La casa del tÃo tenÃa patio grande, pileta de lona y una parrilla que no paraba de humear. Era pleno enero y la familia entera se habÃa juntado para comer asado y refrescarse del calor.
Javier llegó con su toalla al hombro, saludó a todos, y cuando levantó la vista, la vio.
Verónica.
Con un bikini blanco que parecÃa hecho para romperle la cabeza a cualquier hombre con sangre.
La parte de abajo se le perdÃa entre las nalgas.
La parte de arriba apenas contenÃa esas tetas enormes que saltaban cada vez que caminaba o se zambullÃa en la pileta.
Ella lo miró, se chupó un cubito de hielo en cámara lenta… y sonrió.
SabÃan que no podrÃan hablar a solas durante un rato. Asà que jugaron al viejo juego del disimulo: rozarse, mirarse, provocar sin que nadie notara.
Hasta que en un momento, después del almuerzo, Javier fue al baño interior de la casa… y al salir, Verónica lo empujó sin decir nada hacia el lavadero. Cerró la puerta, lo miró fijo, y le bajó el short de baño.
—Hace semanas que me la vengo imaginando de nuevo adentro mÃo —le susurró—. Y hoy no me voy sin tu leche.
Se metió su pija en la boca con desesperación. Javier se apoyó contra la pared, jadeando. Verónica se lo chupó como una adicta, haciendo ruidos, babeándoselo entero.
Luego se paró, se sacó el bikini mojado en dos movimientos, se dio vuelta y se apoyó contra el lavarropas:

—Cogeme como me cogiste en Navidad.
—¿Y si alguien entra?
—Más me calienta.
Javier la empaló la concha con fuerza, y el golpe de sus cuerpos se mezclaba con el ruido del ventilador y las risas lejanas del patio.
—¡Más fuerte! —jadeaba ella, con el culo rebotando—. ¡Haceme acabar, bebe! ¡Dame todo!
Y asà fue. Javier la cogió con furia. Luego, como a ella le encantaba, se lo metió por el culo, lubricado con su propia excitación.
Ella temblaba, se agarraba del lavadero, mordÃa su toalla para no gritar.
—¡La leche! —gimió ella—. ¡En la boca!
Javier se la sacó, y acabó en sus labios abiertos, mientras ella lo miraba con lujuria, tomándosela como si fuera jugo.
Se limpiaron rápido, ella se puso la parte de arriba, lo besó en la boca y dijo:
—Sos mi vicio secreto. Y lo peor es que cada vez me cuesta más dejarte ir.
Salieron por separado.
Javier volvió a la pileta como si nada. Pero cuando se metió al agua, aún temblaba.
Y desde el otro lado, Verónica lo miraba, lamiéndose un dedo con disimulo… y pensando en la próxima excusa para verse a solas.
—Javi, ¿podés hacerme el favor de quedarte en casa unos dÃas?
Era su tÃo, el esposo de Verónica.
TenÃa que viajar por temas de trabajo. Tres noches fuera.
Verónica sola con los chicos, y él preferÃa que hubiera alguien de confianza en casa.
—Dale, tÃo. No hay drama —respondió Javier con el corazón latiendo a mil.
Verónica estaba cerca, escuchando, y al cruzar la mirada con Javier le guiñó un ojo, disimuladamente.
La primera noche fue tranquila. Cenan en familia, los nenes duermen temprano.
Y Verónica aparece después de la ducha, con una bata suelta, el cabello húmedo, y nada debajo.

—Gracias por quedarte, Javi —le dice sentándose a su lado en el sillón—. Me hace bien sentirme cuidada…
Él asiente, pero no dice mucho. Porque ya está duro. Porque su cuerpo está gritando lo que no puede decir.
Y Verónica lo nota. Siempre lo nota.
—¿Te vas a dormir ya? —pregunta, jugando con el nudo de su bata.
—¿Vos querés que me vaya?
—No —dice, y se le sienta encima—. Quiero que te quedes… y me des lo que me vengo guardando desde Navidad.
Y se besan con furia. Ella lo aprieta entre sus piernas, le saca el short, y monta su pija con su concha, húmeda, hambrienta.
Cabalgando como una yegua desatada en el living, mientras la televisión sigue prendida con el volumen bajo.
—Shh —le dice ella, mordiéndole el cuello—. Despacito, pero hondo.
Y Javier le mete toda la pija hasta el fondo, sujetándola de las nalgas.

