Entregando a mi esposa -Crónica de un consentimiento Prt 19

"¿Dígame?"
"Elena, soy Carlos" – El silencio que siguió a mi frase me hizo dudar de mi idea de llamarla, por un momento temí que colgara. – ", ¿te pillo en mal momento?"
"¡Hombre!, el desaparecido"
"Cierto, y no será porque no me haya acordado de ti"
"¡Quién lo diría!"
"Por eso quería llamarte, para disculparme"
"Pues te ha costado, hace dos o tres semanas que me lo dijo Pablo, pensé que te habías vuelto a olvidar"
"Nunca me he olvidado Elena, nunca"
"Es igual, no pasa nada"
"No, no es así, hubiera querido… no sé, hablar más, poder…" – Elena interrumpió mi incoherente discurso.
"¿Y María? ¿qué tal sigue?"
"Bien, como siempre, muy metida en su trabajo, en sus cosas"
"¿Os seguís viendo, no?" – recordé sus sospechas y procuré ser cauto.
"Si de vez en cuando, si las circunstancias son favorables"
"Ya, claro, recuerdo que aquella noche estaba muy molesta con vosotros dos, especialmente contigo, espero no haber sido yo la causa"
"En absoluto, se sintió engañada por el asunto de las habitaciones que reservó Pablo"
"Si las cosas no se hablan pueden causar estos efectos, aquello le debió parecer una encerrona, poco menos que un picadero"
"No le gustan las mentiras"
"A mi tampoco Carlos" – no quise entrar al fondo de aquella frase que por el tono en que fue dicha, parecía querer decir mucho mas.
"Sentí dejarte así, hubiera querido…"
"Déjalo, aquello ya pasó; Supongo que aclaraste las cosas con ella, ¿no?" – insistía en el tema de María donde me sentía incomodo.
"Si, aunque nunca me acabó de creer del todo"
"Creo que Pablo ya le ha contado cómo fue y eso te deja libre de responsabilidad ante ella".
"¿Y ante ti?" – Elena calló un momento.
"Conmigo no tienes ninguna obligación" – pensé decirle que con María tampoco pero no quería mentir tan explícitamente.
La charla se fue suavizando, poco a poco comenzamos a hablar como no pudimos hacer aquella noche; evité hacer cualquier referencia a lo que había sucedido entre nosotros aunque la cercanía de su voz reavivaba en mi la excitación del recuerdo de sus besos, el erotismo que emanaba al saberla desnuda bajo su vestido accediendo a mi deseo, la calidez de su sexo, su peculiar manera de gemir en mi oído…
"Me gustaría volver a charlar contigo, si es que te apetece" – le dije poco antes de despedirnos.
"Claro, ¿Por qué no? Cuando quieras"
Al colgar me di cuenta de que no necesitaba a Elena, no buscaba una aventura con ninguna mujer, no era eso lo que excitaba mi libido hasta extremos insospechados, me bastaba con María, siempre me había bastado con ella. En todos aquellos años jamás se me había pasado por la cabeza acostarme con otra mujer, pero Elena formaba parte del juego, era una pieza necesaria para mantener la tensión; María se excitaba imaginándome con ella, formaba parte de nuestras fantasías sexuales y no podía eliminarla sin perder una baza importante para alimentar su excitación al imaginarme con otra mujer, era la forma de hacer que entendiera mi propia excitación por verla a ella con Pablo.
El clima en casa había vuelto a la normalidad, sin mencionarlo habíamos dado por cerrada la absurda prueba que, en lugar de servirnos de estímulo, nos había alejado precisamente en unos momentos críticos para María. La entrada en escena de Pablo nos hizo olvidar por completo la pugna que manteníamos; Tan solo esperaba la ocasión propicia para averiguar qué fue lo que sucedió aquel día en el que, en teoría, salió de compras con Angela, aunque no esperaba grandes sorpresas.
María estaba radiante, vivía su relación con Pablo con una ilusión casi infantil, el hecho de poderlo hablar conmigo le proporcionaba una sensación de libertad que a ambos nos agradaba profundamente, para mí era el anuncio de lo que supondría compartir sus confidencias cuando algún día volviera a casa después de acostarse con él, para ella era una muestra más de lo unida que se sentía a mí, los pudores y prejuicios que al principio le frenaban al hablar de Pablo se habían disipado, ahora era capaz de reconocer abiertamente que le excitaba hablar con él, no necesitaba estar al borde del orgasmo para decirme que le hubiera gustado haber llegado a mas en Sevilla.
