una esposa para cinco ( sorprende a su esposa con el amante)

Hola amigos, aca va un relato bien morboso que tiene de todo, espero que los disfruten y se le vuelen los ratones, no olviden dejar puntitos y comentarios.



-Hola Julia, soy yo –oí la voz de mi marido al otro lado del teléfono- llamo para cancelar la comida de hoy.

-Vaya –exclamé poniendo voz lastimera- ¿mucho trabajo?

-Sí, unos papeles que hay que dejar preparados para la reunión de mañana, lo siento.

-Bueno, no te preocupes, pero me debes una comida, no lo olvides.

-Prometido, la semana que viene sin falta. Un beso.

-Otro para ti.

Apenas colgué el teléfono, me levanté como un resorte y me dirigí a toda prisa al despacho de Carlos. Tras entrar, cerré la puerta con cuidado y esbocé una pícara sonrisa.

-Mi marido acaba de cancelar nuestra comida, tiene muchísimo trabajo y no llegará hasta la noche.

Carlos me miró excitado, adivinando mis intenciones. Llevaba tres meses acostándome con él a espaldas de Daniel y cada uno de nuestros encuentros me parecía más excitante e intenso que el anterior. Quería a mi marido, pero no podía pasarme sin aquellas pequeñas travesuras.

-¿Te apetece jugar a la niña mala y el profesor? –pregunté guiñándole un ojo.

Por toda respuesta, Carlos pulsó el telefonillo de su mesa y le anunció su marcha a su secretaria.

-¿Cristina? Tengo que salir… volveré por la tarde.

No era la primera vez que los dos nos escabullíamos del trabajo para disfrutar de un par de horas de sexo sin complicaciones. Igual que yo, él estaba casado, pero ninguno de los dos le daba demasiadas vueltas al asunto: nuestra relación era meramente física, y los dos sabíamos que no podía durar demasiado; además, nuestras respectivas parejas nunca llegarían a saber nada ¿qué había de malo en darse una pequeña alegría de cuando en cuando? No es que yo no valore la fidelidad, pero me parece tan aburrida…

Perfectamente sincronizados para no llamar la atención, dejé que Carlos saliera despidiéndose de todo el mundo y, diez minutos después, me levanté de mi sitio y le dije a Juan, mi compañero de despacho, que salía un poco antes para llevar unos papeles al banco.

-¿Comes por aquí?

-He quedado con una amiga, volveré por la tarde.

Juan era un hombrecillo tímido y sumamente amable que me había ayudado mucho al llegar a la empresa y con el que a veces me quedaba a comer en la oficina. Aunque procuro mentir lo menos posible para así limitar las posibilidades de ser pillada en falta, supuse que me había oído cancelar la comida con Daniel, por lo que no tuve más remedio que inventar una cita inexistente con una amiga.

Mientras bajaba en el ascensor recordé que el jueves era el día en que Bárbara, nuestra asistenta, venía a hacer la casa. Por un momento pensé en llamarla y cambiar la hora de aquella semana, pero entonces tendría que contarle algo a Daniel cuando viese la casa sin recoger. Siguiendo mi propia norma de economía de mentiras, pensé que con dos horas Carlos y yo teníamos más que suficiente para nuestros infieles juegos.

***

-¿Has traído los complementos? –le pregunté a Carlos mientras empezaba a desnudarme a toda prisa.

-¿Quieres que te ate otra vez? –respondió él mirándome sorprendido.

No sabría explicar muy bien cómo había comenzado todo pero lo cierto era que, mientras con Daniel los encuentros sexuales eran completamente convencionales, con Carlos en cambio me gustaba probar y experimentar cosas nuevas, ensayar pequeños juegos eróticos, fingir personalidades distintas de las reales. El último día, Carlos me había atado a la cama, completamente desnuda, y yo había experimentado un orgasmo largo e increíblemente satisfactorio mientras él jugaba con mi cuerpo a su antojo.

Desde entonces, había fantaseado con la idea de repetir la experiencia, lo cual era además una pequeña venganza que yo me tomaba contra Daniel, pues al casarnos había insistido en instalar en el dormitorio la vieja cama heredada de sus padres, pese a que a mí me parecía un mueble antiguo y pasado de moda. Pero ahora, de repente, había descubierto que su cabecero y las patas de la parte inferior servían perfectamente a mis propósitos, pues Carlos podía atarme con comodidad manos y pies, dejándome inmovilizada y completamente indefensa.

No dejaba de sorprenderme, a mí que soy tan independiente y que tengo un carácter más bien peleón, que me gustase tanto jugar ese rol a medio camino entre la sumisión y la humillación, un rol pasivo que me dejaba a merced de Carlos, incapacitada para moverme y a expensas de sus deseos. Sin embargo, me encantaba que mi amante me penetrase así, doblegada y dominada como una esclava, como una prisionera de la que podía disfrutar sin ningún tipo de remilgo.

De cualquier modo, todo era un simple juego, y debo decir que Carlos era tierno y considerado en todo momento. Las cuerdas con que ceñía mis muñecas y tobillos llevaban unas pequeñas vendas que impedían que me hicieran rozaduras, aunque yo misma le ordenaba que las atase con la suficiente firmeza como para que no pudiese soltarme sola: por algún motivo, me encantaba la sensación de estar a su merced, de no poder escapar aunque lo deseara, de tener que estar abierta ante él hasta que mi amante se cansase de follarme una y otra vez.

Igual que la vez anterior, Carlos me ató manos y pies y luego, durante unos segundos, me contempló desnuda en la cama. Debía ofrecer una imagen impactante, mis generosos pechos vencidos por la ley de la gravedad, las piernas abiertas y mi pubis, adornado por una espléndida mata de vello negro y ensortijado, completamente expuesto.

-Estás preciosa –exclamó él seriamente.

-Gracias, pero no tenemos todo el día, la asistenta vendrá en un par de horas.

Carlos estaba muy guapo, desnudo y con su pene ya erecto apuntándome como un revólver a punto de disparar su carga letal. Pero no había tiempo que perder, cada segundo es precioso para los amantes furtivos.

-Por favor, no me hagas nada –supliqué fingiendo terror y retorciéndome de placer al anticipar lo que estaba por llegar.

-Te vas a enterar…

Carlos se aproximó a mí y puso sus manos sobre mis pechos, pellizcando suavemente mis pezones, que se irguieron satisfechos.

-¿He sido mala en la oficina?

-Muy mala –mi amante se inclinó y me besó en el cuello, en los hombros, en el inicio de los senos- y ya sabes lo que hago yo con las chicas malas…

-Uf… no… ¿qué… qué haces?

Con la boca demasiado ocupada para responder, Carlos besó mis pezones, acariciándolos con la lengua mientras yo cerraba los ojos. Era maravilloso estar así, atada e incapaz de hacer cualquier movimiento, pero sabiendo que aquel hombre usaría toda su sabiduría para darme el mayor placer posible. Curiosamente, no me apetecía hacer aquello con Daniel. Con mi marido el sexo era igualmente placentero, pero carecía del elemento morboso de lo prohibido, lo oculto, lo peligroso. Ni por asomo habría cambiado a Daniel por Carlos, pero tampoco me resultaría sencillo renunciar a las atenciones de mi compañero de trabajo.

Y debo decir que Carlos se esforzaba por tenerme contenta. Despacio, su lengua fue recorriendo todo mi cuerpo, sin omitir ni el más mínimo recoveco. Mis brazos, mis axilas, mis pechos, recibieron la visita de su boca ávida y sensual. Luego, fue bajando lentamente, demorándose en mi ombligo, descendiendo hacia la cara interna de mis muslos, que cubrió de mordisquitos suaves que me hacían enloquecer.

-¿Te gusta?

-Ayyyy… -suspiré.

