
Melissa tenía 27 años y un cuerpo que desafiaba toda lógica.
Cabello castaño, piel tersa, caderas plenas, mirada directa… y unos pechos enormes, redondos y firmes, que no pasaban jamás desapercibidos.
Vivía en el mismo edificio que Nico, un chico de 21, estudiante de diseño, tímido y algo torpe cuando la tenía cerca.
Cada vez que ella salía al pasillo en ropa ajustada, o bajaba al lobby con un escote peligroso, él se atragantaba, bajaba la mirada o tartamudeaba.
A Melissa le divertía verlo así.
Le calentaba.
Y un día, decidió no jugar más.
Lo invitó con una excusa: que le ayudara a mover una repisa.
—Pasá, bebé —le dijo con una sonrisa maliciosa—. ¿Querés algo fresco?
Él apenas pudo asentir. Melissa vestía una blusa blanca sin sostén.
Cada vez que se agachaba, sus pechos asomaban salvajemente, jugosos, vivos.
Nico no podía dejar de mirar.

—¿Te gustan mis tetas? —preguntó ella, de pronto, acercándose hasta dejarlo acorralado contra la pared.
Nico se quedó helado.
—Yo… sí… es que… no quería ser irrespetuoso, pero…
Melissa le tomó la mano y se la puso directamente sobre uno de sus pechos, caliente, blando, enorme.
—Tranquilo. Podés tocarlas. De hecho, te voy a dejar jugar con ellas como nunca en tu vida.
—Son mi debilidad —confesó él, temblando—.
Siempre me vuelvo loco por unas tetas grandes… y las tuyas son otra cosa.
Melissa rió suave y se quitó la blusa.
Sus tetas cayeron libres, pesadas y hermosas, con los pezones oscuros y duros.

—Entonces volvete loco, bebé.
Son todas tuyas.
Nico se lanzó. Las tomó con ambas manos, las lamió, las besó, las apretó contra su cara.
Melissa gemía bajito, le enredaba los dedos en el pelo, se los restregaba en el rostro.
—¡Así! ¡Llamalas tuyas! ¡Besá a mamá como merezco!
Él bajó, temblando de deseo, y se lo sacó.
Ella sonrió al ver su pija firme y gruesa.
—Mmm… lindo juguetito.
¿Querés meterlo entre mis tetas?
Él asintió, sí por favor.
Melissa lo sentó en el sofá, se arrodilló frente a él y puso sus tetas gigantes entre su pija.
Empezó a moverse, arriba y abajo, apretándolo con suavidad.
—¿Así te gusta, bebé?
—¡Sí! ¡Dios! ¡Sí! ¡Seguí, por favor!
—¿Quién es tu mami tetona?
—¡Vos! ¡Melissa! ¡Sos vos!
Lo masturbó con sus tetas, alternando con lamidas en la punta, hasta que él estalló gimiendo, acabando entre sus tetas enormes, con los ojos en blanco y el cuerpo temblando.
Melissa se limpió con una sonrisa de diosa.
—¿Querés más?
—Sí… no puedo parar.
—Entonces vení.
Ahora me toca a mí cabalgarte.
Y voy a hacerlo con estas tetas rebotando en tu cara, hasta dejarte seco.

