Cristóbal y Evangelina: Crónicas de un Psicópata Enamorad

CRISTÓBAL Y EVANGELINA:
CRÓNICAS DE UN PSICÓPATA ENAMORADO

Inspirado en hechos verídicos.
Cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia.


CAPÍTULO I
EL INICIO: EL PRINCIPIO DEL FIN


Todo comenzó en 1993 cuando nació Evangelina, la hija póstuma de su padre recientemente fallecido, habiéndole dado muerte un linyera en una esquina. Quien tuvo que presenciar este horrible hecho que tuvo lugar en el parque Saavedra fue el primogénito, Cristóbal. Desde aquel día pasó de ser un niño alegre, normal y popular en el colegio a ser molestado y convertirse en un pequeño ser oscuro. Algo que nunca olvidó fue cuando el linyera, apellidado Fres, acabó con la vida de su padre después de una jineteada nocturna y le dijo las siguientes palabras: “Tu viejo es boleta pendejo, andate a la concha de tu hermana”.
El tema es que desde que Evangelina comenzó a existir, desde que el concepto de una hermana se materializó para el pequeño de cinco años, su madre dejó de prestarle la atención que le prestaba antes, y tuvo que lidiar con el trauma del horrendo y gráfico asesinato de su padre junto con la indiferencia de su madre, que consideró a la recién nacida su hija favorita porque era hija legítima del recién fallecido. La verdad es que Cristóbal era hijo de un linyera que violó a su madre, el hermano del asesino de su padre: Gustavo Daniel Fres, por lo que su madre comenzó a despreciarlo cada vez más.
A pesar de todos estos desfortunios, Cristóbal trató siempre de darle el poco amor que quedaba en su corazón a su pequeña hermana. Era un hermano ejemplar haciéndole los desayunos, llevándola al jardín todos los días, comprándole pinturas para que haga sus dibujos, bañándola y saludándola todas las noches antes de ir a dormir. Ella sentía que Cristóbal era el pequeño padre que nunca tuvo, y fantaseaba con algún día conseguir un novio parecido a él con quien poder casarse y ser feliz.
Si bien intentaba tener una vida normal, en el colegio las bromas se hicieron cada vez más pesadas. Quien más lo jorobaba era Luca Cararrota, quien el mismo día de su cumpleaños número 17 le escribió supuestamente una carta de Feliz Cumpleaños que decía lo siguiente:
“Seguro te parecía raro que yo te dedicara algo lindo, y es verdad. Siempre quisiste ser mi amigo o estar en mi grupo de amigos, siempre quisiste ser más popular, pero nadie te quiere acá. No levantás ni la tapa del inodoro. Sos feo y tu papá murió. Andate a la concha de tu hermana”.
Ni bien acabó de leer la carta comenzó a llorar, sintiéndose tocado por la dureza de estas palabras. La chica que le gustaba, Antonela, lo vio así y en vez de reír, como él esperaba, se acercó a él y lo abrazó diciéndole que todo estaría bien. De manera imprevista se sentó encima de él y le susurró en el oído “hoy cuando venía al colegio vi a dos perros cogiendo y me acordé de vos”. Durante los días siguientes a esto siguió queriendo seducirlo, pero él desconfiaba. Un día, sin embargo, se dejó llevar y en la casa de ella comenzó a desvestirse mientras sonaban Los Tres Tipos. Al estar ya completamente desnudo, aparecieron de todos los rincones sus compañeros del colegio, quienes comenzaron a reír desenfrenadamente y a filmar y sacar fotos. Finalmente apareció Antonela, quien empezó a gritar con un megáfono: “Mírenlo, este es el huérfano que nunca va a usar la pija, ni con su hermana”. Cristóbal sólo atinó a llevar a Antonela contra una pared y decirle “a vos te voy a hacer ocho pibes”. Ella rió y replicó “no creo que me hagas ni medio feto de cucaracha”. Sobrepasado por la humillación comenzó a correr llorando, casi sin aire, y sin darse cuenta acabó en medio de un descampado. Sin ropas y cubierto en lágrimas y algo de sangre, perdió la conciencia y se despertó al sentir una sensación muy desagradable parecida a estar defecando. Pronto se dio cuenta de que un tipo le estaba dando por atrás. “Estás re bueno chabón, la estoy pasando bomba”, exclamaba el linyera entre gemidos. “Ahora presentame a tu hermana... a tu hermana... a tu hermana... a tu hermana”. Acto seguido, el linyera acaba. Cristóbal, sin poder creer lo que estaba viviendo, entró en un ataque de pánico que lo dejó paralizado y ciego por más de una hora en la que el linyera siguió aprovechándose de su cuerpo inerte. Más tarde despertó en la camilla de un hospital y vio que tenía algunas cartas, provenientes de sus compañeros del colegio. Pensando que las habían enviado para pedir perdón cometió el error de leerlas una por una. La peor de todas la había enviado Cararrota, quien adjuntó con su carta una imagen de un esfínter roto. El texto decía lo siguiente: “Parece que te hicieron el culito en el descampado de la vuelta de lo de Antonela... te quiero comunicar que todos vimos lo que pasó y también lo filmamos. Pensábamos que el momento en que te encontramos en bolas era insuperable, pero la verdad es que vos solito te metiste en una situación aún más humillante. ¡Nunca me dejás de sorprender Cristóbal! Que te recuperes pronto, agradecé que estás vivo, no como tu viejo. Mandale saludos a tu hermana, que está cada día más linda. Un día de estos le doy”.
Hacía tiempo que ya no sentía tener razones para vivir pero consiguió una en el hecho de proteger a su hermana, si bien en su mente el bien y el mal ya estaban entremezclados y su concepto de protección no coincidía con el de la mayoría de la gente. Cuando volvió a su casa lo primero que hizo fue abrazar a Evangelina con todas sus fuerzas, la única mujer que jamás lo había tratado mal. Sin embargo, su ilusión se desmoronó apenas ella le presentó a su nuevo novio.
- ¿Cómo que tenés novio?

