?>

<Sí>

<¿Te pones cachonda?> - le preguntó.

<¿Tú qué crees?> - le puso.

<¿Quieres que me masturbe esta noche?. Me gusta que me veas>

<Sí>

<¿A qué hora?>

- sonrió al teclearle para que la viera sonreír.



Le vibró el móvil. Los niños seguían entretenidos y Jose centrado en el periódico.

- ¿Qué dice, Laly? – le preguntó sin apartar la vista de la lectura.

- Tonterías, ya la conoces.

Le había llegado una foto. La abrió. Era una foto de su pene y de sus pelotas, sentado en una silla. La tenía empinada y erecta hacia el vientre. Sintió un cosquilleo en la vagina y se mordió el labio. En ese momento no la miraba, la novia le susurraba algo al oído. Descruzó las piernas bajo la mesa y las abrió, comprobando a su alrededor que nadie miraba. Bajó la mano y se apartó las bragas a un lado. Después bajó la otra, colocó el teléfono entre sus rodillas y se tiró una foto. Se veía la cara interna de sus muslos, las bandas de encaje de las medias y las braguitas blancas apartadas. El coño se veía un poco oscurecido, pero se apreciaba su forma. Le envío la foto. Recibió un mensaje.

<Ummmm, qué coño tienes tan rico>



<¿Te masturbas cuando me miras?> - le preguntó.

<Sí>

-. Carlota miró por encima del hombro de su marido. Se había vuelto un poco hacia ella. Le llegó otro mensaje. <¿Vas a masturbarte ahora y a mirarme? Me lo debes, mirona>

<Sí> - le respondió.

Soltó el teléfono encima de la mesa. Jose le preguntó si había terminado con Laly y le dijo que sí. Le dijo que fuera a ver a los niños, que no se fiaba de Pablito. Jose se levantó y se dirigió hacia la piscina de bolas. Ahora podían mirarse a la cara, todo estaba más despejado. Bajó su mano derecha, mirándole a los ojos. La condujo entre sus piernas y se la apartó, hurgándose en el coño con el dedo corazón. Él no podía verla, pero no apartaba los ojos y se pasaba la mano por la bragueta.

Carlota resoplaba y entrecerraba los ojos, se echaba un poco hacia delante hasta rozar los pechos por la mesa. Le veía manosearse la bragueta. Se lo imaginaba masturbándose. Le miraba a los ojos, a los ojos azules. Se mordía el labio. Sintió mucho gusto, una avalancha de escalofríos. Frunció el ceño. Cabeceó y notó que mojaba, notó que se había meado un poco en las bragas. Subió la mano con el dedo húmedo y se lo chupó para que la viera, probó el sabor avinagrado del poco de pis. Se sentía muy mojada. Se sonrieron. Luego llegó Jose y le dijo que se iban, que los niños estaban poniéndose tontos. Marcos y ella se despidieron con una mirada cómplice.

Nada más entrar en casa, fue directa al baño. Se subió la falda y se vio las bragas un poco meadas, con unas manchas amarillentas. Había sido demasiado, aquel chico le proporcionaba un morbo desbordante que la descontrolaba. Antes de ducharse se masturbó mirando la foto de su polla en el móvil. Se sentía como si estuviera engañando al bueno de Jose con aquellos jueguecitos. Luego, cuando Jose se durmió, salió a la terraza para verle. Y se masturbaron juntos, ella mirándole. Se la sacudía tumbado en la cama, acariciándose las pelotas, mirando hacia ella. A veces el deseo le hacía sacar la lengua, como si quisiera probar un bocado. Cuando le veía eyacular paraba y se saludaban con la mano. Luego se echaba junto a su marido. Ver cómo se hacía pajas estaba convirtiéndose en una rutina cada noche.

