Irrupción

Ya habíamos tomado la costumbre del almuerzo, o la siesta, o la simple visita, que inexorablemente terminaba en algún cuarto, o la escalera, o el taller, o el escritorio. Esta vez por alguna razón, el lobby de recepción fue el sitio inicial.
La charla se alargó y tomábamos un te madura y sobriamente, así como olvidándonos de la actividad que siempre terminaba por llamarnos la atención.

El olvido no fue tal y al rato estábamos enfrascados en nosotros mismos. Las sabanas estaban retorcidas debajo de nosotros y las almohadas absorbían nuestra transpiración. Aparentemente yo solo escuche una llave penetrando la cerradura en la planta baja, ella seguía muy profundo en su abismo. No le di importancia, no se realmente que pensé.

Ella se retorcía debajo de mí y en su estado no había posibilidad de que escuche nada. Casi sin mas tiempo ni ruido que me permita adivinar que sucedía, la tenia parada frente a la puerta del dormitorio, dejando ver solo la mitad de su cara y su largo pelo. Solo eso podía ver.

Aunque solo había visto algunas fotos, supe perfectamente quien era. Estaba muda e inmóvil. Me miro fijamente y la seriedad de su rostro no pudo disimular la ansiedad que le generaba la escena. Yo estaba petrificado, pensé que perdería me erección, pero fue tan rápido todo, el movimiento constante debajo mío no se detuvo ni por un instante y cuando ya debería mi cuerpo accionar los mecanismos de defensa, la mitad de cara que veía en la puerta, me hacia la señal internacional de silencio.
Tomé esa cadera que tenia delante, esa espalda transpirada y la acaricie desde la nuca hasta el comienzo del glúteo. En la puerta, se desprendió el broche de la cintura del jean, y apretó su mano contra su cuerpo, al tiempo que me miraba fijamente. La otra mano fue lentamente debajo de la camisa.
Mas que distraer, me generó renovadas fuerzas, esa mujer viéndonos y disfrutando con nosotros.
Ya no trataba de esconderse, y no nos quitábamos la vista el uno del otro. Los gemidos debajo mío, ahogados por las almohadas, eran combustible para ella también, que ante cada arranque, se acercaba mas y mas casi hasta la vera de la misma cama.
Volteo mi cabeza a estribor, en dirección al televisor apagado, y veo que la concentración que yo creía, la supuesta inconciencia, no era tal. Ese cuerpo transpirado estaba con los ojos redondos, casi registrando toda la escena en los pocos colores que devuelve un tubo de de rayos catódicos. Ella estaba disfrutando excitarnos a los dos, mas que todos.

Al volver mi mirada sobre babor, le tomo la mano que estaba a unos centímetros, y la presento con la nalga inquieta debajo de mí. Desde el televisor, lo que no se veía, se sentía en el cuerpo y lo que no, se adivinaba.

Las dos manos vinieron sobre mi cadera, recorriendo la espalda transpirada, y el encuentro de mi pubis con la espalda. Una mano calculó mi perímetro justo en la entrada del esfínter. Sentí los temblores a que estaba acostumbrado en esas situaciones, pero esta vez, eran violentos y habían perdido el ritmo en su frenesí.

La mano que me apretaba debajo, tironeó hasta “desabotonarme”, entonces tuvo delante de ella lo que su cuerpo reclamaba. De un trago, y sin dejar de mirarme, empujo todo hasta su garganta, atorándose, y sacándola de inmediato, lo que permitió que la otra boca ansiosa, también tenga su oportunidad.

Una por vez, compartían su bocado, hasta obtener el producido y atesorarlo, una lo contuvo y lo entregó a la otra en un profundo beso, como el atleta en carrera de postas, entrega su testigo al siguiente corredor.

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