Hola bebes! se acuerdan de mi? Soy ex floren_box1 !Vengo a compartirles un par de relatos, espero que los disfruten!tengo grupo vip en telegram por si quieren deslecharse mirandome.

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Capitulo 1 La noche que nada fue casual
Lo conocía desde siempre, pero esa noche lo sentí como si fuera la primera vez. Tal vez porque ya no éramos chicos. Tal vez porque yo ya no era invisible.
Cuando me levanté de la mesa y caminé hacia el pasillo, sentí las miradas detrás de mí. No necesitaba girar para saberlo. Mi falda se movía con cada paso, suave, provocadora sin esfuerzo. Yo caminaba lento, consciente de mi cuerpo, de cómo ocupaba el espacio. Sabía lo que despertaba. Siempre lo supe.
Lo escuché acercarse. No me sobresalté. Fingí mirar mi celular, apoyada contra la pared, cruzando las piernas con calma, dejando que el silencio hiciera su trabajo. Cuando levanté la vista, él estaba ahí. Demasiado cerca.
—¿Todo bien? —preguntó.
Asentí despacio. Mi voz no salió enseguida. Sentía el calor subirme, instalarse en la piel, en la respiración. Moví el pelo hacia un costado, dejando el cuello expuesto sin pensar… o pensando demasiado. Sus ojos siguieron el gesto. No intentó disimular esta vez.El pasillo era estrecho, la luz baja. Nadie más alrededor. Apoyé un hombro en la pared y balanceé la cadera apenas, un movimiento mínimo, casi inocente, pero cargado de intención. Sentí cómo su atención se tensaba, cómo su cuerpo reaccionaba aunque él se mantuviera quieto.
No nos tocamos. No hacía falta. Cada respiración compartida, cada segundo sin palabras, decía todo. Yo sostenía su mirada, lenta, segura, dejándole claro que ya no era solo la hermana de su amigo. Que yo sabía lo que provocaba. Y que no pensaba esconderlo.
El silencio se volvió espeso. El aire, caliente. Y en ese espacio reducido, entendí que a veces el deseo más fuerte no es el que se consuma, sino el que se contiene… a punto de desbordar.No decía nada, pero lo veía en sus ojos. Cada vez que su mirada bajaba y volvía a subir, algo en él se desordenaba un poco más. Yo lo notaba en su respiración, en la forma en que apretaba la mandíbula como si intentara mantenerse firme.
En ese silencio espeso, supe —sin que me lo dijera— que no estaba solo conmigo en ese pasillo. También estaba con recuerdos. Conversaciones sueltas, risas entre amigos, frases dichas a media voz cuando creían que yo no escuchaba. “Está fuertísima”. “Si la tuviera así de cerca no respondo”. Comentarios lanzados como bromas… que no lo eran tanto.
Y ahora yo estaba ahí. Tan cerca como nunca. Exactamente como en esas frases.
Moví el peso de una pierna a la otra, despacio, dejando que mi cuerpo hablara antes que yo. Sentí cómo sus ojos me seguían sin permiso, atrapados en mis curvas como si no supiera dónde mirar primero. Había morbo y había lucha. Y eso lo encendía más.
Incliné apenas la cabeza, lo suficiente para que el escote hiciera su trabajo , mis tetas enormes a punto de salirse de la musculosa se movian al ritmo de mis movimientos. No lo miré enseguida. Lo dejé esperar. Cuando finalmente levanté los ojos, lo encontré tenso, alerta, completamente consciente de lo que estaba pasando entre nosotros.
Sabía que en su cabeza esas voces volvían a aparecer, superpuestas con la imagen real: yo, respirando lento, segura, sin esconderme. Yo, demostrando que no era solo un comentario entre amigos, sino una presencia viva, caliente, imposible de ignorar.
El espacio entre los dos se volvió mínimo. Peligroso. Yo no retrocedí. Al contrario, me acomodé con calma, marcando el ritmo, dejando claro que si estaba alborotado… no era por error. Y en su pantalón empezaba a notarse su pija dura.
Y en ese momento entendí que el verdadero fuego no estaba en lo que hacíamos, sino en todo lo que él imaginaba mientras me tenía tan cerca.
Lucho apareció de repente, rompiendo el silencio cargado del pasillo. Se acercó con confianza, como si hubiera leído la escena antes de entrar en ella, y me saludó con un abrazo firme. Cubriendome con sus brazos y casi tomandome de la cintura y haciendo que mis tetas queden pegadas a su pecho.
Sentí su calor, su presencia plena, y en el movimiento mi falda subió apenas, lo suficiente para cambiar el clima del lugar. No fue algo calculado… pero tampoco pasó desapercibido.
Pedro lo vio todo. Mi cola semi descubierta y tal vez un poco más.
Noté cómo desviaba la mirada de golpe, cómo tensaba el cuerpo y acomodaba su postura, fingiendo una calma que ya no tenía. Su mandíbula se apretó, su respiración cambió, y su esfuerzo por disimular fue casi más evidente que la reacción misma. Estaba incómodo, encendido, atrapado entre lo que veía y lo que no podía permitirse mostrar.
Lucho, en cambio, sonrió apenas, como si supiera exactamente el efecto que acababa de provocar. Y yo quedé ahí, en el medio, consciente de que ya no era solo una tensión compartida, sino un deseo que se había vuelto imposible de ignorar.