En el gabinete las cosas estaban tranquilas, tras el ultimátum que María le lanzó a Roberto parecía que éste había entrado en razón, apenas avanzaba mas allá de lo que había venido siendo habitual, un roce en su cadera al entrar, unos besos que eran la excusa para tocarla, unas miradas que se perdían en su escote a la menor ocasión… cosas a las que María se había habituado y a las que les restaba importancia. Tras aquel incidente María se había mostrado más distante y más reacia a sus manejos, como para hacerle entender que iba en serio, pero progresivamente fue bajando la guardia a medida que el proyecto avanzaba y ambos se sentían copartícipes del éxito que se anunciaba ya. Ese otro Roberto, el ocurrente, el divertido, el hábil negociador que la había situado en los círculos de dirección era alguien hacia el que sentía gratitud; lástima que lo estropeara de vez en cuando con sus torpes manoseos.
A veces me paraba a pensar y me parecía increíble que en poco menos de seis meses María estuviera en el punto en que estaba. Si notaba aparecer en mí la sombra de la inseguridad la ahogaba sumergiéndome en los recuerdos más morbosos. No podía evitar que en ocasiones sintiese el desasosiego ante la idea de que compartirla la pudiera alejar de mi, tampoco podía ignorar el vértigo que me sacudía cuando me planteaba si estaríamos entrando en una espiral que no pudiéramos detener, lo que si hacía en esos casos era conjurar los fantasmas buscando la excitación que me producía recordarme levantándole la falda ante un desconocido en la oscuridad del jardín del hotel o reviviendo sus palabras cuando me decía que hubiera deseado follar con Pablo.
Follar con Pablo. La primera vez que lo dijo fue como si me alcanzase una descarga del más profundo placer que recuerdo; Aun faltaba escuchar decírselo sin pudor, sin que se lo tuviese que sonsacar a fuerza de caricias intimas y comentarios manipuladores, aun faltaba escuchárselo decir desde la posibilidad cercana y no desde la fantasía hecha juego en la cama.
Se lo hice repetir en días sucesivos, sin agobiarla, sin cansarla, pero fui tenaz en su adiestramiento, porque en el fondo, de eso se trataba: convertir una fantasía en una posibilidad, hacerla tan habitual que acabase con sus resistencias, mi trabajo consistió en limar los prejuicios a base de repetir una y otra vez, incansablemente esa imagen asociándola a un estado de excitación que mis dedos le procuraban mientras le inoculaba la idea: Follar con Pablo. Cuando por fin estallaba en un orgasmo y lo afirmaba entre espasmos, entonces follábamos violentamente convirtiendo nuestro acto de amor en un premio por declarar que deseaba hacerlo con Pablo.
Mis reacciones seguían siendo erráticas, los momentos de seguridad se intercalaban con brotes de angustia ante lo que podía llegar en cualquier momento, recuerdo una fría mañana, caminando por la calle desde el parking hacia el gabinete, el aire helado de aquel Diciembre recién estrenado me despejaba completamente y me dejaba listo para comenzar la jornada; De pronto, sin esperarlo, sentí como una congoja estrangulaba mi garganta y un extraño frio, diferente al que sentía en mi rostro, me invadía el cuerpo. Fue un solo pensamiento el que disparó esa reacción: "Dentro de un rato estará hablando con Pablo", no era nada nuevo, yo sabía que hablaban a diario, pero aquella vez cobró otro significado para mi, de improviso fui consciente de lo que hasta entonces no había valorado. Aquella relación telefónica con Pablo podía crear algo mucho más peligroso que un polvo en un momento de excitación. El momento diario de charla y confidencia entre ellos podía llegar a crear un sentimiento mas allá de la amistad por cuanto en aquellas charlas, -lo sabía bien -, siempre acababan hablando de Sevilla, de lo que sucedió y de lo que no sucedió pero pudo suceder, Pablo procuraba siempre añadir unas gotas de erotismo a la charla que María, lejos de rechazar, esperaba cada día con ilusión.
De pronto, una sensación de peligro inminente disparó mis hormonas, podía imaginar a María follando con Pablo sin que eso me hiciera sentir en peligro, pero la imagen de María hablando por teléfono, dejándose querer, intimando cada vez mas… me produjo tal malestar que apresuré el paso para llegar cuanto antes al gabinete.
"Hola, soy yo, cuando oigas este mensaje llámame, un beso"
Colgué el teléfono de mi despacho y me quité el abrigo intentando controlar aquel pánico que me había dominado. Por primera vez mi estrategia para conjurar mis temores zambulléndome en los recuerdos más morbosos no dio resultado; Ahí seguía el miedo, cada vez mas racionalizado, más creíble, mas posible.
