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Trabajo nocturno en el puerto de bilbao

El aire en el depósito del puerto de Bilbao olía a salitre y óxido, ese perfume agrio que se pegaba a la garganta después de horas respirándolo. Las luces fluorescentes parpadeaban como si estuvieran a punto de rendirse, proyectando destellos amarillentos sobre los contenedores apilados que se perdían en la oscuridad del almacén.

Estaba sentado en mi silla de oficina, giratoria y desgastada, con los pies apoyados en el escritorio de metal frío, revisando por enésima vez las cámaras de seguridad en el monitor. Todo estaba en calma, como siempre a las dos de la mañana, cuando hasta los ratones del puerto parecían dormirse.

Fue entonces cuando la puerta del depósito se abrió con un chirrido metálico que me erizó la piel.

No debería haberme sorprendido

al fin y al cabo, era mi trabajo estar atento

cuando vi quién estaba allí, el corazón se me subió a la garganta como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago. Tatiana Calderón, la hermana pequeña de Julián, mi amigo desde la secundaria, estaba plantada en el umbral con una sonrisa que solo podía describirse como peligrosa. Llevaba un top gris tan ajustado que dejaba poco a la imaginación

Los contornos de sus pechos pequeños pero firmes se marcaban con cada respiración
Trabajo nocturno en el puerto de bilbao

y unos shorts grises tan cortos que, si se agachaba un poco, iba a enseñarme más de lo que cualquier hombre debería ver de la hermana de su mejor amigo.

¿Qué coño haces aquí?

pregunté, la voz más ronca de lo que pretendía. Me enderecé en la silla, bajando los pies al suelo como si eso fuera a disimular el hecho de que mi polla ya empezaba a despertarse, traicionera.

Tatiana cerró la puerta detrás de ella con un golpe seco y avanzó hacia mí con esa cadera que parecía diseñada para volver loco a cualquier hombre. Cada paso suyo hacía que el shorts se le pegara un poco más a ese culito redondo que había intentado ignorar en cada cumpleaños familiar.

¿Qué no se nota, cariño?

Su voz era miel espesa, dulce y pegajosa, con ese dejo burlón que siempre tenía cuando sabía que me estaba poniendo nervioso.

Se detuvo frente al escritorio, apoyando las palmas en el borde de metal como si fuera a saltarlo en cualquier momento. Me aburría en casa.

Pensé en venir a visitar al guapo de mi hermano mayor.
culona

El modo en que dijo "hermano mayor" no sonó para nada inocente.

Sonó como una provocación. Como un desafío. Y joder, si no era exactamente eso.

Tatiana !!!

dije, intentado poner firmeza en mi tono, pero mi boca estaba seca y las palabras salieron más como un gruñido.

Esto no es buena idea. Julián me mata si te encuentra aquí.

Ella se rio, un sonido bajo y ronco que me recorrió la espalda como un dedo invisible.

Julián está durmiendo como un tronco, borracho después de su fiesta de soltero
se inclinó hacia adelante, lo suficiente para que el escote de su top se abriera un poco más, dejando ver el encaje blanco de su sujetador.

Además sus dedos rozaron el borde del escritorio, acercándose a mi muslo,

¿quién va a enterarse?

Estamos solos, Diego. Solo tú, yo, y estos feos contenedores que no van a chismear.
nude

Su mano aterrizó en mi pierna, justo encima de la rodilla, y el calor de sus dedos quemó a través de la tela de mi pantalón de trabajo.

Mi polla, que ya estaba semidura, dio un respingo como si alguien le hubiera dado un latigazo.

Deberías irte logré decir, aunque ni yo me lo creía. Mis ojos, traicioneros, bajaron hacia sus piernas, donde el shorts negro se ceñía a sus muslos como una segunda piel.

Y entonces lo vi: el contorno húmedo de sus bragas, marcándose contra la tela como una mancha oscura. Joder.

Tú no quieres que me vaya murmuró, y antes de que pudiera protestar, se deslizó alrededor del escritorio y se plantó entre mis piernas.

El olor a su perfume algo dulce, como vainilla con un toque cítrico me envolvió, mezclándose con el aroma a sal del puerto hasta crear una combinación que me mareó. Mira su mano subió por mi muslo, acercándose peligrosamente a mi entrepierna, te gusto.

Lo veo en cómo me miras.

No es así mentí, pero mi voz sonó ahogada cuando sus dedos rozaron el bulto en mis pantalones.

Sí lo es susurró, inclinándose hasta que sus labios rozaron mi oreja .Y yo… yo quiero probarlo todo contigo.

El aliento caliente contra mi piel me hizo estremecer. Sus pechos rozaban mi pecho, y podía sentir sus pezones duros a través de la tela del top. Mi mano, como si tuviera voluntad propia, se alzó y se posó en su cadera, sintiendo el calor de su cuerpo bajo mis dedos.

Tatiana gruñí, más como advertencia que como protesta.

