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Capítulo 2 — Mi cuerpo, su leche y el boliche.

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Capítulo 2 — Mi cuerpo, su leche y el boliche.

Capítulo 2 — Luces bajas, miradas altas

El boliche estaba lleno, oscuro, vibrando al ritmo de una música que se sentía más en el pecho que en los oídos. Yo llegué tarde, con ese aire de quien no busca nada… pero siempre encuentra algo.

Los vi antes de que ellos me vieran a mí. Estaban juntos, apoyados en la barra, riéndose de algo que no importaba demasiado. Cuando sus miradas se cruzaron conmigo, supe que la noche acababa de cambiarles de forma.

No fui hacia ellos.

Me quedé donde estaba, hablando con alguien más. Un hombre mayor, seguro, de esos que no levantan la voz porque no lo necesitan. Me escuchaba con atención real, acercándose apenas para oírme mejor entre la música. Yo sonreía. Jugaba con el vaso. Sentía las miradas clavadas en mi espalda sin necesidad de girarme.

Cuando finalmente me acerqué más a él, fue natural. Fluido. Su mano se apoyó en mi cintura como si siempre hubiera estado ahí. Me apretó la cola y me dijo - Te quiero chupar toda.

Y entonces lo besé.

No fue apurado. Fue lento, seguro, de esos besos húmedos que no piden permiso porque ya lo tienen. Sentí cómo su mano recorría mi costado con calma, cómo me acercaba más a su cuerpo, como si el resto del lugar hubiera dejado de existir, apretando mi cola con sus manos como deseando mucho más.

Sabía que ellos estaban mirando.

Lo supe por la forma en que el aire parecía tensarse a mi alrededor. Por la quietud repentina. Por esa sensación deliciosa de estar siendo observada sin devolver la mirada. El hombre con el que estaba no se detuvo; al contrario, su contacto se volvió más consciente, más presente, como si también entendiera el efecto que causábamos.

Cuando me separé apenas para respirar, giré la cabeza lo justo para encontrarlos, los dos miramos hacia la misma dirección como si también supiera y disfrutara cómo ellos me miraban. Sus expresiones decían todo: sorpresa, deseo, una incomodidad en sus pantalones que no sabían cómo disimular. No sonreí. No hice ningún gesto. Volví a apoyarme en ese beso como si nada más importara y el dejó su vaso y esta vez con sus dos manos acarició toda mi cola apretándola bien fuerte y soltándola.. una y otra vez. Yo ya estaba excitada y gimiendo entre sus besos.

Y ahí lo entendieron.

No se trataba solo de verme. Se trataba de saber que podía elegir. Que podía provocar sin decir una palabra. Que mientras ellos miraban, yo estaba exactamente donde quería estar.

La música siguió sonando. El boliche también. Pero para ellos, esa noche ya había tomado otro ritmo. Y todavía faltaba la fiesta al otro día en la pileta... La música bajó apenas cuando nos separamos. No fue un corte brusco; fue esa pausa necesaria para respirar. Juan me dijo algo al oído que no llegué a escuchar del todo y señaló la barra. Asentí, todavía con la piel sensible por la cercanía.

Caminamos juntos y, como si el lugar nos hubiera llevado adrede, quedamos justo al lado de ellos. Lo supe antes de mirarlos. Se sentía en el aire.

Juan levantó la mano para llamar al bartender con un gesto seguro, acostumbrado. Mientras esperaba, se acercó un poco más a mí. Apoyó todo su bulto sobre mi cola, firme, acercándome lo suficiente como para que no quedara ninguna duda de que estaba conmigo.

Yo también movi mi cola hacia atrás respondiéndole la excitación y el deseo de los dos.

Los vi de reojo. Ninguno hablaba. Ninguno miraba a la carta. Estaban viendo exactamente lo que yo sabía que iban a ver: la tranquilidad de Juan, su seguridad, la forma en que ocupaba el espacio a mi lado como si fuera lo más lógico del mundo.

