yegua

¿Cuántas veces en la vida se te cruza una bestia indomable? Una que te arrastre al infierno, que despierte al animal que se agazapa en tu alma. Cuando conocí a Natalia hacía dos años que estaba casado. Me casé convencido, después de seis años de un noviazgo apacible y cariñoso con Andrea “la rubia más linda del planeta”, esa fue la frase que me sirvió para colarme en sus sábanas y en su corazón. Se podía decir que era un tipo feliz.
Andrea además de linda, muy compañera e inteligente era muy confiable, estaba siempre para mí, sus amigas al igual que ella eran las clásicas niñas bien, convertidas ahora en esposas ideales y Andrea se movía de su trabajo a sus amigas de sus amigas a nuestra casa. Me consentía, me mimaba, me trataba bien, demasiado bien. Era la mujer ideal para el tipo en el que quise convertirme. Serio, educado, con la total convicción de ser un Señor respetable.

Soy el típico aburrido que trabaja la mayor parte del tiempo y no arriesga nada en la vida, todo lo que me rodea tiene un aura de tranquilidad. Estoy enamorado hasta los huesos, siempre fui un buen novio y un mejor marido, nunca se me cruzó la idea de engañar a Andrea.
Natalia apareció en mi casa de la mano de mi suegro. Pedro había quedado viudo hacía unos cinco años y conoció a Natalia en un curso de informática para adultos, ella era la instructora. La buena disposición de el para el aprendizaje, acompañada de una actitud de caballero de otro siglo, conquistaron a Natalia, que ya se había cansado de los hombres que la trataban como un objeto. Yo con mis treinta y dos recién cumplidos no logré entender cómo esa mina de espléndidos cuarenta y dos años se había enganchado con ese viejo de setenta. Porque Natalia era la hembra más hermosa y sexual que vi en toda mi vida. Su brillante y negra cabellera le caía hasta la mitad de la espalada, completamente lisa y suelta. Unas piernas fuertes sostenían esas impecables caderas. El culo impresionante siempre ajustado, tenía su propio ritmo, se movía como diciendo, acá estoy mirame, tocame, mordeme. Y de las tetas, que puedo decir de las tetas, grandes, pesadas siempre ajustadas por las remeras y con pezones erguidos apuntándome, llamándome.
Aunque el cuerpo de Natalia era una sublime invitación al pecado, no era lo que mas me intranquilizaba, sino su mirada; insistente, despiadada, una mirada que te hacía sentir como si estuvieras desnudo. Expuesto, a punto de ser devorado. Y esa mirada venía acompañada de una boca carnosa y simpática que no decía nada obsceno, que jamás tiraba una indirecta, siempre correcta, siempre en su lugar. El problema no era lo que ella dijera sino lo que yo quería escuchar, porque cuando ella decía, -aquí esta la cena- yo escuchaba, -papi yo soy tu cena, ¡vení y cómeme toda!-, cuando decía –esta semana el trabajo me destrozó- yo escuchaba –necesito un tipo que me agarre fuerte y me destroce-. No era que Natalia frontalmente me tirara onda, pero yo empecé a convencerme que así era, estaba volviéndome loco, hacia cosas tontas, cosas que me alteraban aún más, le rozaba la mano cuando me alcanzaba el salero en la mesa, la olía profundamente cuando la saludaba, pasaba por la entrada de su trabajo a la hora que sabía que ella llegaba solo para verla unos segundos.

Toda esa observación mía hacia Natalia me permitió descubrir su personalidad fuerte y explosiva. La muy perra era toda una manipuladora y claro al viejito lo tenía contento pero le sacaba bien el jugo, se daba todos los gustos con la tarjeta de crédito que Pedro le pagaba, y vivía como una reina; su trabajo era apenas una pantalla para cubrir eventuales amoríos que le mantenían el cuerpo tibio. Comencé a obsesionarme con ella y con su vida, adoré su espontaneidad, su vitalidad, incluso su desfachatez. Y mi obsesión comenzó a transformarse en odio, porque la vi entregarse a otros hombres y frente a mi era una dama respetable que cuidaba y mimaba al viejo que tenía como novio. La odié por saberla una puta insaciable y porque no lo era conmigo. Mi odio y mi deseo crecían a un ritmo descontrolado y ella había empezado a notarlo. No se volvió más tímida sino más provocadora y durante las cenas se adentraba en temas demasiado íntimos. Su frase favorita era, – ¡ah si yo tuviera la edad de ustedes!- y la maldita lo decía mirándome fijo y para mi sonaba como –dejá de cojerte a esta pendeja frígida que yo te puedo enseñar a volar- yo me quedaba viéndola, imaginándola desnuda con gotas de sudor en la cara y gritándome -¡Cojeme pendejo, cojeme!-