Pero ella no se detuvo. Se enderezó lo justo para mirarme a los ojos, y entonces, con una sonrisa que podría derretir acero, se dio la vuelta y se apoyó contra el escritorio, levantando ligeramente el dobladillo de su shorts. Lo suficiente para que viera el encaje blanco de sus bragas, empapadas, pegadas a su coño como si llevara horas deseando esto.

Mira lo que me haces hacer, cabrón dijo, su voz ronca y cargada de deseo. Me tienes chorreando.

Eso fue el detonante.

Me levanté de un salto, la silla rodando hacia atrás con un estruendo que resonó en el depósito vacío. Antes de que pudiera pensar en las consecuencias en Julián, en lo jodidamente mal que estaba esto, la agarré por la cintura y la estrellé contra mi cuerpo. Nuestra bocas chocaron con una urgencia que me dejó sin aliento, sus labios abriéndose bajo los míos con un gemido que vibró directamente en mi polla. Sabía a menta y a algo más oscuro, algo que me hizo perder el poco control que me quedaba.

Mis manos no tardaron en actuar. Le arranqué el top por la cabeza, liberando esos pechos pequeños pero perfectos, coronados por unos pezones oscuros y duros como piedras. Tatiana jadeó cuando mis dedos los pellizcaron, arqueando la espalda para ofrecerme más.

Dios, sí gimió, sus uñas clavándose en mis hombros. Así me gusta.

No deberíamos murmuré contra su piel, pero ya estaba bajando la cremallera de sus shorts, tirando de ellos y de sus bragas en un solo movimiento. El olor a su excitación me golpeó como un puñetazo: dulce, muskoso, irresistible.

Tú cállate y fóllame exigió, empujándome contra la pared de metal más cercana. El frío del acero se filtró a través de mi camisa, pero apenas lo noté. No cuando Tatiana se enredó en mis piernas, sus muslos apretándose alrededor de mis caderas mientras yo liberaba mi polla, dura como el acero y palpitando de necesidad.

No tengo condón logré decir, aunque la idea de detenerme me parecía imposible.

No me importa jadeó, guiando mi verga hacia su entrada con una mano temblorosa. Quiero sentirte dentro. Ahora.

Y entonces, con un empujón de mis caderas, estuve dentro de ella.

¡Joder! Tatiana gritó, sus uñas arañando mi espalda a través de la camisa mientras su coño me apretaba como un puño caliente y húmedo. Estaba aporreada, sus paredes internas pulsando alrededor de mi polla como si llevara horas esperando esto.

Eres tan puta gruñí, embistiéndola contra la pared con un ritmo salvaje.

Cada vez que mis pelotas chocaban contra su culo, ella gemía más fuerte, sus pechos rebotando con cada movimiento. Tan jodidamente apretada.

¡Más!

exigió, mordiéndome el hombro.

¡Dámelo todo, cabrón!

No necesitaba que me lo pidiera dos veces. La agarré por las nalgas, levantándola un poco más para cambiar el ángulo, y entonces empecé a embestirla con todo lo que tenía. El sonido de nuestros cuerpos chocando piel contra piel, carne contra metal llenaba el depósito, mezclándose con los jadeos desesperados de Tatiana y mis propios gruñidos animales.

Siento cómo me vas a llenar gimió, su coño apretándose alrededor de mí como si no quisiera soltarme. Hazlo. Córrete dentro de mí.

Eso fue suficiente para llevarme al límite. Mis embestidas se volvieron erráticas, profundas, mientras el orgasmo me recorría la espalda como un relámpago. Con un rugido, me enterré en ella hasta el fondo y me vine, mi semen llenándola en chorros calientes que hicieron que Tatiana gritara, su cuerpo temblando contra el mío mientras su propio orgasmo la sacudía.

Nos quedamos así, pegados el uno al otro, respirando como si acabáramos de correr un maratón. El sudor nos pegaba la piel, y podía sentir cómo mi semen empezaba a escurrirse por sus muslos. Tatiana me miró, sus labios hinchados por mis besos, sus ojos brillantes con una satisfacción que no intentó ocultar.

Eso fue… susurró, pasando un dedo por mi labio inferior. Increíble.

Lo fue admití, aunque el peso de lo que acabábamos de hacer ya empezaba a asentarse en mi pecho como una losa. Pero no debería haber pasado.

Ella puso un dedo sobre mis labios, callándome.

Shh dijo, su sonrisa volviendo a ser esa mezcla de traviesa y peligrosa .

No te arrepentirás, ¿verdad?

La miré, con su pelo revuelto, sus pechos aún al descubierto, el rastro de mi semen resbalando por su entrepierna, y supe que, aunque debería arrepentirme… no podía.

Porque Tatiana , la hermana pequeña de mi mejor amigo, acababa de convertirse en mi pecado favorito. Y en este depósito frío y solitario, con el mar susurrando afuera y el metal gimiendo a nuestro alrededor, no había espacio para los remordimientos.

Solo para el deseo. Y la promesa silenciosa de que esto volvería a pasar.
putita

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