Mi mujer a la vista de todos

Necesitábamos las vacaciones. Después de manejar dos horas, ya me había aburrido de ver sólo vacas y camino. El fin de semana en esa estancia nos iba a hacer bien. Además de descansar, yo esperaba que, lejos de casa, solos, pudiésemos reencontrarnos con el mejor sexo. Cuando llegamos a la habitación los dos miramos la cama, enorme y con vista al campo, y es como si le hubiéramos prometido no defraudar. Salimos a caminar, nos sentamos a leer afuera, descansamos y al fin llegó la noche.
Lo lindo del campo es el silencio. Lo lindo del sexo es gritar. Y en ese silencio pensábamos imprimir nuestros gritos. Ella se me acercó y me besó en la boca. Fue un beso húmedo y lento. Tenía un vestido de esos que son fáciles de sacar. Quizás demasiado fáciles. Corrí los breteles. El escote comenzó a caer, pero fue como si uno de sus pezones lo atajara, porque quedó ahí, colgando, a la espera de un empujón. Lamí el cuello. Reprimí las ganas de dar ese empujón que me hubiera permitido besar sus pequeños pechos. En vez de eso, se los toqué por fuera. Sus pezones se pusieron más duros, casi afilados. La agarré de los hombros y la di vuelta. Tenía ganas de agarrar su culo, abandonar toda delicadeza y caer como una bestia sobre él. Bajo el vestido ella usaba una bombacha de algodón. Me gustan las tangas y la colaless, claro, pero no se le compara con la falsa inocencia del algodón.
Ella quedó frente a la ventana. Mientras acariciaba su espalda (y más abajo también), la vi sacarse el vestido, para quedar sólo en bombacha, y correr la cortina. Le dijé: ¿qué haces? Y ella, con su falsa inocencia de algodón, respondió: quiero mirar. Para nuestra sorpresa, ese campo tenía de todo menos soledad. Se festejaba un casamiento. Yo me miraba la pija por sobre el calzón, dura, durísima. Y mi mujer, ahora semidesnuda, miraba hacia afuera, hacia la gente vestida de fiesta, los largos vestidos, los trajes negros, la rigurosa etiqueta. Le pregunté: ¿querés coger o querés mirar? Dijo: las dos, quiero coger mientras los miro. Ella sabía bien lo que quería, porque después como una orden agregó: chupámela.
Bajé la bombacha a la mitad y hundí la lengua. Iba desde donde termina la espalda, pasando por lo más oscuro de su culo y hasta llegar a lo más mojado de su perversión. Sentí cargar sobre mi lengua litros y litros de flujo. Desde ahí atrás no veía nada más que su piel. Y ella, en cambio, lo veía todo. No había apuro, abajo la fiesta iba a ser larga. De pronto, ella gimió. Me aparté apenas y le dije: shh, con la ventana abierta nos van a escuchar. Su respuesta fue más que obvia: que nos escuchen. Gimió otra vez. Le pregunté: a quién mirás. A todos, dijo. Cómo a todos, alguno en particular te debe calentar (era lo que a mí me hubiera pasado de haber visto ahí alguna chica). Dijo: no, estoy mirando a todos, los miro a los tipos, a los casados, a los solteros, a los vírgenes, a los de mil batallas, a las mujeres, a las chicas y a las viejas, a la mamá de la novia, a sus amigas, a todas; metemela, dale metemela. Y se puso a decir: mirame puta, mirame. Ahora tengo una pija adentro, mirame.
Esto era lo que quería ella, nunca pensé que me podía calentar a mí. Pero su calentura era tanta y sentí tanto su flujo, que entonces no sabía cuanto podría aguantar. Me escuché gemir. A ella la escuché gritar. Y de repente, cuando se hizo un breve silencio, escuché otra cosa: alguien más jadeaba. No estábamos solos. Miré atrás, no había nadie. Lo encontré en el balcón de al lado, con su pantalón de traje por los tobillos, la pija en la mano. Sorprendido, dejé de bombear. Mi mujer qué preguntó qué pasaba así que le indiqué. Ella se detuvo. Pero fue un instante. Cuando siguió, fue por más, mucho más. Empezó a dar cada vez más fuerte su culo contra mi pelvis, mi pija parecía dar contra el fondo de su concha, si es que esa concha tenía fondo hoy. Y empezó a gritar, mirándolo fijo: mírame puto, mírame; pajeate y mírame.
Creo que el tipo era el más caliente de los tres. La miraba a ella y suspiraba. Y me miraba a mí como si pidiera permiso, o quizás perdón. Y yo por dentro, empecé a decir: mirala, dale mirala; pajeate y mirala. Primero acabó él, y acabó sobre su camisa blanca de tintorería. Después acabó mi mujer, y acabó en un grito que debe haberse escuchado en ese y en todos los campos. Y por último acabé yo, y vi esa concha correar mi semen hasta la bombacha de algodón, y la vi a mi mujer que veía la pija del tipo, acariciaba hacia atrás la mía, y miraba también a cada invitado de esa elegante y distinguida recepción.

4 comentarios - Mi mujer a la vista de todos

ikkki
muy bueno el relato!!!! me transportó al lugar y me calento... genial
loncha31
tremendo relato casi que senti que estaba ai mirando tambien te felicito segui asi
goditicahot
muy muy buen relato, que rico, siempre he querido estar una situacion asi, que me vean mientras cojo y ver la reaccion que provoca, me encanto!!
gracias por el aporte!! besoooosssss,
GodiTICA
Mi mujer a la vista de todos
yo pase por tu post, vos pasaste por el mio?
los comentarios son el apoyo que necesitamos para seguir adelante!!