El lunes por la mañana volvieron a verse. Él iba con sus compañeros de piso y ella con su marido y sus hijos. Se daban los buenos días y cada uno seguía su camino. Luego ella se masturbaba con la fotografía de su verga. Por la tarde estuvo en el parque con los niños, pero no le vio. Estuvo tentada a entrar en la cafetería, pero se arrepintió. No quería arriesgarse tanto. Era increíble lo que estaba compartiendo con aquel chico, un auténtico desconocido, un chico al que probablemente le doblaba la edad.

Ese lunes Jose vino muy cansado y ni cenó. Su jefe le había echado una bronca de campeonato y estaba muy deprimido. Se fue a la cama pronto después de tomarse un calmante para el dolor de cabeza. A Carlota no le importó. Acostó a los niños y estuvo viendo un rato la televisión, como esperando la hora pactada con Marcos. Sólo pensaba en él. Sobre la medianoche, subió a su habitación. Se puso el pijama, la bata y se encendió un cigarrillo. Jose dormía.

Salió y se asomó. Estaba con su novia en la cama y le estaba haciendo una paja. Permanecían los dos desnudos, él boca arriba y ella echada sobre su costado, meneándosela mientras se morreaban. Ella tenía un cuerpo de modelo, todo perfecto, con pequeñas tetitas y coño afeitado, de piel doradita. Se excitó al ver cómo se la agarraba y cómo le tiraba. Qué gusto, qué envidia. Cómo le gustaría masturbarle. Se abrió la bata y se metió la mano dentro del pijama para masturbarse. La novia empezó a besarle por el cuello y entonces Marcos giró la cabeza hacia la terraza. Se miraron. Le permitía que le viera liado con su novia. Carlota miraba a veces hacia atrás y enseguida miraba hacia ellos agitándose el coño con ganas. Vio que la novia se curvaba y se la empezaba a mamar. Marcos miraba hacia la terraza y Carlota se hurgaba con los dedos, muy excitada, imaginándose que era ella. Se corrió en su boca, la vio escupir leche en el suelo y carraspear. Carlota también se corrió, se manchó las manos de flujos vaginales. Vio que se morreaban y entonces retrocedió y se acostó. Era muy fuerte lo que acababa de ver, Marcos hasta le permitía que viera escenas con su novia. Le costó mucho dormir.

El martes por la mañana no le vio cuando salió con su marido y los niños. Salió a hacer la compra y se cruzó con su novia. Pobre chica, ella la estaba espiando. Sintió celos de que ella pudiera acostarse con él. Estaba empezando a obsesionarse en exceso. Se asomó varias veces por la terraza, pero tenía la persiana bajada.

Sorprendentemente, ese mediodía Jose fue a comer a casa. Su jefe estaba de viaje y necesitaba relajarse. Carlota lo lamentó, le hubiese gustado salir al parque para verle, sólo sus miradas ya le excitaban.

- Voy a salir con los niños, ¿quieres venir? – le preguntó ella.

- Sí, me apetece tomar algo.

Se arregló de una manera muy glamurosa, consciente de que su marido se iba a sorprender, porque nunca se arreglaba tanto los días de diario. Volvió a preguntarle que por qué se arreglaba tanto, y volvió a contestarle lo mismo, que necesitaba sentirse guapa. Se maquilló y se preparó su voluminosa melena. Se puso un jersey largo a modo de vestido, hacia medio muslo, de cuello alto y manga larga, de color rosa fucsia muy llamativo, a juego con el carmín de sus labios. Se puso un panty negro, sin bragas debajo. El jersey era ajustadito, quería engatusarle con sus pronunciadas curvas. Y para acentuar el glamour, unos zapatos negros de fino tacón, para mover el culo con estilo. Y salieron al parque, Jose con un chándal y ella excesivamente elegante. Los hombres la miraban al cruzarse con ella, volvían la cabeza, y cuando se sentaba lucía sus piernazas. Jose se dio cuenta y estaba un poco agobiado, pero tampoco se atrevía a decirle nada. Putos babosos, pensaba. No había ni un uno, tuviera la edad que tuviera, que no mirara al pasar al lado del banco.

