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144📑La Maestra Milf

144📑La Maestra Milf


La profesora Delia Ortega era temida por todos en primer año de Derecho. Vestía siempre con faldas de tubo, blusas abotonadas hasta el cuello y tacones que resonaban con autoridad en los pasillos. Tenía 43 años, casada con un abogado que solo aparecía en fotos polvorientas de su escritorio. Nadie sabía mucho de su vida personal, pero se rumoreaba que vivía más sola que una monja en retiro.

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Bruno, 25 años, repetidor crónico y con fama de díscolo, la observaba desde el fondo del aula. Mientras todos la evitaban, él la miraba con hambre y curiosidad. Había algo detrás de esos lentes de marco fino, de ese peinado recogido que dejaba ver un cuello perfecto… algo contenía esa mujer que no era frialdad. Era fuego encerrado.

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La encontró una tarde saliendo tarde del aula. La lluvia comenzaba a caer, y ella, fastidiada, buscaba las llaves de su auto bajo la lluvia.

—¿Necesita ayuda, profe? —le dijo él, acercándose con su paraguas.

Ella lo miró de reojo.

—No soy tu compañera de aula —dijo seca, pero no se apartó.

Él la acompañó al coche, la cubrió con el paraguas y antes de que subiera, le soltó:

—¿Sabe una cosa? Usted no es mala. Solo está amargada... Y eso es porque no la hacen sentir mujer hace rato.

Delia se quedó congelada, con las llaves en la mano y la boca entreabierta.

—Desubicado —musitó.

—Pero no mentiroso —añadió él.

Ella no dijo más y subió al coche. Pero no encendió el motor. Se quedó un momento sentada, respirando hondo, mordiéndose el labio. Y finalmente bajó la ventana.

—Subí.

La cita fue esa misma noche. Él llegó puntual al departamento de ella: amplio, pulcro, decorado con frialdad de catálogo. Ella lo esperaba con una copa de vino, su blusa blanca entreabierta, sin sostén, y una falda que dejaba ver medias negras con liga.

—Te propusiste seducirme, ¿no?

—Lo logré —contestó él.

Ella lo miró fija, apoyada en el respaldo del sofá.

—Hace cinco años que mi marido no me toca. No me mira. No me desea. Y me convertí en esta mujer insoportable. Tal vez tenías razón, Bruno…

Él se arrodilló frente a ella, deslizó las manos por sus muslos, lentamente, y le besó la rodilla.

—Yo sí te deseo. Desde el primer día.

Ella se inclinó, le tomó el rostro y lo besó con una mezcla de furia y necesidad. Lo empujó al sillón, se sentó sobre él, y con una agilidad sorprendente se quitó la blusa. Sus senos maduros, firmes, perfectos, quedaron expuestos, y él los devoró con la boca, las manos, la lengua.

—¡Así, carajo! —gemía ella—. ¿Ves lo que necesitaba?

Bruno la alzó en brazos, la llevó contra la pared y le arrancó la falda. No llevaba ropa interior. Ella se aferró a su cuello mientras él le metía la pija de pie, con fuerza, bombeando su concha, profundo, haciendo chocar sus caderas contra sus nalgas redondas, sudadas, calientes.

—¡Dale, más! ¡No pares! ¡No pares! —gritaba Delia, enloquecida, mientras él la embestía con furia y pasión.

La llevó al escritorio donde ella corregía exámenes. La dobló sobre la mesa, le abrió las piernas y la tomó por detrás, salvajemente. Ella jadeaba, con la cara contra las hojas de apuntes, mientras él, le sacaba y metía la pija en su concha, la llenaba como ningún hombre en años.

—¿Quién te da lo que necesitás, eh?

—¡Vos! ¡Solo vos, Bruno!

—¿Quién te hace sentir viva?

—¡Mi alumno maldito, mi puto alumno caliente!

Terminó cabalgándolo sobre la cama, ella arriba, gimiendo sin vergüenza, hundiéndose una y otra vez hasta que el orgasmo la hizo convulsionar sobre su cuerpo.

Cuando acabaron, se acostó sobre él, rendida.

—Esto… tiene que repetirse —murmuró con una sonrisa—. Pero solo si me decís… “mi maestra rica”.

Él la miró, sonrió y le susurró al oído:

—Mi maestra rica… mi puta perfecta.