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Capitulo 1 La noche que nada fue casual
Lo conocía desde siempre, pero esa noche lo sentí como si fuera la primera vez. Tal vez porque ya no éramos chicos. Tal vez porque yo ya no era invisible.
Cuando me levanté de la mesa y caminé hacia el pasillo, sentí las miradas detrás de mí. No necesitaba girar para saberlo. Mi falda se movía con cada paso, suave, provocadora sin esfuerzo. Yo caminaba lento, consciente de mi cuerpo, de cómo ocupaba el espacio. Sabía lo que despertaba. Siempre lo supe.
Lo escuché acercarse. No me sobresalté. Fingí mirar mi celular, apoyada contra la pared, cruzando las piernas con calma, dejando que el silencio hiciera su trabajo. Cuando levanté la vista, él estaba ahí. Demasiado cerca.
—¿Todo bien? —preguntó.
Asentí despacio. Mi voz no salió enseguida. Sentía el calor subirme, instalarse en la piel, en la respiración. Moví el pelo hacia un costado, dejando el cuello expuesto sin pensar… o pensando demasiado. Sus ojos siguieron el gesto. No intentó disimular esta vez.El pasillo era estrecho, la luz baja. Nadie más alrededor. Apoyé un hombro en la pared y balanceé la cadera apenas, un movimiento mínimo, casi inocente, pero cargado de intención. Sentí cómo su atención se tensaba, cómo su cuerpo reaccionaba aunque él se mantuviera quieto.
No nos tocamos. No hacía falta. Cada respiración compartida, cada segundo sin palabras, decía todo. Yo sostenía su mirada, lenta, segura, dejándole claro que ya no era solo la hermana de su amigo. Que yo sabía lo que provocaba. Y que no pensaba esconderlo.
El silencio se volvió espeso. El aire, caliente. Y en ese espacio reducido, entendí que a veces el deseo más fuerte no es el que se consuma, sino el que se contiene… a punto de desbordar.No decía nada, pero lo veía en sus ojos. Cada vez que su mirada bajaba y volvía a subir, algo en él se desordenaba un poco más. Yo lo notaba en su respiración, en la forma en que apretaba la mandíbula como si intentara mantenerse firme.
En ese silencio espeso, supe —sin que me lo dijera— que no estaba solo conmigo en ese pasillo. También estaba con recuerdos. Conversaciones sueltas, risas entre amigos, frases dichas a media voz cuando creían que yo no escuchaba. “Está fuertísima”. “Si la tuviera así de cerca no respondo”. Comentarios lanzados como bromas… que no lo eran tanto.
Y ahora yo estaba ahí. Tan cerca como nunca. Exactamente como en esas frases.
Moví el peso de una pierna a la otra, despacio, dejando que mi cuerpo hablara antes que yo. Sentí cómo sus ojos me seguían sin permiso, atrapados en mis curvas como si no supiera dónde mirar primero. Había morbo y había lucha. Y eso lo encendía más.
Incliné apenas la cabeza, lo suficiente para que el escote hiciera su trabajo , mis tetas enormes a punto de salirse de la musculosa se movian al ritmo de mis movimientos. No lo miré enseguida. Lo dejé esperar. Cuando finalmente levanté los ojos, lo encontré tenso, alerta, completamente consciente de lo que estaba pasando entre nosotros.
Sabía que en su cabeza esas voces volvían a aparecer, superpuestas con la imagen real: yo, respirando lento, segura, sin esconderme. Yo, demostrando que no era solo un comentario entre amigos, sino una presencia viva, caliente, imposible de ignorar.
El espacio entre los dos se volvió mínimo. Peligroso. Yo no retrocedí. Al contrario, me acomodé con calma, marcando el ritmo, dejando claro que si estaba alborotado… no era por error. Y en su pantalón empezaba a notarse su pija dura.
Y en ese momento entendí que el verdadero fuego no estaba en lo que hacíamos, sino en todo lo que él imaginaba mientras me tenía tan cerca.
Lucho apareció de repente, rompiendo el silencio cargado del pasillo. Se acercó con confianza, como si hubiera leído la escena antes de entrar en ella, y me saludó con un abrazo firme. Cubriendome con sus brazos y casi tomandome de la cintura y haciendo que mis tetas queden pegadas a su pecho.
Sentí su calor, su presencia plena, y en el movimiento mi falda subió apenas, lo suficiente para cambiar el clima del lugar. No fue algo calculado… pero tampoco pasó desapercibido.
Pedro lo vio todo. Mi cola semi descubierta y tal vez un poco más.
Noté cómo desviaba la mirada de golpe, cómo tensaba el cuerpo y acomodaba su postura, fingiendo una calma que ya no tenía. Su mandíbula se apretó, su respiración cambió, y su esfuerzo por disimular fue casi más evidente que la reacción misma. Estaba incómodo, encendido, atrapado entre lo que veía y lo que no podía permitirse mostrar.
Lucho, en cambio, sonrió apenas, como si supiera exactamente el efecto que acababa de provocar. Y yo quedé ahí, en el medio, consciente de que ya no era solo una tensión compartida, sino un deseo que se había vuelto imposible de ignorar.
El silencio volvió a instalarse, distinto esta vez. Más atento. Más consciente. Yo sentía las miradas sobre mí como si fueran manos invisibles.
Pedro fue el primero en hablar, con una media sonrisa que no lograba esconder del todo su estado.
—Siempre fuiste así… —dijo despacio— ¿O es algo que solo algunos notamos?
Lo miré sin responder enseguida. Incliné apenas la cabeza, dejando que la pregunta flotara.