Andrea comenzó a volvérseme insulsa, apagada, demasiado seria, demasiado correcta, demasiado sumisa. Yo vivía en un estado constante de deseo y para apagarlo la buscaba todos los dias, quería apagar mis ganas en el cuerpo de mi mujer. Pero cuando mi lengua se sumergía en su sexo mi mente solo pensaba en Natalia y cuando imaginaba que esos jugos que me llenaban la boca eran los de ella no podía controlarme y la penetraba de un modo salvaje casi desquiciado, ella terminaba frenándome tratándome de bruto. Empezó a perder las ganas y yo a querer con aún más fuerza cojerme a la mujer de mi suegro.

Fue la noche del 23 de agosto cuando el vaso se derramó. Pedro y Natalia se comprometían en una fiesta rimbombante en una chacra privada. Había gente por todos lados, Natalia parecía una diva sacada de una película de la década de los 50, un vestidito rojo de seda brillante se le entallaba perfectamente en la cintura resaltando el volumen de sus caderas. Un sugestivo cierre lo dividía verticalmente al medio sobre su espalda llegando hasta el extremo de la falda. Se veía radiante. La fiesta fue desarrollándose tranquila hasta que inició el baile, todos llenaron la pista. Yo opté por pasear alrededor de la misma sin soltar nunca el vaso de whiskie, era eso o arrancarle el vestido a Natalia. Ella bailaba exquisita y feliz. Yo pasaba desapercibido pero igual me vio y me arrastró de un brazo a la pista.

-¡¡¡Dale Alejo!!! ¡¡Tenés que bailar!!- me decía entre risas.
-¡¡No!! ¡¡Yo soy de madera!!- le dije.
-Ja ja… ¡¡conmigo todos bailan bien!!
Y me dejé llevar por la salsa, ¡¡por Dios!! ¡¡Que ritmo lleva esta mujer!! Se me acercaba, me hablaba al oído, su olor me embriagaba, su piel hervía ¡¡Dios!!

-Me estás volviendo loco- le dije- apretándola contra mi, apoyando en su cuerpo mi miembro que ya empezaba a despertarse. Me miró con una sonrisa pecaminosa y bajo la vista observando mi boca.
Bailamos hasta que terminó esa canción y me fui al baño, no aguantaba más, si seguía bailando con ella, la besaría ahí mismo frente a todos. Cuando salí decidí no volver al salón y me dirigí rumbo a la cocina, necesitaba más whiskie urgente. No había nadie allí y no lograba encontrar las botellas, así que me metí en una pieza que parecía una especie de bodega junto a la cocina, supuse que ahí encontraría lo que buscaba. Era un lugar grande con paredes de piedra y bastante oscuro, había botellas, fardos de harina y verduras. Estaba recorriendo el lugar buscando el whiskie o al menos una buena botella de vino cuando alguien entró. Desde la puerta no podían verme porque me tapaba una estantería de vinos pero yo si la vi. Era ella, estaba allí, sola, de espaldas a mi, a aproximadamente dos metros desde donde estaba yo y concentrada buscando algo. No me vio ni me escuchó acercarme.

La locura que se había despertado en mí me hizo actuar rápido, la tomé por la espalda con fuerza, cayó quedando con las manos apoyadas sobre una pila de fardos de harina. Intentó zafarse pero yo no se lo permití, le levanté la pollera con una de mis manos y automáticamente le arranqué la tanga.
- No, Alejo. ¿Qué haces?- dijo, medio enojada, medio sorprendida, casi asustada.
-Vos te crees que yo no sé que te andas cojiendo a otros tipos y te venís a hacer la buena esposa conmigo- le dije, con lujuria rabiosa.