Acercando su rostro a mi entrepierna, Carlos besó mis ingles, muy cerquita de mi vagina, que yo notaba abrirse poco a poco en respuesta a sus atenciones. Su lengua rozó los labios de mi sexo una, dos veces, y un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Privada de todo movimiento por las cuerdas, era delicioso sentirle ahí sin poder hacer nada para defenderme. Un par de francos lengüetazos sobre mi sexo me trasportaron a un universo paralelo de placer y éxtasis en el que ni siquiera era capaz de recordar el nombre de mi marido.

-No sé si seguir –se irguió de repente Carlos sonriendo.

-¿Cómo? –gemí con desconsuelo.

-Has sido muy mala… no te lo mereces.

-Haré lo que quieras, lo que me pidas –jadeé encantada con el juego- pero…

-Pero, ¿qué?

A Carlos le gustaba hacerse de rogar, y se movía a mi alrededor con el falo enhiesto y fingiendo indiferencia. Yo me moría porque me besase como sólo él sabía hacer, y él quería oírmelo decir, oír cómo le rogaba que me diese placer oral.

-Come… cómemelo. Por favor…

-Ummm, no sé –contestó él, aunque yo sabía que estaba deseando hacerlo- ¿serás una niña buena?

-Por favor –supliqué contoneándome lo poco que me lo permitían mis ataduras- no me dejes así, te lo ruego…

Me volvía loca la cara de chico malo que ponía Carlos, cómo fingía indiferencia a pesar de su excitación evidente. Era una delicia postergar el momento pero cuando, finalmente, mi amante volvió a instalarse entre mis piernas, sentir su lengua abriéndose paso en mi interior me pareció el colmo de la felicidad.

Carlos era un experto en tales lides, y su boca se adueñó de los labios de mi vagina, absorbiéndolos, succionándolos como si quisiera arrebatármelos. Poco a poco, su lengua abrió camino, dando pequeños pero encantadores golpecitos contra mis paredes, haciéndome gritar de desconsuelo y placer. La sensación de estar sometida a él era maravillosa e intensa, y mis glúteos se tensaron embriagados mientras él forcejeaba incansable. No sé cómo conseguía extender la lengua de modo que parecía que toda ella entraba en contacto con mi sexo, pero su vaivén sobre mi rajita me llevó pronto a un orgasmo que me hizo dar pequeños grititos incontrolables.

No por eso quedé satisfecha. Jadeando, vi cómo él se retiraba, agotado por el esfuerzo y abriendo y cerrando la mandíbula. Llegaba la segunda parte del “tratamiento para las niñas malas”.

-Ahí tienes los preservativos –le indiqué la mesilla con la mirada.

Una puede ser infiel, pero es muy respetuosa con su marido. Llevábamos tiempo intentando tener un niño, y por nada del mundo correría el riesgo de quedar embarazada de Carlos. Como ya he dicho, amo a Daniel, y que de vez en cuando tenga una aventurilla sin importancia no quiere decir que no pretenda formar una familia sólida y unida con él.

Refunfuñando como siempre, Carlos abrió la caja de seis preservativos, sacó uno y se lo colocó rápidamente.

¡Qué delicia ser penetrada por su vigorosa estaca! Perfectamente lubricado, mi conejito acogió su armamento hasta el último centímetro, goloso y sumamente satisfecho de verse llenado por tan cálido y suave intruso. Carlos gimió al entrar en mí, cerrando los ojos y ebrio de felicidad. Sus movimientos eran lentos, pausados, intentando retrasar el momento. A pesar de mi orgasmo reciente, pronto yo misma estuve excitada, tensa y al acecho de otro momento de éxtasis.

Con el rabillo del ojo, miré el reloj de la pared del dormitorio. Si Carlos se corría pronto, nos daba tiempo a otro coito antes de que llegara Bárbara. Empezaba a lamentar no haber cancelado la visita de la asistenta, pero ya era tarde para arrepentirse. Debía más bien concentrarme en las embestidas de mi amante sobre mí, que no eran nada desdeñables.

Paralizada por completo por las cuerdas y el peso del cuerpo de Carlos, yo aguantaba feliz sus acometidas. Su pene entraba y salía alegremente, retirándose a veces hasta parecer abandonarme, pero volviendo al instante con mayor brío, horadándome cada vez un poquito más, abriéndome en canal… llenándome de placer.

Mis gemidos se confundían con sus bufidos, sus manos asían mis pechos, su boca mordía los lóbulos de mis orejas. De reojo, veía mis propias manos, sujetas por las ligaduras, y mis tobillos, igualmente atados, y no podía evitar estremecerme de satisfacción ante la sensación de estar siendo utilizada sin poder oponer resistencia.

Pero debo reconocer que Carlos me utilizaba como dios manda. Su miembro viril crecía dentro de mí como si tuviese vida propia, sus manos apretaban ahora mis nalgas, hundiendo los dedos en mis glúteos redondos y generosos. Estaba próxima a tener mi segundo orgasmo de la tarde cuando noté las sacudidas de mi amante dentro de mí. Carlos gritó agónicamente mientras dio un último golpe de cadera entre mis piernas y, al sentir su pene arquearse y escupir su carga, mi propio placer me acometió por sorpresa.

Fundidos en un abrazo exquisito, los dos forcejamos durante unos segundos, él más libremente y yo limitada por mis ataduras, hasta que su sexo dio los últimos coletazos dentro de mi húmeda cuevecita. Luego, por unos segundos permanecimos rendidos, exhaustos pero satisfechos ¡era maravilloso ser infiel!

Poco después, Carlos se separó de mí, hizo un nudo con el preservativo repleto de semen caliente y espeso y se sentó en la cama a mi lado.

-Eres encantadora.

-Lo sé –contesté sonriendo.

-¿Quieres que te desate?

-Buenas tardes.

Los dos dimos un respingo, o más bien él dio un salto tremendo y yo tuve que limitarme a mover la cabeza hacia la puerta del dormitorio. Allí, apoyado en el marco y mirándonos muy serio y solemne, estaba mi marido.

***

-Pue… puedo explicarlo –dijo absurdamente Carlos.

-¿Pero qué cojones vas a explicar? –preguntó Daniel mirándole con cara de pocos amigos.

-Yo, yo…

Repentinamente empequeñecido, Carlos se levantó a toda prisa y se puso los calzoncillos y los pantalones. Yo estaba atónita, incapaz de asimilar lo que estaba pasando ¡mi marido me había pillado in fraganti! Estaba completamente desnuda y abierta de piernas con un compañero de trabajo, imposible poner cualquier excusa.

-Creí que… llegarías por la noche –dije con un hilo de voz.

-Veo que aprovechas bien el tiempo cuando no estoy yo.

La voz de Daniel sonaba fría y serena. Daba un poco de miedo ver que no perdía los nervios, que a pesar de la estampa mantenía la compostura. En un santiamén, Carlos se había vestido y se disponía a marcharse.

-Bueno yo… os dejo que…

-Desátame antes de irte –me sentía ridícula allí con los dos hombres vestidos mirándose a los ojos mientras yo estaba abierta de piernas como en el ginecólogo.

-Sí, voy a…

-Vete de una vez.

Nunca había visto a Daniel tan serio, tan dueño de la situación. En cambio, Carlos parecía un manojo de nervios. A pesar de que era bastante más alto, estaba segura de que, si en aquel momento se liaban a tortazos, mi marido tenía las de ganar.

-Bueno, pues… me voy…

-¡Espera! No te vayas así… ¡cobarde!

Indignada, observé cómo mi amante ponía pies en polvorosa, sin preocuparse de mi suerte y dejándome atada y con un marido que acababa de descubrir que llevaba unos cuernos de primera categoría. Apenas nos quedamos solos, miré a Daniel, que me observaba en silencio y con rostro impenetrable.

-Escucha cariño, sé que esto es horrible pero… no tiene ninguna importancia, es sólo sexo.

-Vaya, ya me quedo mucho más tranquilo.