‘Si pudiera dar marcha atrás…’ otra vez la utópica escapatoria de retroceder hasta unos días antes de Sevilla y cambiarlo todo aparecía en mi mente. Pero eso era imposible, además sabía, estaba convencido de que si volviera a encontrarme en el coche con María camino de Sevilla no me resistiría a proponerle aquel juego.
Media hora más tarde me llamó María.
"Hola ¿Qué pasa?" – su voz sonaba preocupada.
"Nada, solo quería decirte hola"
"Pues tenías una voz… creí que te pasaba algo" – no era consciente de hasta qué punto mi estado de nervios había trascendido en mi voz.
"Acababa de llegar al despacho y subí las escaleras a pie, debió ser eso" – mentí.
"Estás mayor, ya no puedes ni con unas escaleras" – aquella broma inocente me habría resbalado en cualquier otro momento, sin embargo noté una amarga punzada de humillación que me obligué a rechazar, sabía de sobra que aquel comentario no llevaba ninguna intención
"Esta noche te demuestro lo mayor que estoy" – bromeé, pero de nuevo mis emociones filtraron la modulación de mi voz.
"Eh, que era una broma!" – otra vez me cogía desprevenido, no había notado ningún cambio en mi tono pero ella si; Tuve que improvisar y fingir un tono ofendido que le diera carácter de broma intencionada a mi desliz.
"Nada, nada, tú te lo has buscado, esta noche a descansar y mañana y al otro…"
"¿Me vas a dejar a pan y agua?" – me hablaba mimosa, provocándome.
"Sabes que no podría, en cuanto te tengo cerca me muero por tocarte"
Había salvado la situación, no quería que María me viese inseguro.
Conversamos aun unos minutos; luego, cuando colgué me sentía más calmado, era ella, la de siempre, mi amor, mi niña.
Pero no logré engañarla del todo, María me conoce muy bien y cuando colgó se quedó preocupada, la urgencia de mi llamada y el tono de angustia que creyó notar en mi voz quedaron confirmados por el desarrollo de la conversación, instintivamente se dio cuenta de que el comentario sobre la edad me había herido, apenas había necesitado palabras para delatarme, tan solo una pausa y un comentario que intentaba evitar sonar tenso.
Pensó que su relación con Pablo me estaba afectando, sabía que tarde o temprano aquel juego dejaría al descubierto la debilidad de mis argumentos; Le preocupaba mi reacción, no quería que aquello se pudiera convertir en algo que nos distanciase, tenía claro que no deseaba llevar su relación con Pablo mas allá de lo que había en ese momento, solo mis presiones le hacían mella a veces, cuando estábamos en la cama, pero le preocupaba que yo no fuera capaz de separar la fantasía de la realidad; decidió ser más prudente en lo que decía cuando jugábamos a imaginar cómo sería follar con Pablo. No entraba en sus planes.
Cerca de la una sonó su móvil y enseguida supo que sería Pablo, hablaron media hora durante la cual María se dejó acariciar por sus palabras y por sus insinuaciones, atrás quedaron sus prevenciones por mi reacción y se volcó en dejarse querer por Pablo.
"Casi estamos en Navidades, dime que día me pongo el traje de Papá Noel para llevarte mi regalo" – María no pudo evitar sentir cierta ilusión, pero reaccionó como debía hacerlo.
"No me tienes que regalar nada Pablo"
"Ya es tarde, lo tengo comprado"
"En serio, no tienes por qué"
"Yo creo que si, además no me digas que me vas a dejar tirado con el regalo en las manos"
María no contestó, meditaba la conveniencia de quedar con él, no quería que las cosas se le fueran de las manos, tampoco estaba segura de cómo me tomaría yo que se viera con él. Estábamos a primeros de Diciembre, aun tenía tiempo para pensarlo.
"Déjame que lo piense"
"María, ¡soy yo!, ¿qué va a pasar porque nos veamos una tarde en alguna cafetería y te de un regalo de Navidad?" – De nuevo comprendió la incoherencia de su negativa frente a la imagen de mujer liberal que Pablo tenía de ella.
"Tengo que ver como estoy de tiempo, ya sabes, con todo esto…"
"Es una buena excusa, pero preferiría la verdad, si no quieres verme, me lo dices y no pasa nada"
"No es eso, Pablo…"
"¿Entonces es que quieres verme?" – se sentía acorralada.
"Tampoco he dicho eso"
"Pues dilo María, si es lo que piensas dilo"
María quedó en silencio, sentía el corazón acelerado, ¿por qué? Aquella cita no significaba nada, ¿Por qué entonces se sentía tan….?