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Desde aquella noche, Delia no era la misma. Sus pasos eran más suaves, pero seguros. Sus labios siempre llevaban brillo, y sus blusas, siempre un botón de más abierto. En los pasillos ya no caminaba apurada, sino flotando, como si llevara un secreto delicioso entre las piernas.

Bruno lo sabía. Y lo esperaba.

Esa tarde, ella le envió un mensaje:

> “Hoy tengo el departamento para mí sola. Vení después de las seis… tengo ganas de repetir la clase.”

A las 18:03, Bruno tocó el timbre.

Delia le abrió la puerta con una bata de satén roja, el cabello suelto, el perfume dulce que le llenó los sentidos apenas cruzó el umbral.

—¿Llegaste puntual? Qué aplicado —le dijo con picardía, mientras lo tomaba de la camiseta y lo hacía entrar.

La puerta se cerró tras él, y en un segundo, los labios de Delia ya estaban sobre su cuello. Su bata se abrió, dejando al descubierto el conjunto de lencería negro que había elegido para él: encaje fino, transparencias en los lugares justos, y una tanga mínima que no ocultaba nada.

—¿Te gusta? —le preguntó, pegada a su oído—. Lo elegí pensando en vos…

Bruno la besó con fuerza, con hambre, apretando su cuerpo contra la pared del pasillo. Ella se rió, pero pronto jadeó al sentir sus manos recorriéndola como si no tuviera tiempo que perder.

—Hoy no quiero ternura, Bruno… —le susurró con la voz ronca—. Quiero que me uses como tuya. Que me tomes fuerte. Que me hagas olvidar que soy profesora, esposa… y que solo quede yo, tu hembra.

Bruno no necesitó más.

La alzó en brazos, llevándola hasta el sofá. Ella se montó sobre él con las piernas abiertas, frotándose, húmeda, hambrienta, mientras él le bajaba la tanga con una sola mano. Ella gemía, mordiéndose los labios, soltando frases que nunca se habría atrevido a decir en el aula:

—Decime cosas sucias… —le pedía entre jadeos—. ¿Quién soy, Bruno? ¿Tu profe? ¿Tu puta? ¿La que se muere por vos?

—Sos mía —le gruñó él, tomándola de la cintura y clavándole la pija —. Solo mía, Delia.

Ella gritó, entregándose por completo.

Cabalgó sobre él con fuerza, con ritmo, con desesperación. Cada vez que él la agarraba del cuello o le apretaba las caderas, ella se derretía. Cambiaron de posiciones, de ritmo, de espacios. En la cocina, en el pasillo, y finalmente en la cama, donde él la puso en cuatro le lamió la concha y la cogio fuerte, haciéndola estremecer.

Al terminar, Delia quedó jadeando, con el rostro apoyado en la almohada y una sonrisa de puro placer.

—Sos mi mejor alumno… —le dijo sin aliento—. Creo que voy a ponerte matrícula de honor.

Bruno se rió, besándola en la espalda.

—Yo solo sigo estudiando lo que más me gusta, profe.

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La clase de Derecho Penal había comenzado, pero Bruno no podía concentrarse. Delia, más hermosa que nunca, usaba un vestido entallado color vino, ajustado en la cintura, que delineaba perfectamente su silueta madura. El escote sutil dejaba ver apenas el comienzo de sus pechos firmes y deseables. Su cabello estaba suelto, ligeramente ondulado, y su lápiz labial era de un rojo oscuro, que combinaba con su humor: peligroso, intenso, caliente.

Bruno no era el único que lo notaba.

—¿vos te diste cuenta que la profe te tiene ganas? —le susurró Mariana, una compañera atrevida, de ojos pícaros y jeans ajustados.

—¿Qué decís? —respondió él, haciéndose el distraído.

—No me hagas la del inocente. Pero no importa —le dijo, apoyando su mano en el muslo de Bruno bajo el banco—. Si no te va lo prohibido, podés probar conmigo. Dicen que las morochas somos más fogosas…

Bruno se tensó. Delia justo levantó la mirada y los vio. El gesto en su rostro cambió de inmediato: ya no estaba explicando un artículo del Código, estaba controlando el fuego que le brotaba de adentro.

La clase siguió, pero sus ojos no dejaron de clavarse en Mariana… y en Bruno.