—¿Qué tomás? —me preguntó, sin soltarme.

Le respondí cerca, demasiado cerca para un lugar tan ruidoso. Él sonrió apenas.

Cuando el bartender se acercó, Juan pidió por los dos. Yo apoyé el antebrazo en la barra, inclinándome apenas hacia adelante, consciente del movimiento. Sentí cómo su mano se afirmaba un segundo más, casi imperceptible… pero suficiente.

Ellos lo vieron todo.

No el gesto exagerado, sino la escena completa: la cercanía, la calma, la certeza. El hecho de que yo no necesitara mirar atrás para saber que estaban ahí. El hecho de que no me moviera.

Cuando me giré apenas, nuestras miradas se cruzaron. No sostuve ninguna demasiado tiempo. No hacía falta. El mensaje ya estaba dicho sin palabras.

Juan me alcanzó el vaso y brindamos, tranquilos, como si el resto del boliche hubiera desaparecido.

Pero para ellos, esa imagen iba a quedarse toda la noche.

Cuando Juan acercó una banqueta alta a mi lado, entendí la intención antes de que la dijera. Era para quedar a la misma altura, para borrar esa pequeña distancia entre nosotros. Lo miré y, con un gesto mínimo, le hice notar lo evidente: sentarme ahí significaba que la falda iba a jugar en contra. Demasiado corta. Demasiado expuesta. Él sonrió, como si ese detalle no fuera un problema sino parte del plan.

Se acercó a mi oído y habló bajo. Dijo que no me preocupara, que su cuerpo iba a cubrirme, que si me sentaba ahí iba a olvidarme del resto. Que abriera mis piernas y el se puso en medio haciendome sentir todo.. Sentí su cercanía antes de decidir nada. Me volvió a besar y a tocar mi cola como si nadie más estuviera presente. Yo sentía mucho deseo, quería que me llevara a su casa.

Juan se acomodó enseguida frente a mí, ocupando el espacio con naturalidad. Su presencia hacía de escudo. Sus labios encontraron los míos con más intención que antes, como si la escena hubiera encendido algo distinto. Yo apoyé mis manos en su cadera, busqué los huequitos del cinturón y lo moví con ganas hacia mi; él respondió acercándose más, manteniéndome contenida en ese pequeño mundo que habíamos armado en medio del boliche.

Su mano descendió con calma, marcando el ritmo, deteniéndose apenas por encima de mi rodilla. Nada apurado. Nada exagerado. Pero suficiente para que mi falda subiera un poco más con cada gesto, sin que yo hiciera nada por evitarlo. Dejé de pensar. Dejé de medir.

Cuando sus besos bajaron hacia mi cuello, abrí los ojos apenas. Los vi. Estaban todos ahí, inmóviles, con esa expresión exacta de quien no sabe si mirar o sacar la pija y hacerse una paja. No hice nada para ocultarlo. Tampoco para provocarlos. Simplemente seguí. Y podía sentir cómo ellos deseaban ser Juan y sumarse.
Juan pasaba sus manos por mis piernas, las acariciaba y al subir me movía la pollera un poco más, me olvidé del mundo, Juan besaba mu cuello y yo me recliaba hacia atrás, arqueando la espalda y disfrutando la sensación de su lengua en mi cuerpo, en mi piel.

En algún momento vi a Pedro alejarse hacia el baño. Fue un detalle periférico, casi irrelevante. No le di importancia. Estaba demasiado ocupada en la forma en que Juan me sostenía, me besaba y tocaba. En cómo el mundo alrededor se había vuelto ruido distante.

Y por unos segundos —solo unos segundos— no existió nadie más.
Los besos con Juan se fueron apagando de a poco, no por falta de ganas, sino porque los dos sabíamos que todavía era temprano. Nos separamos apenas, con esa sonrisa cómplice que queda cuando el cuerpo pide más de lo que el momento permite. Volvimos a la barra, a los vasos fríos, a fingir normalidad.

