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174📑La Casa de las 5 Lunas 🎃

174📑La Casa de las 5 Lunas 🎃

Héctor Salvatierra caminaba por la calle húmeda y desierta, con un sobre negro en la mano que no recordaba haber recibido. No tenía remitente, pero dentro había un mensaje elegante, casi tentador:

"Héctor, tu vida está a punto de cambiar. Cinco noches, cinco mujeres, una revelación final. Ven a “5 Lunas” y disfruta de lo que mereces. Tu deseo será satisfecho como nunca imaginaste."

El sobre incluía la dirección exacta, discreta y apartada, y una advertencia en letra dorada: “No hay marcha atrás. Cada noche consume algo de ti.” Héctor sonrió con arrogancia. La idea de un juego de placer exclusivo y prohibido lo excitaba y, por supuesto, su ego no podía resistirlo.

Al llegar a la fachada elegante y casi silenciosa de “5 Lunas”, fue recibido por una mujer de porte imponente y sonrisa enigmática, quien lo guió a través de corredores iluminados con luces cálidas. Cada paso hacía que su pulso se acelerara; la atmósfera estaba impregnada de un perfume que despertaba sus sentidos y lo hacía sentir vulnerable, al mismo tiempo que deseoso.

—Bienvenido, Héctor —dijo la mujer—. Cada noche, tendras a una dama distinta. Cinco noches para perderte, y una última revelación. Aquí cada mujer es un mundo, y cada placer tiene un precio.

No hubo necesidad de más explicación. Héctor asintió, incapaz de ocultar la anticipación que le recorría la columna vertebral. Lo llevaron a un salón privado, y allí la vio: Laura, la primera Luna, la inocente sensualidad hecha mujer. Piel tersa, mirada dulce, sonrisa tentadora, como si el mundo entero estuviera hecho para él en ese instante.

—Soy Laura, pero aquí me conocen como 🌕Luna Creciente —susurró acercándose—. Esta noche eres mío.

Antes de que Héctor pudiera reaccionar, Laura se acercó con una gracia imposible, apoyando sus manos sobre su pecho y deslizando sus dedos suavemente por su torso, desnudandolo. Su boca se encontró con la suya en un beso lento y posesivo, y Héctor sintió cómo cada caricia y roce encendían un fuego que no podía controlar.

Laura no se detuvo. Bajó su boca por su cuello, su pecho, hasta su pene, chupándolo, jugando con su pija de manera experta. Héctor gimió bajo su toque, atrapado entre el deseo y la incredulidad. Cada succión suya era una orden silenciosa, y él estaba completamente entregado.

Ella lo guió al sofá, sentándolo, mientras se desnudaba completa, tomando su dura pija y acomodandoselo adentro de su concha caliente, lo montaba con suavidad y ritmo provocador, ofreciendo sus tetas para que él las apretara y chupara. Su espalda arqueada, su respiración entrecortada, cada movimiento parecía sincronizado para absorberlo, poseerlo.

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Cuando se puso en cuatro y lo invitó con una sonrisa pícara a cogerla por atras, Héctor no pudo resistirse y lo hizo, metiendole la pija en la concha, cogiendola y siguiendo el ritmo de su deseo y la intensidad que Laura imprimía en cada gesto.

Al final, cuando eyaculo y se vació en un éxtasis profundo, Héctor sintió algo extraño. Una vibración interna, un calor que no reconocía, una sensación que le recorría la médula y parecía apoderarse de él. No era dolor ni placer: era otra cosa, algo oscuro que le rozaba el alma, como si su humanidad se hubiera reducido una fracción durante esos minutos de entrega total.

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Laura lo observaba desnuda, con dulzura, pero en sus ojos había un destello extraño, casi inhumano, como si supiera lo que acababa de suceder. Héctor permaneció recostado, respirando con dificultad, con el corazón latiendo desbocado y la mente atrapada entre deseo y confusión. La primera Luna lo había atrapado por completo, y él no tenía idea de lo que estaba por venir.

—Esto es solo el comienzo —susurró Laura—. Cada noche te llevará más lejos. Y cuando llegue la última, descubrirás que tu deseo tiene un precio que jamás imaginaste.

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Héctor comprendió, por primera vez, que “5 Lunas” no era solo un lugar de placer: era un juego oscuro, un lugar donde la lujuria abría puertas que no podían cerrarse. Y él ya estaba dentro.


Al despertar después de su primera noche, Héctor todavía sentía el cosquilleo extraño que esa Luna había dejado en su cuerpo y mente. Cada paso que daba por la casa, cada sombra, parecía recordarle que algo había cambiado en él. Pero la invitación a la segunda noche lo mantenía atrapado, y su deseo por más lo empujaba a seguir adelante.