Nico aún estaba recostado en el sofá, sin aire, con el cuerpo flácido por el orgasmo reciente.
La imagen de las tetas gigantes de Melissa aplastando su pija no se le borraría jamás.
Ella se levantó con calma, con el cuerpo aún desnudo, glorioso, y lo miró desde arriba con una sonrisa peligrosa.
—Bueno, bebé…
Ya jugaste con mis tetas como un niño en una juguetería.
Él la miró, jadeando, con la erección recuperándose lentamente.
Melissa se inclinó, le acarició el pecho, bajó la mano lentamente hasta encontrar su pija, que volvía a endurecerse.
—Ahora me toca a mí.
Quiero jugar con tu pija…
y con tus huevitos.
Nico tragó saliva. Su cuerpo reaccionó al instante.
Ella se arrodilló entre sus piernas y comenzó a masajearle los testículos con una delicadeza deliciosa, mientras con la otra mano le acariciaba el tronco.
—Tan lindos… tan llenos todavía, ¿eh?
Se los lamió.
Primero uno, después el otro.
Después le mamó la pija entera con hambre, mientras no dejaba de sobarle las bolas, mirándolo desde abajo con una lujuria felina.
—¿Te gusta cómo te atiende mami, bebé?
—¡Sí! ¡Dios! ¡Sí, Melissa!
Lo dejó al borde, otra vez, y se detuvo de golpe.
—No.
Ahora voy a montarte. Como una bestia.
Se subió sobre él sin esperar respuesta.
Su cuerpo era un espectáculo, y Nico lo sabía.
Se posicionó, frotó su concha húmeda contra su pija dura, y con un solo movimiento se lo tragó entero.
—¡Aaaaah, sí!
¡Te necesitaba adentro!
¡Qué rico estás, mi cielo!
Y comenzó a cabalgarlo con una furia salvaje. Sus tetas enormes saltaban sin control.
Las nalgas chocaban contra sus muslos.
Melissa gemía, jadeaba, lo tomaba del cuello.

—¡Dámelo todo! ¡Así! ¡Eso!
¡Llename otra vez!
¡Quiero sentir cómo te venís dentro, mientras estas tetas te vuelven loco!
Nico la sostenía como podía, pero estaba siendo dominado, consumido.
—¡Te adoro, Melissa! ¡Sos perfecta!
—Y vos sos mío ahora.
Mi juguetito. Mi adicción.
Y te voy a dejar seco cada vez que se me dé la gana.
Siguió montándolo, con más fuerza, con más hambre.
Y cuando sintió que él estaba por estallar, lo besó salvajemente en la boca, gimió con la lengua entre los dientes, y se dejó ir con él.
Ambos se vinieron al mismo tiempo.
Un grito, un suspiro, una explosión total.
Después, aún abrazados y sudados, Melissa le acarició la cara con ternura.
—Vas a necesitar resistencia, bebé…
porque la próxima, te voy a dejar más secó.
Y Nico, lejos de asustarse…
ya estaba duro otra vez.
La habitación estaba en silencio.
Solo se oía la respiración entrecortada de Nico y el leve jadeo de Melissa, aún desnudos, abrazados entre las sábanas húmedas de tanto sudor y sexo.
El cuerpo de ella brillaba a la luz tenue, con esos pechos enormes aún temblando suavemente por la última embestida.
Nico no podía dejar de mirarlos.
Los había besado, mamado, apretado, con el pene entre ellos… y aun así los deseaba con locura.
La miró con ojos dulces, más valiente que antes, pero aún con esa inocencia que a Melissa le fascinaba.
—¿Puedo… dormir sobre ellas? —susurró, como un niño que pide permiso.
Melissa sonrió como solo una mujer experimentada puede hacerlo.
—Claro, mi amor.
Estas tetas son tu almohada ahora.
Lo atrajo hacia sí, guiando su cabeza entre sus senos enormes.
Nico se acomodó, suspirando de placer, hundido en la suavidad y el calor.
—Así… qué rico sentís —murmuró.
—Dormí, bebé…
Pero antes —dijo ella con una sonrisa pícara—, quiero algo yo también.
Se deslizó sobre él lentamente, y sin dejarlo salir del todo, lo montó una vez más, muy despacio.
Su concha mojada y tierna lo envolvió de nuevo, esta vez no con furia, sino con una necesidad más íntima, más lenta… más posesiva.
—Quiero dormir con tu pija adentro.
Así, llenita de vos. Toda la noche.
Nico se estremeció.
Estaba semi erecto, pero su cuerpo reaccionó al instante, endureciéndose otra vez dentro de ella.
—¡Melissa…!
—Shhh…
No hay que moverse mucho.
Solo sentime. Dejame quedarme así, con tu pene dentro de mi cuerpo…
como si fuéramos uno.
Y así lo hicieron. Ella se acurrucó sobre él, con las piernas abiertas, su concha apretada y caliente, tragándose cada centímetro de él.
Sus tetas lo cubrían, lo abrazaban.
Se quedaron abrazados. Unidos.
Lentos. Calientes.
Respirando juntos.
—Mañana seguimos —le susurró ella
Pero esta noche…
solo quiero dormir con vos dentro.
Y Nico, perdido en en las tetas, en el cuerpo, en el olor y el deseo de Melissa, cerró los ojos con una sonrisa.
Porque había algo más placentero aún que venirse con ella…
Dormirse… completamente adentro.