Yo sentía la piel sensible, como si todo me rozara distinto.

Fue entonces cuando noté la ausencia. Pedro ya no estaba. Al principio no le di importancia, pero la imagen de su mirada fija, de su rigidez incómoda, volvió a cruzarme la cabeza. Pedí disculpas con una excusa cualquiera y caminé hacia el baño, todavía con la música vibrándome en el cuerpo.

El pasillo estaba más silencioso. Más íntimo.

Antes de entrar, vi movimiento del otro lado. La puerta no estaba del todo cerrada. Me detuve sin pensarlo. A través de la entreabierta, distinguí la silueta de Pedro frente al espejo, respirando hondo, con una mano apoyada en el lavamanos y otra en el bulto de su pantalón, como si estuviera connteniendose de masturbarse ahi mismo.

No me vio. Pero su tensión era evidente.

Por un segundo dudé. Podría haber entrado. Podría haber hecho ruido. Estaba caliente y con ganas de chupar cual pija se me cruzara. Podría haberme ido. Me quedé ahí —sin necesidad de palabras— entendiendo el efecto que la escena en la barra había tenido en él.

Di un paso atrás y entré al baño de mujeres, con el pulso un poco más rápido. Necesitaba agua en la cara, recomponerme, bajar apenas la calentura que todavía me vibraba en el cuerpo.

Las piletas estaban demasiado lejos del espejo. Para verme bien tuve que inclinarme hacia adelante, casi subiéndome al mármol frío mientras abría la canilla. El agua me despejó un poco. Me miré de cerca, retocándome el maquillaje con movimientos lentos, concentrada en volver a ese punto de control que sabía que tenía.

Sentí que mi falda volvía a levantarse dejando mi cola descubierta casi por la mitad. No le di importancia. La dejé ahí, como había quedado. Ya cansada realmente de acomodarmela. La tanga estaba casi violandome la vagina y el orto y eso se sentía demasiado rico.

Fue al levantar la vista que lo vi.

En el reflejo del espejo, apenas detrás de mí, la puerta entreabierta. Y en ese espacio mínimo, Pedro. Quieto. Mirándome. No hizo ningún gesto para ocultarse. Tampoco yo me moví de inmediato.

No había sorpresa. Había tensión. Esa clase de silencio espeso donde todo se entiende sin decirse. Yo seguía inclinada, el agua corriendo, el baño vacío alrededor. Él, detenido, como si no supiera si avanzar o retroceder.

Enderecé el cuerpo despacio. Lo justo para que la falda bajara un poco pero aun con la cola descubierta. Cerré la canilla y hice movimientos con mi cola y gemidos de placer, sabiendo que Pedro miraba y escuchaba, sosteniendo la mirada en el reflejo un segundo más de lo necesario.

Noté humedad en mi entrepierna, estaba muy excitada. Tomé una servilleta y empecé a limpiarme y a gemir mientras metía algunos de mis dedos en mi vagina. Me chupé los dedos y gemi disfrutandolo..

Sin mirarlo, le dije que entrara y cerrara la puerta.

El sonido del pestillo fue suave, casi irrelevante, pero en ese baño vacío retumbó más de lo que debería. Yo seguí donde estaba, inclinada, pasando las manos por mis piernas para secar la humedad que corría lentamente por ellas, cuando también noté la excitación de Pedro, era imposible de disimular, se notaba demasiado, lo que me hizo calentar aún más e imaginarme en unos microsegundos a Juan y él besandome todo el cuerpo..

Me volví a lavar la cara, dejando que el agua fría me devolviera algo de claridad. Sin mirarlo, hablé con la voz baja, controlada.

—¿Te gusta lo que ves?

No respondió enseguida. Sentí cómo se acercaba apenas, sin tocarme. Su presencia llenó el espacio.

—No tenés idea —dijo al fin—. Hace rato que no puedo dejar de mirarte.

Levanté la vista hacia el espejo. Nuestros ojos se cruzaron otra vez en el reflejo. Me mordí los labios.