Le clavé la verga de un solo envión, no le dio tiempo a nada, ni siquiera a humedecerse, su vagina de puta estaba seca y tirante, no esperaba esta irrupción inesperada en un día como este. Sus rodillas se apoyaban a las bolsas de harina que resistían implacables a nuestros cuerpos pesados y al movimiento que mi cuerpo ejercía dominante sobre ella. Le mordí el pelo en la base del cuello para obligarla a estarse inmóvil aunque su espalda y su grupa temblaban acariciándome contra su voluntad y se removían bajo un dolor quemante que se volvía reiteración del quejido ya empapado de admisión, escucharla así me estaba desquiciando. Es que sus quejidos se volvieron como la batuta que le daba ritmo a mi pija que entraba y salía acariciando las paredes de esa concha que empezaba a lubricarse aún contra la voluntad de su dueña. Pude darme cuenta que ya no luchaba que se estaba dejando hacer, fue ahí que la agarré del pelo y tiré fuerte hacia atrás. Su espalda se curvo haciendo que su cola quedara más levantada y su conchita más abierta, más dispuesta, más mía. Le baje el escote del vestido haciendo que sus tetas quedaran al aire y le apreté fuerte una de ellas.

- ¡¡Sos una yegua hija de puta!!- le dije- ¿de verdad te cojes al viejo o solo le chuspas la pija para que te haga regalitos?
Ella gemía agónicamente y en silencio; no quería que nadie la escuchara, ni yo tampoco.
-¿Por qué haces esto Alejo? Ah ah ah- decía entre gemidos.
-¡Porque me calentás! porque sos una yegua divina, y porque te odio.
-Ah ah ah… ¿me odias?
-Si te odio- y se la clavaba hasta al fondo, como si pudiera apuñalarla con la verga.
-¿Decime que no te gusta? ¿decime que preferís la pija del viejo?- yo no podía parar estaba desenfrenado.

-¡¡Ah ah ah, Alejo!! Mmm que rico, que rico…ah ah ah- sus temblores me indicaron su eminente orgasmo, sentí la convulsión en la punta y el espasmo de su concha me bombeó la cabeza soltando luego un espeso y tibio líquido que me cubrió la pija, se estaba acabando deliciosamente en mí. Y yo quería darle toda mi leche, quería llenarle la boca, quería ver sus ojos de puta chupándomela.

- ¿Te vas a tomar la lechita?- le dije y no pudo decir nada, era un solo temblor. Se dio vuelta, la senté sobre una montaña más pequeña de fardos de harina y se la metí en la boca. No me interesaba tenerle piedad, abrió la boca y se la metí hasta la garganta. Con mis manos sostenía fuerte su cabeza empujándola hacia mí.
-¿Por qué no me mirás? Mirame! Mirame con la misma cara de puta que me mirabas en las cenas mientras estabas sentada al lado de tu viejito- me miró sus ojos estaban llenos de lágrimas por el esfuerzo de la mamada que me estaba haciendo.
-Ah… si mirame así, así como me mirabas cuando le hablabas de sexo a mi mujer…¡¡¡ah ah ah si bien yegua sos!!! Si tomate toda la leche… ah ah ah.
Y sentí que la verga estaba llena que el esperma se me acumulaba todo en la punta. Senti la fuerza que hacia para salir desde mis testículos queriendo explotar como un volcán gigante. La miré, la vi viéndome con la boca llena, con la cara roja, con las tetas saltando al ritmo de mis sacudidas. Que hermosa hembra, que bestia infartante, solo ver sus ojos mirándome profundamente me arrastro al clímax. Y me fui, exploté como nunca, sentía como si un huracán me arrastrara al abismo, la leche saltaba a borbotones. Ella se tragaba todo mirándome, saboreándome.

Un mes después Natalia y Pedro se casaron. Se convirtieron en un matrimonio clásico y duradero dedicados especialmente a viajar. Yo seguí con mi vida de hombre serio Andrea quedó embarazada y comenzamos a convertirnos en la típica familia promedio.
Todos eramos felices. Natalia y yo cojiamos así de salvaje y así de prohibido en cada fiesta familiar, escondidos y al alcance de todos.


autor y fuente :desconocidas
revista :atraccion

2 comentarios - yegua

kramalo
muy bueno....!!! bien caliente..!! van puntos.