—¿Así cómo? —pregunté, suave.
Lucho soltó una risa baja, corta.
—Como si supieras exactamente lo que provocás —agregó—. Y aun así eligieras no frenarlo.
Me apoyé mejor contra la pared, consciente de cada movimiento.
—¿Y eso les molesta… o les gusta?
Pedro tragó saliva antes de responder.
—Depende —dijo—. ¿Siempre sos tan consciente cuando alguien te mira así?
Dejé que mis ojos recorrieran el pasillo un segundo antes de volver a ellos.
—¿Así cómo me están mirando ahora?
Ninguno contestó de inmediato. No hacía falta. La respuesta estaba en el aire, espesa, caliente, imposible de negar.
—Entonces —continué, bajando un poco la voz— capaz la pregunta no es qué quieren ustedes… sino hasta dónde se animan a imaginar.
El silencio que siguió fue la confirmación más clara de todas.Me moví antes de que cualquiera de los dos volviera a hablar. No fue un gesto grande; fue lento, calculado. Enderecé la espalda, dejé caer los hombros y respiré hondo, como si el aire me atravesara el cuerpo. El movimiento hizo que sus miradas se fijaran donde yo sabía que se iban a quedar. No aparté los ojos. Los dejé mirar.
Apoyé la mano en la pared, incliné apenas el torso y crucé las piernas con calma. El silencio se volvió expectante, como si ambos estuvieran esperando una señal mía.
Lucho fue el primero en romperlo, con una voz más baja, menos cuidada.
—Decime… —dijo— ¿siempre sos así cuando sabés que te desean… o esta noche decidiste jugar?
Lo miré de costado, sin apuro.
—¿Y vos qué pensás?
Pedro no habló. Sacó el teléfono del bolsillo, rápido, casi nervioso. Tecleó algo con el pulgar, sin mirarme, pero yo noté cómo su respiración se aceleraba. No necesitaba ver la pantalla para entender: estaba contando algo, insinuando algo, dejando caer la escena en palabras incompletas para que otros la imaginaran.
—Después no digas que no te advertimos —murmuró Lucho, con una sonrisa tensa.
Me acerqué un paso más. Lo justo para que ambos lo sintieran.
—Entonces —dije suave— elijan bien qué se llevan de esta noche… porque no todo se dice. Algunas cosas se recuerdan.
El teléfono vibró en la mano de Pedro. No lo miré. Sonreí apenas.
Y el pasillo volvió a quedarse en silencio, cargado de todo lo que todavía no había pasado… y ya ardía en la imaginación de más de uno.El teléfono de Pedro vibró una vez… y después otra. Y otra más. Sonrió de costado, como si supiera que ya no había vuelta atrás.
—Empezaron a contestar —dijo, mostrándome la pantalla solo un segundo—. Muchos.
No leí los mensajes, pero escuché fragmentos mientras él los iba soltando en voz alta, entre risas contenidas y miradas que volvían siempre a mí.
—“¿Es verdad lo que estás diciendo?”
—“No jodas… ¿ahí, ahora?”
—“Decile que hable.”
Lucho se apoyó en la pared, cruzando los brazos, observándome como si cada palabra que yo dijera fuera combustible.
—Quieren saber —dijo— si sos así todo el tiempo… o si esta noche estás inspirada.
Me acerqué al teléfono lo justo para que entendieran que sabía exactamente el efecto que tenía.
—Deciles que no siempre —respondí—. Solo cuando vale la pena.
Pedro escribió rápido. El teléfono volvió a vibrar casi de inmediato.
—Ahora preguntan qué llevás puesto —agregó, sin mirarme, pero con una sonrisa imposible de ocultar.
Incliné la cabeza, dejé que el silencio se estirara.
—Sacame una foto y mandala.
Las respuestas llegaron como una ola. Risas nerviosas. Comentarios descontrolados. Preguntas que no se decían completas pero se entendían demasiado bien. El ambiente se volvió más espeso, más cargado de expectativas que nadie se animaba a nombrar del todo.
—Se están volviendo locos —murmuró Lucho—. Y vos lo sabés.
—Claro que lo sé —respondí alejándome.
Me di media vuelta sin apuro, dejando atrás el murmullo, las miradas clavadas en mi espalda, el teléfono vibrando sin parar. Caminé por el pasillo sabiendo que mi ausencia iba a decir más que cualquier respuesta.
Desde el otro lado de la casa, todavía podía sentirlo: el deseo suspendido, multiplicado, creciendo en lo que no veían… pero no dejaban de imaginar.Me fui sin mirar atrás. Sentí sus ojos clavados en mi espalda mientras avanzaba por el pasillo, lenta, consciente de cada paso. El murmullo quedó atrás, pero el teléfono siguió vibrando en mi mano: mensajes que no leía del todo, preguntas que ardían incluso sin abrirse.
En mi habitación, cerré la puerta con cuidado. No encendí la luz. Cuando m apoyé un segundo contra la madera, no pude evitar arquear mi espalda y simular que la puerta era uno de ellos haciendome la cola, golpié la puerta con mi orto varias veces imaginándolo. Pasé mis manos por mis pechos, me quité el corpiño y apreté mis pezones... Fui hacia mi cama y me recosté boca abajo unos instantes, con el celular entre las manos, dejando mi cola semi descubierta y en tetas. No corregí nada. No había apuro.
Las respuestas seguían llegando. Frases incompletas. Emojis que decían más de lo que pretendían. Preguntas que se repetían de distintas bocas, como si todos quisieran confirmar lo mismo sin animarse a decirlo igual.