Marcos pasó con sus amigos y su novia. Llevaba un pantalón negro de lino y un jersey azul de pico. Carlota y él se saludaron y se sonrieron. Jose vio cómo los tres chicos la miraban y pudo oír a uno de ellos.

- Qué buena está la cabrona, y madurita.

- Qué babosos sois – dijo la chica.

Carlota les vio entrar en la cafetería. Esperó diez minutos y le dijo a Jose si iban a tomar algo. Le dijo que sí, que así podría echarle un vistazo a la prensa. Había menos gente que el domingo por la tarde. Los niños fueron directos a la piscina de bolas y ellos tomaron asiento junto a la ventana. Vio a Marcos de espaldas, en la otra esquina, sentado al lado de su novia, frente a sus amigos. Pidieron y Jose se puso a leer el periódico. Carlota le daba vueltas al café cuando vio que Marcos miraba hacia atrás. Le vibró el móvil. Había recibido un mensaje.

<Estás muy guapa, mirona>

<Gracias, tú también estás muy guapo>



- le respondió ella.

<¿Quedaremos esta noche?>

<Sí, cuando se duerma mi marido>



Carlota frunció el entrecejo y miró hacia él. Estaba de espaldas.





- insistió, nerviosa, pero emocionada.



Carlota tragó saliva. Vio que volvía la cabeza para mirarla y le hacía una indicación con las cejas. Ella le sonrió como una tonta, excitándose con el tremendo morbo. Verle de cerca, en el servicio. La vagina le ardía. Pero era muy arriesgado allí en la cafetería, con su marido, sus hijos, la novia de él y toda aquella gente. Miró a su alrededor. Los niños se lo estaban pasando bomba con las bolas.

- Jose, voy al lavabo a orinar. Ten cuidado de los chicos.

- No te preocupes.

Cogió el bolso, se lo colgó al hombro y anduvo entre las mesas hacia el lavabo. Oyó algún piropo de tipos sentados por la mesa y alguno de los de la barra. El jersey corto fucsia llamaba mucho la atención, en contraste con sus medias y sus curvas. Los tacones resonaban. Empujó la puerta de los lavabos. Se cruzó con una mujer mayor. Se metió en el último habitáculo donde sólo había una taza con papel higiénico.

Oyó unos pasos. El riesgo era grande y la podían descubrir. Oyó su voz.

- ¿Carlota?

Entreabrió la puerta.

- Pasa.

Le dejó pasar y cerró echando el cerrojillo. Era un habitáculo estrecho y quedaron muy juntos, casi rozándose.

- ¿Qué tal? – le preguntó ella en voz bajita. Se dieron unos besos en las mejillas -. Qué corte, Marcos, no sé qué pensarás de mí… Te vi aquella noche y me dio un poco de morbo, luego me descubriste… Me da mucho corte esto, Marcos. Yo no soy así.

- Que eres una mirona traviesa – le dijo -. Eres guapísima. ¿Cuántos años tienes?

- Cuarenta. Puedo ser tu madre.

- Estás buenísima y no sabes lo que me gusta que me mires.

- No digas nada de todo esto, Marcos…

- No te preocupes.

- Voy a tener que salir, no quiero que mi marido sospeche.

- ¿Por qué no te sientas? Quiero masturbarme y que tú me mires. ¿Quieres mirarme?

Se mordió el labio, la excitación le abrasaba la vagina.

- Sí, pero tiene que ser rápido, Marcos.

- Siéntate.

Cerró la tapa y se sentó reclinándose hacia la cisterna, como si se hallara en la cabina de un sex shop, acomodada, dispuesta a ver un espectáculo porno en directo. Marcos se hallaba de pie ante ella, con la cintura a la altura de su cara. Se quitó el nudo del cordón.

- ¿Quieres verme la polla?

- Sí – jadeó seria.

