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La Mudanza... Casa Nueva, Cuernos Nuevos... (parte2)

Me desperté temprano, con el sol ya entrando por la ventana del dormitorio. Ana seguía dormida boca abajo, el culo perfecto asomando por encima de la sábana ligera. Me dieron ganas de despertarla comiéndoselo, pero al final me contuve. Bajé a la cocina, me preparé un café fuerte y salí al jardín a fumar un cigarro mientras miraba la piscina comunitaria desde arriba. Estaba vacía, el agua quieta y brillando bajo el sol de julio.
Terminé el café y, sin nada mejor que hacer, me puse el bañador y bajé a refrescarme. El agua estaba templada, casi como una sopa, pero nadar un rato me sentó bien. Estuve solo unos veinte minutos, salí, extendí la toalla en una tumbona y me puse a secar al sol.
A los pocos minutos apareció don Rafael. Camisa abierta, bañador clásico, cuerpo todavía firme para sus 57 años, bronceado de tanto jardín y piscina. Me saludó con una palmada amistosa en el hombro.
– Buenos días, vecino. ¿Ya probando el agua?
– Sí, está perfecta – respondí.
– Hoy viene más gente. Luis y Marta organizan la barbacoa de bienvenida para vosotros. Va a bajar todo el mundo – dijo con una sonrisa –. Tu mujer es guapa de verdad, ¿eh? Ayer no pude saludarla bien.
– Gracias… sí, Ana está arriba descansando todavía.
– Normal, con la mudanza. Luego la presentas. Nos vemos abajo – dijo antes de tirarse al agua con un salto limpio.
Subí a casa pensando en sus palabras. “Guapa de verdad”. Sonreí sin saber muy bien por qué.
Ana ya estaba despierta, en la cocina con una taza de café y un cigarro en la mano, solo con una camiseta mía larga que le llegaba a medio muslo.
– Ya sabía yo que habías bajado a la piscina – me dijo sonriendo.
– Estaba solo… hasta que ha aparecido don Rafael, el viudo de al lado. Muy simpático.
– ¿El mayor? – preguntó riéndose – ¿Ya ligando con los jubilados?
– Qué va, solo hablamos un rato. Por cierto, hoy es la barbacoa de Luis y Marta. Viene todo el vecindario.
– Genial, así conocemos a la gente – dijo emocionada –. Voy a estrenar el bikini rojo.
Deshicimos las últimas cajas. Yo tardé nada en colocar mi ropa, pero Ana iba con calma, doblando todo perfecto. Saqué la vista cuando abrió el cajón de los bikinis: había comprado varios nuevos por internet. El rojo era el más atrevido, pequeño, con triangulitos que apenas cubrían.
– ¿Te gusta? – me preguntó enseñándomelo.
– Me encanta. Aunque la parte de arriba te sobra siempre – bromeé.
– Anda ya… aquí en la piscina comunitaria ni loca me pongo en topless – dijo tajante, pero con una sonrisa pícara.
Fuimos al supermercado a por carne, cervezas, vino y algo de picar. De vuelta, Ana se cambió rápido. Cuando bajó las escaleras con el bikini rojo puesto… joder. Le quedaba justo, muy justo. Las tetas apretadas, el culo casi al aire. Estaba espectacular.
– Creo que metí la pata con la talla – dijo mirándose al espejo.
– Estás para comerte – respondí, notando cómo se me ponía dura solo de verla.
– Aquí no es la playa… pero bueno, con este calor todo vale – dijo guiñándome un ojo.
Bajamos con las toallas y una nevera portátil. La piscina ya estaba animada: unas diez personas. Luis hacía de maestro de ceremonias en la barbacoa, Marta ponía la mesa, don Rafael tomaba el sol en una tumbona. Al vernos llegar, todas las cabezas se giraron.
– ¡Los nuevos! – gritó Luis levantando una cerveza – ¡Pasad, pasad!
Marta se acercó rápida a Ana, la abrazó y la presentó al resto. Los hombres disimulaban fatal: ojos que se iban directos a las tetas y al culo de Ana cada dos por tres. Las mujeres sonreían amables, pero se notaba esa mirada de “esta va a dar que hablar”.
Don Rafael se levantó de la tumbona y se acercó con una sonrisa enorme.
– Al fin te conozco, Ana. Soy Rafael, tu vecino de la derecha. Bienvenida.
– Encantada – dijo Ana dándole dos besos. Noté cómo él la miró de arriba abajo sin disimulo.
Estuvimos charlando, bebiendo cervezas frías, comiendo carne a la brasa. Los vecinos eran simpáticos, contaban anécdotas del vecindario, recomendaban sitios. Luis no paraba de bromear con Ana, ofreciéndole más bebida, acercándole el plato de ensalada “para que no te quemes con el sol”. Don Rafael se sentó al lado de Ana en una tumbona y hablaba con ella de plantas, de jardinería… pero sus ojos se desviaban constantemente.
Yo charlaba con los maridos, pero no podía evitar mirar de reojo cómo todos babeaban por mi mujer. Y, en vez de enfadarme, sentía ese cosquilleo raro otra vez.
Ya al atardecer, Ana me dijo que se daba un baño para refrescarse. Se quitó el pareo y caminó hacia la piscina. Todos la siguieron con la mirada. Entró despacio por las escaleras, el agua subiendo por sus piernas, por el culo, por la cintura… Luis soltó un “joder” bajito que creo que solo yo oí.
Uno a uno, los vecinos se fueron despidiendo. Al final nos quedamos solos Ana y yo en la piscina, con las luces submarinas encendidas.
Me acerqué por detrás, le rodeé la cintura y empecé a restregarme contra su culo.
– Se está de lujo – susurró ella apoyándose en el bordillo.
– Sí… aunque hoy has sido la reina absoluta. No te quitaban ojo.
– Exagerado – dijo riéndose.
Mis manos subieron a sus tetas por debajo del agua.
– Aquí no, cariño… – protestó débilmente.
– Nadie nos ve – insistí mientras le masajeaba los pezones.
Ella se dejó un poco, gemía bajito. Bajé una mano por su tripa y la metí dentro de la braguita. Estaba empapada, no precisamente de agua.
– Como baje alguien… – susurró.
– Pues que baje. Seguro que hoy ya se han pajeado todos pensando en ti.
– Estás fatal – dijo entre jadeos mientras mi dedo entraba y salía.
– ¿Te han mirado mucho las tetas?
– Sí… un poco – admitió cerrando los ojos.
– Luis no disimulaba nada. Y don Rafael… se le iban los ojos cada dos por tres.
– El pobre es viudo… déjale que mire – dijo con voz entrecortada.
– ¿Te gustaría que te vieran en topless algún día?
– Uff… no sé… tal vez – respondió ya perdida.
Aceleré el dedo. Ella se corrió en silencio, mordiéndose el labio, apretando mi mano entre sus muslos. Después me miró con cara de reproche juguetón.
– Estás loco. Vámonos a casa antes de que nos pillen.
Subimos las escaleras. Yo con una erección que apenas podía esconder bajo la toalla. Ella delante, el culo moviéndose, sabiendo perfectamente lo que provocaba.
Esa noche follamos como locos en la cama, pensando los dos (aunque no lo dijimos) en las miradas de los vecinos. Y algo me decía que esto solo era el principio. 😏

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