Estrenandose gay

Estrenando a a mi amigo
A sus 23 años, Chepe lucía delgado aunque de cuerpo fibroso y forzudo, como producto del trabajo con caballos y ganado que realizaba antes de llegar a la universidad. Usaba anteojos, y gorra, práctica que había adquirido en el campo para protegerse del sol. Su bigote y barba mal cortada, lo hacía aparentar mayor edad, y le provocaba un dejo de seriedad que no tenía al tratarlo, pues era divertido, platicador, y siempre aguzando el ojo apreciando el bamboleante caminar de algunas damas. Era moreno, y llegaba a los 174 cm de estatura, lo que hacía que yo apenas le llegara a las orejas.

Chepe siempre me buscaba para que lo ayudara, su formación básica no era muy buena y a menudo tenía dificultades con las tareas. Por mi parte, lo hacía con placer, pues siempre me provocaba satisfacción el poder ayudar a algún amigo. En ocasiones, me invitaba a tomar cerveza y la pasábamos muy bien compartiendo anécdotas, uno que otro chiste, y apreciando el trasero de las damas. En Otras ocasiones me invitaba a comer, otras veces, como más agradecido por el apoyo que le daba, me dejaba algún dinero a lo cual no me oponía por necesitarlo para satisfacerme algunos caprichos.

Ese día llegó a buscarme por los mismos motivos. Yo estaba terminando de bañarme cuando oí sus gritos llamándome al otro lado de la puerta, su manera típica de anunciarse. Envolví mi cintura con la toalla y salí a recibirlo. Como me gustaba trabajar en la habitación donde dormía, porque una amplia ventana permitía aprovechar mejor la luz del sol, lo conduje hasta ahí.

Chepe empezó a narrarme los pormenores de su trayecto hasta mi casa. Acostumbrado a poner atención, solo con la toalla cubriéndome, me quedé de pie contra la pared escuchándolo, sintiendo el viento frío acariciar mi dorso y filtrarse entre mis muslos. Chepe me miraba atento, y notaba su mirada recorrerme de arriba abajo. –Voy a vestirme, dije. -No, quédate así, te ves muy rica, se le escapó. Y yo pensé que tal comentario lo dijo dada la confianza que nuestra relación amistosa nos había hecho entablar. Yo le seguí el juego y agregué: -te parece, al tiempo que daba un par de vueltas ante él. Por lo visto, Chepe era muy atrevido y confianzudo, se me acercó y extendió una de sus manos pellizcando con suavidad una de mis tetillas. No pude evitar estremecerme, y no pude evitar el escalofrío que me recorrió y que me puso la piel de gallina. Chepe lo notó sin disimular: -vaya, te gusta que te toquen. –Condenado, mira como me pusiste, le dije alzando los hombros para que viera mi piel.

Como respuesta, Chepe dio un paso hacia mí, y sus dos manazas vinieron hacia mí posándolas cada una sobre mis tetillas. Con rapidez y suavidad me masajeó los pechos y luego con la yema de sus dedos los presionó alrededor. Ahora el escalofrío que me invadió fue mucho más fuerte, mis piernas temblaron y se aflojaron. -Ay Chepito, exclamé, -me das mucho frío. Ahora fue una carcajada divertida la que se escapó de su boca. –No digo pues, sí que te gusta, dijo. Y no retiró sus manos. Por el contrario, dio otro paso hacia mi y me pegó a la pared, mientras sus dedos seguían prendido a mis tetillas. -Te gusta o no? Dijo mirándome desafiante.

No resistí su mirada y cerré los ojos apretando mis labios. -Se siente rico, musité. –Esto te va a gustar más, dijo quedo en mi oído. Sentí su respiración recorrer mi cuello, mi pecho. Abrí los ojos justo en el momento en que lo vi abrir su boca y rodear con sus labios uno de mis pechos. La humedad y el calor de su lengua me electrizaron inmovilizándome. Era increíble, tres pequeños actos de aquel macho me tenían seducido. Solos en aquella casa que alquilaba en Tlalnepantla, con la cama amplia y vacía que tenía a un lado, me tenía completamente a su merced. Chepe seguía electrizando mis pechos con su lengua, mientras sus manos recorrían mi espalda, cosquilleaba mi cuello, retocaba mis antebrazos. A ratos se interrumpía y me veía, yo lo miraba sin resistencia y le insinuaba que siguiera en su faena. -Ay Chepito, sigue así, y me vas a terminar cogiendo.