Se quitó los botones y se abrió el pantalón de lino. La prenda cayó a sus tobillos. Se bajó el bóxer hasta las rodillas y desenfundó su verga, erecta y empinada, delgadita, de piel suave y rosada. Asomaba un trozo de capullo bajo el pellejo. Y sus pelotitas, duritas, con pelillos largos. Carlota le sonrió y le miró.

- Qué traviesos somos.

Se la agarró cascándosela despacio. Carlota se la miraba sin parpadear. Se la cascaba hacia su rostro, muy cerca, hasta podía olerla.

- ¿Te gusta cómo me masturbo?

- Sí, me pone muy caliente mirarte.

- Súbete el vestidito.

- De acuerdo.

Elevó un poco el culo de la taza y se tiró del jersey hasta la cintura. Abrió las piernas y volvió a sentarse.

- No llevas bragas.

- No.

- Ummm, qué coño tienes…

A través de la gasa del panty se le transparentaba el manojo triangular de vello, con los pelillos apretujados. Era un manojo denso que se extendía hasta las ingles. Ella le miraba la verga y él hacia las transparencias del panty. Acezaban ahogadamente para no hacer ruido. Carlota no pudo más, alzó la mano derecha y se la metió por dentro del panty para agitarse el coño con energía, exhalando por la boca, abriendo los ojos, frunciendo y desfrunciendo el entrecejo. Él también se la cascaba velozmente, observando cómo se movía la mano bajo la gasa. Parecía una competición mirándose el uno al otro, dándose cada vez más fuerte, Marcos de pie ante ella y Carlota reclinada sobre la cisterna.

Ella empezó a bufar con el ceño fruncido y la boca muy abierta, agitándose el coño muy deprisa, notando cómo le manaban flujos vaginales. La polla se agitaba a sólo unos centímetros de su cara y le venía su olor rico. De pronto empezaron a caerle porciones viscosas de semen sobre la gasa del panty, pegotes por los muslos. Marcos flexionó un poco las piernas y apuntó para derramar por la zona de su coño, hasta que fue aflojando la marcha. Carlota también paró y sacó la mano del panty. Se miró. Las porciones blancas destacaban en la negrura de la gasa. Tenía pegotes por la zona del coño. Marcos empezó a subirse el bóxer.

- Qué calentón, Carlota.

- Estamos locos, Marcos, tú y yo haciendo estas cosas.

Oyeron que entraba gente. Marcos se subió los pantalones deprisa y Carlota dio un brinco poniéndose de pie. Se le bajó el jersey sin limpiarse los salpicones de semen. Consiguieron salir sin que les vieran, primero Marcos y a los cinco minutos Carlota. Su marido le preguntó cómo es que había tardado tanto, pero ni le contestó. Notaba un sudor frío en el cuerpo fruto de la enorme tensión. Estaba toda salpicada de semen bajo el vestido, semen de un joven de diecinueve años que se había masturbado delante de ella. Salieron de la cafetería y dieron un paseo con los niños. Jose la llevaba abrazada. Volvieron a cruzarse con Marcos y se lanzaron una mirada cómplice.

Cuando llegó a casa, se metió en el baño y se quitó el jersey. Los manchones de semen se habían resecado, pero contrastaban con la gasa negra. La mancha de la cintura había traspasado la fina gasa y le había humedecido el vello del coño. Lo tenía pegajoso. Estuvo enjuagando el panty bajo el grifo y después se duchó. Era una locura, le entró pánico por lo sucedido. Estaba jugando con fuego. Esa noche, aunque le entraron ganas, no se asomó a la terraza. Tuvo miedo.

El miércoles procuró no coincidir con él al salir de casa para llevar los niños al cole. No es que la situación ya no la atrajera, es que quería superarlo. Aquel juego ponía en peligro su familia. Se había pasado toda la noche pensando en la escena del lavabo y se había masturbado con ello. Era una locura, se sentía muy puta, no quería hacerle daño a Jose, dejarse engatusar por aquel joven.

Comió sola y comió pensando en él. Recibió un mensaje suyo.