El sol apenas entraba por la rendija de la persiana.
La habitación seguía cargada de ese olor inconfundible: piel, sudor, sexo.
Nico dormía boca arriba, aún dentro de Melissa.
Ella se había quedado abrazada a su cuerpo durante toda la noche, su vagina apretando suavemente su pene, que descansaba semi erecto en su interior.
Y justo antes de que el reloj marcara las siete, Melissa se deslizó con cuidado.
Se lo sacó lento, con un suspiro profundo.
Lo miró… y sonrió.
—Buenos días, bebé —susurró, aunque él aún no abría los ojos.
Se deslizó por debajo de las sábanas y lo encontró: esa pija, cálida, que ya conocía a la perfección.
Lo besó en la punta, lo acarició con la lengua, y luego se lo metió entero en la boca, muy despacio.
Nico abrió los ojos al sentir esa humedad gloriosa.
—¿Melissa… qué estás…?
Ella no respondió. Solo gimió con él en la garganta y lo chupó más profundo.
Su boca era caliente, resbalosa, adictiva.
Jugaba con su lengua, subía y bajaba, le acariciaba los testículos mientras él se retorcía debajo.
—¡Dios, qué manera de despertar…!
Melissa subió el ritmo. Le encantaba cómo se endurecía en su boca, cómo gemía bajito.
Lo mantuvo así hasta que Nico se incorporó de golpe.
—¡No más…! ¡Ahora te toca a vos!
La levantó con suavidad y la acostó boca arriba.
Abrió sus piernas y le metió la pija en la concha de un solo empujón, profundo.
Melissa jadeó.
—¡Aah, sí!
¡Eso, bebé!
¡Dame el mañanero como un hombre!

La embistió con hambre, con ritmo, con el deseo acumulado durante la noche.
La tomó de las tetas, se las chupó, las apretó, las lamió como si no existiera otra cosa en el mundo.
Melissa lo miraba desde abajo, con el cuerpo abierto, entregado.
—¡Sí! ¡Dámelo así!
¡Rompeme con esa pija que me tiene loca!
Él la tomó de los tobillos y los empujó hacia atrás, penetrándola más profundo.
El sonido de sus cuerpos llenó la habitación.
Los gemidos, los besos, los jadeos.
—¡No pares! ¡Me estoy viniendo!
—¡Yo también! ¡Melissa, te adoro!
Se vinieron juntos. Fuerte.
Ella arqueó la espalda. Él tembló sobre su cuerpo.
Y cuando todo terminó, se recostaron de nuevo.
Ella le acarició el pecho y dijo:
—Si me vas a despertar así todos los días…
te hago copia de las llaves.
Nico rió, pero en su mirada había algo más profundo.
Porque ya no era solo sexo…
Era adicción.
Esa noche, Melissa lo citó sin previo aviso.
—Quiero verte ya —le escribió por mensaje—. Estoy caliente, húmeda… y mis tetas te extrañan.
Nico no lo dudó. En menos de 15 minutos estaba llamando al timbre.
Ella abrió la puerta completamente desnuda, con la piel brillante de aceite y los pezones duros.