Al terminar, Bruno se quedó acomodando sus apuntes. Delia cerró la puerta con llave.

—¿Y ahora también te gustan tus compañeras? —le dijo con frialdad. Se acercó y lo empujó contra el escritorio.

—No pasó nada, Delia, fue ella la que…

—¡Silencio! —le ordenó, tomándolo por el cuello de la camisa—. No quiero excusas.

Lo besó con fuerza. Con rabia. Con posesión. Lo besó como si se lo estuvieran por arrebatar. Bruno le devolvió el beso, y sus manos fueron directo a sus caderas. Ella ya estaba encendida.

Se subió la falda y se bajó la ropa interior frente a él.

—¿Te gusta esto, Bruno? ¿Esto que no va a tener ninguna otra? —le dijo, abriéndose la concha para él, mojada, hambrienta.

Bruno se arrodilló, la sostuvo de los muslos y le devoró la con la lengua como un salvaje, mientras ella jadeaba agarrada al escritorio.

—¡Así, así! —le susurraba, mordiéndose los labios—. Ninguna pendeja te va a dar esto como yo… Te voy a dejar marcado, mi amor…

Luego se sentó sobre él, le sacó la pija y se metio en la concha, lo cabalgó con fuerza, con movimientos circulares, mojada, sudada, cada vez más ruidosa. Él la agarraba de las nalgas mientras ella gemía en su oído:

—¿Quién te gusta más? ¿Esa putita o yo? ¿Quién te lo hace mejor, Bruno?

Él solo alcanzaba a decir su nombre mientras se venía dentro de ella, temblando. Delia se dejó caer sobre su pecho y le lamió el cuello.

—Te quiero solo para mí. Y si vuelvo a ver que otra te pone un dedo encima… te castigo. Pero fuerte.

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Esa noche, Bruno se tiró en la cama, todavía sintiendo el cuerpo agitado por lo que había vivido con la profesora. Cerró los ojos, intentando relajarse, cuando sonó su celular. Era ella.

—¿Hola?

—¿Estás solo, Bruno?

La voz de Delia sonaba grave, cargada de deseo, con un susurro tembloroso.

—Sí, recién llego…

—Perfecto —dijo, respirando fuerte al otro lado del teléfono—. No puedo más, Bruno. Me dejaste enferma… Tu bulto... tu pija... lo tengo metido en la cabeza, no dejo de pensar en él. En cómo me llenaste hoy… cómo me chupaste... Quiero que vengas ya.

Bruno tragó saliva. Estaba excitado de inmediato.

—Estoy saliendo.

—La puerta estará abierta. Estoy con una bata, sin nada debajo… y me acabo de tocar pensando en vos.

No dijo más. Cortó.
Bruno se vistió con lo primero que encontró y salió corriendo.


Veinte minutos después, tocó la puerta. Ella no contestó, pero estaba abierta. Entró y el perfume de Delia lo envolvió de inmediato. Sensual, dulce y penetrante.

La encontró en el sofá. Con una bata negra de seda, piernas cruzadas, copa de vino en mano, y una mirada que lo desnudaba.

—Tardaste. Me mojé tres veces esperando que llegaras —le dijo mientras se incorporaba lentamente, dejando caer la bata al piso. No llevaba ropa interior. Nada.

Su cuerpo era glorioso. Madura, firme, curvas perfectas, pechos grandes, pezones duros, y ese monte suave, depilado, brillante de humedad.

—Amo cómo me mirás. Me sentís tuya, ¿no? Pues vení y demostralo.

Bruno no lo dudó. La tomó del cuello, la besó con hambre, y la cargó hasta la mesa del comedor. La apoyó con firmeza y le abrió las piernas. Ella se masturbaba mientras él se desnudaba.

—Dámelo ya… dame esa pija que me enloquece...

Cuando la penetró, ella gritó. No de dolor, sino de éxtasis. Se arqueó, lo recibió entera, con desesperación. Lo montaba con fuerza, lo arañaba, le chupaba el cuello, los pezones.

—Más fuerte, Bruno… metémelo hasta el fondo, rompeme la concha, llename toda… Quiero que me acabes dentro, como la última vez.