Aunque sabía que era mejor callar, no podía evitar intentar explicarme. Ante todo, lo primero era desprenderme de aquellas ridículas cuerdas.

-Tenemos que hablar como adultos. Mira, desátame y…

Entonces, Daniel se fue al salón, regresó con una silla, la puso frente a nuestra cama y… ¡se sentó tranquilamente!

-Muy bien, ¿quieres hablar? Empieza.

-Pero, ¿así? ¿Por qué no me desatas, me visto y…?

-Hace un rato estabas muy contenta, abierta de piernas con ese cabronazo. No veo por qué no podemos hablar así.

Era incomodísimo tener la sensación de que, al hablar conmigo, lo primero que veía Daniel era mi sexo, aún abierto y húmedo por las atenciones recibidas. Pero supuse que era una humillación que me merecía así que, haciendo de tripas corazón, intenté razonar con mi marido.

-Escucha Dani, cariño, yo te quiero mucho.

-No me hagas reír.

-Esto es una aventura sin importancia ¿no irás a decirme que tú nunca me has engañado?

Pues por lo visto no, porque Daniel se levantó indignado, tiró la silla y, al fin, montó en cólera.

-¡Es increíble! No quería creerlo cuando me lo dijeron, ¡eres una, una…!

Así que no había sido una casualidad que nos pillara ¿quién podía haberle puesto en la pista? Siempre habíamos sido muy cuidadosos, no podía imaginar quién estaba al corriente de nuestra infidelidad. Pero por el momento tenía cosas más urgentes de las que preocuparme, porque Daniel me miraba con una furia que nunca habría creído posible en él.

-¡Hemos terminado! ¿Me oyes? ¡Terminado!

-¡No por favor! –traté de protestar- yo quiero vivir contigo, tener hijos contigo…

Era terrible, yo le hubiera perdonado cualquier infidelidad, sobre todo tratándose de un mero capricho físico, como era el caso. Pero parecía que nuestro concepto de la vida en pareja era distinto, y que mi marido era mucho más convencional que yo.

-Mira, desátame y vamos a hablarlo, por favor. Daniel… Daniel… ¿!Qué…qué…!?

De repente, mi marido se había quitado el cinturón, y por un instante temí que su estado de nervios le empujase a hacer una locura. Pero pronto lo arrojó a un lado, lo que provocó en mí un suspiro de alivio momentáneo. Momentáneo porque, sin más dilación, al cinturón siguieron los pantalones y los calzoncillos, lo que me permitió ver que, igual que Carlos apenas media hora antes, Daniel lucía ya una apreciable erección.

-¿Qué, qué vas a hacer?

-¿A ti qué te parece?

-Mira Daniel, cari, desátame, hablamos con calma y…

-De eso nada. Lo nuestro se ha acabado, pero antes de irme voy a follarte como dios manda.

-¿Qué? No… Daniel, escucha…

Sin más explicaciones, Daniel se acomodó entre mis piernas. Estaba entre asustada y excitada. Asustada, porque mi marido estaba fuera de sí, y en su estado temía que fuese capaz de hacer alguna tontería. Excitada, porque nunca me había parecido tan atractivo, tan dueño de la situación. Además, atada como estaba no podía oponer la más mínima resistencia, y el saber que él tenía acceso a mi cuerpo independientemente de mis deseos me parecía que le daba un toque morboso sumamente interesante a la situación. Así que, presa de una gran agitación, aguardé tensa que Daniel me hiciese suya.

-Un momento –por un instante, temí que mi marido, siempre tan moralista, renunciase a tomarse su venganza- voy a ponerme uno de estos chismes, ya no tiene sentido tener un hijo contigo.

A medias dolida y excitada por su actitud dominante, observé inmóvil cómo se ponía el segundo de los seis preservativos y, acto seguido, pude notar su pene avanzando por mi sexo. ¡Fue tan eléctrico como nuestra primera vez juntos! Daniel se acomodaba en mi interior de un modo perfecto, mi vagina parecía diseñada especialmente para su miembro, levemente arqueado hacia abajo. Pocas veces me había sentido tan colmada y satisfecha al alojar en mi cuerpo un falo anhelante de placer.

-¡Estás empapada! –exclamó él al notar la facilidad con que se deslizaba dentro de mí- ¡Serás…!

-Es por ti, cariño, me encanta que me lo hagas así –me defendí con sinceridad.

-¡Hace… media hora… -protestaba Daniel sin detener sus movimientos- te encantaba que te lo hiciese… Carlos!

-No pienses en eso –jadeé- ahora estamos juntos… y te juro que…

Daniel puso su mano sobre mis labios, obligándome a callar. Subido a horcajadas sobre mí, mi marido se movía con un ritmo sorprendentemente brusco pero no por ello menos agradable. Habitualmente, Daniel era un amante tierno, delicado, incluso excesivamente cuidadoso. Ahora, se movía sin pensar en mi placer… pero paradójicamente me estaba llevando al cielo de la mano.

Era evidente que a él ese coito inesperado y salvaje le gustaba. Sus ojos en blanco, su rostro perdido que ya conocía tan bien, me avisaban de que su orgasmo se acercaba con una celeridad pasmosa. Pero tan pasmoso o más era que yo misma estaba al borde del colapso, que me encantaba ser poseída así por mi marido, sin miramientos ni estúpidos remilgos, simplemente como una hembra deseosa de ser penetrada lo más vigorosa y profundamente posible.

Encima de mí, Daniel jadeaba sin poder articular palabra, su pene duro como una estaca taladrándome con un ritmo enloquecedor. Yo intentaba contener mis propios gemidos, ocultar mi terrible excitación, pero era una tarea imposible. Incapaz de resistirme, unos pequeños hipidos salían de mi cuerpo, agitando mis abundantes pechos y provocando que mi sexo, infinitamente lubricado, se convirtiese en un tarro de miel para el sexo de mi marido.

Cuando al fin Daniel notó próximo su éxtasis, se quedó quieto por completo, como en él es costumbre, y de ese modo pude notar con total nitidez los disparos de su miembro dentro de mí, una, dos, hasta cuatro veces. Eran profundos temblores en los que Daniel disparaba su carga y que yo, a pesar del preservativo, recibía con pasión mientras mi propio orgasmo me arrancaba alocados gritos de placer.

Daniel se derrumbó sobre mi pecho desnudo al terminar, y yo me sentí feliz de tenerle allí, de estar a su disposición. Me hubiera gustado que mi marido se sirviera de mí hasta saciarse, no me importaba cuántas veces. Estaba segura de poder tener infinitos orgasmos aquella tarde a su lado. Pero una rápida mirada al reloj de pared me hizo recordar que la asistenta estaba a punto de llegar.

-Escucha Daniel, cariño, Bárbara va a llegar. Tienes que levantarte.

Atontado, mi marido se irguió, se quitó el preservativo y lo tiró a un lado. Quiso la casualidad que cayese junto al que, poco antes, había utilizado Carlos. Por supuesto, no hice comentario alguno al respecto, sino que simplemente me quedé mirándole, sonriendo con afecto.

-¿Amigos?

-¿Estás de broma? –dijo él mientras se ponía los calzoncillos y los pantalones- Quiero el divorcio.

-¿Qué, cómo puedes…?

No entendía nada. Había sido un coito maravilloso, sublime. Daniel y yo estábamos hechos el uno para el otro ¿acaso no lo entendía? Yo le hubiera perdonado cualquier desliz, y su intransigencia me parecía absurda.

-Me voy, sabrás de mí por mi abogado.

-Pe… pero.

No me parecía justo, me había utilizado, me había follado a base de bien y, ahora, se iba sin más.

-No puedes dejarme así, al menos desátame.

Por un instante, Daniel se quedó mirándome, pensativo. Luego, encogiéndose de hombros, salió de la habitación, no sin antes echarme una última mirada.

