
– Sesión 1: Bloqueo Profundo
—Pasa, siéntate donde te sientas más cómodo —dijo la doctora Lara Salvatierra con una voz suave y envolvente, mientras le indicaba el diván acolchado al joven que entraba por primera vez a su consultorio.

Gabriel tenía 30 años, pero su forma de moverse —insegura, tensa, como alguien que siempre espera lo peor— lo hacía parecer más joven. Vestía prolijo, pero nervioso; hablaba con educación, pero con un tono quebrado.
—¿Prefieres hablar de lo que te trajo hoy… o empezamos desde más atrás?
Él suspiró.
—Creo que… ambos temas están relacionados. Me cuesta… sostener una erección. Desde hace unos meses. Pero no es físico… lo sé. Porque si estoy solo, a veces funciona. Pero si hay alguien más… me bloqueo.
Lara asintió, con profesionalidad. Pero detrás de sus lentes de marco fino, lo analizaba con un interés más profundo. Tenía más de 35, una figura voluptuosa y elegante, cabello recogido con mechones rebeldes, labios carnosos y un escote que no era provocador… pero distraía.
—¿Cuándo empezó el problema?
—Después de mi última relación. Fue… tormentosa. Ella se burlaba, decía que yo no era suficiente. Me gritaba. Me rechazaba. Y después, cuando yo evitaba el sexo, me culpaba.
—¿Y ahora? ¿Has intentado con alguien más?
—Sí. Dos veces. Pero… apenas llega el momento… me apago. Como si mi cuerpo se desconectara del deseo.
Ella cruzó las piernas. Su falda subió unos centímetros, y Gabriel desvió la mirada, incómodo… pero excitado.
—Gabriel —dijo con suavidad, casi como una caricia—. Lo que estás describiendo no es raro. Es un trauma emocional que se ha instalado en tu respuesta sexual. El cuerpo lo recuerda. El miedo al juicio, al fracaso… se activa como un reflejo.
—¿Y se puede tratar?
Ella lo miró en silencio unos segundos, luego se acercó al diván y se sentó frente a él, más cerca de lo que cualquier terapeuta “convencional” haría.
—Sí. Pero solo si estás dispuesto a explorar tus límites conmigo. A sentir sin miedo, a escuchar lo que tu cuerpo dice… más allá del juicio.
Su mano rozó suavemente la pierna de Gabriel.
—¿Te sientes cómodo conmigo?
—Sí —susurró él, sin aliento.
—¿Quieres probar… ahora?
Él asintió. Lentamente, ella guió su mano hasta su muslo, subiéndola, deteniéndose a centímetros de su entrepierna, donde una leve presión crecía… pero no se sostenía.
—No tengas miedo si no se levanta. No se trata de rendimiento. Solo de permitir. Relajarte. Sentir.
Ella desabotonó su blusa y se sacó el sostén. Sus pechos se asomaron plenos, cálidos, suaves. Gabriel no podía creerlo. Pero no estaba soñando. La psicóloga lo tomó de la mano y lo hizo acariciarla. Luego lo besó, lento, sin apuro.
Mientras él tocaba sus tetas, su cuerpo reaccionaba… pero al momento de quedar desnudo frente a ella, su erección flaqueó. Bajó la mirada, frustrado.
—Lo sabía…
—Shhh —dijo ella, llevándose su pija a la boca sin previo aviso.
Con ternura. Con compasión. Con deseo. No para que se endureciera, sino para que él volviera a confiar. Lo lamió despacio, lo envolvió con sus labios, y lo sostuvo entre sus manos mientras hablaba con voz baja:
—Esto no se trata de estar duro. Se trata de estar presente. Cada vez que te sintieron poco, yo voy a demostrarte que eres más que suficiente.
Y así, poco a poco, como si su lengua sanara cada inseguridad, el pene de Gabriel comenzó a endurecerse, no por presión, sino por placer verdadero. La erección volvió. Firme. Viva.
Ella se subió la falda y se bajó la tanga, se montó sobre él con una lentitud terapéutica. Lo abrazó mientras introducia su pene en su concha , lo guió con movimientos suaves, conectando mirada con mirada.
—Estás aquí. Estás sintiendo. Y eso es lo único que importa.