Sonrió.



<¿Y esta noche?>





Vistió a los niños y fue a su habitación a arreglarse. Iba a llevarlos al parque y cabía la posibilidad de que se vieran. Se vistió para él, esmerándose con el maquillaje y la melena para estar guapa, esta vez haciéndose una coleta. Le excitaban las fantasías que abordaban su mente. En la cafetería le había pedido cosas muy morbosas. Se puso una falda de tubo hasta las rodillas, de color rojo, pero con glamurosas aberturas laterales, con medias de color carne y zapatos negros. Y para la parte de arriba un jersey gris marengo de cuello alto.

Salieron al parque. Los niños se pusieron a jugar y ella se sentó en un banco. Era temprano, ni siquiera las cinco de la tarde. Le vio venir solo, ataviado con unos vaqueros y una camiseta blanca de manga larga.

- Hola.

- Hola, Marcos.

- ¿Puedo sentarme?

- Sí.

- Estás muy guapa.

- Gracias.

Se sentó a su derecha. Los niños iban y venían.

- Fue muy fuerte – le dijo él.

- Dímelo a mí, me puse muy nerviosa.

- Pero me gustó mucho.

- Me da mucho corte hablar contigo, Marcos, todo esto ha pasado porque salí a la terraza y te vi de casualidad. Y luego tú me descubriste y bueno, ya sabes la historia. Me dio morbo y bueno…

- No pasa nada, tranquila, nadie se va a enterar. Me excita que me mires. A los dos nos ha gustado y nos hemos relajado, punto. ¿no?

- Sí, supongo que sí. No me gustaría engañar a mi marido.

- Yo tampoco a Belén.

Se pusieron a charla hablando de sus vidas. Marcos le contó que tenía diecinueve años, que estudiaba derecho en la facultad y era de Barcelona. Habló de sus padres, también abogados, y le habló de Belén, su novia, una chica con la que llevaba saliendo casi dos años. Le dijo que la quería, que era de su barrio y estudiaba con él, y estaba enamorado de ella, pero que también el morbo al ver que su vecina le espiaba, una vecina mayor que él y muy guapa, hizo que se masturbara en su presencia. Compartía piso con los otros dos chicos. Carlota le habló de su vida, de su relación con Jose y de los motivos y problemas matrimoniales que la habían empujado a hacer lo que había hecho.

- Ya ves, Marcos, soy una esposa aburrida porque su marido es muy soso.

- Eres una esposa aburrida y mirona – bromeó él.

- No te burles.

Los niños se acercaron y pidieron chucherías. Fueron paseando hasta un quiosco, uno al lado del otro, como si fueran pareja, aunque más bien parecían madre e hijo. Marcos compró las chucherías y a ella la invitó a un helado. Pasearon un rato. Carlota se sentía excitada al coquetear con él. Aparecieron los dos compañeros de piso y Marcos se los presentó.

- Quique y Sancho. Ella es Carlota, nuestra vecina.

- Qué vecina más guapa tenemos – la piropeó Sancho.

- Para lo que necesitéis, estoy enfrente.

Se saludaron con unos besos. Rodeada de jóvenes que la bombardeaban con sus miradas por su madurez y elegancia. Quique el gordito, bajete y pelirrojo, y Sancho era alto y raquítico, con entradas en su pelo corto. Los chicos dijeron que iban a los billares, que le esperaban allí.

- Bueno, Carlota, ¿nos vemos esta noche? – le preguntó con una sonrisa pícara.

- No lo sé, Marcos, arriesgo demasiado -. Estaba muy a gusto con él y excitada -. ¿Y tu novia?

- Tiene exámenes, está estudiando.

Sonrió temblorosamente. Consultó la hora. Aún eran las cinco y media y Jose al menos no se presentaría hasta las ocho u ocho y media.

- ¿Quieres venir a casa y nos tomamos un café? Bueno, has quedado con tus amigos, ¿no?

- Sí, pero prefiero tomar un café contigo.