CAPÍTULO II
DOLOROSA OBSESIÓN


- Sí, tengo novio, en realidad ya lo conocía pero empezamos a salir en estos días.
- ¿Quién es?
- Mejor preséntense ustedes mismos – dijo ingenuamente Evangelina, sonriendo.
Apareció así en la sala la última persona en el mundo que Cristóbal querría para salir con su hermana: Uciel Cararrota, el hermano menor de Luca, quien también lo había jodido siempre y en una ocasión le había tirado de los cabellos hasta hacerlo llorar. La reacción inmediata de Cristóbal fue entrar en furia. Gritó todo tipo de improperios, exclamando cosas como “no podés hacerme esto, sos una forra, y vos sos peor que Hitler, sos un hijo de puta”. Luego golpeó la pared, su puño sangrando. Evangelina no podía creer que su hermano estuviera reaccionando de esta forma y tampoco comprendía por qué, por lo que comenzó a llorar en silencio. Uciel simplemente reía porque disfrutaba de verlo furioso, fuera de control, impotente ante una situación que involucraba a su hermana y con respecto a la cual no podría hacer nada. Sin embargo, pronto comenzó a consolarla y Cristóbal quedó como el malo de la película, como el intolerante, como el forro. Uciel mandó la excusa de que tenía clases de portugués y se fue.
- No puede ser que no me apoyes con esto, yo lo amo a Uciel, no seas egoísta. Ya estoy grande.
- No me importa, ese chabón me hizo siempre la vida imposible, ¡y vos te lo comés! Porque te lo comiste, seguro que sí.
- No me comí a nadie...
- Te lo comiste, admití que te lo comiste – le insistió arrinconándola contra la pared, cada vez más cercanos sus cuerpos.
- Bueno, sí, obvio que me lo comí, ¡si somos novios! ¿Qué te pasa, estás celoso? ¿Me querés comer vos? – replicó Evangelina fuera de sí, ya que nunca antes había hablado de esta forma. Pronto se disculpó, pero lo dicho estaba dicho.
- Sos una... sos una...
- Perdoname Cris, perdoname, no quise decir eso... estaba muy enojada...
- Sos una tentación, mi dolorosa obsesión.
Evangelina comenzó a sentirse incómoda, y se escabulló corriendo hacia su habitación. Cristóbal quería entrar para explicarle, pero ella no dejó entrar a nadie por todo el día y el día siguiente tampoco. Él, desesperado, le pasó una carta por debajo de la puerta que ella rompió sin leer. Finalmente pudieron hablar dos días más tarde.
- Hacé de cuenta que no pasó nada Evi, por favor...
- No me pidas eso Cris... ya nada va a ser lo mismo...
- Por favor te lo pido.
- No.
- ¡Por favor!
- No, basta, basta, dejame sola.
- Bueno, me cansé. Si no me querés hacer ese favor me da todo igual ahora. Vení para acá.
Luego de decir esto tomó a su querida hermana del brazo y la arrastró hacia el suelo. Después la hizo elongar y la llevó de un lado al otro. No contento con esto siguió haciéndolo pero en el Parque Saavedra, testigos los hechos un grupo de individuos: Sullivan, Nehuén, Alonso, Agostina, Salomón y un linyera que venía de recorrer Perú y estaba de vacaciones en el parque. Completamente extasiado por sus propios actos comenzó a sentir algo que solo Antonela le había hecho sentir en la vida: una erección. Evangelina lloraba incontrolablemente, gritando y pidiendo ayuda. Sin embargo este grupo de individuos, apodado “Los Pajas”, no hizo nada al respecto más que observar y deleitarse en el acto, ocasionalmente riendo y acotando cosas como “¡la tiene muerta!”.