—Vos no deberías estar acá —murmuré.

Soltó una risa corta, tensa.

—Eso intento decirme desde que entré… pero no puedo. No cuando te movés así. Cuando usas esas faldas tan cortas que me dan ganas de arrancártela y metértela toda. Sabés muy bien que a todos nos provocas.

Me acomodé el pelo con calma, estirando el silencio.

—¿Y qué creés que estoy provocando?

Dudó un segundo. Ese segundo fue todo.

—Ganas de estar en su lugar —dijo—. De ser él cuando te mira. Cuando te tiene tan cerca y no necesitás pedir nada.Giré un poco el cuerpo, lo justo para verlo de frente, sin acercarme.

Fue entonces cuando notó mi remera blanca, empapada por el agua. La tela se había vuelto fina, traicionera, pegándose a mi piel haciendo que mis tetas y pezones se notaran por completo. No dije una palabra. No hizo falta. Su mirada quedó fija en mí como si hubiera olvidado dónde estaba.

Respiró agitado. Demasiado agitado.


Yo tomé una toalla de papel y me sequé las manos con calma, consciente de cada segundo. Cuando avancé para salir, lo hice despacio, invadiendo su espacio le di un beso corto en la mejilla. Mis tetas quedaron apoyadas en su brazo. Fue un gesto mínimo, pero cargado. Antes de apartarme, deslicé la mano por su abdomen, sin apuro, deteniéndome justo donde empieza su pantalón y le dije suavemente..

—Ahora voy a volver con Juan —le susurré—. Le encanta que nos miren y me deseen así.

No esperé respuesta. Le dije que sabía a qué había ido al baño.
 
— Puedo notar lo que realmente querés —abrí la puerta. Antes de salir, me detuve un segundo, sin girarme.

—No te quedes mucho —agregué—. No quiero que empieces a confundir lo que imaginás… con lo que es.—Esperá —dijo rápido, como si la palabra se le hubiera escapado—. No te vayas así.

Me quedé quieta un segundo, todavía de espaldas. No cerré la puerta.

—¿Así cómo? —pregunté, sin mirarlo.

—Como si no supieras lo que está pasando —respondió—. Como si no hubieras venido acá sabiendo que me ibas a dejar así.

Sonreí apenas. Mientras sentía como seguía mojandome toda..

—Yo no te dejé nada —dije—. Vos viniste solo.

Se acercó un paso. Se detuvo. Podía verlo de reojo como se agarraba el bulto y se desabrochaba el pantalón.

—Decime que no te gusta —insistió—. Decime que no lo hacés a propósito.

Me acerqué despacio, acortando la distancia sin tocarlo.

—¿Y vos… qué querés hacer? —pregunté en voz baja.

Pedro tardó un segundo en responder. Ese segundo tembló en el aire.

—Quedarme —dijo—. Que no te vayas todavía. Que sigas mirándome así… como si supieras exactamente lo que me pasa por la cabeza.

Incliné apenas la cabeza, evaluándolo.

—Eso no es hacer —respondí—. Es imaginar.

—A veces alcanza —contestó rápido—. A veces es peor.

Sonreí, lenta, consciente.

—Entonces cuidá lo que imaginás —le dije—. Porque no todo lo que se desea… se puede tocar.

No terminé la frase cuando lo sentí acercarse. Bruscamente me puso espaldas a la pared apoyandose en mi cola, invadiendo mi espacio con total control como preguntando sin palabras. No me aparté. Al contrario: me quedé ahí, sosteniendo el momento.

—Decime que no te gusta —susurró cerca de mi oído—. Decime que puedo quedarme así un rato, tu cola es musa de todas mis pajas. Mis amigos hasta me atrevo a decir que tu hermano también te desea como nosotros.. aunque no lo diga. No objeta cuando hablamos de vos, de estas tetas enormes, ahora mojadas, pidiendo que te lama toda.. - Dijo agarrádome las tetas y apretándome los pezonens con sus enormes manos - este culazo .. ver como te lo apretaba tu novio recién .. imaginar que te lo quería apretar y abrir todo para nosotros...