Apoyé el teléfono sobre la cama, cerré los ojos y sonreí apenas. Sabía que, del otro lado de la puerta, la imaginación trabajaba sola. Que mi silencio, mi ausencia, mi demora, estaban haciendo más que cualquier palabra.
Metí mi mano por debajo de mi pollera y mi tanga.. mi vagina estaba totalmente húmeda, chupé mis dedos babeandolos y me froté el clítoris.. Me gustaba estar caliente y excitada. Disfruté un poquito sin acabar, dejando toda mi calentura expuesta, dejé mi tanga en la habitación, me puse una musculosa corta y más escotada que la anterior...me acomodé el pelo y tomé aire antes de volver. Cuando abrí la puerta, el pasillo me recibió con una tensión nueva, multiplicada. Las miradas se levantaron al mismo tiempo. El teléfono vibró otra vez.
No dije nada. No hacía falta.
A veces, lo que más enciende no es lo que se ve… sino todo lo que queda librado a la imaginación.Cuando volví al living, el clima había cambiado. No hubo silencio incómodo; hubo expectativa. Varias miradas se levantaron al mismo tiempo, como si todos estuvieran esperando una señal.
—Pará… —dijo uno, con media sonrisa— ¿vos siempre desaparecés así y volvés distinta?
No respondí enseguida. Me acomodé el pelo, apoyé el peso en una pierna y dejé que la pregunta hiciera eco.
—¿Distinta cómo? —pregunté, tranquila.
Pedro bajó el volumen de su voz.
—Como si supieras exactamente lo que estás provocando ahora.
El teléfono vibró otra vez. Mensajes que no leí, pero sentí. Preguntas que se acumulaban, curiosas, imaginativas, lanzadas desde la distancia como anzuelos. Yo elegí cuáles morder.
—A veces —dije— no hace falta explicar nada para que cada uno se arme su propia película.
Las sonrisas se tensaron. Alguien rió bajo.
—Este finde nos vamos a una quinta —comentó Lucho, como quien no quiere la cosa—. Pileta, música, nada de gente de más. Tranquilo… pero intenso.
Lo miré, levantando una ceja.
—¿Eso es una invitación?
—Es una posibilidad —respondió—. De esas que se disfrutan más cuando se dicen sin demasiados detalles.
Otro agregó, entre risas:
—Con que vengas como te sientas cómoda… ya alcanza para que el ambiente haga el resto.
Sostuve las miradas un segundo más. El teléfono volvió a vibrar. No lo miré. Sonreí apenas.
—Veremos —dije.
Y con eso, el deseo volvió a quedar suspendido, latiendo en todo lo que no se dijo… pero ya estaba en marcha.Las preguntas empezaron a caer de a poco, como si todos hubieran entendido que esa noche se hablaba en clave.
—Decime una cosa —dijo uno, con una sonrisa ladeada— ¿vos siempre contestás así… o solo cuando querés que alguien se quede pensando?
Me acerqué sin apuro y, con total naturalidad, me senté de costado en la falda de uno de ellos (dejando que otros vieran que ya no llevaba nada debajo) No fue un gesto brusco ni teatral; fue cómodo, seguro, como si el lugar ya me perteneciera desde antes. Sentí cómo se tensaba apenas, cómo su respiración cambiaba. Yo me acomodé tranquila.
—Depende de la pregunta —respondí—. Y de quién la hace.
Hubo risas bajas. Miradas que se cruzaron rápido.
—Entonces te hago otra —agregó Pedro—. ¿Sos más de improvisar… o de planear lo que viene?
Apoyé el brazo en el respaldo del sillón, relajada. Y mis tetas a la altura de la cara de Lolo. Me miraba de reojo. Yo imaginaba que con un solo dedo movía hacia abajo mi musculosa y empezaba a mamarme la teta como un bebé.
—Me gusta que el plan empiece antes —dije—. Así, cuando llega el momento, ya está todo cargado.
—Como el finde —comentó Lucho—. Quinta, pileta, música que se escucha desde lejos… y nada de apuro.
—Nada de apuro —repetí, despacio—. Eso suena tentador.
Lolo movió apenas para acomodarse mejor, dejando mi cola totalmente sobre su bulto. Yo no me aparté. Al contrario, me incliné hacia adelante para tomar un vaso de la mesa ratona. Dejando que Lolo viera mi vagina y volviendome a sentar sobre el.
—¿Y vos? —preguntó otro—. ¿Qué llevás a una fiesta así?
Sonreí.
—Depende del clima —contesté—. Y de cuántas miradas tenga encima.
Las risas volvieron, más nerviosas. El teléfono vibró en la mesa. Nadie lo miró. No hacía falta. El ambiente ya estaba armado, el fin de semana empezaba a tomar forma en la imaginación de todos.
Yo me levanté despacio, como si nada, y antes de alejarme dije:
—Todavía falta. Pero me gusta cómo lo están pensando.
Y esa idea —la de lo que vendría— quedó flotando, caliente, inevitable, acompañándolos incluso después de que cambiáramos de tema.—La verdad… no tengo muchas mallas —dije, como al pasar—. Espero que no les incomode si llevo una que me regaló mi tio hace poco, bastante chica por cierto, no me cubre casi nada. Por que de todas maneras es la que voy a usar.
Las miradas se activaron al instante.
—¿Chica cómo? —preguntó uno, con media sonrisa.