-Ya te soltará la asistenta, ¿no dices que es tan simpática?

Sin más, Daniel salió y me dejó allí, desnuda y atada a la cama. Empezaba a maldecir la hora en que había decidido dedicarme a aquel juego fetichista.

***

Los quince minutos siguientes fueron terriblemente angustiosos. ¿Qué diría Bárbara al verme en aquella situación? ¿Qué pensaría de mí? Era una mujer de unos 50 años y con pinta de no ser demasiado moderna, seguro que se escandalizaba y no volvía a verla por allí. Por otro lado, ¿quién nos había descubierto a Carlos y a mí? Por más vueltas que le daba, no conseguía imaginar dónde habíamos fallado, qué habíamos hecho mal para que nuestras relaciones adúlteras hubieran sido descubiertas.

Pero poco podía hacer, aparte de aguardar a que la asistenta me rescatase. Por cierto que se retrasaba. Habitualmente era muy puntual, y ya llevaba más de diez minutos de retraso, lo que me hizo sentir muy preocupada ¿y si no aparecía? Si le había pasado algo, yo me quedaría allí, atada a la cama hasta… ¿hasta cuándo? Daniel se había ido muy enfadado, no estaba yo muy segura de que volviera.

Empezaba a asustarme de veras cuando, finalmente, oí la llave en la puerta de la calle. “!Salvada!” pensé. Aunque era violento ser descubierta así por tu asistenta, a esas alturas y después de lo agitado de la tarde, lo único que quería era ser desatada, darme una buena ducha y tratar de localizar a Daniel para hacer las paces.

-¡Bárbara! –grité desde la cama- ¡estoy en el dormitorio, por favor, venga un momento!

Mientras pensaba en la sorpresa que iba a llevarse, casi no podía reprimir la risa. Pero, un minuto después, la sorprendida fui yo, cuando oí la voz de un joven que se acercaba por el pasillo.

-Mi madre está enferma, así que he venido yo y… ¡hostias!

Un joven imberbe vestido con vaqueros y camiseta me observaba desde la puerta del dormitorio, con los ojos como platos y la boca abierta.

-So… soy… Santi, el hijo de Bárbara… había venido a…

-Sí, sé a lo que has venido –contesté roja de vergüenza mientras el chico no dejaba de mirarme la entrepierna- mira, desátame y…

-¿La han violado?

-No, no, nada de eso –traté de tranquilizarle.

No era la primera vez que el hijo de Bárbara, un joven que no estudiaba y no tenía trabajo estable, sustituía a su madre cuando ésta no podía hacer la limpieza en mi casa. Que justo aquella tarde hubiese aparecido él era una desgracia con la que por lo visto el destino quería castigar a una pobre y ya muy arrepentida adúltera.

-¿Quieres dejar de mirarme el chichi y desatarme? –pregunté sin poder contener ya más los nervios.

-Per… perdón, es que… ¿no la han violado?

-No, joder, no me han violado. Estaba… jugando con mi marido y…

-¿Su marido está en casa? –preguntó súbitamente nervioso Santi mientras miraba a un lado y a otro.

-No, nos hemos enfadado… mira, te lo explicaré mejor todo si me desatas, ¿no te parece?

Como un estúpido, el chaval seguía sin reaccionar ¿tan difícil era hacer comprender a los tíos que quería ser liberada ya de mis ataduras? Además, Santi miraba mis tetas muy apreciativamente, casi tanto como antes había observado mi sexo, que sin duda rezumaba aún parte de la humedad que lo había sacudido minutos antes.

Al fin, el muchacho pareció reaccionar, se acercó a mí, puso sus manos sobre uno de los nudos y…

-¿Por qué se ha ido su marido dejándola así?

-¡Dios…! Está bien, mira, se ha enfadado porque me ha… me ha pillado con otro.

Al instante me arrepentí de decirlo, pero estaba tan nerviosa que no podía pensar con claridad y quería terminar cuanto antes con aquello.

-¿Con otro? ¡Qué fuerte! –exclamó Dani resoplando y agitando la mano arriba y abajo.

-Sí, pero ha sido un error sin importancia. Mira, tú desátame y te lo cuento con más detalle, ¿quieres?

-Es usted muy guapa –dijo Santi sonriendo y mirándome de arriba abajo una vez más.

-Vaya, gracias pero…

-Nunca había visto una mujer desnuda, así tan cerca, quiero decir.

El sesgo que tomaba la situación era cada vez más preocupante ¡maldita Bárbara! Su hijo era un adolescente con las hormonas en ebullición, ¡y mis piernas estaban tan separadas! La culpa era de la maldita cama de los padres de Daniel, tan grande y anticuada.

-Escucha Santi, verás lo que vamos a hacer, tú me desatas y…

-Tiene unas tetas preciosas… nunca he tocado las tetas a una chica…

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo. En vano, intenté soltarme las ligaduras, pero yo misma le había pedido a Carlos que las atase a conciencia, y mi amante había sido asquerosamente obediente.

-Pero Santi, ¿cuántos años tienes? –pregunté preocupada.

-Casi dieciocho –respondió él orgulloso.

-Yo tengo 34, te doblo la edad, casi podía ser tu madre.

-No te pareces en nada a mi madre.

Que me tutease de repente no me hizo la menor gracia. Y menos aún me la hizo que el joven levantase una mano, la acercase a mí… ¡y empezase a acariciar mi pecho izquierdo!

-¡Santi! ¿qué demonios haces? –me removí inútilmente.

-¡Qué pasada! Es alucinante…

El muchacho sopesaba ya mis dos senos, perdiendo poco a poco su timidez. Con expresión absorta, sus manos se hundían en mis pechos, los apretaban, los soltaban para observar cómo volvían poco a poco a su estado de reposo. Luego, pellizcaba mis pezones, que otra vez se endurecían sin remedio.

-¡Cómo crecen! –exclamó él, feliz- es un flipe.

-Mira Santi, desátame y te prometo no contarle nada a tu madre, esto quedará entre tú y yo, será nuestro secreto, ¿de acuerdo?

Pero Santi había encontrado un juguete inesperado y no parecía demasiado dispuesto a desprenderse de él.

-¿Engañas mucho a tu marido?

-¿Y eso qué importa ahora? –pregunté exasperada- escucha mocoso…

-Yo puedo pagarte, ¿sabes?

-¿Qué?

-Tengo dinero ahorrado, puedo pagarte y…

Casi no podía creerlo. Aquel jovenzuelo lleno de espinillas… ¡quería echarme un polvo! Porque ya no me cabía duda. Me miraba entre avergonzado y excitado, nervioso como un flan pero con expresión decidida, estaba claro que no iba a contentarse con un poco de sobeteo. No sabía si debía sentirme humillada de que pretendiese pagarme como a una vulgar prostituta o halagada de que un niñato como él se sintiese tan atraído por mí. Pero de una cosa sí estaba segura, eso no podía pasar. Santi era menor de edad, por amor de dios, ¡podía meterme en un lío!

-Mira Santi –intenté razonar con él- lo siento pero no puedo hacer nada contigo, créeme que lo lamento –mentí- pero eres menor de edad ¿entiendes?

Afortunadamente, el joven pareció entrar en razón. Durante unos segundos, se quedó pensativo, siempre sin soltar mis pechos, de los que por lo visto estaba muy encariñado.

-Entiendo –dijo finalmente.

-Estupendo. Venga, desátame y te prometo que no diré nada de esto a tu madre.

-Entiendo que, como soy menor de edad, te meterías en un lío si contases a alguien esto.

-¿Qué?

Me quedé petrificada al ver que Santi se quitaba los vaqueros. Incluso a través del calzoncillo, pude ver que su erección era sencillamente descomunal.

-Quiero perder la virginidad contigo Julia, eres la mujer más bonita que he visto jamás.