Iba a llevarle a casa, pero necesitaba tenerle a su lado para aplacar los escalofríos de placer. Le llevó al salón. Ella iba y venía por la casa, contoneando sus curvas maduras por efecto de los tacones. El jersey gris ajustado definía la silueta de sus pechos voluminosos. Los niños se pusieron a juguetear y a ver dibujos en la tele. Llevó una bandejita con dos tazas y se sentó a su derecha. Cruzó las piernas y la abertura lateral de la falda se le abría aún más, dejando a la vista parte de las bandas de encaje de sus medias.

Se miraron a los ojos.

- ¿Quieres que nos masturbemos? – le preguntó él.

- ¿Ahora? ¿Y los niños?

- Míralos, están embobados con la tele.

- Vamos al baño de arriba.

Se levantaron a la vez. Se acuclilló ante el mayor y le dijo que iba al piso de arriba a enseñarle una cosa a Marcos, que cuidara de su hermanito. Después marchó delante de Marcos hacia las escaleras. El joven la seguía, engatusado con los contoneos de aquel culazo maduro. Carlota volvía la cabeza para mirarle. Le guió por el pasillo y le abrió la puerta del lavabo, un lavabo amplio con forma de L. Encendió la luz y le dejó pasa primero, después cerró la puerta y echó el cerrojillo.

- Debo estar muy loca para hacer esto.

- Tú también me estás volviendo loco.

Ella se acercó a la taza, abrió la tapa y se volvió hacia él. Se subió la falda roja ajustada, descubriendo poco a poco los encajes de las medias color carne, hasta que aparecieron sus braguitas blancas de algodón. Se sentó y Marcos se colocó ante ella, con la cintura a la altura de su cabeza. Le miró sumisamente.

- Pídemelo – le ordenó el joven.

- Mastúrbate, por favor, quiero verte.

Comenzó a desabrocharse el cinturón con lentitud. No pudo aguantarse, alzó la manita derecha y se la metió dentro de las bragas, acariciándose el coño, mirando hacia su cintura. Marcos podía verle los pelos del coño por el hueco que dejaba la mano, podía ver cómo se revolvían los nudillos tras la tela. Se bajó los pantalones y después la delantera del bóxer. Se agarró la verga y se la empezó a cascar, haciendo que se movieran sus pelotas. Ella meneaba la mano con más agitación, con los ojos fijos en la masturbación. De nuevo competían. A veces se miraban.

- Bájate las bragas, quiero verte el chocho.

- Sí…

Elevó un poco el culo y se bajó las bragas, volviéndose a sentar, con las bragas tensadas cerca de las rodillas. Enseguida empezó a tocarse el chocho, mirando hacia la polla, como él miraba hacia su coño, compitiendo de nuevo. Carlota exhalaba muy fuerte y removía la cadera muerta de gusto. Marcos flexionó un poco las piernas.

- Quita la mano…

- Sí…

Retiró la mano, abriendo más las piernas para dejarle hueco. Machacándosela muy deprisa, acercó la verga, rozándole los pelos con la punta, hasta que empezó a derramar leche, un caldillo blanco que iba quedando atrapado en el vello, que discurría hacia sus labios vaginales y empezaba a gotear hacia el fondo de la taza. Le dejó blanqueado todo el vello con viscosos goterones. Marcos estiró las piernas acariciándosela despacio. Carlota, reclinada con la boca abierta y una expresión de placer, alzó la manita y se la plantó en el coño, enjabonándoselo de semen, como si aún estuviera muy cachonda. Él la miraba sin dejar de tocarse. Carlota frunció el entrecejo y apartó la mano pegajosa, abierta de piernas, con el semen reluciendo en el vello. Le salió un chorrito de pis hacia el fondo de la taza.

- Ahhhhh….

- ¿Estás meando? – le preguntó él.

- Sí… Me he calentado mucho… Me han entrado muchas ganas.