Viva, se sentía viva, más viva que lo que podía recordar en los últimos tiempos, entonces fue cuando se dejó llevar de sus emociones, a sabiendas de que se equivocaba.
"Me gustaría verte, si, pero…"
"¿Quieres verme?" – dijo él cortando su frase
"Sí, claro…"
"Entonces dilo"
"Ya lo he dicho"
"No María, te has escabullido, dices: ‘me gustaría… pero…’. No me vale, necesito oírlo, necesito escuchar tu voz diciéndomelo"
De nuevo María se escondió en el silencio, ganando tiempo, luchando con su razón y con sus emociones.
"Quiero verte" – al decirlo, fue como si se derrumbase una carga pesada que la mantenía pegada al suelo, se sintió expectante, inquieta por lo que vendría a continuación, ilusionada.
"Gracias" – María recibió esa palabra con ternura
"¿Por qué?"
"Por hacerme feliz" – sonrió; Exageraba, trataba de adularla, pero le encantaba sentirse tan deseada.
"¿Tan solo por dos palabras?"
"Dos palabras que son una promesa de momentos felices"
María no sabía cómo parar aquello, acababa de crearle unas expectativas que no quería llegar a cumplir, ¿qué decir ahora? ¿Cómo retroceder sin chocar otra vez de frente con su rol de mujer abierta y liberal?
"Se me hace tarde ya, tengo que irme"
"Un beso mi niña, ya hablaremos de tu regalo"
"Un beso Pablo, hasta mañana".

Aquella tarde María tenía reunión con Roberto para cerrar los presupuestos de decoración del ala nueva, eran decisiones ajenas a las competencias que asumiría en su departamento pero en las que Roberto la tenía en cuenta y, por ello, también el resto de socios, María veía como su influencia en Dirección se ampliaba gracias a estas maniobras y ello le hacía sentir, además de agradecimiento, una sensación de deuda que a veces le pesaba. Aun así, valoraba la estrategia que estaba siguiendo para introducirla en los círculos de dirección, se había creado una complicidad entre ellos que procuraba mantener en el terreno de lo profesional pero que Roberto intentaba continuamente trasladar a lo personal sin que María tuviera claro cómo detener lo uno sin romper lo otro.
Entró en su despacho a las seis y media, Roberto se levantó a recibirla como de costumbre y la tomó de la cintura para besarla, María ejecutó las maniobras habituales para evitar un acercamiento excesivo y caminó hasta la mesa cogida por la cintura con sus dedos peligrosamente cerca de su pecho.
Se sentó a su derecha y comenzaron a trabajar, a María le costaba concentrarse y más de una vez tuvo que disimular cuando su mente regresaba de una ausencia de varios minutos, aun se encontraba bajo los efectos de la conversación que había mantenido con Pablo a mediodía, cada vez parecía más inminente que volvieran a verse y se debatía entre la sensatez y el deseo.
Unos cuarenta minutos más tarde Roberto se levantó para tomar una documentación de su mesa; Cuando pasó por su lado, María, que estaba distraída, se puso en tensión instintivamente,, algún gesto se le debió escapar porque Roberto comentó divertido.
"¡No te asustes, solo voy a por una carpeta!"
María se sintió ridícula, tenía que controlarse.
Pero no podía evitar mantener esa alerta, siempre temía que un día cualquiera Roberto sobrepasase los límites de su tolerancia, entonces no le quedaría más opción que pasar por la prueba de tener que tomar una decisión, creía poder controlar a Roberto con la amenaza que había lanzado pero en realidad no sabía si estaba preparada para asumirla llegado el caso.
Ensimismada en estos pensamientos, se sobresaltó cuando las manos de Roberto se posaron sobre sus hombros, situado detrás de ella sintió el calor de sus manos en su piel desnuda, recordó la duda que le había asaltado aquella mañana cuando eligió aquel vestido de lana con el escote barco que dejaba sus hombros casi descubiertos, había dudado pero se rebeló a dejarse amedrentar hasta el punto de cambiar sus costumbres y su forma de vestir. Notó como aquellas manos se movían hacia sus clavículas y se irguió con la intención de apartarle, pero Roberto no la soltó.
"¿De verdad te resultó tan difícil de aceptar un beso de un buen amigo? – su rostro estaba casi rozando su mejilla, le hablaba al oído mientras su manos masajeaban sus hombros estirando el escote hacia los lados, sus dedos pasaban por encima de los tirantes de su sujetador y con ese movimiento los arrastraba levemente haciendo que se trasladase esa presión a sus pechos, lo cual la hacía sentir vulnerable.