Gabriel gimió con fuerza, no por el orgasmo, sino por la libertad. Por la sensación de que su cuerpo y su deseo volvían a ser suyos.
—Nos vemos la semana que viene —susurró ella al oído—. Y esta vez… vamos a explorar el control.

– Sesión 2: Confianza Profunda
Gabriel llegó puntual. Se sentía distinto. Algo dentro de él se había encendido en la primera sesión. Y aunque aún existía cierta inseguridad, su cuerpo ya no se cerraba con el miedo. Hoy, la doctora Lara Salvatierra había mencionado que harían una "técnica especial de desbloqueo profundo".
Al entrar, notó que las luces estaban bajas. Un leve aroma a incienso flotaba en el aire. Lara llevaba un vestido negro de seda ajustado, sin escote, pero con una abertura lateral que dejaba ver su muslo al caminar. Lo miró con firmeza y dulzura.
—Hoy vamos a ir más adentro, Gabriel —dijo con tono hipnótico—. Literal y simbólicamente.
Él asintió, ya sintiendo que algo se removía en su pecho… y más abajo.
—¿Te has sentido más conectado con tu cuerpo esta semana?
—Sí. Aunque… todavía hay algo que me detiene a veces. Como si no pudiera soltarme por completo.
—Por eso hoy vamos a entrar a tu subconsciente. Voy a ayudarte a encontrar esa parte tuya que ha estado dormida. Tu deseo crudo. Tu voz dominante. Tu verdadero yo masculino.
Ella lo hizo sentarse frente a ella. Le pidió que respirara profundo, que mirara una pequeña luz que oscilaba, mientras su voz descendía como una caricia:
—Estás relajado… nada existe… solo mi voz. Tu mente se abre… tu cuerpo se suelta… y sientes que dentro de ti hay un hombre… fuerte, seguro, hambriento de tomar lo que desea. De proteger… y de poseer.
Su voz era como una serpiente que se deslizaba por su espina dorsal. Y cuando abrió los ojos, ya no era el mismo Gabriel. Algo en su mirada ardía.
—Quítame la ropa —le ordenó ella, suave pero firme.
Gabriel no dudó. Se arrodilló frente a ella, le levantó el vestido y la dejó completamente desnuda. Sus piernas, su vientre, sus tetas firmes… todo estaba allí para él. Esta vez no dudó. La empujó con dulzura contra el diván, se colocó encima, y comenzó a besarla con hambre.
Lara jadeó. Sus piernas se abrieron sin resistencia. Gabriel la tomó fuerte de las caderas y le metió el pene en la concha, con fuerza, pero con control, mirándola a los ojos como si estuviera habitando por fin su poder masculino.
—Así… mírame —susurró ella—. Esa mirada… es la del hombre que siempre fuiste.
La embistió con ritmo firme, sus cuerpos chocando con intensidad. Pero no se detuvo ahí.
La giró boca abajo, le abrió las nalgas y escupió suavemente entre ellas. Tomó lubricante de la mesa y comenzó a preparar la zona con paciencia y deseo. Ella se estremeció.
—¿Estás seguro? —preguntó ella, probándolo.
—Sí —respondió él con la voz grave—. Te quiero toda. Por completo.
La penetración fue lenta, pero firme. Su pija entró en el calor de su culo, mientras Lara gemía entrecortado, su espalda arqueada, su mano apretando el cojín.
—Sí… así… Gabriel…
Él la tomaba con fuerza de la cintura, bombeando con un ritmo que alternaba entre la ternura y la furia contenida. La hipnosis había liberado su deseo, su dominio, su fuego.
Cuando sintió el final cerca, la sacó, la hizo girar y se acomodó sobre ella. Lara abrió sus pechos hacia él, ofreciéndolos.
—Aquí… termina aquí… quiero sentirlo —dijo jadeando.
Gabriel se masturbó encima de sus tetas, ella las apretó alrededor de su pija , y con un gruñido final, se corrió sobre ellas, marcándola con su deseo, con su poder. Ella lo miraba con orgullo, respirando agitada, las tetas cubiertas con su esencia.
—Así es como se siente tu verdadero yo, Gabriel —susurró ella, acariciándolo—. Ya no tienes que volver a esconderlo.
Él sonrió por primera vez sin miedo.
—Gracias, doctora.