El corredor que lo condujo a la siguiente sala estaba iluminado con luces cálidas y velas que proyectaban figuras danzantes en las paredes. Allí lo esperaba Selena, la 🌕Luna Llena, una mujer de cabello oscuro, largo y mirada felina y sonrisa descarada. A diferencia de Laura, Selena emanaba una energía salvaje, directa, imposible de ignorar.

—Héctor, esta noche será diferente —dijo con voz ronca y sensual—. Prepárate para perder el control.

Antes de que pudiera reaccionar, lo tomó del rostro con sus manos, acercando sus labios a los de él con urgencia y dominio. Sus labios, su lengua y su respiración lo invadieron por completo, haciéndole olvidar cualquier noción de autocontrol. Héctor respondió, dejando que cada caricia lo consumiera.

Selena bajó con suavidad hasta su pecho, besando con lentitud y provocación. Sus manos exploraban su torso, deslizándose hacia su erección, agarrandole la pija, despertando un fuego que parecía consumirlo por dentro. Héctor gimió con cada lamida, cada mamada, atrapado entre placer y un dejo de miedo: algo en ella no era completamente humana, y eso lo excitaba aún más.

Sin previo aviso, Selena lo guió hacia el sofá, colocándolo sentado mientras ella se montaba de espaldas sobre él, con un ritmo voraz, su concha caliente, contra su pija dura, cuerpo contra cuerpo, rebotando sobre él, tomandola de las caderas, mientras sus tetas saltaban, su respiración entrecortada. Su contacto era intenso, y Héctor no podía resistirse a la fuerza de su deseo. Cada movimiento de ella lo desarmaba más, llevándolo a límites que jamás había experimentado.

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Selena se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos en el respaldo del sofá y arqueando la espalda, lo invitó con un gesto claro a cojerla por el culo. Héctor lo hizo, siguiendo el impulso de su cuerpo y la urgencia de su deseo. Apunto su pija al segundo agujero y la penetro con fuerza, Cada gemido, cada roce, cada suspiro los envolvía en un torbellino de placer que parecía ir más allá de lo físico.

Al final del encuentro, mientras Selena se recostaba junto a él con una sonrisa satisfecha, Héctor sintió nuevamente la extraña sensación de Laura, multiplicada.

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Su cuerpo vibraba con algo que no podía identificar: un calor que recorría sus venas, un peso que no estaba en su carne sino en su mente. La primera Luna lo había dejado marcado, pero Selena había profundizado el cambio. La maldición comenzaba a infiltrarse en él, silenciosa y poderosa, como un murmullo que prometía control absoluto en las noches siguientes.

—No podrás escapar, Héctor —susurró Selena, acariciando su pecho—. Cada Luna te consume y te hace adicto un poco más… y tú querrás más.

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Héctor permaneció recostado, respirando con dificultad, mientras la claridad se mezclaba con la excitación y el terror: sabía que cada noche lo transformaría, y que su libertad se estaba desvaneciendo poco a poco. Pero no podía evitar desear la tercera Luna, ansioso por lo que venía, incapaz de resistirse.


Héctor todavía sentía la vibración que Selena había dejado en su cuerpo. Cada músculo, cada fibra de su ser parecía recordar el placer y la inquietud que había recorrido su médula. Sin embargo, la invitación a la tercera noche le llegó puntual: un sobre negro, idéntico a los anteriores, pero con un sello que parecía absorber la luz a su alrededor.

"La tercera Luna te espera. Prepárate para perder lo que crees que eres. —5 Lunas"

El corredor que lo condujo era más estrecho, con sombras que parecían moverse por voluntad propia. Allí, entre luces cálidas y velas que lanzaban reflejos rojos y dorados, lo esperaba desnuda Isabella, 🌕La Luna Negra. Su cabello era oscuro como la noche sin luna, sus labios color carmesí. Sus ojos tenían un brillo desafiante, como si anticiparan el placer que iba a arrancarle y, a la vez, parte de su voluntad.

—Héctor —dijo con voz suave pero firme—. Esta noche, yo decido todo. Tú solo obedeces.

Antes de que él pudiera replicar, Isabella lo acercó hacia un diván central, apoyando sus manos en sus hombros y recorriendo su torso con un roce lento y calculado. Sus labios se encontraron con los suyos en un beso profundo, firme, y Héctor sintió cómo su propio control empezaba a desvanecerse. Cada caricia de Isabella era medida, como si jugara con él, enseñándole que el placer podía ser un arma.

Ella descendió con suavidad, desnudandolo, besando su cuello, sus hombros, recorriendo su pecho y abrazándolo con fuerza. Sus manos exploraban su cuerpo con precisión, agarrandole la pija y los testiculos, despertando un fuego intenso, un deseo que se mezclaba con una extraña sensación de vulnerabilidad. Y mientras le chupaba y mamaba la pija, Héctor gimió, atrapado entre placer y un instinto de sumisión que no había sentido antes.

