El Reencuentro

El tiempo y la distancia que nos separa es una tortura larga y dolorosa. Desde la última vez que te vi el tiempo fue lento, no me perdonaba e intentó de todas las maneras hacerme perder la razón. Ahora ya estabas acá, pronto llegabas y los minutos que quedaban para verte al fin me hacían más daño que los meses que había pasado sin tí. Al igual que la vez anterior, llegabas en un momento caótico, llenos de clases y responsabilidades que cruelmente arrebatarían parte de lo poco que me toca de tí. Pero, no había otra opción, no podías venir cuando quisieras, sino cuando el trabajo y tu esposa te lo permitieran.

Pero ya estabas allí, estaba sofocada porque salí corriendo de clases para ir a buscarte al aeropuerto. Como la vez anterior, apareciste de la nada, cuando no te esperaba. Verte me estremeció todo el cuerpo, y hacía que mi corazón se quisiera salir de mi pecho. Te acercaste a mi y aunque mi reacción era abrazarte hasta dejarte sin aire, lo rápido de la situación no lo permitió. Te ayudé con el equipaje, y salimos directo a mi casa.

Te preparé un baño, y te dejé descansar mientras preparaba algo para que ambos comiéramos. Al salir del baño, ya estaba la comida servida. Tu aspecto agotado, y con hambre me hacía débil. Quería comerte a besos. Te abracé, te besé y te invité a sentar al mismo tiempo que te decía cuánto te extrañe, cuanta falta me has hecho. Mientras comía te escuchaba hablar sobre tu viaje. Una vez terminamos de comer, recogí los platos para lavarlos y te dije que fueras a la habitación a descansar si gustabas, lo cual hiciste.

Aunque hubiera querido seguirte a la habitación tenía un montón de temas por estudiar, me senté a la mesa y me puse en lo mío y así te dejaba descansar. Era difícil concentrarse así, pero tenía que seguir. De repente, sentí como llegaste por detrás a darme un abrazo. Sentía como una corriente recorría todo mi cuerpo estremeciéndolo y mi corazón parecía detenerse con tu tacto. “Tengo que estudiar, lo sabes, te lo dije antes de que vinieras” te dije mientras cada una de mis palabras me dolían como una puñalada. Como si no hubiera dicho nada, comenzaste a besarme suavemente el hombro derecho, fuiste subiendo por mi cuello mientras yo intentaba infructuosamente seguir estudiando. Llegaste a mis mejillas y luego a mis labios. No podía resistirme, por qué un beso tuyo tenía que ser tan imposible, tan inalcanzable. Qusisiera vivir besándote. Al llegar a mis labios los besos suaves murieron para darle paso un beso desgarrador, apasionado, salvaje. Mi respiración se volvía tan errática y ahora no podía evitar dejarte seguir. Tu lengua recorría toda mi boca hasta llegar incluso a mi garganta y yo te respondía con las mismas ganas. Saboreaba tu saliva con gran placer, con un deseo de absorberte todo.

No aguanté más y me giré del todo para abrazarte, te envolví la espalda con mis brazos y te apretaba fuerte contra mí. Escuchaba la respiración fuerte de ambos, y nos recorríamos el cuerpo con nuestras manos como queriéndonos quitar la piel. Así, me alzaste agarrándome de las nalgas sin dejarme de besar con locura, caminaste torpemente hasta la habitación y me tiraste bruscamente en la cama. En ese momento ya me tenías loca, te miré fijamente a los ojos, devorándote con deseo, sabías que me encanta cuando me tratas con rudeza y notaba en tu cara como te jactabas del estado en el que ya me tenías. Nos miramos durante unos segundos, como dos bestias a punto de pelear, de devorarse, calculando hasta el último detalle de los pasos a seguir.