-Mira Santi –dije a la desesperada- estoy muy halagada, pero yo soy muy mayor para ti. Lo mejor es que conozcas a una chica de tu edad y…

Joder, el chico se había quitado el calzoncillo y su aparato abultaba más que él. Atónita, vi cómo se acomodaba entre mis piernas, dispuesto a servirse de mí a voluntad y sin más contemplaciones. Por la boca entreabierta de excitación le colgaba un hilillo de saliva, y su cuerpo entero temblaba ante la perspectiva de aquel polvo inesperado. ¿Qué podía hacer? Estaba totalmente indefensa y sin capacidad de movimiento. Aunque gritase, vivía en un piso retirado y a aquella hora los vecinos estaban trabajando. Además, como él mismo decía ¿cómo podría explicar la situación a quien pudiera socorrerme? Era terrible, iba a ser violada por aquel mozalbete imberbe. Con un último rasgo de cordura, al menos le supliqué que tomase precauciones.

-Está bien –dije resignada- échame un polvo, pero luego me desatas, ¿lo prometes?

-Prometido –contestó él relamiéndose por anticipado.

-Pero escucha, al menos, ponte uno de esos preservativos, ¿quieres?

Con un gesto, le indiqué el montón de profilácticos sobre la mesa. Di gracias de que el paquete de 6 estuviera recién abierto, porque Santi cogió el tercero y, siempre siguiendo mis instrucciones, se lo puso torpemente en su enorme y enhiesto falo.

Treinta segundos después, el muchacho cabalgaba alegremente sobre mí. Cinco minutos después, yacía feliz y jadeante sobre mis senos desnudos. Podría mentir, decir que fue horrible, que aquel malvado joven me violó contra mi voluntad. Pero, aunque yo había intentado evitarlo por todos los medios, una vez aceptado lo inevitable… debo reconocer que me gustó.

No fue un orgasmo memorable, como el que había tenido con Carlos al principio de aquella aciaga tarde, y mucho menos majestuoso, como el que había tenido después con Daniel. Santi era inexperto, y estaba tan excitado que se diluyó entre mis piernas como un azucarillo. Aun así, fue tierno saber que yo le estaba desvirgando, notar que aquella inmensa virilidad conocía mujer por primera vez gracias a mí, disfrutar de la sensación de tener dentro a un joven lleno de vida y pasión. Santi me montó sin ningún tipo de habilidad, como si yo fuese un potro salvaje que había que dominar antes de ser derribado. Con ansiedad, con precipitación, sus manos recorrían mi cuerpo a ritmo vertiginoso, casi tan rápidamente como su sexo perforaba mi vagina de un modo enloquecedor. Casi antes de haber empezado, noté su embestida final, salvaje, eterna, potente.

Empalada contra la cama, yo misma gocé con su placer, maniatada y sin poder moverme. Cuando el muchacho tensó sus nalgas y empujó aún más adentro, un pequeño pero dulcísimo orgasmo recorrió mi cuerpo, llenándolo de vida y juventud.

-¿Te ha gustado? –pregunté con afecto al jovenzuelo que apoyaba la cabeza en mi pecho.

-Joder… joder… -respondió jadeando- ¡es increíble!

Santi se incorporó y se deshizo del preservativo, el tercero en poco más de dos horas… y con tres hombres diferentes. Sin duda, estaba marcando un récord difícilmente superable.

-Vale, ahora, desátame –dije en un susurro- lo habías prometido.

-Sí, claro… bueno…

-¿Qué? Mira, tienes que soltarme, se me empiezan a dormir los brazos y las piernas. Además, yo ya he cumplido mi parte, no te puedes quejar.

-De acuerdo, voy a soltarte… pero cuando te eche otro polvo.

-¡¿Qué?! ¡Serás malnacido! Mira niñato, vas a conseguir que me enfade.

-Vamos, éste ha sido visto y no visto. Tú ni siquiera te has enterado.

-¡Ja! ¿Acaso esperabas que yo disfrutara? –pregunté sin demasiada sinceridad.

La expresión seria y ofendida de Santi me hizo sentir un poco culpable. Estaba claro que el chico tenía más ganas de juerga… y también era cierto que yo misma me había quedado un poquito a medias con su actuación. Serio y digno, el joven se sentó a mi lado, vestido únicamente con su camiseta vieja.

-Quiero que tengas un orgasmo como dios manda. Dime qué quieres que haga.

-De verdad Santi, no es necesario. He tenido una tarde muy larga y…

-Vamos, no me voy a ir de aquí sin echarte otro polvo, uno en condiciones. Así que tú verás, pero si me dices lo que te gusta más será mejor para ti.

Ante esa disyuntiva, poco podía hacer. Sin duda, Santi iba a montarme una vez más, y ya puestos, ¿no era mejor tratar de disfrutarlo? Además, a pesar de los calambres que empezaba a notar, la situación seguía teniendo un morbo que me producía una comezón…

-¿Quieres que te lo haga primero con la mano? –preguntó el muchacho poniendo la palma de su mano sobre mi sexo y acariciando mi vello púbico con los dedos.

-No, verás…

-¿No lo hago bien?

-Lo haces genial cariño, pero trata de entender…

-¿Sí?

-Bueno, primero hice el amor con mi amante, luego con mi marido, y ahora contigo… si encima me haces un dedito, voy a terminar escocida.

Por lo visto, la enumeración de mis hazañas había puesto muy a tono a Santi, porque en un tiempo increíblemente corto su pene empezaba a dar de nuevo síntomas de vida ¡divina juventud!

-Entonces, ¿qué quieres que haga? –preguntó con expresión desolada.

Me daba un poco de reparo pedírselo. Al fin y al cabo, era apenas un chiquillo, y tal vez la idea no le pareciese atractiva. Pero habían pasado tantas cosas aquella tarde que ya no podía comportarme con mesura.

-Verás, hay una cosa que me encanta y me pone muy a tono.

-¿Sí? –preguntó Santi recobrando el ánimo- dime qué es.

-Pues… mira, me encanta que… que me besen…

-Genial.

Sonriendo, el joven se acercó a mí y me besó fugazmente en los labios. Conmovida y sorprendida por su candidez, respondí a su beso, dejando que su lengua entrase entre mis dientes, buscando torpemente y enredándose con mi propia lengua en un lazo eterno. Fugazmente, pensé que aquel era el primer beso en la boca que recibía aquella tarde.

-¿Qué tal? –preguntó él separándose de mí.

-Muy bien –reí un poquito nerviosa- pero no me refería a que me besarás… ahí.

-¿Entonces… qué…?

De repente, Santi se puso muy colorado, se dio una palmada en la cabeza y yo pensé por un momento que tal vez había ido demasiado lejos. Pero luego, reaccionando como un resorte, retrocedió por mi cuerpo, se situó a los pies de la cama y… depositó un torpe pero apasionado beso sobre mis otros labios, esos que estaban ya inflamados y ebrios de placer.

-Pero primero tienes que lavarme un poco, hoy llevo una tarde muy agitada.

-¿Lavarte?

-Si lo prefieres, puedes desatarme y yo misma…

Temeroso de que yo cambiase de planes si me veía libre, Santi se levantó a toda prisa y, siguiendo mis instrucciones, procedió a refrescar y tonificar mis partes íntimas. Fue encantador ver a aquel jovenzuelo aplicar con ternura una toallita húmeda sobre mi sexo, cuidarlo y agasajarlo con mimos hasta dejarlo dispuesto para otra sesión de combate larga y concienzuda. Sus dedos eran inexpertos pero diligentes, y la sensación de estar allí expuesta ante él fue tan deliciosa que no pude evitar olvidar a Daniel, que tan descuidadamente me había dejado abandonada.