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Isabella no tardó en montárlo con suavidad pero con firmeza, deslizo su concha humeda, sobre su dura pija, dominando cada movimiento, mientras lo cabalgaba y le ofrecia sus tetas para que el las chupara. Su respiración se mezclaba con la de Héctor, el ritmo de cada gesto era casi un mandato.

Cuando se puso en cuatro y y se abrio las nalgas, lo invitó a acercarse, Héctor lo hizo sin dudar, siguiendo la urgencia de su calentura, le metio la pija en el culo, apretandole las tetas y cogiendola con fuerza y dejando que Isabella dictara cada momento de placer.

El erotismo del encuentro era intenso, psicológico: Isabella jugaba con sus emociones tanto como con su cuerpo, alternando caricias suaves y presiones firmes, gemidos y silencios que lo hacían temblar. Cada contacto lo acercaba más a un límite donde no sabía distinguir entre placer, miedo y fascinación.

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Al final, cuando termino adentro y retiro su pija, Héctor sintió de nuevo la vibración extraña, más intensa que antes: un calor que le recorría el cuerpo, una presión en el pecho, y un cosquilleo que parecía modificar su mente. La Luna Negra había consumido un fragmento más de su control, y él lo sentía, aterrador y excitante al mismo tiempo.

—Cada Luna te cambia —susurró Isabella, acariciando su rostro con delicadeza que escondía un filo de poder—. Y tú querrás seguir viniendo, aunque pierdas algo de ti mismo en cada cogida, en cada noche.

Héctor quedó recostado, atrapado entre el placer y la creciente inquietud, consciente de que la tercera Luna no solo lo había llevado a nuevas alturas de deseo, sino que también lo estaba preparando para algo más oscuro y profundo. Y él, como siempre, ansiaba la cuarta noche.

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Héctor despertó con la sensación de que su cuerpo no le pertenecía del todo. La vibración, el calor, la urgencia que lo recorría desde la primera Luna, ahora su erección era más intensa, casi dolorosa, y sin embargo lo empujaba a seguir. Al llegar el sobre negro, sabía que la cuarta Luna lo esperaba: Marina, 🌕Luna Roja, la más intensa de todas hasta ahora.

El salón donde lo condujeron estaba cubierto de velas que lanzaban reflejos escarlata en la madera pulida. Marina lo esperaba, vestida con ropas que combinaban elegancia y provocación. Su mirada penetrante parecía atravesarlo, y su sonrisa sugería que había planeado cada instante de su encuentro con Héctor.

—Héctor —dijo con voz grave y seductora—. Esta noche no solo experimentarás placer. Esta noche entregarás parte de ti.

Antes de que pudiera reaccionar, lo tomó de la mano y lo acercó a la cama. Sus labios se encontraron en un beso profundo, firme, dominador, mientras sus manos recorrían su cuerpo con seguridad, desnudandolo, despertando en Héctor un deseo incontrolable. Cada roce, cada caricia, parecía orquestado para arrancarle todo control.

Marina descendió lentamente, besando su pecho y sus hombros, hasta su pija, que ya estaba completamente dura, lamiendo desde la punta, a la base, mamandolo, provocando un temblor que recorrió todo su cuerpo. Héctor se dejó llevar, gimiendo con fuerza, incapaz de resistir la combinación de suavidad y dominio que ella imprimía sobre su pija. Su respiración se mezclaba con la de ella, creando un ritmo hipnótico.

Con un movimiento fluido, lo guió al centro de la cama, acostandolo, mientras ella se metia su pija en su concha, montaba con ritmo provocador. Sus caderas se movían con precisión, sus tetas rebotaban y Héctor apenas podía sostener la mirada de Marina, atrapado entre placer y la creciente sensación de que algo extraño ocurría dentro de él.

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Ella se puso en cuatro y le pidio que la penetre por el culo, Héctor lo hizo, dejando que el deseo lo consumiera por completo. Cada embestida, cada roce, lo arrastraba a un estado donde el cuerpo y la mente comenzaban a fundirse, y donde el placer tenía un matiz extraño, casi aterrador, la pija le ardía, pero no podía dejar de cogerla, cambio de agujero, bombeando su concha y dandole nalgadas.

Al final, cuando su cuerpo cedió al orgasmo dentro de ella, Héctor sintió algo inesperado: un aullido involuntario escapó de su garganta. Se incorporó, jadeante, con el corazón latiendo desbocado, la pija chorreando y una mezcla de excitación y miedo lo recorrió. —¿Qué fue eso? —se preguntó, tocándose el pecho y la garganta, donde la vibración todavía resonaba como un eco extraño.

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Marina lo observó con una sonrisa que parecía contener secretos oscuros y poderosos. —No te asustes, Héctor —dijo, lamiendo el semen que salia de su vagina—. Ese sonido no es más que un recordatorio de lo que empieza a despertar en ti. Cada Luna te acerca más a tu destino, y la última revelación está cada vez más cerca.