Luego te lanzaste sobre mí, sentí el peso de tu cuerpo sobre el mío, y la fuerza de tu caída me arrastró en la cama, te sentí todo y me hiciste suspirar. Rápidamente tomaste mis manos y las pusiste sobre mi cabeza, inmibilizándome. Me besaste, me mordiste los labios, la lengua me la succionabas y yo lo disfrutaba. Mi cuerpo se arqueaba y lo ondulaba sin parar ya sentía tu erección sobre el pantalón y sentía cómo con cada roce mi ropa interior se empapaba más y más.
Fuiste bajando tus manos, acariciaste mis brazos, mis codos, tu boca bajó por mi quijada, me mordías el cuello me lo chupabas, bajaste tus manos por mis axilas, mis costillas, apretaste mi cintura y apretaste tu entrepierna contra la mía. Metiste tus manos por debajo de mi blusa, y me pellizcaste nuevamente la cintura, sentía tus uñas y me hiciste nuevamente suspirar. Me arrancaste rápidamente la blusa, el brassier, en ese momento me levanté un poco y te ayudé, te besé, y llevé mis manos a tu correa que te comencé a quitar con desespero. Te la quité, te subí la camisa y te la quité. Verte el pecho desnudo me dejó casi sin aire, te abracé, quería sentir con la piel de mi pecho el tuyo, te arañe la espalda. Mi corazón estaba ya a mil y sentía que el tuyo estaba igual. Te besé el cuello, te lo mordí, te pasé la lengua por tu pecho. Jugué con tus tetillas, las mordía la saboreaba, sentía tu sudor salir de tus poros y lo lamía con locura. Es mi elixir, como el sudor de los gladiadores en la época de roma, y para mi valía aún más.
Pusiste tus manos sobre mis hombros y me tiraste a la cama. Me agarraste un seno con tu mano izquierda y me lo comenzaste a devorar, con la otra me tocabas y me apretabas las nalgas, los muslos, llevaste mi mano a mi entrepierna y la frotaste y me hiciste gritar. “Ya no aguanto más, me estás volviendo loca”. Me comenzaste a desabrochar el jean, bajaste la cremallera y metiste tu mano. Mis bragas estaban encharcadas completamente.
Comenzaste a jugar con mi entrepierna como sabes que me gusta, tan expertamente, hasta me metías un dedo por encima de la braga y eso me desesperaba. Dejaste mis tetas para quitarme el jean, y la braga. Ya estaba toda desnuda para ti, te levantaste y me miraste con un deseo que me estremecía. Mis jugos salían de mi vagina caían hacia abajo llegaban a mi ano y caían a la sábana. Acercaste tu dedo índice, lo mojaste en el charquito de la sabana, subiste y llegaste a mi vagina lo introduciste un poco, como para hacerme gemir, lo sacaste y lo llevaste a tu boca, como quien saborea el merengue de un pastel. “Delicioso”.
Me senté y me puse de frente a tu entrepierna. Pegué cara a tu bulto y sentí su calor, tu olor; tu jean se sentía húmedo. Con mis manos comencé a quitarte el jean, te lo bajé, te quité el bóxer y tu pene saltó erecto inmediatamente. Me acaricié la cara con él. Lo comencé a besar, y a tus bolas. Comencé a pasarle la lengua a tus bolas, hasta que de pronto me las metí a la boca, gemiste. Las chupaba y las besaba y jugaba con ellas dentro de mi boca. Luego subí a la base de tu pene, le pasé la lengua, lo mordía y jugaba con tu pene y tus bolas con mis manos. Fui subiendo poco a poco, dándome mi tiempo, hasta que llegué a la cabeza de tu pene. Estaba deliciosa, llena de tu liquido preseminal, chorreaba. Lo disfruté al máximo, lo chupaba como queriéndole sacar más y más, y mientras tanto tu te retorcías de placer. Me tomaste la cabeza, me la empujabas contra ti, estabas cogiéndome la cabeza. Luego, volviste a tirarme a la cama, me abriste las piernas y te acostaste sobre mí.
Acercaste tu pene a mi vagina, lo restregabas y yo me estaba volviendo loca. Hasta que de pronto, lo metiste y comenzaste a embestirme sin piedad. Yo solo gritaba y gritaba y no sentía otra cosa sino placer. Podía sentir el olor nuestro, y el ruido que hacían nuestros cuerpos al chocar te agarre fuerte. Y hacía todo lo posible porque me penetraras aún más.
De repente paraste, casi lloraba de la conmosión, te arrodillaste y me volteaste bocabajo, te volviste a acostar sobre mi y me penetraste nuevamente, me dabas con aún más fuerza como a mi me gusta.
Aceleraste el ritmo más y más, me agarrabas de los hombros para impulsarte. Te escuchaba gemir y gritar, y eso me daba más placer. Me besabas el cuello, la espalda, me mordías.
Luego yo me volteé, me arrodillé en la cama, y te acosté a ti. Me senté arriba tuyo y te comencé a cabalgar. Mientras lo hacía te miraba a la cara, te miraba los gestos de placer que hacías. Me movía en círculos y me penetraba tan profundamente como podía. Con tu mano me tocabas el clítoris, la cola, con tanta destreza como tocas la guitarra. Así seguimos y seguimos, hasta que me diste no uno sino varios orgasmos, con tus brazos me ayudaste a sostenerme porque ya nisiquiera era capaz, tu también te corriste, fue tanto y tan caliente que lo sentí y me volvía loca, me alargaba mi orgasmo y alcancé a ver como pusiste los ojos en blanco. Seguía moviéndome como podía hasta que me desplomé sobre ti y débilmente me abrazaste. Los dos terminamos sin aliento, sin podernos casi mover, envueltos en sudor, pero tan satisfechos.

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