Cuando terminó con su refrescante lavado, con torpeza pero con una dedicación excelente, el joven enterró su cabeza entre mis abiertas piernas y empezó a propinarme suaves e inexpertos mordisquitos en la cara interna de los muslos. Más calmado esta vez, se acercó poco a poco a mi vagina, y cuando de nuevo sentí una lengua masculina entre las piernas no pude reprimir un suspiro de satisfacción.

-¿Lo hago bien?

-Genial…

Iba demasiado deprisa para mi gusto, pero sabía por experiencia que es mejor animar a los hombres, dejarles que aprendan solos, y por otro lado era una sensación nueva notar una lengua que, aunque había pasado por mí sin reparar siquiera en mi clítoris, se movía como un rabo de lagartija, con una fuerza y un vigor insospechables.

En efecto, Santi compensaba su falta de experiencia con una fogosidad que hacía tiempo no tenía ningún amante mío. Su lengua me taladraba literalmente a una velocidad vertiginosa, y por un instante tuve la sensación de que se multiplicaba, de que estaba en todas partes a la vez.

-Ayyy, puedes… puedes… ufff, puedes montarme ya… -dije al fin, satisfecha y tremendamente excitada.

Obediente, el joven se incorporó, se puso el preservativo (el cuarto) e, incapaz de aguantar más tiempo su propia excitación, volvió a penetrarme.

Tampoco duró demasiado aquella vez. Todo tiene sus pros y sus contras. Un hombre maduro tal vez sólo pueda hacerte el amor una o dos veces en una noche, pero a cambio lo hará de un modo reposado, sabio, retardando el momento y esperándote si es necesario. Por el contrario, un chaval excitado podrá eyacular cuatro veces en apenas dos horas en tu húmedo sexo, pero tardará apenas unos minutos en deshacerse entre tus piernas.

No obstante, aquel segundo coito fue sumamente placentero para los dos. Santi se movía un poco más calmadamente, y su pene me perforada hincándoseme tan adentro que me parecía que nunca antes nadie había estado allí. Mis propios gemidos se confundían con sus gritos, y nuestros cuerpos vibraron al unísono en un éxtasis rápido pero increíblemente intenso. Con la arremetida final, noté su pene llegar aún más hondo, más profundo, moviéndose convulso y saciándose de mí por segunda vez.

De nuevo con Santi derrumbado sobre mí, mientras me iba recuperando poco a poco de mi propio placer, me daba miedo hacer la tan repetida pregunta de aquella tarde “¿me desatarás por fin?”. Cuando el joven se recuperó, miró la hora en el reloj, ¡eran ya casi las siete!

-Tengo que irme –dijo con una expresión desolada que me pareció sumamente divertida.

-Venga, desátame. Tal vez otro día…

Me sentía tan contenta que no lo decía por decir. Había pasado una tarde increíble, alucinante, y al fin y al cabo yo no había buscado aquel imprevisto final con Santi, por lo que no podía sentirme culpable.

A toda velocidad, el joven se puso sus calzoncillos y los pantalones. Estaba empezando a desatarme las manos cuando el ruido de la puerta de la calle nos sorprendió a los dos. Por unos instantes, ambos nos miramos en silencio.

-¡Mi marido! –exclamé asustada.

Era un desastre, si llegaba a enterarse de lo sucedido no me perdonaría nunca. Con espanto, miré al montoncito donde se acumulaban ya cuatro preservativos, ¡era terrible! Nervioso como el chiquillo que era, Santi salió corriendo igual que antes lo había hecho Carlos. Por lo visto, ninguno de mis amantes estaba dispuesto a dejarse partir la cara por mí.

Mientras salía, oí que chocaba con alguien, y que una voz masculina le preguntaba sorprendida de dónde había salido. Todavía atada y abierta de piernas, mi mente planeó a toda velocidad una excusa convincente. Daniel conocía al hijo de Bárbara, simplemente le diría que el chico acababa de llegar con retraso para sustituir a su madre, y que justo iba a desatarme cuando, al oír la puerta, había huido asustado. Sin duda, Daniel tendría que creerme, y nunca llegaría a saber nada de lo sucedido entre aquel mozalbete y yo… si no reparaba en el montón de preservativos.

-¿Otro de tus amantes? –preguntó entonces una voz que, aunque me resultaba conocida, no era la de mi marido.

Esta vez, en la puerta del dormitorio estaba Juan, mi tímido y apocado compañero de trabajo.

***

-¿Cómo has entrado aquí? –pregunté atónita.

El hecho de que Juan me viese desnuda y abierta de piernas me habría alterado considerablemente en cualquier otro momento, pero aquella tarde era ya incapaz de pensar con claridad. En cuanto a mi compañero de despacho, me miraba atento y serio… deleitándose sin duda en cada curva de mi anatomía, lo que hizo que volviese a repetir mi pregunta.

-¿Cómo has entra…?

-Tu marido me ha dado la llave. Quiere que recoja unas cosas y se las lleve ahora mismo.

La sorpresa fue tal que, por un instante, olvidé los ojos de Juan sobre mi sexo desnudo. Entonces…

-¿Has sido tú quien nos ha descubierto? –la expresión de Juan fue lo suficientemente elocuente- pero, ¿cómo…?

Antes de responder, mi nuevo invitado recogió del suelo la silla donde antes se había sentado mi marido y… se sentó frente a mí, justo en el sitio desde donde tenía una inmejorable vista de mis partes íntimas ¿es que no había ni un solo tipo decente en la ciudad?

-Julia… eres una persona encantadora, dulce, guapa, simpática… pero también eres terriblemente egoísta, cruel, manipuladora…

-Pero, ¿de qué diablos me estás hablando?

No podía creer que eso me estuviese sucediendo a mí. Ya ni siquiera se me ocurría pedirle a Juan que me desatase. Algo en su mirada me decía que mis problemas estaban lejos de terminar, aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla que parecía no tener fin. Las piernas y los brazos empezaban a dolerme, aunque afortunadamente mi postura en la cama era cómoda y los correajes estaban especialmente diseñados para el juego, no para la tortura. De cualquier modo, me hubiera encantado tener aquella conversación vestida, o al menos, con la posibilidad de moverme libremente. Pero Juan parecía decidido a explicarse, y yo sabía que me convenía prestar atención a lo que tuviera que contarme.

-Llevamos dos años trabajando juntos Julia –empezó él con tristeza- dos años en los que te he cubierto si llegabas tarde, en los que te he ayudado con tu trabajo atrasado, en los que he hecho por ti cualquier cosa que me pidieras… ¿nunca te has preguntado por qué hacía todo eso?

-Bueno, somos amigos, ¿no?

-¿Amigos? –Juan se levantó de su silla y empezó a dar vueltas por el dormitorio, furioso- ¿Amigos? ¿Acaso no has notado cómo te miro cada lunes cuando apareces? ¿Cómo recuerdo cada detalle, cada cosa que me cuentas, por muy insignificante que sea?

De repente, muchas cosas empezaban a tener sentido. El pobre y tímido Juan, mi delgaducho y poco agraciado compañero, el que siempre estaba dispuesto a hacerme un favor… ¡estaba enamorado de mí! Eso le añadía un nuevo enfoque a mi situación, y un súbito nerviosismo recorrió mi cuerpo indefenso.

-Sí Julia –seguía él, ya imparable- llevo años enamorado de ti, suspirando por ti, conformándome con ser tu amigo. Pensaba que lo tuyo con Daniel era serio, y yo te respetaba, pero de repente… de repente me entero de que te acuestas con ese chulo de Carlos, y eso sí que no puedo soportarlo.

Yo estaba asombrada, atónita, incapaz de saber a dónde nos llevaban las revelaciones de Juan. Maldije en silencio haber hablado tantas veces por teléfono delante de él, creyendo que no me prestaba atención. Sin duda, una persona atenta y que nos veía juntos a Carlos y a mí a diario, había terminado por descubrir nuestra infidelidad…y ahora quería hacérmelo pagar, ¿pero cómo?