Le seguía cayendo un fino chorrito. Marcos se mordió el labio sin dejar de acariciarse.

- Quiero mear contigo…

- Sí…

Apuntó. Ella abrió más las piernas y cerró los ojos. Notó cómo le meaba el chocho. Suspiró electrizada, el chorro caliente le caía sobre el vello y resbalaba hacia sus labios vaginales para unirse a su chorrito. Abrió los ojos y vio cómo la meaba. Se miraron apretando los dientes. Le salpicaba las medias y las bragas.

- Esto es demasiado, Marcos…

El chorro se cortó y empezó a gotear. Marcos se sostuvo la verga sujetándosela por la base, con la mano izquierda, y extendió el brazo derecho, agarrándola de la coleta y acercándole la cabeza para que se la mamara. Se la comió entera, percibiendo el amargor de los resquicios de pis, y empezó a recorrer su verga con los labios, mamando al llegar al capullo. La mantenía agarrada a la coleta acompañando sus bocados mientras él mismo se la sujetaba. Vio que ella se masturbaba agitándose su coño meado. Marcos le hacía balancear su cabeza. Algunas babas discurrían por las comisuras y le goteaban en el jersey gris marengo. Se la mamaba a un ritmo constante y de la misma manera, manchándosela de carmín rosado. Estaba durita como un palo. Se la metía hasta la misma garganta.

Le ladeó la cabeza tirándole de la coleta con cierta brusquedad.

- Los huevos, chúpame los huevos… - apremió.

Le pegó la boca a los huevos duros, estrujándoselos con los labios. Sacó la lengua y empezó a lamérselos pasándosela por encima. Él se la sacudía con la izquierda y le mantenía la cabeza ladeada con la derecha. Lamía como una perrita una y otra vez, con los orificios de la nariz pegadas a ellos. Aporrearon la puerta. Era su hijo mayor llamándola.

Marcos le soltó la coleta ya desecha, pero continuó cascándosela. Carlota irguió el tórax.

- Ahora mismo salgo, cariño, un momento…

El niño insistía. Empezaron a caerle salpicones de leche en la cara, gruesos salivazos blanquinosos le cayeron en un ojo, por la frente y bajo la nariz. Alzó las manitas con los ojos cerrados. Le salpicó el jersey de pequeñas gotitas y uno le cayó en las encías inferiores.

- Voy, hijo…

Con la yema de un dedo, se quitó el pegote del párpado y escupió entre las piernas, dentro de la taza. Tenía toda la cara salpicada y el jersey manchado, como si hubiera nevado sobre él. Marcos ya se había subido la delantera del bóxer y estaba abrochándose los pantalones. Arrancó trozos de papel higiénico para limpiarse la cara y las manchas del jersey, aunque las manchas quedaron oscurecidas. Luego se limpió rápido la vagina meada y pegajosa. Se puso de pie y se subió las bragas, después se bajó la falta y volvió a hacerse la coleta.

- Salgo yo primera y luego te vas, ¿vale? Puede llegar mi marido.

- Sí, no te preocupes.



Abrió la puerta y cerró rápido para que el niño no viera a Marcos allí metido. Trató de entretenerles para que Marcos saliera sin ser visto. Oyó la puerta que se abría y se cerraba y respiró más tranquila. Y justo cinco minutos más tarde se presentó Jose. Venía como siempre, desfallecido. La pilló en el salón, buscándole un canal infantil al niño. Tenía varias manchas en el jersey, aunque por suerte eran manchas ya ennegrecidas por la humedad, como si hubiera absorbido la blancura del semen. Notaba las bragas mojadas debido a la humedad del coño. Se levantó y fue a darle un besito en los labios. Aún tenía el sabor de la polla, el sabor amargo y áspero.

- ¿Qué te ha pasado? – le señaló las manchas.

- Es agua, no te preocupes. ¿Qué tal?


continuara

4 comentarios - Esposa mirona P1

luisgerardo25
excelente a leer la parte dos.

gracias...