—Lo suficiente como para no pasar desapercibida —respondí—. Pero cómoda. Eso es lo importante.
En ese momento se abrió la puerta. Era mi tio Patricio, mi fan numero 1. Se acercó y me saludó con un abrazo cálido, apretándome y dandome una nalgada (como siempre lo hace desde que soy chica)
—¿Al final estrenaste el regalo? —preguntó, bajando la voz.
Sonreí, apoyando la mejilla en su hombro apenas un segundo.
—Todavía no —le dije—. Creo que lo voy a usar este finde, en una quinta.
—¿Ah, sí? —respondió, divertido—. Entonces va a haber que ver cómo queda.
Las risas se mezclaron con miradas cómplices. Nadie pidió detalles; no hacía falta. La idea ya estaba sembrada.
—Con que llegues así de tranquila —dijo Lucho—, el resto lo hace el clima.
—Exacto —agregué—. A veces, lo mejor es dejar que cada uno imagine a su manera.
El silencio que siguió fue denso, expectante. El fin de semana ya estaba en marcha, al menos en la cabeza de todos.La charla seguía cargada cuando tocaron el timbre. Era el gasista, puntual, con la caja de herramientas en la mano. Mientras le indicaban por dónde pasar, el clima no se cortó del todo; las risas bajas y los comentarios en clave seguían flotando en el aire.
Él notó enseguida que algo distinto estaba pasando. No preguntó, pero escuchó. Miradas que se cruzaban, silencios que decían más que las palabras. Yo me acerqué para saludarlo con una sonrisa tranquila, cordial, sosteniendo la mirada un segundo más de lo habitual.
—Pasá por acá, ahora te muestran dónde es —dije, con naturalidad.
Mientras revisaba, la conversación volvió al tema del finde.
—Todavía no sé qué voy a llevar —comenté—. Quiero algo simple… pero que se sienta. Aparte no m gustan las marcas de sol, hasta me quedaría desnuda.
—¿Que se sienta cómo? —preguntó uno, sin levantar demasiado la voz.
—Que no pase desapercibido —respondí—. Nada más.
El gasista levantó la vista apenas, curioso, como quien escucha una historia a medias. No interrumpió, pero se quedó un segundo más en la habitación cuando terminó.
—Acá hay buen ambiente —dijo, medio en broma.
—Eso dicen —contesté, sonriendo.
Las miradas volvieron a mí. El teléfono vibró en la mesa. El fin de semana seguía tomando forma, más por lo que se insinuaba que por lo que se decía.
Yo respiré hondo y cerré con calma:
—Lo mejor siempre es dejar algo para después.
—A ver —dijo uno, apoyándose hacia adelante—, contestá sin pensar demasiado: ¿te gusta que te miren… o que imaginen?
Sonreí apenas, como si la pregunta me divirtiera.
—Me gusta que confundan una cosa con la otra.
Hubo un murmullo bajo. Pedro levantó la ceja.
—Entonces decime —agregó—, cuando decís “algo simple que se sienta”, ¿hablás de cómo se ve… o de lo que provoca?
Me tomé un segundo. No para dudar, sino para elegir.
—De lo que genera —respondí—. y lo que activa en mi y en otros.
El silencio fue inmediato. No incómodo. Tenso.
—Eso no es justo —dijo Lucho—. Así cualquiera se queda pensando todo el fin de semana.
—No es injusto —contesté—. Es estratégico.
Alguien rió por lo bajo.
—Última —dijo otro—. En la quinta… ¿sos de las que se mete al agua enseguida… o de las que hace esperar?
Crucé las piernas con calma, sosteniendo las miradas una por una.
—Depende —dije—. Si sé que me están mirando… capaz dejo que el calor suba primero.
Pedro apoyó el vaso sin hacer ruido.
—Ok —murmuró—. Eso ya responde varias cosas.
Me levanté despacio, sin cortar el clima.
—No todas las respuestas se dan hoy —cerré—. Algunas se guardan para cuando el lugar y el momento hacen el resto.
Nadie habló después de eso. No hacía falta. El filo ya estaba donde tenía que estar: en la cabeza de cada uno, afilándose solo..Continuará...Bueno amores, espero que el primer capítulo les haya gustado, les dejo un breve adelanto y resúmen del próximo capítulo.Flor entra al boliche sabiendo exactamente lo que provoca.
La minifalda es demasiado corta. La remera, transparente para que nadie se prohiba de ver sus enormes tetas. No pasa desapercibida… y ella lo sabe.
Los amigos de su hermano están todos ahí.
La miran. La recorren. Se contienen mal.
Cada uno guarda el mismo pensamiento que no se animan a decir (cogersela de todas las formas y en cualquier lugar) y Flor lo siente en la piel.
Las miradas la siguen cuando camina.
Se clavan cuando se inclina.
El deseo es colectivo, silencioso, caliente.
Va al baño.
Uno de ellos la sigue. El hermano lo sabe y no lo detiene.
La espía desde afuera. En el boliche, risas. Pasos. Riesgo.
Ella lo ve y lo hace pasar. Cuando su novio aparece y entiende la escena, no frena nada.
Porque lo verdaderamente peligroso no es que los descubran.
Es que todos saben exactamente lo que está pasando…
y nadie quiere mirar para otro lado.
Pedro fue el primero en hablar, con una media sonrisa que no lograba esconder del todo su estado.
—Siempre fuiste así… —dijo despacio— ¿O es algo que solo algunos notamos?