-De acuerdo Juan –confesé- soy adúltera, pero no creo que eso te deba importar a ti.

-¿Que no debe importarme? –chilló de un modo que no me gustó nada- ¿después de meses tragándome mis sentimientos? Yo te respetaba, pero ahora…

No hay nada peor que un hombre despechado, y ante mí tenía ahora a uno que se sentía menospreciado, ignorado, humillado. Lo cierto era que yo jamás me había fijado en él, probablemente fuese mejor persona que Carlos, pero era bajito, calvo, muy poco interesante desde el punto de vista físico. Y yo no buscaba algo serio, sólo quería sexo divertido, y para eso Carlos, con su 1,85 y sus hombros anchos de nadador, era la persona idónea.

-Julia –me sacó de mis pensamientos Juan- voy a tomarme la revancha por todo lo que me has hecho sufrir.

-¿Qué? Oye, ¡ni se te ocurra!

Era increíble, mucho ir de bueno y de sensible… ¡y el muy cabrón estaba bajándose los pantalones! ¿Sería posible que todos los tíos que me encontrasen en aquellas circunstancias se aprovecharan de la situación sin importarles mis deseos? Estaba indignada, era insultante, ¡los tíos eran todos unos cerdos!

La idea de ser montada por Juan no me apetecía ni mucho ni poco ¿sería al menos ése el fin de mi pesadilla? Nerviosa, sin saber qué hacer, erguí la cabeza y miré hacia abajo. Igual que antes Carlos, mi marido y Santi, Juan se disponía a satisfacer sus más bajos instintos conmigo pero, a diferencia de los tres primeros… el pene de mi compañero de trabajo aparecía fláccido y sin fuerza entre sus piernas.

A punto estuve de soltar una carcajada, que afortunadamente reprimí a tiempo. Juan me miraba fuera de sí, desesperado, cercano a las lágrimas.

-Yo… yo… he fantaseado tanto con este momento… no lo entiendo, no lo entiendo…

Casi me daba pena. El pobre diablo miraba con desilusión su instrumento, luego me miraba a mí, y sólo le faltaba darse de bofetadas por aquella inoportuna indisposición por su parte.

-Dios… eres tan guapa… me hubiera gustado tanto hacerlo contigo aunque sólo fuera una vez…

En el fondo soy una buena chica. En lugar de estar enfadada con todos los hombres del mundo, de repente me daba pena de aquel pobre tipejo que tanto me deseaba. Bien mirado, ¿qué me costaba hacerle feliz? Al fin y al cabo, no dejaba de gustarme aquella morbosa tarde en la que, abierta de piernas e inmovilizada, me iba convirtiendo en objeto de deseo de cuantos hombres aparecían. Por lo visto, mi sexo era un imán irresistible, y cuantos lo veían se quedaban prendados de él. Además, si al final Juan conseguía penetrarme… sería el cuarto hombre al que diese placer aquella tarde, y eso suponía para mí un récord absoluto. ¿Para qué negarlo? Me encanta el sexo, ¿acaso tiene algo de malo?

-Anda, tranquilo, acércate –le dije sonriendo a Juan, que empezaba a gimotear.

-¿Qué, snif, qué pasa?

-¿Qué tal si hacemos un trato? Yo te ayudo a… ponerte en forma, y tú me prometes que nunca le contarás nada de esto a mi marido.

-Creo que no te entiendo, ¿cómo vas a…?

-Muy fácil, ven, ponte a mi lado, aquí, cerquita.

Temblando como una hoja, Juan se puso a la altura de mi rostro, de rodillas sobre la cama. Su pene colgaba lánguido y triste, aunque justo era reconocer que, incluso en estado de reposo, presentaba unas proporciones considerables y sorprendentes teniendo en cuenta el tamaño de su propietario. Cuando al fin estuvo lo suficientemente cera, y como él no parecía saber muy bien qué debía hacer, yo abrí la boca y le invité con un gesto… a que metiera dentro su aparato ¡la expresión de sorpresa y susto de Juan mereció sin duda la pena!

-Tranquilo hombre –reí ante su asombro- te aseguro que no te la voy a morder.

-Pe… pero…

-¿Quieres follarme sí o no?

-¡Claro!, quiero hacerte el amor pero…

-Pues métemela en la boca, no conozco ningún tío al que eso no le ponga en órbita.

Como pidiendo perdón, Juan se armó de valor, asió su miembro viril y, con una delicadeza sorprendente, lo metió en mi cálida y húmeda boca.

Era extraño tener entre los dientes un pene flojo y sin vida, y al principio me resultó raro chuparlo y acariciarlo con la lengua. Poco a poco, sin embargo, Juan parecía revivir. Como yo misma había dicho, no sé el motivo pero no conozco a ningún tío que no resucite con el sexo oral, por alguna razón parece gustarles incluso más que el coito convencional ¡son todos tan cerdos!

En un par de minutos, el sexo de Juan había crecido considerablemente gracias a mis tiernas atenciones. Mi lengua recorría su glande mientras mis labios absorbían una generosa porción de su miembro pero, dada mi situación, mis movimientos eran limitados y no podía ocuparme de él como dios manda. Soltando por unos instantes mi presa, retiré la cabeza como pude y le di nuevas instrucciones.

-Tendrás que ser tú el que te muevas, yo apenas puedo…

Incrédulo por mi colaboración, Juan volvió a insertar su falo en mi boca e inició un movimiento rítmico de caderas, mientras yo me limitada a ofrecer mi orificio superior para su deleite. La boca completamente abierta y mi cuerpo convertido en un juguete, pronto, su sexo triplicó su tamaño, demostrándome que Juan estaba considerablemente armado para los menesteres del sexo.

Por un instante, mi compañero parecía tan entusiasmado con aquel inesperado regalo que yo temí que se corriera sin remedio entre mis labios. Dejando de lado que no me apetecía, dada mi posición en la cama, atragantarme con un torrente de cálido y espeso semen, eso habría tenido otra consecuencia desagradable para mí: tanto ajetreo había vuelto a alterarme y, por extraño que pudiese parecer… ¡de nuevo estaba muy excitada!

Yo misma me sorprendía de ello, pero no podía negarlo. Aunque Juan no me gustase, la situación que vivía desde hacía unas horas me ponía muy a tono, y darle sexo oral había terminado por convertirme de nuevo en un volcán a punto de entrar en erupción. Necesitaba ser cubierta de nuevo por un hombre, y preferiblemente por uno diferente ¡me encantaba ser infiel!

-…por… favjrr…

-¿Qué? –preguntó Juan liberándome por un momento de su tremendo misil tierra-aire.

-ufff, digo que… te vas a correr, deberías…

-Oh no… tranquila… soy muy lento para esto.

Sin dejarme decir nada más, Juan volvió a penetrarme oralmente. Atada de manos y pies, poco podía oponer a su “castigo”, así que durante unos minutos más los dos seguimos en tan interesante actividad, yo con lo cabeza ligeramente ladeada y él follándome en la boca con calma pero concienzudamente.

Dos cosas eran innegables: Juan era un motor diésel y… a mí empezaba a entusiasmarme aquel extraño encuentro. Si antes había podido disfrutar de la fogosidad de un joven que atacaba y se retiraba como un relámpago, ahora me veía recompensada por las atenciones de un hombre que se tomaba su tiempo, un hombre capaz de ser succionado por mis labios durante horas sin derramarse antes de darme placer. Aunque siempre me había encantado practicar el sexo oral, con Juan descubrí una nueva dimensión de tan placentera actividad.

Su pene entraba y Salía de mi boca con suavidad, casi con ternura, y yo encontraba terriblemente sensual estar allí a su servicio por toda la eternidad. Sus ojos miraban los míos con afecto, y a mí me encantaba poder devolverle de un modo tan sugerente los sinsabores que le había causado durante meses.