"Roberto, por favor…" – se dio cuenta de la debilidad de su respuesta, de nuevo parecía suplicar en lugar de ordenar. Su voz delataba el dilema en el que se debatía y la angustia que le producía tener que tomar una decisión que le haría perder su oportunidad profesional, María sabía que aguantaría hasta el límite, que llegado el momento reaccionaría y acabaría con aquello pero hasta que llegase esa situación infranqueable intentaba negociar sin darse cuenta de que con ello perdía terreno, perdía batallas que la debilitaban.
"Vamos querida, no seas así, estoy luchando por ti incluso más que por mi propia posición y lo único que espero es que seas un poco agradecida" – sus manos seguían desplazándose arrastrando las hombreras del vestido, las yemas de sus dedos habían quedado ligeramente por debajo del tejido y sintió como se desplazaban por su piel hundiéndose levemente bajo el vestido, el escote se había ensanchado arrastrado por sus manos y estaba a punto de alcanzar la pendiente de sus brazos.
"Déjalo ya, Roberto, te lo pido por favor" - ¿por qué suplicaba? ¿cómo no era capaz de levantarse y cumplir su palabra"
Aliviada notó como la mano izquierda de Roberto abandonaba su hombro, pero inmediatamente el sobresalto la invadió de nuevo al sentir sus dedos en su cuello, bajo su barbilla, empujando su cabeza hacia atrás, sintió su boca casi rozando su mejilla, luego su mano comenzó a descender hasta su clavícula y más allá, con las yemas de sus dedos rozaba ya el inicio de su axila.
. – "No seas arisca María, vamos a convivir juntos mucho tiempo, vamos a compartir muchos éxitos y mucho trabajo, es hora de que seamos buenos amigos"
La mano de Roberto seguía ahí, cubriendo desde su clavícula hasta su axila rozando la zona en la que comenzaba a anunciarse la elevación de su pecho, María vigilaba la otra mano que seguía arrastrando su ropa brazo abajo. Cuando tras un movimiento imprevisto sintió el roce de un dedo en el hueco entre sus pechos, su mano se lanzó a sujetarlo.
"Hasta aquí" – dijo con firmeza, pero al terminar de pronunciar estas palabras se percató de la ambigüedad de su significado ¿hasta aquí? ¿Qué quería decir su subconsciente con eso? Roberto también lo captó y dejo escapar una breve risa de triunfo, en voz baja.
"¿Hasta aquí? Bien María, bien, hasta aquí, será como tu digas, ahora suéltame, acepto tus condiciones, hasta aquí, ni mas…" – elevó la mano que aprisionaba María para apartarla y una vez liberada de su presión, la volvió a poner en su escote rozando el canal entre sus pechos – "… ni menos, hasta aquí"
María se dio cuenta de lo que acababa de aceptar, había ampliado sus límites a cambio de un despacho, de un cargo, de una posición en la empresa; Se sintió sucia, comprendió que su idea de control sobre Roberto era una ingenuidad.
"Venga, vamos a trabajar" – dijo rogando porque aquello acabase de una vez, Roberto sonrió en su oído, depositó un pequeño beso en él y acarició de nuevo el canal entre sus pechos
"Claro querida, como tú quieras" – se incorporó y se sentó a su lado sin dejar de mirarla, evitó sus ojos varias veces pero Roberto no cedía, seguía mirándola sin decir ni hacer nada, María quería acabar con aquella violenta situación, le miró pero supo que sus ojos delataban su debilidad.
"¿Empecemos, no?" – Roberto disfrutaba con su turbación.
"Empecemos"
Trabajaron durante una hora y media aunque María no conseguía centrarse, toda su atención estaba en prepararse para afrontar el asedio al que irremediablemente se vería sometida al finalizar la reunión, por la hora supo que estarían solos en el edificio y, aunque no esperaba violencia por su parte, hubiera preferido no quedarse a solas con él.
Cuando dieron por acabada la sesión, María recogió precipitadamente su papeles y balbuceó una torpe excusa alegando prisa, Se dirigió hacia la puerta, sintiendo a Roberto caminar cerca de ella, a medio camino las fuertes manos de Roberto en sus caderas la detuvieron en su avance, la atrajo hacia él hasta cruzar sus manos en su vientre a la altura de su ombligo, sus cuerpos quedaron pegados, María sintió el contacto de su pubis en su culo, notó sus dedos palpando el perfil de su piercing en su ombligo.
"mmm… precioso, me encantan los piercings… ¿dos bolitas y… una cadena? Si?"
