
El gobierno habĂa decidido ampliar el programa de reintegraciĂłn. Esta vez, no se trataba de evaluar a reclusos hombres. El nuevo experimento buscaba otorgar indultos sexuales selectivos a mujeres privadas de libertad, y la autoridad a cargo no era una jueza… sino el Juez Samuel Barrera, un hombre temido en los tribunales y deseado en los pasillos. Alto, espalda ancha, mirada frĂa, voz gruesa y con un falo tan legendario como su sentencia: duro, largo y siempre recto.
El nuevo módulo de “evaluación disciplinaria” fupu e instalado en un recinto secreto, donde no entraban ni cámaras ni abogados. Solo el juez, su escritorio de madera pesada, un sillón de cuero… y tres reclusas seleccionadas para la primera jornada.
Las puertas se abrieron. Entraron una a una:
Nerea, 29 años, piel canela, culo explosivo y tetas que desafiaban la gravedad.
LucĂa, 32, rubia, pechos enormes, cintura estrecha, mirada sumisa.
Tatiana, 25, morena de ojos claros, flaca pero con curvas afiladas, pura actitud.
El juez las mirĂł en silencio, luego se levantĂł, caminĂł alrededor de ellas y anunciĂł:
—Tengo en mis manos tres indultos. Pero solo uno puede ser firmado hoy. Quien no demuestre disciplina sexual y capacidad de entrega absoluta, volverá a su celda con la concha caliente y el culo roto… pero sin libertad.
Las tres se estremecieron.
—Requisitos: primero, buenas curvas y tetas firmes. Segundo, desempeño amatorio real y voluntario. Tercero, resistencia y obediencia.
El juez se sentĂł. Dio una palmada. Y las luces bajaron.
—Desnúdense. Lentas. Una por una.
LucĂa fue la primera. Se quitĂł la blusa, dejando caer esos dos globos blancos y perfectos. El juez los observĂł con atenciĂłn.

—AproxĂmate. MuĂ©strame si se mantienen firmes… —ordenĂł.
Ella obedeció, se arrodilló frente a él, y comenzó a frotarse los pechos. Samuel los tomó con fuerza, los besó, los mordió, los chupó hasta dejarlos marcados.
—Bien. Pero veamos si sabes usar esa boca también.
Sin decir más, se bajĂł la bragueta. Su pija saliĂł libre, imponente, gruesa como el antebrazo de un hombre y tan dura como el mármol. LucĂa la mamĂł con devociĂłn, tragándosela hasta la garganta, babeando, gimiendo mientras Ă©l la sujetaba del cabello y la forzaba a ir más hondo.

—¡Eso es disciplina! —gruñó, empujando con fuerza.
Nerea fue la segunda. CaminĂł con una seguridad felina, dejĂł caer el pantalĂłn y mostrĂł ese culo de otro planeta. El juez se levantĂł y la hizo girar.
—Apóyate en el escritorio. Piernas abiertas.

Ella obedeciĂł. El juez le escupiĂł el culo, luego la concha, y se agachĂł a lamerla desde atrás, mientras le metĂa dos dedos con fuerza. Nerea temblaba, moqueaba, gemĂa como una yegua salvaje. Luego, sin aviso, la empalĂł con todo el tronco, haciĂ©ndola gritar:
—¡Aaaah, juez hijo de puta, me partes!
—Calla y toma tu castigo, puta.
Cada embestida era un látigo de carne. Nerea se vino dos veces, colapsando sobre el escritorio.
Tatiana, la rebelde, lo miraba con desafĂo.
—¿Y tú qué, gata salvaje? ¿Vas a obedecer o debo domarte?
Ella sonriĂł. Se acercĂł, se agachĂł, y comenzĂł a chuparle los huevos mientras Nerea seguĂa montada en su pija.
—¿Crees que no puedo resistir? Yo me trago tus leches y te dejo vacĂo.
—¿S� Entonces súbete.

Tatiana se montó sobre su cara, y el juez le comió la concha y el culo a la vez, con una técnica brutal. Ella lo cabalgaba con su cara enterrada, gritando obscenidades.
Después, él las alineó. Tres bocas abiertas, tres culos ofrecidos. Fue penetrando una a una, alternando agujeros, metiéndosela por la boca a una, por el culo a otra, por la concha a la tercera, sin piedad, hasta que no pudo más.
Se corriĂł dentro de Tatiana, en su culo apretado, mientras Nerea se masturbaba sobre la cara de LucĂa.
Cuerpos sudados. Tetas marcadas. Vaginas rojas de tanto castigo.
El juez se puso de pie, aĂşn con el pene colgando.
—Solo una irá libre. Y es… LucĂa.