Héctor permaneció recostado, respirando con dificultad, consciente de que el placer había sido solo un vehículo para algo más profundo, algo que empezaba a transformar su cuerpo y su mente. Y aun así, sin poder evitarlo, ansiaba la quinta Luna, ansioso por descubrir la verdadera magnitud de su deseo y de la maldición que ahora lo rondaba.

Héctor llegó al salón final con una mezcla de anticipación y temor. Las noches anteriores lo habían cambiado: su cuerpo ardía con recuerdos de placer, y su mente estaba parcialmente rendida a la influencia de las Lunas. La invitación final lo había conducido hasta allí: la última noche, la revelación.

El salón estaba iluminado solo por velas blancas, cuya luz parecía absorber el aire. Y allí estaba ella: 🌕La Madama (Luna Final) , cabello blanco que caía como cascada sobre sus hombros, unas tetas grandes que se insinuaban bajo la tela roja de su vestido, y ojos grises que brillaban con un poder hipnótico. La presencia de la Madama llenaba todo el espacio; cada movimiento suyo era una orden silenciosa, cada mirada un mandato.

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—Héctor —dijo con voz profunda y envolvente—. Has llegado hasta aquí, deseando el placer de cada Luna. Pero ahora tu deseo tendrá un precio definitivo.

Sin necesidad de más palabras, ella se acercó, apoyando sus manos sobre su rostro y labios. Sus labios se encontraron en un beso que era a la vez dulce y feroz. Su cuerpo rozó el de Héctor, dominándolo por completo, guiando cada respiración y cada movimiento. Él apenas podía sostenerse, atrapado en un torbellino de deseo y terror.

La Madama lo condujo al centro del salón, y cada gesto suyo era una orden sutil:, dejó caer el vestido, revelando su cuerpo perfecto, la pija de Héctor reacciono de inmediato, endureriendose tanto que le dolia, lo atrajo y lo montó sobre ella, guió su pija a su concha caliente, el comenzo a bombearla intensamente, tomandola de las tetas, en cada embestida, cada movimiento, cada roce era calculado por ella para consumirlo, dominarlo, y al mismo tiempo hacer que la desease más. Héctor sintió la intensidad de su poder y su deseo fusionándose: cada beso, cada caricia, cada gemido se mezclaba con un temor visceral.

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Cuando ella se puso en cuatro y lo invitó a acercarse, Héctor lo hizo, sin pensar, siguiendo la urgencia de su cuerpo y la fuerza de la seducción de la Madama, le metio la pija en el culo, nalgueandola, cogiendola salvaje.

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Llegó cambiaron de posicion, ella lo montó, deslizo su concha humeda sobre su dura pija y comenzo a cabalgarlo con una fuerza e intensidad no humana, sus tetas rebotaban, el se las apretaba, mientras sentía cómo su concha le quemaba la pija. Al final, cuando su clímax estalló, y acabo dentro de ella, nuevamente sintió ese aullido involuntario, esta vez más profundo, más largo, más feroz. La sensación que recorrió su cuerpo no era solo placer: algo había despertado en él, algo animal, oscuro, que se extendía por su médula.

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La Madama lo observó con una sonrisa satisfecha y cruel:

—Ahora comprendes el precio de tu deseo, Héctor. Cada Luna te cambió, pero yo te consumaré por completo. Bienvenido a tu nueva vida.

En ese instante, el cambio se completó. Su cuerpo tembló, su espalda se arqueó, y un rugido profundo emergió de su pecho mientras sentía cómo sus huesos y músculos se reformaban. Sus manos, antes humanas, se convirtieron en garras; sus sentidos se agudizaron, y la conciencia de su humanidad comenzó a desvanecerse. Héctor se miró al espejo y vio en sus ojos el reflejo de un hombre lobo, criatura de lujuria y obediencia total a la Madama.

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Ella se acercó desnuda, acariciando su pelo blanco y su espalda ahora transformada, y le susurró:

—Eres mío, Héctor. Cada deseo, cada placer, cada gemido, ahora me pertenece. Nunca serás libre.


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Héctor, en su nueva forma, gimió un último aullido de reconocimiento y entrega, comprendiendo que había perdido todo lo que alguna vez fue: su libertad, su humanidad, y hasta sus propios deseos, consumidos por el poder de la Madama. La revelación final se completaba: el precio del placer absoluto era su alma, y ahora le pertenecía para siempre.

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En la penumbra, mientras su respiración animal resonaba en el salón, la Madama se retiró hacia su trono, satisfecha. Héctor estaba completamente entregado, y la casa de las 5 Lunas volvió a su silencio elegante, esperando a la próxima víctima que cayera seducida por las Lunas.

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