Van a la cocina. La pone contra la mesa y la coge por el culo, mientras ella aprieta los dientes para no gemir.
—¡Dios, Javi! Me tenés enferma, bebe…
Cuando termina, ella se arrodilla, le lame toda la pija con devoción… y se lo termina de tomar en la lengua, sonriendo, como si fuera un premio.
—Mañana los chicos tienen escuela —le dice luego—. Pero pasado mañana… los llevo con mi hermana.
—¿Y qué hacemos vos y yo solos?
Ella se le acerca al oÃdo, con la voz ronca:
—Todo lo que aún no me hiciste, bebe. Y más.
El tÃo volvió dos dÃas antes de lo previsto.
Llamó a Javier aparte.
—Javi, me salió algo inesperado. Un puesto importante, en otra ciudad. Ya firmé. Nos vamos en una semana. Todos. Verónica, los chicos, yo. QuerÃa que lo supieras vos primero, porque sé que te llevás bien con ellos.
Javier no pudo hablar.
Le temblaron las manos. Se le nubló la vista.
Se le venÃa abajo todo.
Esa noche, cuando todos dormÃan, él salió al patio. No podÃa aguantarlo más. Y Verónica lo encontró.
—Lo sé —dijo ella con un suspiro, abrazándolo por detrás—. Me lo contó.
—No podés irte. No podés dejarme asÃ.
—Tengo que hacerlo, Javier. Es mi familia.
Él se dio vuelta. La miró.
Y la besó con rabia, con dolor, con desesperación.
Ella no lo detuvo.
—Entonces hacémelo esta noche —le susurró—. Como nunca antes. Como si fuera la última. Porque lo es.
La cogió en su cama matrimonial.
La puso contra la cabecera, la llenó de besos, de lengua, de mordidas. Le apretó las tetas y le chupó los pezones.
Le abrió las piernas y le comió la concha entera, hasta que gritó su nombre entre gemidos ahogados.

—Ahora subite —le ordenó él.
Y Verónica lo cabalgó con locura, con su pija entrando y saliendo de su concha, las tetas rebotando, con lágrimas en los ojos, gimiendo como si se le fuera la vida.
Luego la puso de espaldas, se lo metió con furia, por el culo, y ella lo aceptó toda, jadeando, temblando. Él bombeando mientras la nalgueaba.
—¡Dámelo, Javi! ¡Tu leche! ¡En la boca! ¡Quiero que me lo recuerde toda la vida!

Y asà fue. Ella se arrodilló. Javier le acabó en la cara, en la lengua, en las tetas. Todo. Como si con ese semen se despidiera de ella, de su cuerpo, de su locura compartida.
Verónica lo abrazó, sudados, temblorosos.
Le acarició el pelo.
—Sos una bomba, Javier. Pero esta historia no puede seguir.
—Yo te amo…
—Y yo te cogà como nadie.
Pero esto se termina.
Se vistió.
Antes de salir del cuarto, se dio vuelta. Lo miró con una sonrisa triste.
—Vas a encontrar otras putitas, Javi. Incluso mejores que yo.
—Lo dudo.
—Tal vez —dijo—. Pero cuando lo hagas… recordá cómo te hice hombre.
Y se fue.
Javier se quedó solo.
Pero con la certeza de que esa mujer, su putita secreta, le habÃa marcado el alma para siempre.
Javier llegó con su toalla al hombro, saludó a todos, y cuando levantó la vista, la vio.
Verónica.
Con un bikini blanco que parecÃa hecho para romperle la cabeza a cualquier hombre con sangre.
La parte de abajo se le perdÃa entre las nalgas.
La parte de arriba apenas contenÃa esas tetas enormes que saltaban cada vez que caminaba o se zambullÃa en la pileta.
Ella lo miró, se chupó un cubito de hielo en cámara lenta… y sonrió.
SabÃan que no podrÃan hablar a solas durante un rato. Asà que jugaron al viejo juego del disimulo: rozarse, mirarse, provocar sin que nadie notara.
Hasta que en un momento, después del almuerzo, Javier fue al baño interior de la casa… y al salir, Verónica lo empujó sin decir nada hacia el lavadero. Cerró la puerta, lo miró fijo, y le bajó el short de baño.
—Hace semanas que me la vengo imaginando de nuevo adentro mÃo —le susurró—. Y hoy no me voy sin tu leche.
Se metió su pija en la boca con desesperación. Javier se apoyó contra la pared, jadeando. Verónica se lo chupó como una adicta, haciendo ruidos, babeándoselo entero.
Luego se paró, se sacó el bikini mojado en dos movimientos, se dio vuelta y se apoyó contra el lavarropas:

—Cogeme como me cogiste en Navidad.
—¿Y si alguien entra?
—Más me calienta.
Javier la empaló la concha con fuerza, y el golpe de sus cuerpos se mezclaba con el ruido del ventilador y las risas lejanas del patio.
—¡Más fuerte! —jadeaba ella, con el culo rebotando—. ¡Haceme acabar, bebe! ¡Dame todo!
Y asà fue. Javier la cogió con furia. Luego, como a ella le encantaba, se lo metió por el culo, lubricado con su propia excitación.
Ella temblaba, se agarraba del lavadero, mordÃa su toalla para no gritar.
—¡La leche! —gimió ella—. ¡En la boca!
Javier se la sacó, y acabó en sus labios abiertos, mientras ella lo miraba con lujuria, tomándosela como si fuera jugo.
Se limpiaron rápido, ella se puso la parte de arriba, lo besó en la boca y dijo:
—Sos mi vicio secreto. Y lo peor es que cada vez me cuesta más dejarte ir.
Salieron por separado.
Javier volvió a la pileta como si nada. Pero cuando se metió al agua, aún temblaba.
Y desde el otro lado, Verónica lo miraba, lamiéndose un dedo con disimulo… y pensando en la próxima excusa para verse a solas.
—Javi, ¿podés hacerme el favor de quedarte en casa unos dÃas?
Era su tÃo, el esposo de Verónica.
TenÃa que viajar por temas de trabajo. Tres noches fuera.
Verónica sola con los chicos, y él preferÃa que hubiera alguien de confianza en casa.
—Dale, tÃo. No hay drama —respondió Javier con el corazón latiendo a mil.
Verónica estaba cerca, escuchando, y al cruzar la mirada con Javier le guiñó un ojo, disimuladamente.
La primera noche fue tranquila. Cenan en familia, los nenes duermen temprano.
Y Verónica aparece después de la ducha, con una bata suelta, el cabello húmedo, y nada debajo.

