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27/3📑La Chica de la Limpieza-Parte 3

El nuevo departamento era amplio, moderno, con ventanales que daban al centro de la ciudad. Martín había estado allí tres semanas solo, esperando el día en que Camila llegara. Y cuando ella entró por esa puerta, supo que no habría vuelta atrás.

Esa tarde, Camila salió del cuarto con un delantal diminuto, blanco con puntilla negra, sin nada debajo. Taconcitos y una sonrisa traviesa.

—Señor ingeniero… vine a hacerle el aseo —dijo, dejando caer una pluma de limpieza entre sus tetas.

27/3📑La Chica de la Limpieza-Parte 3



Martín se quedó paralizado, la pija creciendo como si la reconociera antes que él.
—Estás jugando con fuego, Camila…
—Entonces quemate —susurró ella, dándose vuelta y mostrando ese culo perfecto, abierto, tentador.

Él la tomó de inmediato. La arrastró a la cocina, la dobló sobre la mesada de mármol, le abrió el culo con ambas manos, y le escupió el centro frotandola con la pija, con deseo feroz.

—Hoy te cojo por todos lados, hasta que no sepas cómo te llamás.
—¡Hacelo! Cogeme como tuya… ¡que todo este país sepa que llegué para quedarme!

Le metió la pija primero en la concha, mojada como un río, profunda, caliente. La cogió con fuerza, con las manos apretando sus caderas, el delantal colgando inútilmente sobre su espalda.

Camila gritaba, gemía, con esa voz sucia que él amaba.
—¡Dámelo todo! ¡Rompeme la concha, haceme acabar!

Cuando ya se venía, Martín la sacó, le escupió el culo y lo fue abriendo con los dedos.
—¿Querés por atrás, putita?
—¡Sí! ¡Cógeme por el culo! ¡Dame todo, soy tuya!

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Le metió su duro pene de un solo empuje, profundo, hasta el fondo. Camila gritó de placer y dolor mezclados. Él la tomó como un animal, rebotando contra ese culo perfecto. La nalgueó, la escupió, la tomó del pelo.

Camila se corrió mientras la cogía por el culo, mojando sus piernas, gritando enloquecida.
—¡Te amo, Martín! ¡Sos mío, solo mío!
—Y vos mía, para siempre —jadeó él, acabando adentro, sin freno, llenándola hasta que le temblaron las piernas.

Quedaron tirados en el suelo de la cocina, sudados, pegajosos, riéndose como locos.

Camila lo miró a los ojos, el maquillaje corrido, el cuerpo usado.

—Nadie me cogió nunca así. Y nadie va a poder, porque soy toda tuya.

Martín la besó profundo.

—Y yo tu esclavo. Empecemos nuestra nueva vida… en cuatro, en la cocina, donde sea.

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Todavía jadeando en el suelo de la cocina, Camila se arrastró desnuda sobre Martín, lamió su cuello, su pecho, bajó lentamente hasta que encontró su pija húmeda, brillante de su propia leche mezclada con su culo. Y la chupó.

Despacito al principio, como una gata lamiendo su presa. Luego, mamando más profundo, con ruidos húmedos, lengua envolviéndola toda, escupiéndola, tragándola hasta la garganta.

Martín gemía con los ojos cerrados, el cuerpo flojo, pero el deseo renacía en cada embestida de su boca.

—¿Quién te chupa la pija así, eh? —murmuró ella mirándolo desde abajo—. ¿Quién se la traga con tu leche adentro?
—Solo vos, mi puta preciosa… solo vos.

Camila se subió sobre él, se lo encajó entera. Se sentó con su concha sobre esa pija dura y empezó a cabalgarlo con furia, con las tetas rebotando y el culo chocando contra su pelvis. Gritaba, lo arañaba, se clavaba sola, haciéndose acabar mientras lo montaba.

—¡Sí! ¡Así! ¡Cogeme con esa pija divina, llename toda!

Martín la tomó de la cintura, la volteó en un movimiento rápido y la puso en cuatro sobre la cama.

—Ahora te culeo como me lo pediste.

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Y se la metió de nuevo. Fuerte. Brutal. En la concha primero, chorreando. Luego le escupió el culo otra vez y se lo metió también, con un dedo, después dos, mientras la seguía cogiendo sin parar.

Camila estaba como loca.
—¡Así! ¡Por todos lados! ¡Usame toda! ¡Soy tuya, Martín, cogeme hasta que no pueda caminar!

La hizo gritar, temblar, venirse otra vez.

Cuando estuvo a punto de acabarse, la tiró de espaldas, le apuntó a la boca y se la ofreció. Camila lo miró con ojos brillantes, abrió grande y sacó la lengua.

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—Dame todo. Llename la boca, que me quede el gusto a vos hasta mañana.

Martín se la sacudió dos veces y explotó. Ella lo miraba fija mientras lo tragaba todo. No dejó ni una gota. Le limpio el pene con la lengua. Se lamió los labios.

—Listo, ingeniero. Ahora sí... esta ciudad ya sabe quién manda en tu pija.

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Martín se dejó caer. Ella se acostó sobre su pecho, tranquila, con el sabor a él en la boca y una sonrisa feliz.

—Te amo, Camila —susurró él.
—Y yo a vos. Y mañana te despierto con otra mamada.

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