Como respuesta, Chepe subió con sus labios besuqueando mi cuello, mordisqueando los lóbulos de mis orejas. Hundió su lengua en mis pabellones. Eso hizo que se desvaneciera la fuerza de mis piernas. Solo quería tenderme boca abajo sobre la cama y que el hiciera con mi cuerpo lo que a su ansiedad de macho en primavera se le ocurriera. Si no me desplomé fue porque Chepe me presionaba con su cuerpo a la pared. –Te gustaría que te cogiera?
Sí, sí, siiiiiiiiiii

Hasta ese momento me atreví a mover las manos, obligándolo con mis movimientos a quitarse la camisa, complaciéndome en acariciar su compacto, atlético y velludo dorso. Cómo sería más abajo?.

De pronto sentí sus labios pegarse a los míos. Cierto embarazo me invadió. Pero el cosquilleo de su lengua ganó la batalla. Abrí mi boca y su lengua entró con sigilo. Como acto de defensa al invasor, la mía vino a su encuentro. Nuestras lenguas se trenzaron, se hurgaron, se correspondieron. Un encuentro delicioso, embriagador, delirante. Un show de petardos en mi cabeza ya no me dejaba pensar.

Entonces conduje una de mis manos a su bragueta. Y ahí sentí aquella cosa endurecida, tiesa, aprisionada, palpitante. Con la presteza del que muchas veces lo ha hecho, deslicé el cierre hacia abajo e introduje mi mano. Lo que toque me agradó. Me faltaba verlo. Entonces desanudé su cinturón, abrí el botón del pantalón y este se deslizó hacia abajo. Chepe en su boxer, con su cuerno levantado dispuesto al combate; yo apenas cubierto por una toalla, sintiendo que entre mis glúteos se colaba el aire, y se colaría cualquier cosa. Ya sabía qué. De modo que mis dos manos vinieron a destapar el premio a mi decisión. Me escurrí entre los brazos de Chepe, le baje el boxer por completo, y quedé de rodillas ante el oliendo la esencia de su ser.

Al fin tenía frente a mí el antojo de mis deseos. Peludo, moreno, firme. Sin perdida de tiempo, lo atrapé con el anillo de mi boca. Agridulce sabor de sus destilados más secretos que yo saboreé, succioné y tragué. Cuantas veces dije sí con mi cabeza degustando las sales de su miel, aprobando su textura, recorriendo su longitud. Si me desprendí de él fue para no dejar de reconocer nada de sus pertenencias. Bajé a aquella envoltura arrugada situada un poco abajo donde cubrí de besos tiernos su áspera suavidad delicada, engullí hambriento sus bolas colgantes y restregué mi rostro por todo aquel conjunto para mancharme, para marcarme. Me incorporé.

Chepe me vio mientras se recostaba a la pared. Su cuerno vibraba firme y decidido allá abajo. Yo le dí la espalda buscando la cama. Me quité la toalla. Alcancé a ver a Chepe manotear su enorme trozo y masturbarse con morbo.
-Cógeme rico! Le ordené y me tendí sobre la cama. Vi Chepe ir por las dos almohadas colocándolas bajo mi cintura. Sentí mi trasero elevarse. -Cógeme ya, grité desesperado.
Sentí sus manos posarse sobre mis nalgas, masajearlas suavemente, rasgar sin fuerza con sus uñas a lo largo de mi raya. Una, dos, tres veces. -Ay chepito!, metémela por fa! Qué macho más paciente.

Sentí el calor y la humedad de su fierro rozar mis nalgas. Por sus movimientos adivine que al untarme estaba escribiendo algún mensaje. Sentí la tibieza de su líquido delineándose en mis glúteos. Entonces lo sentí presionar e irse abriéndose paso hacia mi rinconcito palpitante. –Qué alegría, al fin me va a coger. Pero no me la metió.

Sus manos separaron mis nalgas y colocó su verga entre ellas. Empezó a frotarse, a masturbarse. Me tenía desesperado, mi ojete se contraía anhelando el momento supremo en que aquel visitante se decidiera de una vez por todas, tocara a mi puerta y entrara. No se cuanto tiempo lo esperé, pero al fin obtuve lo que quise.

