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Ella y yo: con la morocha del gym en el estacionamiento

Ella y yo: con la morocha del gym en el estacionamiento





Todas las historias relatadas son experiencias que uno tiene a lo largo de la vida, llevadas a una propuesta literaria. Recordarlas y compartirlas nos lleva a lugares inimaginables y placenteros.
 
Pasados los 47 años comencé a ir al gimnasio, nunca en la vida lo había hecho con constancia, pero ahora mi hijo adolescente era mi compañero y ambos íbamos tres veces por semana. Siempre fui reacio a esos lugares, por prejuicio, pero mi esposa me insistió y fuimos a un gimnasio de los denominados “top” en mi ciudad: máquinas, cintas, pesas, mancuernas, profesoras/es todo de primer nivel.
 
Allí uno llega como un extraño y, lentamente, con el paso delos días se va conociendo con gente. Compartir la maquina el “hacemos una y una”, es cotidiano. En los gimnasios hay una “fauna” interesante que observé. Las güanítas veinteañeras desesperadas por criar glúteos; las fitness obsesionadas con el trabajo físico y el esfuerzo; las maduras que van para sacarse esos kilos de mas del abdomen, los glúteos y los brazos; y las treintañeras solteras profesionales, que ya no son veinteañeras, ni maduras, pero se mantienen en buen estado. De una de estas hablare.
 
Morocha, flaquita, 1,50 metros, buen estado en general, buena cola, pocos pechos y siempre peinada con cola de caballo. Así era Carmen, venia después de trabajar con chaquetilla y anteojos y salía del vestuario provocativa. Conjuntos fit, siempre el top y la calza combinados, conjuntos enterizos tipo animal print. Estaba obsesionada por sus abdominales y un poco menos por su trasero.

Morocha


 
Nos veíamos, pero no compartíamos máquinas. Yo no estaba allí para levantar a nadie solo para hacer gimnasia y además estaba con mi hijo, estratégicamente mandado por mi esposa para marcar el terreno. Con el paso de los meses nos fuimos observando. La primera vez que nos saludamos yo esperaba el turno para cargar agua y ella salía del vestuario, nuestras miradas se cruzaron, ella me regaló una sonrisa y yo se la contesté.
 
A partir de ese momento hubo un click. Nos comenzamos a mirar disimuladamente por los espejos y cada tanto compartimos una máquina. Una vez estaba en la caminadora me puse al lado e inicié una charla. No recuerdo si fue el clima o algo que pasaba en la televisión, pero ella se mostró receptiva, a partir de allí hubo conversaciones de ocasión. Un día en una de esas charlas me dijo” siempre venís con tu hijo, no te dejan venir solo” y puso cara de pícara y desafiante. Yo respondí: “La semana que viene vengo solo, rinde y tiene que estudiar”, mi intención era que sepa, la intensión de ella saber.
 
A la semana siguiente cuando me vio se acercó: “¿venís solo?”, me preguntó, “te dije que esta semana no viene mi hijo” respondí y avancé: “así que no me tenés que compartir”, ella se río, calló y se fue a activar. Me pregunté si no me había pasado con el comentario. Estaba absorto en ese pensamiento cuando me dijo: “me ayudás a acomodar esta máquina”, fue una señal. Estaba por hacer cuádriceps. Se sentó y me pidió que le acomode la barra a la altura de los tobillos, me arrodillé y no pude evitarlo: le miré la entrepierna. La calza marcaba su concha de manera hermosa y era una invitación, traté de disimular, pero cuando levanté la mirada, ella me observaba, sonreí ella hizo una media sonrisa de picardía.
 
Allí quede parado frente a ella, había una atracción. Yo me puse a hacer pecho. Incliné el respaldo del banco en 30°, tomé las mancuernas, me senté abrí las piernas, acomodé el pantalón cortó bien arriba para que no moleste. Así cómo se le marca a las mujeres los hombres también marcamos, mi pija y huevos quedaban como un bulto sobresaliente. Comencé mi ejercicio, cuando los terminé la veo a ella mirándome, de frente, me miré el bulto y le regalé una sonrisa.
 
