Mi amante casual

Lo que me ocurrió con aquel chavo es digno de contarlo, parecía salido de una película, pero por suerte era real. Era una noche de esas en las que decidimos salir en grupo a festejar como cualquier otro fin de semana, así que nos encontramos en la disco para liberarnos del estrés.

Cuando llegamos, en el lugar no cabía un alma más. Encontramos por casualidad una mesa desocupada y justo a nuestro lado se encontraba aquel impresionante semental, a quien no le quité la vista de encima ni un instante.

Salimos en círculo a bailar en la pista y nuevamente el apetecible ser, de al menos un metro ochenta de estatura, bíceps marcados, cabello engominado, cutis perfecto y rostro de dios griego, se acercó a mí cuando la pista de baile se abarrotó con las vibrantes mezclas del dj.

De repente me congelé cuando sentí la redondez de sus glúteos rozando los míos. Aquello parecía sacado de un cuento de hadas, siendo él mi príncipe azul. No aguanté. Mi miembro se alzó erecto y en un descuido de mis amigos, me senté a ingerir la bebida para simular la penosa situación que por suerte nadie logró captar.

Una vez sentado, ahora el rubio era el que no apartaba su mirada de mí. Esquivé lo más que pude sus penetrantes ojos, pero era inevitable no fantasear con semejante belleza. En medio de aquel éxtasis apagaron la música y encendieron las luces.

Lluvias de botellas comenzaron a ir y venir por el interior del club nocturno. Era algo nunca antes visto. Dos chicos se peleaban embriagados. Así que no quedó otra que salir corriendo hacia la salida. La fiesta acabó y los presentes se retiraron apresurados pues la presencia policial se acentuó en pocos minutos. Había perdido la ilusión de que me embistiera aquel papacito.

No alcancé ver a mis amigos. Rápidamente crucé dos cuadras en espera de un taxi. En eso, un auto negro con los cristales oscuros se acerca, baja el vidrio y se escucha una voz que me invita: “¿A dónde vas? Si quieres te llevo”. No lo podía creer. Era el atlético chavo que me distrajo durante horas, quien me convidó a llevarme hasta casa. A lo que ni corto ni perezoso acepté.

Turbado de la impresión, lo saludé estrechando su velluda pero aterciopelada mano que expelía una exquisita fragancia. Me llamo Ricardo, manifesté. Me contesta que su nombre es Diego. Lindo nombre, respondí. Comenzaron las preguntas y en menos de cinco minutos parecíamos amigos de toda una vida.

Le expliqué mi dirección, pero insistió que no me llevaría hasta que le pagara el aventón. Revisé mi pantalón y no tenía suficiente dinero, todo lo había gastado en tragos. Él me propuso que fuésemos a su apartamento, a “pagarle el favor”, a lo que sin pensarlo, accedí. Quería ser su hembra a como de lugar.

Confesó que le atraje desde que entré a la disco, al igual que revelé lo mismo. Él no esperó que llegásemos a su habitación cuando estacionó el auto en una senda oscura, plantándome un beso acompañado de lengua. Se sentía muy rico. Apretó mis glúteos y adivinó mi culo, que por suerte afeité el día anterior. Fue un roce desenfrenado. Ambos nos encendimos a millón.

Llegamos desesperados. Dejó encendido el auto. Literalmente corrimos al interior de su cuarto. En medio del camino nos desvestimos siempre chapados en un lascivo beso. Desnudos ya, comencé a mamarle el falo y éste hurgó mi hoyo con sus dedos, aunado a afanosas caricias. Hicimos entonces un inolvidable sesenta y nueve con el que nos retorcimos de placer.

Pidió esta vez que diésemos la vuelta. Yo probaba de su gustoso y lindo culo mientras él devoraba mi verga a mamazos. En cuestión de minutos nos lamimos de pies a cabeza. El sabor de piernas, tetillas, cuello, lengua y espalda de aquel maravilloso semental quedó impregnado en mis papilas gustativas.
Me incliné de espaldas a él y de una sola me deslizó sus 22 centímetros de lujuriosa carne rosada y comible. Di un brinco por el ardor que sentí. Entró y salió como nunca antes alguien lo había hecho, hasta que el dolor se transformó en delicia excelsa. Me sentía en el Olimpo.

Sentir su atlético y velludo cuerpo rozando mi espalda y dándome ese placer en lo más profundo de mi esfínter, hizo que me corriera antes que él. Luego aceleró el ritmo y se vino en mis adentros inundándome con la deseada leche.

Diego sacó fuerzas de donde pudo y volvió a poblar mi raja con su tieso mástil. Como estaba dilatado y recién mojado, seguí apeteciendo la probada hasta que me dio su cola para que también lo cogiera.
Le incrusté mi verga rellenándole el ano de ricura. Al cabo de diez minutos y acariciando cada parte de su escultural y peluda humanidad me corrí en su boca, en cuya abertura cupo el blancuzco líquido reservado de hacía un mes atrás.

Terminamos tumbados el uno en el otro, sin fuerzas, con un beso que, en lugar de aplacar el deseo lo despertó. Exhaustos, recogimos nuestras prendas de vestir. Regresamos al auto, me trasladó hasta mi casa.

Me despidió cual novio a su amada. Quedamos en vernos el siguiente sábado. Desde entonces me volví adicto a las fiestas y, por su puesto, a mi amante casual. Por él, cualquiera se volvería una puta. Qué bestia para coger y ser cogido.

Con el transcurso de esas parrandas, encontramos otro compañero que se nos unió en un excepcional trío, del que pretendo contarles más adelante. Si les gustó, dejen sus comentarios.

Hasta la próxima.

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