Noche de pasion con mi mujer

La verdad es que la situación era de lo más excitante y morbosa. Yo acostado de espaldas en la cama, y mi mujer, arrodillada entre mis piernas, con una mano me estaba haciendo una masturbación deliciosa y con la otra me acariciaba los testículos. De vez en cuando eran sus labios los que se apoderaban del tronco de mi verga, recorriéndola de abajo a arriba; o se metía la cabeza en la boca, formando un anillo con los labios, o jugaba con la lengua alrededor del glande.

Llevábamos unas cuantas horas haciendo el amor. Era una de esas tardes en que nos habíamos puesto de acuerdo para entregarnos al goce de los sentidos y de los sentimientos. Habíamos tenido nuestra buena sesión de caricias iniciales, masaje, sexo oral y nos habíamos fundido el uno en el otro derrochando amor y ternura.

Ahora, su mano subía y bajaba deslizando la piel de mi verga en un movimiento cada vez más rápido. En ocasiones, prefería que yo descargara en su boca, y ella, cerrando los labios, no dejaba escapar ni una gota de semen. Otras, como ahora, prefería ver surgir mi leche como si mi verga fuera un surtidor. Decía que esas imágenes alimentaban sus fantasías.

- Acabá cariño… dale… acabá. Dame la leche, amor.

Esas palabras y el movimiento de masturbación hicieron que el primer chorro saliera disparado hacia el techo y ella, agarrándome la verga, dirigió los restantes hacia su lengua y su rostro. Cuando terminaron, mi leche corría por sus mejillas hasta el menton y escapaba por la comisura de sus labios. Algunas gotas cayeron hasta su pecho. Se metió la verga en la boca para no desperdiciar ni una gota. El placer que me hacía sentir era casi insoportable. Con un dedo se limpió la cara y luego lo chupó. Estaba preciosa. Sonreía. La atraje hacia mí y la besé. Nuestras lenguas iniciaron una danza; mientras, las bocas compartían distintos sabores. Acariciaba su rostro. Ella me seguía masturbando suavemente para que la erección no disminuyera.

- Me encanta tu leche, cariño. Me gusta beberla de tu verga y luego compartir su sabor contigo. No me cansaría de hacerlo. Y su olor… cuando acabas sobre mi cuerpo, oler a ti; incluso cuando, a lo mejor, ya no estás a mi lado.

Atraje su rostro y nos besamos. Ella entonces aprovechó para abrir las piernas y tomando mi verga con sus manos hizo ademán de metérsela.

- Espera-dije yo.

Y agarrando mi verga la pasé lentamente por toda su vagina, separandole los labios, haciendo que sólo la punta del glande se introdujera en la vagina de mi mujer. Quería que ella disfrutara con el masaje que con la punta de mi miembro la estaba dando. Ella permanecía suspendida, con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior.

- Ya cariño. Metemela toda por favor. ¡Asíiiiiiiiiiiiiiiii! – Sí, amor, sentila toda dentro, llenando tu vagina.

Despacio, centímetro a centímetro, la verga desapareció de mi vista y empecé a sentir la calidez y humedad de su vagina, abrazando mi verga. Cuando se hubo sentado completamente sobre ella nos detuvimos para saborear el instante. Mis manos acariciaban cada rincón del cuerpo que quedaba a mi alcance. Se echó sobre mí y nos besamos.

- Dejame cogerte, amor- me dijo.

A veces le gustaba tomar la iniciativa (y a mí que lo hiciera). Yo sabía que, entonces, tenía que permanecer quieto mientras ella iniciaba una especie de danza, rotando las caderas o subiendo y bajando, regulando la profundidad de la penetración hasta donde ella deseaba en cada momento. Mis manos se acompasaban a sus movimientos y acariciaban sus pechos, su vientre, su rostro, su cuello.

Cuando noté que estaba un poco cansada, fui yo quien empezó a moverse. Agarrando sus caderas, los movimientos de vaivén eran lentos y no muy profundos. Ella gemía, con la boca abierta, la cabeza echada hacia atrás y sus manos sobre mi pecho. Las convulsiones del cuerpo de mi mujer fueron la señal de que estaba empezando a tener otro orgasmo, por lo que aceleré el movimiento de mis caderas y la profundidad de la penetración. Mi verga se deslizaba en su vagina produciendo una especie de chapoteo debido a que su vagina se encontraba repleta de flujo.

Pronto sentí una especie de corriente por la espalda y mi verga empezó a contraerse y expulsar chorros de leche haciendo que la chorreante vagina de mi mujer se desbordara. Unas últimas penetraciones profundas y metiéndosela toda me relajé sobre la cama. Ella, apenas sin fuerzas tras el orgasmo, descansó su cuerpo sobre el mío. Nuestras respiraciones iban acompasándose.

Acaricié su pelo. Ella recorría con pequeños besos mi cuello y mi rostro. Nos miramos. Una sonrisa dibujaba nuestros labios. Frotamos nuestras narices, como si nos diéramos un beso esquimal. La abracé, estrechándola contra mi pecho. Ella se incorporó, pero aún seguíamos unidos.