Durante nuestros ejercicios charlamos. Finalizamos, había caído la noche y noté que lloviznaba. Le dije “¿viniste en auto? o sino te acerco a tu casa”. “Dale” contestó ella. Salimos charlando los dos transpirados. El estacionamiento del gimnasio es amplio, mi auto estaba al final. Vidrios polarizados y en la semi oscuridad, era un lugar adecuado para una travesura.
 
Le abrí la puerta, la invité a subir, subí yo y le dije ¿adonde te llévo? Me miró y me dijo “mi auto esta allá enfrente…” con cara de pícara. Las cartas estaban echadas, me acerqué lentamente y le di un beso ella respondió con pasión. Comenzó el franeleo y el cruce de manos, inmediatamente sus pezones se pusieron duros y mi pija al palo, ella la agarró: “que pija tenés hijo deputa” dijo. Yo colé mis dedos debajo de la calza y comencé a franelear el clítoris en círculos, mientras de besaba el cuello y bajaba hacia las tetas, ella tiraba la cabeza hacia atrás y habría las piernas, ofreciéndose. Paré, miré alrededor estábamos en un lugar público, nos podían ver, ella también se dio cuenta del detalle. Le dije: “vamos al asiento de atrás”, sin salir del auto ella se pasó, salí busque unas toallas del baúl y se las pasé para que las ponga en el asiento, entré. Ella me esperaba con el top por la cintura agarrándose las tetas, allí fui sin dudar. Las besé, le di mordisquitos, recorrí con mi lengua la aureola del pezón. Ella gemía yo disfrutaba.
 

auto


El olor a sexo y transpiración se percibía en el habitáculo del auto. La imagen era caliente, yo tirado sobre ella con las piernas abiertas, y las manos apoyadas contra la puerta, entregada. Bajé por el abdomen, besándola y sentí el gusto salado de su piel transpirada. Con las manos quitaba las zapatillas y le bajaba la calza. No había bombacha. Su entrepierna tenia los pelos bellamente recortados arriba de la vagina, era una línea, un camino que había que seguir y yo lo tomé. Me acerqué y -a pesar de que había acabado de hacer ejercicios- su aroma a transpiración, era dulce, invitaba a ser disfrutado. Apoyé la punta dela lengua en el clítoris, ella se estremeció y gimió, se tiró para atrás, volví al ataque y comencé a pasarle la lengua bajando lentamente a la vagina que estaba húmeda y caliente. Sentí que ella me acariciaba la cabeza, como no dejándome salir. “ummmm…como me gusta que me chupen así” dijo, al mismo tiempo yo comenzaba a jugar con mis dedos apretando el clítoris con el índice y el mayor y pasando la yema del dedo gordo por esa sensual protuberancia. Ella se sorprendió: “que hacés, hijo de puta”, me dijo; pregunté “¿no te gusta trolita?”, soltó mi cabeza y me dijo “seguí me encanta. Pero no me didas trola, decime putita, soy tu putita”, la miré y le dije: “no, no sos mi putita, sos mi putona”. La charla nos calentaba, ella y yo lo gozábamos.
 
Esa conversación que sonaría grosera en otro ámbito aquí era sensual, nos calentaba. Con las piernas abiertas, ella se me ofrecía. La cara de soberbia del principio se había transformado en desesperación, dominada por el placer. Mientras le frotaba el clítoris, con la otra mano puse los dedos en gancho y comencé a rozarle el punto “G”. “Hay hijo de puta, como me hacés gozar” dijo Carmen, mientras se apoyaba con las dos manos en el asiento y tiraba la cadera hacia adelante para que yo la siga pajeando. Instintivamente comenzó un bamboleo de caderas hasta que sentí sus jugos calientes, no hubo esquirt pero si mucha baba, ojos en blanco y cabeza hacia atrás.

Carro


 
Repuesta, la miré a los ojos, me recosté en el asiento, abrí las piernas y dije: “ahora te toca a vos”. Ella pequeñita como es se puso en cuatro sobre el asiento trasero, me besó la boca, subió mi remera, me besó los pezones y dijo “que rico olor tenés, como me gusta”. Mientras hacía eso, agarró mi bulto por encima del pantalón y comenzó a franelearlo. Se fue hacia atrás, tomó con las dos manos el elástico del pantaloncito y sacó mi verga, dura y babeada. “Mmmm…con el pelito recortado como me gusta” dijo y acercó la lengua.
 