Lo miré sin responder enseguida. Incliné apenas la cabeza, dejando que la pregunta flotara.
—¿Así cómo? —pregunté, suave.
Lucho soltó una risa baja, corta.
—Como si supieras exactamente lo que provocás —agregó—. Y aun así eligieras no frenarlo.
Me apoyé mejor contra la pared, consciente de cada movimiento.
—¿Y eso les molesta… o les gusta?
Pedro tragó saliva antes de responder.
—Depende —dijo—. ¿Siempre sos tan consciente cuando alguien te mira así?
Dejé que mis ojos recorrieran el pasillo un segundo antes de volver a ellos.
—¿Así cómo me están mirando ahora?
Ninguno contestó de inmediato. No hacía falta. La respuesta estaba en el aire, espesa, caliente, imposible de negar.
—Entonces —continué, bajando un poco la voz— capaz la pregunta no es qué quieren ustedes… sino hasta dónde se animan a imaginar.
El silencio que siguió fue la confirmación más clara de todas.Me moví antes de que cualquiera de los dos volviera a hablar. No fue un gesto grande; fue lento, calculado. Enderecé la espalda, dejé caer los hombros y respiré hondo, como si el aire me atravesara el cuerpo. El movimiento hizo que sus miradas se fijaran donde yo sabía que se iban a quedar. No aparté los ojos. Los dejé mirar.
Apoyé la mano en la pared, incliné apenas el torso y crucé las piernas con calma. El silencio se volvió expectante, como si ambos estuvieran esperando una señal mía.
Lucho fue el primero en romperlo, con una voz más baja, menos cuidada.
—Decime… —dijo— ¿siempre sos así cuando sabés que te desean… o esta noche decidiste jugar?
Lo miré de costado, sin apuro.
—¿Y vos qué pensás?
Pedro no habló. Sacó el teléfono del bolsillo, rápido, casi nervioso. Tecleó algo con el pulgar, sin mirarme, pero yo noté cómo su respiración se aceleraba. No necesitaba ver la pantalla para entender: estaba contando algo, insinuando algo, dejando caer la escena en palabras incompletas para que otros la imaginaran.
—Después no digas que no te advertimos —murmuró Lucho, con una sonrisa tensa.
Me acerqué un paso más. Lo justo para que ambos lo sintieran.
—Entonces —dije suave— elijan bien qué se llevan de esta noche… porque no todo se dice. Algunas cosas se recuerdan.
El teléfono vibró en la mano de Pedro. No lo miré. Sonreí apenas.
Y el pasillo volvió a quedarse en silencio, cargado de todo lo que todavía no había pasado… y ya ardía en la imaginación de más de uno.El teléfono de Pedro vibró una vez… y después otra. Y otra más. Sonrió de costado, como si supiera que ya no había vuelta atrás.
—Empezaron a contestar —dijo, mostrándome la pantalla solo un segundo—. Muchos.
No leí los mensajes, pero escuché fragmentos mientras él los iba soltando en voz alta, entre risas contenidas y miradas que volvían siempre a mí.
—“¿Es verdad lo que estás diciendo?”
—“No jodas… ¿ahí, ahora?”
—“Decile que hable.”
Lucho se apoyó en la pared, cruzando los brazos, observándome como si cada palabra que yo dijera fuera combustible.
—Quieren saber —dijo— si sos así todo el tiempo… o si esta noche estás inspirada.
Me acerqué al teléfono lo justo para que entendieran que sabía exactamente el efecto que tenía.
—Deciles que no siempre —respondí—. Solo cuando vale la pena.
Pedro escribió rápido. El teléfono volvió a vibrar casi de inmediato.
—Ahora preguntan qué llevás puesto —agregó, sin mirarme, pero con una sonrisa imposible de ocultar.
Incliné la cabeza, dejé que el silencio se estirara.
—Sacame una foto y mandala.
Las respuestas llegaron como una ola. Risas nerviosas. Comentarios descontrolados. Preguntas que no se decían completas pero se entendían demasiado bien. El ambiente se volvió más espeso, más cargado de expectativas que nadie se animaba a nombrar del todo.
—Se están volviendo locos —murmuró Lucho—. Y vos lo sabés.
—Claro que lo sé —respondí alejándome.
Me di media vuelta sin apuro, dejando atrás el murmullo, las miradas clavadas en mi espalda, el teléfono vibrando sin parar. Caminé por el pasillo sabiendo que mi ausencia iba a decir más que cualquier respuesta.
Desde el otro lado de la casa, todavía podía sentirlo: el deseo suspendido, multiplicado, creciendo en lo que no veían… pero no dejaban de imaginar.Me fui sin mirar atrás. Sentí sus ojos clavados en mi espalda mientras avanzaba por el pasillo, lenta, consciente de cada paso. El murmullo quedó atrás, pero el teléfono siguió vibrando en mi mano: mensajes que no leía del todo, preguntas que ardían incluso sin abrirse.
En mi habitación, cerré la puerta con cuidado. No encendí la luz. Cuando m apoyé un segundo contra la madera, no pude evitar arquear mi espalda y simular que la puerta era uno de ellos haciendome la cola, golpié la puerta con mi orto varias veces imaginándolo. Pasé mis manos por mis pechos, me quité el corpiño y apreté mis pezones... Fui hacia mi cama y me recosté boca abajo unos instantes, con el celular entre las manos, dejando mi cola semi descubierta y en tetas. No corregí nada. No había apuro.