Lo hacía con todo el cuerpo. Gemía su nombre, le pedía más, se lo chupaba hasta babearlo por completo, mirándolo a los ojos. Lo devoró. Luego él la puso en cuatro sobre la mesa. La tomó por la cintura y le entró con fuerza, golpeando con sus caderas mientras ella se tocaba.

—Sí, sí, así mi amor... rompeme, marcame...

Cuando se vino, gritó su nombre con una mezcla de lujuria y ternura. Cayó sobre la mesa, sudada, satisfecha, vencida.

Bruno se acercó, la abrazó por detrás, aún dentro de ella.

—Estás loca —le dijo, sonriendo.

—Sí —respondió ella—. Por tu pija... por vos.

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Bruno no había podido dormir desde aquella noche.
La forma en que Delia lo usó, lo devoró, lo montó como si fuera suyo… lo había dejado obsesionado.
Y cuando se cruzaban en clase, ella solo lo miraba de reojo, con una sonrisa ladina, como si supiera que él ya no podía pensar en otra cosa que no fuera estar entre sus piernas.

Hasta que una tarde, le llegó un mensaje:

> “Hoy no quiero hablar.
Hoy te quiero dentro.
21:00. Vení duchado. —D”

Bruno llegó puntual, excitado, nervioso, con el corazón latiendo en la garganta.
La puerta estaba abierta.
Entró.
La luz tenue. Un leve aroma a incienso.
Y entonces la vio.

Delia estaba parada frente a la ventana, de espaldas, usando un conjunto de encaje rojo transparente, con una abertura en la entrepierna. No llevaba nada más.
Se giró lentamente, lo miró con una sonrisa de loba y dijo:

—Esta noche no vas a olvidarla nunca, mi amor.

Se acercó despacio, caminando como una diosa del sexo. Le desabrochó la camisa sin dejar de mirarlo a los ojos. Le bajó el pantalón con una mano, y con la otra acarició su erección palpitante.

—¿Esto es todo para mí? —susurró, y sin esperar respuesta se lo metió en la boca con una pasión feroz, como si lo necesitara para vivir.

Bruno gemía, se aferraba a su pelo, loco de placer.

—¡Profe… Delia… me estás volviendo loco!

Ella lo miró con los labios llenos de saliva y deseo.

—No soy tu profe esta noche. Soy tu puta, tu diosa, tu necesidad.

Se lo llevó al dormitorio, lo empujó sobre la cama y se subió a él, de espaldas, con su culazo perfecto meneando encima.
Lo cabalgó lento primero, apretando su concha mojada contra la pija dura, luego rápido, como si lo quisiera exprimir.

Bruno no podía más. Ella giró, se sentó de frente, lo besó con hambre, y le dijo al oído:

—Quiero que me lo metas por todos . Quiero que me llenes como nunca antes.

Se puso en cuatro. Bruno le abrió las nalgas y la penetró desde atrás, fuerte, profundo, haciéndola gritar. Luego bajó la mano, humedeció el culo con sus dedos, y ella solo dijo:

—Sí… hacelo… ¡todo tuyo!

Bruno entró lento, tenso, mientras ella se retorcía de placer salvaje, apretando las sábanas, pidiéndole más, como una mujer adicta a su pija.

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Cuando él acabó, temblando, jadeando, ella se giró, lo besó lento, y le dijo:

—¿Ahora entendés por qué ya no te comparto con nadie?

Bruno la miró a los ojos.
Ya no tenía dudas.
Estaba perdido por ella.


Bruno estaba en la biblioteca de la facultad, intentando estudiar. Pero no podía concentrarse.
La forma en que Delia lo había cabalgado la última vez, su voz jadeando su nombre, el sabor de su piel… todo eso le ardía en la memoria.
Sentía su pija dura solo de pensar en ella.

A las 7:23 p. m., sonó su celular.
Un mensaje de WhatsApp:

> DELIA: “Estoy sola en casa. Vení. No toques el timbre, abrí con la llave que te di.”

Y luego, una foto.
Una selfie en el espejo, con un conjunto negro de encaje, el pezón derecho asomando entre el encaje, y la mano de ella bajando la bombacha, mostrando su conchita depilada y húmeda.
El mensaje debajo:

> “Me tenés enferma. Adicta a tu pija. Vení ya.”

Bruno salió corriendo.

Delia lo esperaba recostada en el sofá, con las piernas abiertas, sin bombacha.
Se relamió al verlo.