Concentrado como estaba en la espera, supe el momento exacto en que Chepito uso solamente sus pulgares para abrir la parte baja de mis nalgas. Inmediatamente sentí su glande humedecido deslizarse hasta el ojo de mi culo. Mi ojete se contrajo. Sentí la presión de Chepito por entrar. La tibieza de su semen untó mi ojete que siguió palpitando. Sentía la palpitación de mi ojete hacerse más intenso por momentos. Por fin se relajó y la cabezota de Chepito entró sin pedir permiso. Chepito se detuvo. Yo no me moví. Su invasión me dolía. Sus flujos seguían derramándose, untando las paredes de mi recto. Segundos después Chepe avanzó otro poco. Era dolor lo que sentía? Si era así, también la fascinación de sentirlo dentro de mí me resultaba grato. Chepe siguió su recorrido hasta que sentí sus bolas estrellarse al borde mis nalgas. Otra vez Chepe quedó inmóvil. Allá en mis adentros su semen escurría, me lubricaba. Qué exquisita sensación de ser mojado. Chepe retrocedió hasta mi puerta y volvió a embestir. -Ay! Que rica estocada.

En realidad Chepe sabía lo que hacía. Era su conocimiento del asunto?, era su experiencia al respecto? Nunca le he preguntado. Sus movimientos siguieron siendo lentos, pacientes, esperando no se qué. Pero sus escalas en mi culo hicieron su efecto. Ya me tenía completamente humedecido por dentro.

Diez minutos después lo sentí acomodarse cubriendo mis nalgas con sus piernas, haló mi cintura hacia él, levantándola un poco más, yo recosté mi pecho hacia la cama arqueándome, dispuesto a disfrutar lo que sentía venir. Chepe me bombeó de golpe, y quedé sorprendido de la facilidad con que su verga se deslizó por mi canal. Una, dos, tres, veces, yo sentí la gloria. Sentí a Chepe levantar una de sus piernas y luego la otra de modo que si yo estaba a gatas en la cama, él quedó de cuclillas sobre mi. En aquella posición degusté con placer inmenso el roce de sus bolas en mis nalgas. Ahora sí, completamente acomodado, Chepe me bombeó salvajemente. Oh! Oh! Oh! Oohh! Qué rico! Qué verga, oohhh qué caliente, qué dura, aaahhh! qué gruesa, cógeme Chepito, cógeme cabrón!

Fueron veinte, treinta, cuarenta las veces que aró mi surco? La verdad es que perdí la cuenta. Chepito siguió entrando y saliendo de mi abertura, y yo seguí gimiendo satisfecho, sumiso, realizado, hasta que sentí los estertores de Chepito, su cintura se contrajo, adentro de mi culo sentí como su verga se tensó más, después su leche caliente me llenó hasta inundarme y desbordarse de mi orificio. –Sigue chiquito, sigue. Dámelo todo papasito. Y contraje mi culito, ahorcando su verga, exprimiéndola. Chepito dejo de moverse, estiró sus piernas, movimiento que imité y quedamos tendidos sobre la cama con él sobre de mí. Apretado en mi interior, su delicioso trozo de carne se fue distendiendo, languideciendo, hasta resbalar por mi abertura y abandonarla. Pero mi placer no terminó.

Placer inenarrable me provocaba el semen de mi macho saliendo de mi ojete, resbalando hacia mis bolas hasta mojarlas. Qué exquisita sensación de sentirme manchado, marcado.
Giré lentamente para ver a Chepe. Mi mirada busco su tronco adormilado, todavía emanando sus jugos interiores. Pase mi mano por sus bolas. Chepe me sonrió satisfecho. –Menos mal que veniste a verme, le dije. -Si hubiera sabido antes que tenías estos gustos, te habría visitado más a menudo, dijo con su risa incontenida.

-Pues ahora ya lo sabes. –Vas a ser mi putita preferida. –Pero no de tu exclusividad. –No te digo que eres una putita! Y su risa resonó en la habitación. –Pues espero que me presentes a chicos como tú, le pedí. –Ya se a quien te voy a presentar. –No me lo dijo.

Después de media hora dormilando juntos en la cama, le dije que revisaramos su tarea. Dijo que no. –No, mejor descansa, vendré otro día, por hoy ya sacaste tu tarea, y no quiero abusar de tu tiempo. Al final y al cabo lo que quiero que veamos es para la otra semana.
Se levantó, lo ví vestirse, cierras al salir le dije sin levantarme dispuesto a dormir. –Vaya putita rica, te llamo después.

Sus pasos en el pasillo, la puerta cerrándose, y semen de macho resbalando de mi culo es lo último que recuerdo de aquel encuentro.

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