Las respuestas seguían llegando. Frases incompletas. Emojis que decían más de lo que pretendían. Preguntas que se repetían de distintas bocas, como si todos quisieran confirmar lo mismo sin animarse a decirlo igual.
Apoyé el teléfono sobre la cama, cerré los ojos y sonreí apenas. Sabía que, del otro lado de la puerta, la imaginación trabajaba sola. Que mi silencio, mi ausencia, mi demora, estaban haciendo más que cualquier palabra.
Metí mi mano por debajo de mi pollera y mi tanga.. mi vagina estaba totalmente húmeda, chupé mis dedos babeandolos y me froté el clítoris.. Me gustaba estar caliente y excitada. Disfruté un poquito sin acabar, dejando toda mi calentura expuesta, dejé mi tanga en la habitación, me puse una musculosa corta y más escotada que la anterior...me acomodé el pelo y tomé aire antes de volver. Cuando abrí la puerta, el pasillo me recibió con una tensión nueva, multiplicada. Las miradas se levantaron al mismo tiempo. El teléfono vibró otra vez.
No dije nada. No hacía falta.
A veces, lo que más enciende no es lo que se ve… sino todo lo que queda librado a la imaginación.Cuando volví al living, el clima había cambiado. No hubo silencio incómodo; hubo expectativa. Varias miradas se levantaron al mismo tiempo, como si todos estuvieran esperando una señal.
—Pará… —dijo uno, con media sonrisa— ¿vos siempre desaparecés así y volvés distinta?
No respondí enseguida. Me acomodé el pelo, apoyé el peso en una pierna y dejé que la pregunta hiciera eco.
—¿Distinta cómo? —pregunté, tranquila.
Pedro bajó el volumen de su voz.
—Como si supieras exactamente lo que estás provocando ahora.
El teléfono vibró otra vez. Mensajes que no leí, pero sentí. Preguntas que se acumulaban, curiosas, imaginativas, lanzadas desde la distancia como anzuelos. Yo elegí cuáles morder.
—A veces —dije— no hace falta explicar nada para que cada uno se arme su propia película.
Las sonrisas se tensaron. Alguien rió bajo.
—Este finde nos vamos a una quinta —comentó Lucho, como quien no quiere la cosa—. Pileta, música, nada de gente de más. Tranquilo… pero intenso.
Lo miré, levantando una ceja.
—¿Eso es una invitación?
—Es una posibilidad —respondió—. De esas que se disfrutan más cuando se dicen sin demasiados detalles.
Otro agregó, entre risas:
—Con que vengas como te sientas cómoda… ya alcanza para que el ambiente haga el resto.
Sostuve las miradas un segundo más. El teléfono volvió a vibrar. No lo miré. Sonreí apenas.
—Veremos —dije.
Y con eso, el deseo volvió a quedar suspendido, latiendo en todo lo que no se dijo… pero ya estaba en marcha.Las preguntas empezaron a caer de a poco, como si todos hubieran entendido que esa noche se hablaba en clave.
—Decime una cosa —dijo uno, con una sonrisa ladeada— ¿vos siempre contestás así… o solo cuando querés que alguien se quede pensando?
Me acerqué sin apuro y, con total naturalidad, me senté de costado en la falda de uno de ellos (dejando que otros vieran que ya no llevaba nada debajo) No fue un gesto brusco ni teatral; fue cómodo, seguro, como si el lugar ya me perteneciera desde antes. Sentí cómo se tensaba apenas, cómo su respiración cambiaba. Yo me acomodé tranquila.
—Depende de la pregunta —respondí—. Y de quién la hace.
Hubo risas bajas. Miradas que se cruzaron rápido.
—Entonces te hago otra —agregó Pedro—. ¿Sos más de improvisar… o de planear lo que viene?
Apoyé el brazo en el respaldo del sillón, relajada. Y mis tetas a la altura de la cara de Lolo. Me miraba de reojo. Yo imaginaba que con un solo dedo movía hacia abajo mi musculosa y empezaba a mamarme la teta como un bebé.
—Me gusta que el plan empiece antes —dije—. Así, cuando llega el momento, ya está todo cargado.
—Como el finde —comentó Lucho—. Quinta, pileta, música que se escucha desde lejos… y nada de apuro.
—Nada de apuro —repetí, despacio—. Eso suena tentador.
Lolo movió apenas para acomodarse mejor, dejando mi cola totalmente sobre su bulto. Yo no me aparté. Al contrario, me incliné hacia adelante para tomar un vaso de la mesa ratona. Dejando que Lolo viera mi vagina y volviendome a sentar sobre el.
—¿Y vos? —preguntó otro—. ¿Qué llevás a una fiesta así?
Sonreí.
—Depende del clima —contesté—. Y de cuántas miradas tenga encima.
Las risas volvieron, más nerviosas. El teléfono vibró en la mesa. Nadie lo miró. No hacía falta. El ambiente ya estaba armado, el fin de semana empezaba a tomar forma en la imaginación de todos.
Yo me levanté despacio, como si nada, y antes de alejarme dije:
—Todavía falta. Pero me gusta cómo lo están pensando.
Y esa idea —la de lo que vendría— quedó flotando, caliente, inevitable, acompañándolos incluso después de que cambiáramos de tema.—La verdad… no tengo muchas mallas —dije, como al pasar—. Espero que no les incomode si llevo una que me regaló mi tio hace poco, bastante chica por cierto, no me cubre casi nada. Por que de todas maneras es la que voy a usar.