—No me des las gracias todavía —dijo ella con una sonrisa traviesa—. En la próxima sesión vamos a explorar el control… de ti sobre mí.

– Sesión final: Terapia de Integración
Gabriel llegó con el pulso firme. Su andar era diferente. Ya no era el mismo hombre inseguro de la primera vez. Se sentía… erguido. Literal y simbólicamente. Su deseo ya no era un enemigo; era un motor. Pero aún faltaba una última prueba.
Lara lo esperaba en su consultorio, esta vez con una mirada distinta. Profesional, sí, pero también cómplice. Vestía un conjunto de dos piezas: blusa blanca semitransparente sin sostén, falda ajustada de cuero negro, tacones. Se acercó a él, lo saludó con un beso lento en la mejilla, y luego le dijo:
—Hoy haremos una prueba definitiva, Gabriel. Quiero ver si lo que aprendiste conmigo… se sostiene frente a otra energía femenina. Otra mujer real. No una fantasía.
Él la miró con una mezcla de sorpresa y expectación.
—¿Otra paciente?
—Sí. Ella también ha hecho su proceso. Se llama Julia. Y tiene una historia parecida a la tuya: rechazo, inseguridad, miedo a mostrarse… pero también un deseo dormido que despertó con mi ayuda.
Lara chasqueó los dedos y, desde una habitación contigua, apareció Julia.
Tenía el cabello castaño, suelto, rizado. Ojos verdes brillantes. Llevaba un vestido suelto, sin nada debajo. Se notaba tímida al principio, pero al ver a Gabriel, esbozó una sonrisa sincera.
—Hola —dijo ella—. Lara me habló mucho de ti.
—¿Estás segura de que quieres esto? —preguntó él, caballeroso, pero deseoso.
—Lo quiero —respondió Julia—. Quiero sentir sin miedo. Y tú… me haces sentir segura.
Lara cerró la puerta, bajó la intensidad de la luz y se quitó la blusa. Sus pezones se endurecieron al contacto con el aire fresco.
—Ambos están listos. Yo solo los voy a guiar.
Se acercó a Julia y comenzó a desnudarla, acariciando su cuerpo con calma, besando su cuello mientras Gabriel las miraba fascinado. Luego, Lara se acercó a él, se arrodilló, desabrochó su pantalón y liberó su pija.
—Está duro —susurró—. Tu cuerpo habla antes que tus palabras. Julia… ven.
La joven se arrodilló también, y entre las dos comenzaron a lamer, besar y acariciar su pene, como si fuera un ritual sagrado. Gabriel gemía, tocando el cabello de ambas, sintiéndose adorado.
Luego, Lara se apartó y dejó que Julia lo montara, despacio, mirándolo a los ojos, guiñándo su pene a su vagina, temblando de placer mientras se llenaba con él. Ella gimió al sentirlo profundo, vivo, fuerte. Gabriel la abrazó, y la hizo rebotar con ritmo. Y cuando estaba por correrse, Lara se colocó detrás de Julia, separó sus nalgas, y le dio una caricia juguetona.
—Ahora yo —dijo Lara, cuando Julia se bajó con las piernas temblando.
Se colocó en cuatro, ofreciéndo sus nalgas, y Gabriel no dudó. Le escupió, la preparó, y la penetró por el culo con deseo contenido. Julia, ya más confiada, se acercó a besar a Lara mientras Gabriel las tomaba a ambas, viendo cómo se besaban, cómo se entregaban.
—¡Así! —jadeó Lara—. Eso es lo que quería ver… sin miedo… sin culpa.
Gabriel estaba a punto. Sacó su pija y ambas mujeres se arrodillaron frente a él, sacando la lengua. Se vino en sus caras, caliente, abundante. Julia lo atrapó con los labios. Lara lo recogió con sus dedos y lo untó en sus propios pezones.
Quedaron los tres desnudos, abrazados sobre el diván, respirando agitados, satisfechos.
Entonces Lara, con una sonrisa luminosa, les habló:
—Ustedes son mis pacientes favoritos. Han sanado de formas complementarias. Se entienden. Se respetan. Se desean. Creo que podrían intentarlo… fuera del consultorio.
Gabriel y Julia se miraron. Sonrieron. Y sin decir nada, se besaron con una ternura que solo se da cuando uno ya no tiene miedo de amar… ni de desear.

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