Acto seguido llevó a Evangelina a su habitación y le susurró en el oído todo lo que siempre le quiso decir, cosas como “mi hermana, mi hermana, mi hermana” o “la concha tuya, la concha tuya, la concha tuya... que me re excita. Porque cuando te la vi por primera vez, cuando naciste, ya me excitó un poco, recuerdo mi sueño mojado esa noche”. El impacto de toda la situación fue tal que Evangelina pensaba estar viviendo un sueño, más bien una pesadilla. Empezó a despojarla de sus vestiduras que se hallaban cubiertas de lágrimas tanto de ella como de él. Él lloraba porque se daba cuenta del monstruo en que se estaba convirtiendo, pero no podía evitar seguir haciéndolo. Cuando su hermana quedó completamente desnuda él comenzó a practicarle ass worship, que es la práctica parafílica de adorar traseros por largos períodos de tiempo. La ató a la cama con una banderola de España que andaba por allí y contempló su trasero por horas, luego preparando un porro mientras la observaba temblar.
- ¿Vos sos casta no?
- Sí, soy virgen...
- ¿No me estás mintiendo, no putita?
- No, te juro que nunca hice el amor, por favor no lo hagas...
- No, no te voy a coger ni aunque me lo supliques.
Acto seguido, Cristóbal se puso un vestido azul que le recordaba a su abuela y comenzó a tirarse encima brillantina. Después le untó miel en la espalda y un poco en su pija. Evangelina no entendía nada. Su hermano dejó pasar un minuto y luego la desató para abalanzarse sobre ella y mandarle un palo de escoba hasta que le salió sangre.
- Te rompí la tela, guacha de mierda. Tu viejo murió y tu hermano te está violando, te querés matar.
Evangelina gritaba y clamaba, rogando misericordia. El palo de escoba se rompió y Cristóbal lo tiró por la ventana. Casualmente comenzó a usarlo como bastón el viejo conocido Gustavo Daniel Fres, que andaba por ahí de vacaciones en la zona de Plaza Olazábal.
- Seguro que preferirías mi pija, porque te dolería menos. ¿Vos también pensas que es chiquita, como Antonela?
- No... me gusta tu pija – dijo Evangelina, adulándolo bajo presión.
- ¿La querés...?
- No, por favor no, sos mi hermano, esto está mal...
- Pero te gusta mi chota.
- Eso no quiere decir que la quiera.
- Vení, sentate en mi gomosa, dulce pecado. Hamacate en ella. ¿Te acordás de cuando te llevaba a la plaza?
Evangelina supuso que si no lo hacía vendría algo peor, así que se sentó sobre el miembro de su hermano. Luego de la violación con aquel palo de escoba no sintió casi nada, sobre todo por las ínfimas dimensiones del miembro de su hermano. Sin embargo, el hecho mismo de estar haciéndolo la perturbaba profundamente. Él acabó y después se puso un forro, haciéndose una paja. Su hermana lloraba desconsoladamente.
- Te voy a acusar con mamá, no podés estar tan errado. La estás errando.
- Lo que estoy errando es la waska, tiene que ir derecho a tu boca – dijo mientras la misma se dirigía a su culo, donde acabó.
Aquella noche Evangelina no se pudo dormir. En su cabeza se repetían las palabras “vos sos mi tentación, dolorosa obsesión” entremezcladas con las frenéticas carcajadas de su hermano.

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