Las miradas se activaron al instante.
—¿Chica cómo? —preguntó uno, con media sonrisa.
—Lo suficiente como para no pasar desapercibida —respondí—. Pero cómoda. Eso es lo importante.
En ese momento se abrió la puerta. Era mi tio Patricio, mi fan numero 1. Se acercó y me saludó con un abrazo cálido, apretándome y dandome una nalgada (como siempre lo hace desde que soy chica)
—¿Al final estrenaste el regalo? —preguntó, bajando la voz.
Sonreí, apoyando la mejilla en su hombro apenas un segundo.
—Todavía no —le dije—. Creo que lo voy a usar este finde, en una quinta.
—¿Ah, sí? —respondió, divertido—. Entonces va a haber que ver cómo queda.
Las risas se mezclaron con miradas cómplices. Nadie pidió detalles; no hacía falta. La idea ya estaba sembrada.
—Con que llegues así de tranquila —dijo Lucho—, el resto lo hace el clima.
—Exacto —agregué—. A veces, lo mejor es dejar que cada uno imagine a su manera.
El silencio que siguió fue denso, expectante. El fin de semana ya estaba en marcha, al menos en la cabeza de todos.La charla seguía cargada cuando tocaron el timbre. Era el gasista, puntual, con la caja de herramientas en la mano. Mientras le indicaban por dónde pasar, el clima no se cortó del todo; las risas bajas y los comentarios en clave seguían flotando en el aire.
Él notó enseguida que algo distinto estaba pasando. No preguntó, pero escuchó. Miradas que se cruzaban, silencios que decían más que las palabras. Yo me acerqué para saludarlo con una sonrisa tranquila, cordial, sosteniendo la mirada un segundo más de lo habitual.
—Pasá por acá, ahora te muestran dónde es —dije, con naturalidad.
Mientras revisaba, la conversación volvió al tema del finde.
—Todavía no sé qué voy a llevar —comenté—. Quiero algo simple… pero que se sienta. Aparte no m gustan las marcas de sol, hasta me quedaría desnuda.
—¿Que se sienta cómo? —preguntó uno, sin levantar demasiado la voz.
—Que no pase desapercibido —respondí—. Nada más.
El gasista levantó la vista apenas, curioso, como quien escucha una historia a medias. No interrumpió, pero se quedó un segundo más en la habitación cuando terminó.
—Acá hay buen ambiente —dijo, medio en broma.
—Eso dicen —contesté, sonriendo.
Las miradas volvieron a mí. El teléfono vibró en la mesa. El fin de semana seguía tomando forma, más por lo que se insinuaba que por lo que se decía.
Yo respiré hondo y cerré con calma:
—Lo mejor siempre es dejar algo para después.
—A ver —dijo uno, apoyándose hacia adelante—, contestá sin pensar demasiado: ¿te gusta que te miren… o que imaginen?
Sonreí apenas, como si la pregunta me divirtiera.
—Me gusta que confundan una cosa con la otra.
Hubo un murmullo bajo. Pedro levantó la ceja.
—Entonces decime —agregó—, cuando decís “algo simple que se sienta”, ¿hablás de cómo se ve… o de lo que provoca?
Me tomé un segundo. No para dudar, sino para elegir.
—De lo que genera —respondí—. y lo que activa en mi y en otros.
El silencio fue inmediato. No incómodo. Tenso.
—Eso no es justo —dijo Lucho—. Así cualquiera se queda pensando todo el fin de semana.
—No es injusto —contesté—. Es estratégico.
Alguien rió por lo bajo.
—Última —dijo otro—. En la quinta… ¿sos de las que se mete al agua enseguida… o de las que hace esperar?
Crucé las piernas con calma, sosteniendo las miradas una por una.
—Depende —dije—. Si sé que me están mirando… capaz dejo que el calor suba primero.
Pedro apoyó el vaso sin hacer ruido.
—Ok —murmuró—. Eso ya responde varias cosas.
Me levanté despacio, sin cortar el clima.
—No todas las respuestas se dan hoy —cerré—. Algunas se guardan para cuando el lugar y el momento hacen el resto.
Nadie habló después de eso. No hacía falta. El filo ya estaba donde tenía que estar: en la cabeza de cada uno, afilándose solo..Continuará...Bueno amores, espero que el primer capítulo les haya gustado, les dejo un breve adelanto y resúmen del próximo capítulo.Flor entra al boliche sabiendo exactamente lo que provoca.
La minifalda es demasiado corta. La remera, transparente para que nadie se prohiba de ver sus enormes tetas. No pasa desapercibida… y ella lo sabe.
Los amigos de su hermano están todos ahí.
La miran. La recorren. Se contienen mal.
Cada uno guarda el mismo pensamiento que no se animan a decir (cogersela de todas las formas y en cualquier lugar) y Flor lo siente en la piel.
Las miradas la siguen cuando camina.
Se clavan cuando se inclina.
El deseo es colectivo, silencioso, caliente.
Va al baño.
Uno de ellos la sigue. El hermano lo sabe y no lo detiene.
La espía desde afuera. En el boliche, risas. Pasos. Riesgo.
Ella lo ve y lo hace pasar. Cuando su novio aparece y entiende la escena, no frena nada.
Porque lo verdaderamente peligroso no es que los descubran.
Es que todos saben exactamente lo que está pasando…
y nadie quiere mirar para otro lado.
3 comentarios - Capítulo 1: Calentando a los amigos de mi hermano
como me encantan tus relatos +10 🔥