María desistió de su intento de continuar andando hacia la puerta y se preparó para frenar aquel avance, sintió su aliento en el cuello pero su atención volvía a centrarse en su manos que acariciaban su vientre e iniciaban un leve descenso, de nuevo tuvo que cambiar el foco de atención al sentir pequeños besos en su cuello, María ladeó la cabeza intentando rechazarlos, dejar que la besara ahí implicaba aceptación.
"Roberto, ya está bien" – éste respondió retirando una mano de su vientre y posándola en su escote, sus dedos doblados se colaban levemente entre sus pechos.
"Claro querida, solo hasta aquí, como acordamos antes"- sintió los dedos acariciando su piel en el límite del escote del vestido, Roberto no cesaba de darle levísimos besos en su cuello que la inquietaban al tiempo que intentaba controlar el lento pero continuo avance de su mano hacia su pubis.
"Basta ya, por favor, déjalo ya" – sujetaba su mano firmemente casi en su pubis, mientras sentía la caricia en su escote, en el nacimiento de sus pechos y aquellos besos en su cuello que, sin ella poderlo evitar, la alteraban. Tenía tanto frentes abiertos al mismo tiempo, era todo tan rápido que le resultaba difícil controlarlo a menos que demostrase una negativa clara y rotunda… pero sabía que no lo iba a hacer.
"Sigo las reglas nena, me quedo justo donde acordamos, lo que no dijiste nada era de aquí" – enfatizó esas palabras apretando su mano en el inicio de su pubis, sobre la cinturilla de su braga – "¿hasta dónde? ¿hasta aquí o…" – intentó bajar más la mano pero ella se lo impidió, en una milésima de segundo su respuesta salió automática, sin pensarlo eligió la opción que le había resultado efectiva antes: Negociar.
"Hasta ahí, ni un milímetro mas o…" – su voz sonó todo lo decidida que pudo.
"Ya sé, ya sé, presentarás tu dimisión"- dijo mostrando incredulidad.
Sintió como Roberto dejaba de avanzar hacia abajo, aun así mantuvo su mano firmemente sobre la de él.
"Vamos querida, soy hombre de palabra, suéltame… suéltame ya, no te voy a engañar"
María aflojó la presión que ejercía sobre su mano y se rindió, deseaba que aquello acabase cuanto antes, si seguía luchando el seguiría intentándolo. Roberto al notar su abandono giró su mano tomando la de María y la alejó, María dejó caer su brazo, luego volvió a colocarse sobre su vientre en el punto exacto donde lo había dejado.
"¿Ves? Tú dices ‘hasta aquí… y yo cumplo, dijiste ‘hasta aquí’... – dio dos pequeños cachetes con la punta de sus dedos entre sus pechos – "... y aquí me quedo ¿ves como soy de fiar?
María calló, esperando que todo acabase, el tiempo parecía pasar tan lento… no volvió a pronunciar una sola palabra mientras Roberto besaba su cuello y jugaba con su lóbulo entre sus dientes, sus dedos dibujaban una y otra vez el contorno de su escote recorriendo el valle que se hunde entre sus pechos, María estaba más preocupada por la otra mano que seguía dando masajes circulares sobre su vientre, jugando unas veces con su piercing, otras con el relieve de su braga y poniéndola en tensión cada vez que volvía a bajar al límite de su pubis, de pronto comprendió que sin pretenderlo le estaba excitando con la tensión que endurecía su musculatura ventral cada vez que su mano se movía , pero no podía controlarlo.
"¿Cuándo voy a poder ver ese piercing, dime? ¿este verano, cuando vengas más ligerita de ropa?
María vigilaba cada movimiento de sus manos, Roberto a veces abandonaba su escote y acariciaba su estomago, luego subía de nuevo pasando entre sus pechos, casi rozándolos.
Había dejado de oponer ninguna resistencia, un sentimiento fatalista la dejaba inerte, esperando que acabase aquello cuanto antes; dejar de luchar, - pensaba -, haría que Roberto terminase dejándola. Toda la tensión que mantenía unos minutos antes en su cuerpo había desaparecido y Roberto lo valoraba como una rendición.
"¿Ves como no es tan difícil ser agradecida? ¿qué te ha costado tenerme contento?"
Seguía hablando en su oído, besando su lóbulo, mordiendo con sus labios el cabello de su patilla, jugando con la punta de su lengua en el interior de su oreja, disfrutando de unos avances que no había imaginado que fueran tan sencillos de conseguir. María solo pensaba en pasar cuanto antes por aquello y huir de allí, notaba la presión de una dureza en sus nalgas que Roberto se encargaba de hacerle notar presionando una y otra vez.