Al fin, cuando ya empezaba a pensar que íbamos a estar así para siempre, Juan se retiró y, antes de que yo le dijese nada, se puso uno de los dos preservativos que quedaban en la mesilla, ¡era ya el quinto de aquella tarde!

-Lo malo es que, con esto –me dijo disculpándose- soy aún más lento.

-Vaya chico, qué le vamos a hacer –suspiré ansiosa de recibir su primera embestida.

Pero todo lo que Santi había tenido de impulsivo y espectacular Juan lo tuvo de delicado y concienzudo. Su pene entró en mí con mesura, poco a poco, como pidiendo permiso, y mi sexo lo recibió con gratitud, satisfecho de sentirse colmado y ocupado centímetro a centímetro. Cuando al fin mi compañero estuvo acoplado en mi interior, se detuvo y permaneció unos segundos quieto, como instalándose a su gusto y comprobando el terreno.

-¡Es… tal como lo había imaginado! Sublime…

Enardecida por sus palabras, mi cuerpo se tensó como una cuerda y todo mi ser se preparó para dar y recibir placer. Estaba atónita, sin palabras, jamás hubiera podido pensar que Juan me excitase de aquella manera, pero sentirle moverse dentro, tan pausado y tan vigoroso a un tiempo, me producía una maravillosa sensación de plenitud.

Diez minutos después, Juan seguía cabalgándome, convertido en una especie de consolador gigante especialmente diseñado para mí. Mi orgasmo llegó, creció, me hizo exhalar una incontrolable serie de gritos entrecortados, se retiró después poco a poco… y Juan seguía erecto, firmemente aposentado entre los pliegues más íntimos de mi ser.

-Por… por dios… ¿no vas a terminar… nunca?

-Lo… lo siento –se excusó él absurdamente- ya te dije que soy… muy lento.

Así que no me quedó más remedio que aguantar sus embestidas, abierta en canal y aguardando pacientemente a que Juan se desahogase por fin. Empezaba a creer que era imposible que él se corriera y que ya íbamos a estar enlazados hasta el fin de los días cuando, al fin, noté que su pene se arqueaba de un modo inconfundible, sus manos se crisparon sobre mis pechos, su cuerpo entero se tensó y, como viniendo desde muy lejos, un orgasmo demoledor se instaló en él mientras yo misma me veía arrastrada y nuevamente empujada a un éxtasis arrasador.

Nuestros cuerpos gimieron juntos sin palabras, el sudor corría entre mis senos y mi pelo parecía mojado después de una tarde entera de combates a cual más satisfactorio. Cuando por fin Juan se derrumbó, sus primeras palabras fueron de agradecimiento.

-Gracias, gracias, gracias…

-¡Dios mío!, ¿cuánto tiempo llevabas sin…?

Cuando mi amigo se quitó el preservativo, éste casi desbordaba. Como no podía ser de otra manera, lo arrojó al montón donde habían quedado las otras cuatro pruebas de mi poderío sexual. Un sólo preservativo quedaba sobre la mesilla, pero ése tendría que esperar a otra ocasión para ser utilizado.

-Estoy agotada –dije mientras mi compañero se vestía- ¿podrías desatarme?

Entonces Juan, ya vestido, me miró serio, nuevamente rígido y ofendido.

-Julia, tienes mucho que aprender en la vida.

-¡Serás…! ¿No pensarás dejarme así?

No podía ser, todos los hombres eran unos miserables mentirosos. Yo había sido infiel a mi marido, de acuerdo, pero era mucho más sincera que ellos. Primero prometían, se servían de mí y, luego… ¡me dejaban indefensa y a merced del siguiente!

-Escucha –dijo Juan buscando con la mirada y encontrando mi móvil- dime a quién quieres llamar, pero que sea un hombre, y te ayudaré a hacer esa llamada.

-Pero, ¿por qué no me sueltas? Después de lo que hemos vivido juntos, ha sido maravilloso…

-Sí, ha sido bestial. Pero llevas toda la vida pensando en ti misma, sin preocuparte por los demás. Dime, ¿cuántos amigos de verdad tienes? ¿En cuántos podrías confiar? De cuantos podrías decir: aunque entre ahora por esa puerta y me encuentre abierta y a punto de caramelo, éste será un caballero y me respetará.

-¡Tengo muchos amigos así! –protesté indignada, aunque empezaba a no estar muy segura de lo que decía.

-Muy bien –dijo él acercándome el móvil- dime uno, sólo uno, y le llamamos para que venga a liberarte.

Nerviosa, irritada, repasé mentalmente mi lista de contactos. ¡Maldito Juan! Después de un polvo memorable, era igual que todos, una vez satisfecho si te he visto no me acuerdo. Desesperada, fui descartando nombres… y decidí llamar a mi hermano. Era duro pensar en recibirle de aquel modo, pero después de lo vivido aquella tarde, era mejor asegurar el desenlace. Había disfrutado de orgasmos increíbles, dos con Carlos, uno con mi marido, dos pequeños con Santi y uno salvaje con Juan. Había gozado enormemente pero tenía el chichi agotado, necesitaba descanso y reposo urgentemente.

-¿A tu hermano entonces? –preguntó Juan con una sonrisa burlona- muy bien.

Tras marcar el número, Juan me acercó el teléfono y me lo sostuvo.

-¿Antonio? Sí, soy yo, Julia.

-Hola hermanita, ¿qué te cuentas?

A grandes rasgos, le expliqué a mi hermano que había estado haciendo un pequeño juego erótico con mi marido, pero que luego éste se había enfadado y me había dejado atada a la cama. Necesitaba que cogiese una llave de casa y viniese a rescatarme.

-Joder hermanita, ¿te ha dejado atada a la cama… desnuda?

-Sí, por eso no puedo llamar a papá o a mamá. Anda, ven corriendo, empiezan a dolerme los brazos.

Cuando terminé de hablar, Juan se levantó satisfecho, dejó el móvil en la mesilla y se despidió de mí.

-Adiós Julia, ha sido increíble hacerlo contigo.

-Maldito cabrón.

Dando media vuelta, salió de mi casa y me dejó allí, tal cual me había encontrado.

***

Menos de media hora después, oí el ruido de la puerta de la calle. Mi hermano debía haber venido saltándose los semáforos, en él sí que podía confiar. Era unos años menor que yo y siempre nos habíamos llevado bien. Me daba un poco de corte que me encontrase en tan delicada situación, pero ya no había remedio. Sólo de pensar que cinco minutos después podría estar tomando una ducha caliente y reparadora, mi cuerpo se estremecía de satisfacción.

Cuando Antonio entró en el cuarto, su mirada nerviosa paseó fugazmente por todo mi cuerpo desnudo.

-Ay Antonio, qué alegría verte. Vamos, desátame.

-Sí, bueno… verás hermanita, primero…

Cuando mi hermano se acercó a la mesilla y cogió el último preservativo con manos temblorosas, apenas pude creer que eso estuviera pasando realmente.

FIN

15 comentarios - una esposa para cinco ( sorprende a su esposa con el amante)

casado41
Me dieron ganas de ir a desatarla...
vvd8521
exelente relato sigue asi te dejo puntos !!! saludos
eltres77
Por favor que alguien la desate de una vez
kramalo
yo te desato, te lo juro, te desato te dije...!! te dije que te iba a desataaaaaarrrrr!!!! pero antes....jejeje...!! uno ante una concha asi, en bandeja, que se va a acordar de ser honesto y considerado....jeje. muy buen relato..!! van puntos..... pero antes de lo puntos.....jeje..
kramalo
No me canso de leer éste post.....muy bueno..!! Decime @danuterrible...querés puntos..?, bueno te los doy, pero antes....jaaaa!! van puntos, viejo.
Si-Nombre
Maravilloso esta genial, gracias por compartir, espero que tu hermano después de hacerte el amor si te haya desatado!!!!
juan226
Jajaja jajaja muy buen final.