Cerré los ojos apenas. No respondí con palabras. Mi cola se movía sola, disfrutando sentirlo y escucharlo detrás mio. No estaba desnudo, solo con su pantalón apenas bajo y su calzoncillo húmedo franeleándome la cola una y otra vez.

Su respiración cambió. El silencio se volvió denso, cargado. No hizo falta más. Ese contacto breve, contenido, fue suficiente para decir todo lo que no estábamos diciendo. Le bajé apenas el calzoncillo con una mano para sentir su pene desnudo en mi cola... estaba todo depilado, se me hacía agua la boca imaginando mi lengua saboreandole la verga... la suya y la de Juan.. quería tenerlos a los dos conmigo...Cerré los ojos apenas. No respondí con palabras. Mi cuerpo no se apartó. Eso fue suficiente.

Su respiración cambió detrás de mí. El aire se volvió más denso, más lento. El silencio se cargó de algo que no necesitaba ser explicado. Apoyé mi cara completamente contra la pared poniendo mis brazos en mi espalda, Pedro entendió inmediatamente que debía sujetármelos, quería quedar inmovilizada, sosteniendo ese instante que parecía estirarse fuera del tiempo.

Entonces la puerta se abrió.

Juan se quedó quieto al vernos. No hubo sorpresa exagerada. No hubo enojo. Solo una lectura rápida de la escena: mi postura con medio cuerpo contra la pared, mis remera toda mojada, mis piernas abiertas, mi respiración, la pija de Pedro franeleandose en mi cola..

—¿Te está gustando mi amor? —preguntó con voz baja, tranquila.

Abrí los ojos, gimiendo. Mi cara estaba caliente, lo sabía. No me giré enseguida.

—Sí —respondí casi gimiendo.

Juan se acercó despacio. Su mano encontró mi mejilla y me obligó a mirarlo. Me observó un segundo largo, atento a cada gesto, a cada señal. Me besó.

—Entonces quedate putita —dijo—. Pero mirame.

Pedro no se movió. Juan tampoco lo apartó. Al contrario: ocupó su lugar frente a mí, cerrando el espacio con una calma que decía más que cualquier reproche.

Por un momento, los tres respiramos el mismo aire.

Nada más hizo falta.Juan sostuvo mi mirada unos segundos más, como si quisiera grabarse esa imagen exacta. Yo no paraba de morderme los labios y sacar mi lengua como pidiendo su leche. No dijo nada. No había urgencia en su gesto, solo una seguridad tranquila que me ancló al lugar. Sentí su mano bajar hacia mi vagina, metió sus dedos en mi vagina bruscamente y su pulgar en mi cola.Pedro no paraba de repetir..—No aguanto más .. Voy a mojarte toda la cola de leche ——Hacelo.. — dije agitada y al ritmo de los dedos de mi novio cogiendome. Juan me da un chirlo fuerte, ruidoso que me hizo gemir de tal manera que Pedro explotó.No solo me dejó la cola con toda su leche sino que todavía seguía excitado.. también mojó mi falda. Quise ir a limpiarme pero Juan agarró mi brazo.—No te limpies, quedate así toda la noche, tapate bien la colita pero dejate la leche— se acercó deslizó su mano metiéndome los dedos bien adentro mientras Pedro se tocaba mirando toda la escena.Yo me retorcia de placer y le pedía que me cogiera.— No bebé, ya habrá tiempo para eso y te aseguro que te va a gustar — dijo él con mucha calma mientras con mi mano buscaba tocarlo.— Qué querés bebé? Tenés sed? — Juan sabía exctamente como llevarme al extremo. Sabía exctamente qué decir y qué hacer. Por eso me gustaba tanto.— Sigo demasiado caliente — Dijo Pedro — te cogería todo el día yo sin parar.— Chupame las tetas — le pedí a Juan.
gordita