—Pasá —ordenó, tomándolo de la camiseta—.
Hoy no voy a jugar…
hoy voy a devorarte.
Lo empujó contra el sofá, se arrodilló y liberó su pija sin ceremonia.
Le lamió la punta, lo escupió, se lo tragó hasta el fondo con hambre.
Nico gemía desde el alma.
—¡Melissa… Dios…!
Ella lo soltó, se subió encima y se lo metió de golpe.
—¡Shh!
No hables. Solo cogé. Hoy quiero sentir cómo me llenás todo el cuerpo.
Y empezó a cabalgarlo con violencia.
Sus tetas gigantes rebotaban contra su pecho y su cara.
Nico las lamía, las besaba, las apretaba entre jadeos.
—¡Sos una diosa! ¡No puedo más!
—¡Callate y corréte para mí!
¡Quiero toda tu leche en mis tetas!
Se inclinó hacia atrás, aún cabalgando, y empezó a frotarse las tetas mientras lo sentía dentro.
Nico no aguantó.
La empujó con fuerza, la bajó de golpe y le apuntó con su pija.
Ella lo apretó con las tetas.
—¡Dale, bebé! ¡Acabame en las tetas! ¡Que chorree!

Se vino con fuerza, en un orgasmo salvaje, descargando todo sobre los pechos enormes de Melissa.
Un reguero caliente, blanco, entre sus curvas gloriosas.
Quedó recostado, jadeando, con el corazón latiendo como loco.
Y entonces lo soltó:
—Melissa…
¿Qué… qué somos?
Ella lo miró. Con una sonrisa… pero sin responder de inmediato.
Se limpió con un dedo y lo lamió provocativamente.
—¿Te sentís mío?
—Sí —respondió él, sin pensar.
—¿Y vos me querés solo para vos?
—La verdad… sí.
Ella lo miró en silencio unos segundos. Luego se sentó sobre él nuevamente, desnuda, sus tetas aún húmedas.
—Entonces estamos en problemas, bebé. Porque yo te adoro, cogemos como nadie…
pero soy fuego libre. Y el que se enamora… se quema.
Nico la miró con el corazón acelerado, entre confundido y prendido fuego.
Y Melissa, viéndole la cara, sonrió, lo tomó del pene nuevamente y dijo:
—Pero no pienses tanto, bebé.
Usá esto. Para hablarme… como a mí me gusta.
Y volvió a metérselo.
Lento. Sin piedad.
Porque en esa relación no había definiciones aún.
Solo sexo. Obsesión.
Y un juego que cada día se volvía más peligroso.

Fue en la salida del gimnasio.
Nico se estaba riendo con una chica nueva, una morocha culona con calzas ajustadas que lo había abordado en la puerta.
Conversaban, distendidos, inocentes… o eso pensaba él.
Lo que no sabía era que Melissa los había visto desde su auto, estacionada a media cuadra.
Y al notar cómo la chica lo tocaba en el brazo y cómo él bajaba la mirada con esa sonrisa tonta, algo ardió en su interior.
Celos. Posesión.
Fuego puro.
Esa misma tarde, él subió a su departamento.
Y no bien cruzó la puerta, Melissa lo empujó contra la pared, sin decir una palabra.
Vestía un short mínimo y una musculosa sin sostén.
El escote parecía a punto de explotar.

—¿Así que ahora te gustan los culos? —le susurró con una sonrisa peligrosa.
—¿Eh? ¿De qué hablás?
—De la culona esa. La del gimnasio.
¿Te gustan las nalgas, bebé?
Nico se quedó helado.
—No, Melissa… solo estaba hablando, nada más…
Ella se acercó y lo agarró de los testículos con firmeza, con poder.
—¿Nada más? ¿Estás seguro?
—Ayy, si, lo juro…
Porque si te gustan los culos…
vas a tener uno. El mío.
Hasta que no puedas más.
Lo llevó al sofá casi a rastras. Se bajó el short de golpe, revelando su culo perfecto, grande, firme y redondo.
Se arrodilló sobre el respaldo, se inclinó y separó las nalgas con ambas manos.