Mi temor era el olor. Después de una hora y media de gimnasio se transpira y no quería dar mala impresión. Grande fue mi sorpresa. A ella no le importó, pasó la lengua lamiendo mi líquido preseminal, chupó la cabeza, me miró a los ojos y dijo: “me gusta el sabor de tu pija transpirada, me gusta tu olor”. A mí eso me calentó mucho y respondí: “lo estas gozando putita”, sin sacar la verga de la boca ella contestó: “ajamm..”. Se dedicó a pasarme los labios, chuparme el tronco y los huevos, un rato largo. Yo estaba que explotaba. “Pará” le dije, si seguía me iba a hacer acabar y no quería eso, quería coger. 

coche



Me acomodé en el asiento y la subí arriba mío con las piernas abiertas, mi miembro entró en su concha mojada sin resistencia, resbaló de una y hasta el fondo, ella gimió y se quejó pero se quedó quieta, sintiéndolo en el fondo, yo me entretenía besando sus tetas y su boca. Carmen movía lentamente la cadera, penetrándose, manejando el ritmo.
 
Allí estábamos en el asiento trasero de mi auto ella con el top por la cintura, y una botamanga de la calza puesta, con las piernas abiertas sobre mí, penetrándola hasta el fondo, en el estacionamiento del gimnasio, cubiertos por los vidrios polarizados y las sombras avanzadas del atardecer. El olor a sexo, fluidos y cuerpos transpirados inundaba el habitáculo del auto. Habíamos perdido la vergüenza de que nos pudieran ver. Los dos calientes y transpirados, concretando lo que habíamos postergados durante meses y que no nos atrevíamos a hacer.      
 
“Dale métemela” rogaba ella, mientras yo hundía mi miembro hasta el fondo y luego lo sacaba. La tomé de la cintura y la obligué a hacer movimientos hacia atrás y adelante para que mi pija roce su punto G. “ahhh….” gimió, largo y profundo; “te gusta putita” dije, “si papi me gusta ser tu putita, cógeme que ya acabo” e inmediatamente sentí como mi pija era bañada por sus líquidos, yo no pude aguantar y seguí el mismo camino , aunque la corrí de arriba mío, ella lo percibió, me agarró la pija y me pajeó para que tirara la leche en mi abdomen, con la mirada clavada en mi verga, le pasó el dedo gordo por la boquita y se lo llevó a los labios, mostrándome como saboreaba mi semen.
 

rapidito


Quedamos así un ratito en silencio, mirándonos a los ojos, ella sentada con las piernas abiertas sobre mí, tirada hacia atrás recostada por los asientos delanteros. El ruido del motor del auto que estaba estacionado al lado nos hizo volver a la realidad. No se si la conductora se había dado cuenta delo que estábamos haciendo. Pero ambos reaccionamos. Se limpió con la toalla, me limpió con cariño, se colocó las zapatillas y la calza, arregló su top, miró que no viniera nadie, me dio un beso, me dijo “gracias”, abrió la puerta y se fue a su auto.
 
Me acomodé la ropa, bajé, abrí las ventanillas para que se vaya el olor a sexo, prendí un cigarrillo, tiré el humo dentro del habitáculo y quedé un rato con todos los vidrios abiertos para que no haya olor a sexo. Recostado por el auto pensaba, que esta experiencia inesperada había sido hermosa, no sabía si se repetiría.   

Gracias por llegar hasta aquí. Se leen los comentarios y se agradecen lo puntos.

5 comentarios - Ella y yo: con la morocha del gym en el estacionamiento

Ldmo37 +1
Que buena esta la petisa, excelente relato. Van 10
TodoPensamientos
Gracias por tomarte el tiempo de leerlo y comentar
sponjfloyd +1
Le tendrías que haber acabado bien adentro
TodoPensamientos
Ganas no me faltaron .....