—Vení pendejo— le dijo a Pedro.Juan bajó suavemente la tira de mi musculosa dejando en tetas.— Chupaselas.. con las dos manos agarralas, juntale los pezones y chupalas al mismo tiempo, sin verguenza, que le duela un poco — Pedro se acercó y sin dudar empezó a chuparme las tetas y a morderme los pezones. Juan se puso detrás mío, se bajó el jean, levantó mi falda y me metió no 1, sino 4 dedos e mi vagina y todo su pulgar en mi cola y su pija toda dura y gruesa al costado de la cola.Por alguna razón a Pedro se le ocurrió mensionar a mi hermanito.— Si tu hermano entra, o nos corta la cabeza o te pone la pija en la boca — No entiendo aún por qué algo tan retorcido hizo que empiece a gemir tan fuerte que llegué al orgasmo. No fueron los dedos gruesos de Juan en mi vagina, no fue su pulgar enorme en mi cola virgen ni lo rico que se sentía ver a Pedro babeandose con mis tetas.. fue imaginarme por ese microsegundo a mi hermanito y su pija en mi boca.Sabiendo que se encierra en el baño a masturbarse con mis fotos y en nuestra pileta cuando tomo sol..Pedro volvió a acabar escuchadome gemir, pero está vez enchastrandome las tetas, Juan estaba disfrutando, no quiso pajearte sabiendo que en su casa y en su cama, iba a tenerme toda la noche para cogerme de mil maneras.. Nos quedamos en silencio unos segundos. El aire todavía estaba espeso, pero ya no había urgencia. Cada uno entendió que era momento de recomponerse.

Me acomodé la ropa con gestos tranquilos, deliberados. Juan me ayudó sin decir nada, como si fuera lo más natural del mundo. Una caricia breve, casi cotidiana, y una mirada que decía después sin prometer nada. Nos quedamos besándonos mientras me acomodaba la (poca) ropa que tenía.

Pedro fue el primero en moverse. Se lavó la cara, ee pasó la mano por el pelo, respiró hondo y abrió la puerta.

—Salgo yo —dijo—. Nos vemos ahí afuera.

Asentí. Cuando se fue, el baño volvió a sentirse chico, pero distinto. Juan me tomó del mentón y me dio un beso lento, profundo, sin apuro. De esos que no necesitan demostrar nada. Se lavó las manos. Cuando estaba por ir a limpiarme la leche de Pedro de mis tetas y mi cola, Juan me pidió que no lo haga, que me quede así. Me tapó la cola acomodándome la falda, me dió un chirlo apretandome la cola de nuevo.

—Qué buena estás mi amor... ¿Lista? —preguntó.

—Sí.

Salimos juntos.

La música nos envolvió de nuevo como si nada hubiera pasado. Las luces, la gente, las risas. Pedro ya estaba con los suyos, integrado, normal. Nadie miraba raro. Nadie preguntaba nada.

Juan y yo volvimos a la barra. Pedimos algo para tomar. Me apoyé contra él, cómoda, segura. Sus labios buscaron los míos otra vez, suaves, insistentes, como si el resto de la noche recién empezara.

Y en el medio del boliche, entre tragos y besos, todo siguió.

Como si nada.

Continuará..Próximamente en el capítulo 3...

El calor no venía solo del sol.
Venía de ver a Flor en microbikini en medio de todos los hombres que la rodean sin tocarla
La crema en su cuerpo..

Miradas que pesan más que las manos.
Palabras que rozan, provocan, prometen.

Nada se consuma.
Nada se frena del todo.

El deseo queda suspendido, espeso, incómodo.
Como si todos supieran que cruzaron un límite…
y que ya no hay vuelta atrás.
Uno fue el elegido para disfrutarla en frente de todos.

Al día siguiente, nadie despierta igual.
Porque lo que no pasó
y por lo que sí pasó.
Deseando que Flor se despierte igual de puta que ayer...


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