- Espera. No te muevas. Quiero ver cómo sale despacio de mi vagina.

Bajó la mirada y empezó a separarse de mí. Mi pene iba apareciendo poco a poco, enrojecido, empapado. Ella, de repente, se lo volvió a meter de golpe.

- No, no quiero sacarlo; quiero que se quede aquí para siempre. – A mí tampoco me importaría no salir de vos nunca. De todas formas, siempre que quieras tenerlo no tienes más que pedirlo. – ¿Me lo prometes? – Claro que sí. – Te tomo la palabra. Y más vale que la cumplas, porque si no… (Con los dedos hizo una señal como si fueran unas tijeras).

Rodamos sobre la cama riendo. Ahora yo me encontraba encima de ella. Lentamente, me separé sentándome sobre los talones. Ella hizo una mueca de disgusto cuando mi verga abandonó su vagina.

La visión era fantástica. Mi mujer, ofrecida a mí, con las piernas abiertas me enseñaba su vagina abierta y enrojecida por la cogida. Un pequeño reguero mezcla de semen y flujo se escapaba de entre sus labios mayores hasta llegar al agujero del culo haciendo brillar los pliegues oscuros. El borde de su vagina estaba impregnado de una especie de crema. ¿Quién iba a resistirse a semejante manjar? No iba a ser yo.

Levanté una de sus piernas por el talón y empecé a chupar cada uno de los dedos del pie, como si estuviera chupando un helado, pasando a veces la lengua entre ellos.

- Que gustoooooo. Sigue amor, sigue así. ¡Ahhhhhhhhhhhh!

Cuando terminé de ensalivar bien el pie, fui descendiendo por toda la pierna con la lengua, lamiendo sus gemelos, su rodilla, alternando las caricias de la boca con la de las manos. La parte posterior de la rodilla es muy sensible, y las caricias con los dedos provocaban que mi mujer se convulsionase en estremecimientos. Recorrí su muslo y de ahí pasé al otro antes de lanzarme a devorar su vagina chorreante.

- Comemela ya, amor. Comemela. Chúpamela toda. – ¿Te gusta cariño? Sí. Me voy a comer toda tu vagina. Voy a dejarla bien limpia.

El primer lengüetazo empezó en el ano y subió hasta el inicio de su bosque de pelo rizado, y a este siguieron otros, deslizando mi lengua entre los labios de su vagina, primero despacio y luego más rápido, separando cada vez más los labios y los pliegues con mi lengua y metiéndola más profundamente. De vez en cuando era su culo el que recibía mis besos y lamidas.

Por fin me entretuve en los alrededores de su clítoris, que por aquel entonces ya sobresalía, y, mientras describía círculos con la lengua y lo tomaba entre los labios chupándolo como si fuera un biberón, introduje dos dedos en la vagina empezando a masajear las paredes, cogiendola con los dedos.

- Ahhhhh! qué bueno, no pares, no pares, sigue, sigue, sigue, ¡ahhhhhhh!, síiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Mientras, con el pulgar acariciaba su ano violáceo por fuera, y en un momento dado éste también entró. Mi mujer se revolvía como si estuviera poseída. Mi lengua hacía saltar su clítoris como si fuera un pequeño pezón y, de vez en cuando, recorría la vagina de abajo-arriba para no desperdiciar ni una sola gota de los líquidos que destilaba. El aroma que desprendía era absolutamente embriagador.

Sentía también las contracciones de su esfínter sobre mi dedo. Se contorsionaba de un lado para otro, levantando las caderas, agarrándose a las sábanas,
empujándome la cabeza contra su sexo, y yo seguía lamiendo, chupando y besando sin importarme otra cosa que darle todo el placer del mundo.

Los orgasmos se sucedían unos a otros, hasta que, por fin, me tiró suavemente del pelo, y con una sonrisa me dijo:

- Basta; basta, por favor. No puedo más. No puedo mássssss.

Besé su vagina y fui ascendiendo despacio, recorriendo con mis labios su vientre, su ombligo, sus pechos, su cuello hasta cubrir su cuerpo relajado, exhausto, con el mío. Separé los cabellos que, por el sudor, estaban pegados a su frente.

- Cariño, estás preciosa. Te quiero- susurré.

Nos besamos. Con mirarnos nos lo dijimos todo. Sabíamos que lo mejor empezaba ahora.

PD.: ¿les gustó?. Lo relatado es una fantasía.

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5 comentarios - Noche de pasion con mi mujer

Monica25 +1
hermoso!!! parece que me lo estuvieran haciendo a mi, me calenté mal.... 🤤 🤤
panambi2345
Excelente relato loco!!! No tengo mas puntos para dejarte hoy. Te juro que hace un rato estuve cogiendo con mi mujer y vuelvo a la PC y leo tu relato, me puse duro de nuevo jajajaj
ChristianJed
@panambi2345 Gracias x pasar. Me alegro que te haya gustado y haya servido para que te vuelvas a poner duro