—Ahora metemela. En el culo.
Y mostrame que solo pensás en el mío.
Nico ya estaba duro como una piedra .
Escupió sobre su pija, se untó rápido, y con el corazón latiendo salvaje, se la metió en el culo, despacio, pero firme.
—¡Aaaaah sí! ¡Eso! ¡Así me gusta!
¡Que me rompas el culo con celos!
La embistió con fuerza, tomándola de la cintura, sus nalgas chocando contra su pelvis.
Ella se mordía los labios, gemía, se tocaba la concha.
—¡Dale más fuerte! ¡Más! ¡Rompeme como si fuera la culona esa!

¡Demostrame que soy tuya!
Y él se lo dio todo. Hasta que ambos acabaron temblando, con sus cuerpos sudando y el aire cargado de lujuria.
Minutos después, aún abrazados en el sofá, Nico le acariciaba la espalda con suavidad.
—Perdón si te hice enojar —dijo él—. No fue mi intención. Solo hablé con esa chica…
Ella giró sobre él, lo besó en la boca con ternura y le acarició la mejilla.
—Tranquilo, bebé…
Era broma. Perdón por apretar fuerte tus bolas.
Vos podés estar con quien quieras.
Yo no soy tu dueña. Solo… tu putita.
Nico la miró a los ojos.
Y algo le cambió en el pecho.
Porque por más libre, ardiente y loca que fuera Melissa…
esa mujer estaba cayendo también.
Y él ya no quería a ninguna otra.
Ni culonas, ni flacas, ni morochas.
Solo ella.
Su putita celosa.

La habitación estaba a oscuras, iluminada solo por la luz tenue de la ciudad que entraba por la ventana.
Melissa caminaba desnuda, con el cabello suelto, el cuerpo glorioso, su silueta dibujada por la sombra.
Nico la miraba desde la cama, con los ojos encendidos. Sabía que venía por él.
—¿Estás listo, bebé? —susurró ella, subiéndose con lentitud.
Se montó sobre él como una reina, guiando su pija hacia su concha cálida y mojada.
Se lo metió de un solo movimiento y dejó escapar un gemido ronco, delicioso.
—Aaah… sí…
Esto me pertenece.
Y empezó a cabalgarlo. Lento. Profundo.
Sus tetas gigantes rebotaban con cada embestida.
Nico las acariciaba, las besaba, las apretaba con hambre.
La tomaba de la cintura, embistiéndola desde abajo.
Melissa lo miraba a los ojos, con la respiración agitada, el rostro rojo de placer.
—¡Así! ¡Así me gusta!
¡Sentí cómo te aprieto!
¡Sentí cómo me llenás!
Y él le respondía con el cuerpo, con los gemidos, con la devoción en cada mirada.
Hasta que, en medio del ritmo ardiente, Melissa bajó el tono.
Siguió cabalgando, pero ahora más lento… más sensual… más emocional.

Se inclinó sobre él. Sus pechos en su cara.Su boca en su oído.
Y susurró lo que nunca antes se había atrevido:
—Te amo.
Nico se quedó inmóvil, como si el mundo se detuviera. Ella no se detuvo.
Lo siguió montando, despacio, con ternura y fuego mezclados.
—Sí, bebé.
Te amo. Ya no quiero ser solo tu putita.
Quiero ser tu todo. Tu amor, tu hogar, tu mujer. La única a la que le das pija así… profundo. Con el alma.
Y Nico no necesitó palabras.
La abrazó fuerte, se aferró a ella mientras sus cuerpos llegaban juntos al clímax, y la llenó por dentro, en todos los sentidos.

Después, recostados entre las sábanas revueltas, él le acariciaba el vientre mientras ella jugaba con su cabello.
—Lo dijiste —susurró él, sonriendo.
—Sí…
Y no me arrepiento.
—Yo también te amo, Melissa.
Ella lo miró con ternura.
—Entonces ahora sí…
soy toda tuya. Y vos, mío.
Hasta que no podamos más.
Y se durmieron entre caricias, besos suaves, y una paz que solo se encuentra cuando el sexo deja de ser solo placer…
y se convierte en amor.

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