Por fin tras unos minutos que le parecieron eternos, cuando ya no oponía ninguna resistencia Roberto se dio por satisfecho. Lanzó un profundo suspiro.
"Debo estar loco… anda, vámonos" – Al oír esta frase María tomo apresuradamente su cosas de la mesa y en su precipitación dejó caer una carpeta al suelo, por un instante esperó la reacción educada de Roberto que debería haberla recogido del suelo, pero tras unos pocos segundos comprendió que no lo iba a hacer, estaba claro que quería verla agachada delante de él, María se sintió humillada recogiendo la carpeta a los pies de Roberto, casi mas humillada que por los manoseos a lo que se había sometido.
Aun tuvo que recoger su chaqueta de su despacho y aguantar su compañía mientras ponía la alarma, cerraba el gabinete y descendían juntos en el ascensor; Ya en la calle, Roberto de nuevo la besó al despedirse.
María agradeció el frio en la cara que la rescataba de aquella sensación de irrealidad que la envolvía cada vez que sucedía algo así. Era como si no fuera ella misma, como si fuera una espectadora insensible de lo que le sucedía a un cuerpo parecido al suyo,. Sabía reconocer esos síntomas y le preocupaba, estaba reaccionando como cualquiera de sus pacientes, víctimas de abusos.
Caminó hacia la estación de metro pero la dejó atrás y siguió hasta la siguiente estación, no dejaba de sentirse atrapada, había creído que sería capaz de mantener todo al mismo tiempo, su ascenso y su integridad, lo primero estaba a punto de conseguirlo, lo segundo se iba desgarrando por el camino. No se gustaba a si misma pero su excusa, su trampa le decía ‘aguanta un poco más, solo un poco más’.

Cuando cerró la puerta de casa tras de si, fue como si al otro lado quedase aquella otra persona, se sintió segura, extrañamente tranquila, como si lo que había sucedido apenas media hora antes fuera muy lejano, ajeno a ella. Recordaba lo ocurrido sin ninguna emoción, intentó buscar la rabia o el asco que había sentido, se forzó a recordar los momentos más desagradables y lo único que encontró fueron imágenes vacías de emociones. Sabía lo que le estaba ocurriendo, que aquello era una defensa que su mente construía para alejarla de esa otra María que no le gustaba. Pero conocer el proceso defensivo que generaba esa dualidad en su persona no le restó fuerza; Ella, la doctora en psicología era capaz de diagnosticar la disociación incipiente que estaba empezando a formarse en María, la mujer acosada. Y en un sentido agradeció que estuviera sucediendo.
Cuando llegué a casa no detecté nada extraño, María me recibió como siempre, contenta, bromeando, cariñosa, nada en ella me hizo detectar lo que estaba sucediendo.
Cuando nos acostamos le pregunté por Pablo, comenzamos así un juego erótico en el que ella me iba desgranado la conversación que habían mantenido y me iba insinuando los detalles más morbosos que yo debía ir sonsacándole.
"¿Y Elena? ¿sabes algo de ella?
Le conté nuestra conversación, insinuando que había habido más de lo que en realidad había, deseaba excitarla, deseaba crear en ella la imagen de su marido con otra mujer.
"¿Sabes? Me excitó ver cómo le metías mano mientras bailabais" – María estaba muy excitada, su mano recorría mi polla con esa habilidad que tiene para, sin apenas rozarla hacer que la sienta pasando una y otra vez a lo largo.
"Y a mí me gustó ver la mirada que tenías"
"¿Sí? ¿Cómo miraba? – tenía que aguantar, me estaba llevando al borde del orgasmo con sus dedos.
"Parecías una hembra en celo a punto de saltar sobre la hembra que te intentaba robar a tu macho" – Usé esas comparaciones que sé que la excitan especialmente.
"Es cierto, fue extraño, me excitaba verte como le tocabas le culo y al mismo tiempo tenía ganas de… echarla de tu lado"
"¡Con lo bien que me lo estaba pasando! Hubiera sido una crueldad por tu parte"
"Te hubiera gustado follar con ella" – no fue una pregunta sino una afirmación y ese matiz fue el que me pilló desprevenido, mi duda, mi falta de reacción inicial y mi torpe salida del apuro fueron tan evidentes… María congeló su sonrisa y me miró con los ojos muy abiertos – "¿follasteis?" – se incorporó sobre un codo, yo estaba mudo, si hasta entonces había mentido por omisión, no me veía capaz de mentirle explícitamente negando lo que mis gestos habían dejado al descubierto, la miré intentando componer una respuesta pero mis ojos se desviaron instintivamente.