Las otras protestaron. Él levantó la mano.
—Pero Nerea y Tatiana…podrán volver a postular..
Las protestas de Nerea y Tatiana habĂan resonado por los pasillos del mĂłdulo especial como gemidos prohibidos. CreĂan merecer el indulto. El juez Samuel Barrera no las ignorĂł. Las convocĂł a una “audiencia especial”, a puerta cerrada, sin registro legal, sin ropa permitida. Solo dos cuerpos femeninos al borde de la locura… y una pija que decidirĂa el veredicto.
Las dos mujeres fueron conducidas desnudas al recinto. En el centro, un estrado de madera, más bajo que los tradicionales. A un lado, una silla alta donde el juez descansaba como un rey. Frente a Ă©l, un cartel colgado que decĂa: “Audiencia Sexual Privada. ReincorporaciĂłn por Rendimiento.”
—Muy bien, putas malagradecidas —comenzó Samuel, con voz firme—. Quieren el indulto, pues deberán ganárselo con sudor, leche y carne.
El público: nadie. Solo cámaras privadas del Estado.
El jurado: su pija .
La sentencia: placer o castigo.
—Primera prueba: cabalgata. Quiero ver quién me monta como yegua salvaje.
Nerea fue la primera. Se untĂł aceite, se montĂł de espaldas, y empezĂł a rebotar como una actriz porno entrenada. Su culo redondo palmeaba contra sus muslos, haciendo un clap-clap rĂtmico. Se agachaba, se le abrĂan los labios, se arqueaba con la pija entera adentro de su concha, sudando y gritando.

—¡Asà se cabalga, juez! ¡Rómpeme por dentro, maldito!
Samuel jadeaba, con las manos en su cintura, ayudándola a bajar hasta el fondo.
Luego tocĂł el turno de Tatiana, que lo mirĂł directo a los ojos y se lo metiĂł sin manos, cayendo de golpe con un gemido largo.
—Yo no cabalgo, juez… yo domino la pija.
Y empezĂł a moverse en cĂrculos, con fuerza, cerrando sus mĂşsculos vaginales con maestrĂa. Samuel casi se corre, pero se contuvo mordiĂ©ndose el labio.

—¡Maldita diabla… tienes una concha asesina!
—Y todavĂa no has probado mi culo, juez… guárdate esa leche.
Segunda prueba: culo apretado.
El juez ordenĂł que ambas se colocaran en posiciĂłn de cuatro patas sobre el estrado. Dos culos ofrecidos. Brillantes de sudor, temblorosos.
—Voy a meterla en uno. El más apretado, se gana la ventaja.
EscupiĂł sobre Tatiana y le metiĂł la pija hasta el fondo de un empujĂłn.
—¡Aaaaagh! ¡Juez demente! —gritó ella, apretando los dientes.

—Mmm… bien cerrado, estrecho… siente como una mordida…
Salió de ella, escupió sobre Nerea y la empaló también.
—¡Uuuugh! ¡Juez… me parte…!

El juez se detuvo. ComparĂł.
—DifĂcil decisiĂłn… pero Tatiana parece hecha de acero.
Tercera prueba: toma de leche.
Samuel se sentĂł. SacĂł su verga chorreando de ambas.
—La que me la mame mejor… y me trague hasta la última gota, se lleva el indulto.
Ambas se lanzaron sobre Ă©l. Una lamĂa la base, la otra la punta. Se turnaban. Se besaban entre mamadas. Chupaban las bolas. Le escupĂan la pija y la lamĂan otra vez.
—¡Aaaah, malditas! ¡Me van a matar! —rugió él, sujetándolas del pelo.
Tatiana lo mirĂł a los ojos, se lo metiĂł entero hasta la garganta y aguantĂł hasta que Ă©l explotĂł adentro de su boca. Ella tragĂł sin parpadear. Nerea, desesperada, lamĂa el resto del esperma que caĂa de los huevos.
Samuel se levantĂł, sudado, temblando, con una sonrisa feroz.
—Veredicto: Tatiana recibe el indulto. Nerea, te quedas como mi asistente personal… pero con el culo disponible todos los martes.
Tatiana se puso de pie, aĂşn con leche en los labios, se limpiĂł con el dedo y se lo chupĂł con una sonrisa.

—Gracias, juez… ahora sà me siento lista para reintegrarme a la sociedad.
—Oh, no te vayas tan rápido… hay una cuarta prueba opcional.
—¿Cuál?
—Ser mi secretaria. Con uniforme, sin ropa interior… y un escritorio que vibra.



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