—Gracias por quedarte, Javi —le dice sentándose a su lado en el sillón—. Me hace bien sentirme cuidada…
Él asiente, pero no dice mucho. Porque ya está duro. Porque su cuerpo está gritando lo que no puede decir.
Y Verónica lo nota. Siempre lo nota.
—¿Te vas a dormir ya? —pregunta, jugando con el nudo de su bata.
—¿Vos querés que me vaya?
—No —dice, y se le sienta encima—. Quiero que te quedes… y me des lo que me vengo guardando desde Navidad.
Y se besan con furia. Ella lo aprieta entre sus piernas, le saca el short, y monta su pija con su concha, húmeda, hambrienta.
Cabalgando como una yegua desatada en el living, mientras la televisión sigue prendida con el volumen bajo.
—Shh —le dice ella, mordiéndole el cuello—. Despacito, pero hondo.
Y Javier le mete toda la pija hasta el fondo, sujetándola de las nalgas.

Van a la cocina. La pone contra la mesa y la coge por el culo, mientras ella aprieta los dientes para no gemir.
—¡Dios, Javi! Me tenés enferma, bebe…
Cuando termina, ella se arrodilla, le lame toda la pija con devoción… y se lo termina de tomar en la lengua, sonriendo, como si fuera un premio.
—Mañana los chicos tienen escuela —le dice luego—. Pero pasado mañana… los llevo con mi hermana.
—¿Y qué hacemos vos y yo solos?
Ella se le acerca al oÃdo, con la voz ronca:
—Todo lo que aún no me hiciste, bebe. Y más.
El tÃo volvió dos dÃas antes de lo previsto.
Llamó a Javier aparte.
—Javi, me salió algo inesperado. Un puesto importante, en otra ciudad. Ya firmé. Nos vamos en una semana. Todos. Verónica, los chicos, yo. QuerÃa que lo supieras vos primero, porque sé que te llevás bien con ellos.
Javier no pudo hablar.
Le temblaron las manos. Se le nubló la vista.
Se le venÃa abajo todo.
Esa noche, cuando todos dormÃan, él salió al patio. No podÃa aguantarlo más. Y Verónica lo encontró.
—Lo sé —dijo ella con un suspiro, abrazándolo por detrás—. Me lo contó.
—No podés irte. No podés dejarme asÃ.
—Tengo que hacerlo, Javier. Es mi familia.
Él se dio vuelta. La miró.
Y la besó con rabia, con dolor, con desesperación.
Ella no lo detuvo.
—Entonces hacémelo esta noche —le susurró—. Como nunca antes. Como si fuera la última. Porque lo es.
La cogió en su cama matrimonial.
La puso contra la cabecera, la llenó de besos, de lengua, de mordidas. Le apretó las tetas y le chupó los pezones.
Le abrió las piernas y le comió la concha entera, hasta que gritó su nombre entre gemidos ahogados.

—Ahora subite —le ordenó él.
Y Verónica lo cabalgó con locura, con su pija entrando y saliendo de su concha, las tetas rebotando, con lágrimas en los ojos, gimiendo como si se le fuera la vida.
Luego la puso de espaldas, se lo metió con furia, por el culo, y ella lo aceptó toda, jadeando, temblando. Él bombeando mientras la nalgueaba.
—¡Dámelo, Javi! ¡Tu leche! ¡En la boca! ¡Quiero que me lo recuerde toda la vida!

Y asà fue. Ella se arrodilló. Javier le acabó en la cara, en la lengua, en las tetas. Todo. Como si con ese semen se despidiera de ella, de su cuerpo, de su locura compartida.
Verónica lo abrazó, sudados, temblorosos.
Le acarició el pelo.
—Sos una bomba, Javier. Pero esta historia no puede seguir.
—Yo te amo…
—Y yo te cogà como nadie.
Pero esto se termina.
Se vistió.
Antes de salir del cuarto, se dio vuelta. Lo miró con una sonrisa triste.
—Vas a encontrar otras putitas, Javi. Incluso mejores que yo.
—Lo dudo.
—Tal vez —dijo—. Pero cuando lo hagas… recordá cómo te hice hombre.
Y se fue.
Javier se quedó solo.
Pero con la certeza de que esa mujer, su putita secreta, le habÃa marcado el alma para siempre.
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