"¡Joder Carlos…!" – María se sentó en la cama, durante unos segundos me miró sorprendida, luego se volvió posando los pies en el suelo y dándome la espalda.
"No sé cómo sucedió, después… no vi el momento para decírtelo, todo fue tan rápido, y el final tan violento que no..."
"Déjalo Carlos, cállate" – se levantó de la cama y salió de la alcoba, me eché las manos a la cabeza tapando mis ojos, ¡que error más enorme! Jamás nos habíamos ocultado nada, éramos el ejemplo de pareja para todos nuestros amigos… y lo había estropeado por una idiotez.
Me levanté y fui hasta el salón, la vi sentada en uno de los sofás con las piernas dobladas, me miró y desvió la mirada, su rostro reflejaba… pena, desilusión. Me senté frente a ella.
"María, yo no soy así, lo sabes, ha sido una estupidez, cada día pensaba en contártelo y cuanto más tiempo pasaba mas difícil se me hacía explicarte por qué no te lo había contado antes" – me miró con un cierto aire de desprecio.
"Ahora entiendo tu interés en volver a llamarla, pobrecita, se debió quedar a medias, no?" – estaba siendo cruel, pero me lo merecía.
"No es eso, no tengo el menor interés en volver a verla"
"¿Entonces, qué es? ¿A qué viene ese interés en llamarla después de tantos meses?" – de pronto pareció descubrir algo, bajó los pies del sillón y se sentó hacia delante, mis ojos se desviaron automáticamente a su coño desnudo sobre la tapicería blanca del sillón, era una estampa profundamente erótica, pero no era el mejor momento para esos pensamientos.
"¡No me lo puedo creer!, me has manipulado para hacerme volver a hablar con Pablo, ¿es eso verdad?" – Ahora sí, estaba furiosa – "¡Si hasta parece que fue idea mía hablar con él!"
De nuevo, mi silencio me delató, no sabía cómo recomponer aquella situación, había acertado en el fondo, pero no era tan sucio como lo planteaba.
"Estás enfermo Carlos, me parece increíble lo engañada que me has tenido todos estos años…" – estaba disparada y yo me sentía desolado, tan desolado que no podía hacer otra cosa que recibir su enfado sin defenderme, me lo merecía, no podía excusarme.
"Sabes perfectamente que hubiera podido entender lo que sea que sucedió con Elena, lo que me duele…" – su tono se volvía por momentos casi un lamento – "… lo que me destroza es que hayas sido capaz de mantener una mentira todos estos meses y que hayas tenido la frialdad de utilizarlo para conseguir tus planes " – movía su cabeza negando lo que acababa de descubrir, la miré con toda la pena brotando a través de mis ojos, me dolía tanto lo que acababa de ocurrir…
Se levantó y salió hacia la cocina, evité seguirla, no tenía nada que decirle salvo pedirle perdón y eso ahora no iba a ser útil; La escuché llenar un vaso de agua, luego atravesó el salón marcando con fuerza los talones en el suelo y se fue a nuestra alcoba.
Me dejé caer contra el respaldo del sofá, vencido, angustiado por lo que acababa de suceder, no sé cuánto tiempo estuve ahí, haciéndome a la idea del tremendo disgusto que le había causado a mi mujer, ¿Cuántas veces, en momentos en que el sexo nos hacia crear historias en las que Pablo y Elena estaban presentes, había estado a punto de insinuarle lo sucedido con Elena? Hubiera sido el momento de desvelar el secreto y justificarlo; Pero no, dejé pasar las oportunidades.
Me levanté y fui a la habitación, ayudado por la luz del pasillo la vi en la cama, arropada con la manta y vuelta de espaldas, me quedé apoyado en el marco.
"Lo siento María, me portado como un estúpido, no pude evitar que sucediera entonces, pero si podía haber hablado contigo mil veces después de aquel día, sin embargo no fui capaz, jamás pensé que me comportaría así, pero no te he manipulado, no pienses eso, porque…"
Me detuve, mis palabras chocaban con un muro de silencio, María no me quería escuchar era evidente. Salí de la alcoba y me fui de nuevo al salón, estaba destrozado. Media hora más tarde cuando el frio comenzó a molestarme, me puse el albornoz que estaba en el baño y subí al ático, me sentía peor que nunca en mi vida, dolor, pena, miedo a la reacción de María, inseguridad… una sensación de haber roto algo irrecuperable…
Casi una botella de Jack Daniels después y con un inmenso dolor de cabeza, me tumbé en el sillón intentando descansar las dos horas escasas que me separaban del inicio de la jornada.

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