—Por fin llegás —dijo con una sonrisa pecaminosa—. Casi me masturbo pensando en vos… pero preferí guardarme para tu boca.

Bruno no dijo nada. Se arrodilló entre sus piernas y le devoró la concha como un hambriento.
Ella gemía con fuerza, tomándole la cabeza, refregándole la vagina en la boca.

—Sí… así, mi amor… ¡Hacelo como solo vos sabés hacerlo!

Se retorcía, le apretaba los muslos, le hablaba sucio al oído, mojándolo todo.

—Metémela, Bruno… ¡ya!

Él se puso de pie, sacó su pija dura como un tronco, y se la metió de un solo empujón.
Ella gritó de placer, lo abrazó con las piernas, y empezó a moverse con una ferocidad deliciosa.

—No sabés lo que me hacés sentir… No sabés lo que me calienta tenerte encima —susurró mientras él la empalaba con fuerza.

Bruno la levantó, la puso contra la pared y siguió bombeando su concha, duro, le chupaba las tetas, mientras ella le mordía el cuello y se le aferraba como si fuera a desmayarse.

—Quiero tu leche dentro… Quiero que me llenes… ¡hacelo ya!

Él terminó rugiendo, descargándose en su interior.

Se dejaron caer al suelo, sudados, jadeando.

Después de unos minutos de silencio, ella lo miró seria.

—Bruno… si alguna vez te veo con otra… te juro que no respondo.
—¿Celosa, profe?
—Loca por vos —dijo mordiéndose el labio—. Y cuando me pongo loca, soy capaz de cualquier cosa…
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Delia lo miraba desde la cama, desnuda, con el cuerpo todavía brillando de sudor. Bruno, acostado junto a ella, acariciaba su muslo lentamente, sin hablar.
Habían pasado la noche entera juntos. Cinco veces lo había montado, y él no se había negado a ninguna. Se buscaban con un deseo imposible de apagar.
Pero ahora, algo más serio latía en el aire.

—Bruno… —dijo ella, con voz ronca, mientras le pasaba los dedos por el pecho—. Hoy firmé los papeles del divorcio.

Él se incorporó un poco, sorprendido.

—¿En serio?

Delia asintió lentamente.

—Sí. Ya no tiene sentido seguir con un hombre que hace años no me toca. Ni me mira. Ni me habla.
En cambio vos… vos me devolviste la vida.

Bruno la miraba en silencio. Su cuerpo le encantaba, sí… pero también su fuego, su entrega, su carácter.

—¿Y ahora qué? —preguntó él, sabiendo que lo que venía no era una simple aventura.

Ella se sentó sobre él, despacio, con sus muslos acariciando los costados de su cuerpo. Apoyó la mano en su pecho y lo miró a los ojos.

—Te pregunto a vos, Bruno… ¿Estás listo para algo más?
¿Estás listo para vivir conmigo? Para dejar de esconderte. Para ser mío, de verdad.
Porque si me das tu fidelidad y tu pija … yo te doy TODO.

Él tragó saliva. El tono dominante, el fuego en sus ojos, el deseo brutal pero acompañado de ternura, lo dejaban sin palabras.

—Te juro que te voy a hacer acabar cada noche. Que voy a esperarte con lencería. Que vas a dormir con la boca llena de mí.
—¿Y solo me pedís fidelidad y virilidad? —dijo él, sonriendo.

Delia bajó la mano y le acarició la pija , que ya comenzaba a endurecerse de nuevo.

—Sí. Con eso me alcanza para ser feliz.
Pero más te vale que no me falles… porque soy toda tuya, pero te quiero solo para mí.

Bruno la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí.
Ella bajó, montándolo despacio, mientras se besaban profundamente.

—Entonces, profe…
—¿Mmm?
—Me quedo con vos.

Ella sonrió con los ojos cerrados y empezó a cabalgarlo lento, como una reina satisfecha que por fin tenía a su amante perfecto entre las piernas.

Y mientras se movía sobre él, le susurró:

—Bienvenido a tu nueva vida, mi amor… y andá acostumbrándote: vas a acabar todos los días… y no solo con la pija.

144📑La Maestra Milf


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1 comentarios - 144📑La Maestra Milf

Matias296929
Espectacular cuánto fuego, cuánta pasión ❤️‍🔥