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7📑La Soberbia y su Capataz

Catalina era de ciudad. Rubia, pelo lacio, uñas impecables, cuerpo tonificado por pilates y cirugía. Mandona, altiva, insoportable. Decía las cosas como si todos fueran sus empleados. Y ahora estaba allí, en el campo, descansando en la estancia familiar que heredó de su abuelo.

Todo era pasto, calor y mosquitos… hasta que vio al capataz.

Tomás era un hombre de pocas palabras, piel curtida, brazos fuertes, barba crecida y una mirada que no bajaba la cabeza ante nadie. A Catalina eso la sacaba.

—Te pedí que cortaras el pasto del camino antes del mediodía —le dijo el segundo día, en short diminuto y top blanco sin sostén.

—Y yo le dije que lo iba a hacer cuando terminara de darle de comer a los animales. Si no le gusta, puede hacerlo usted misma —le respondió él, mirándola directo a los ojos… y al escote.

Catalina bufó y se fue caminando como una reina ofendida. Pero por dentro… estaba mojada. No sabía por qué, pero esa forma de hablarle, de plantarse, la había calentado más que cualquier pija de ciudad.

Esa noche, no podía dormir. Bajó a tomar agua… y lo encontró en la cocina. Solo, en bóxer, sudado. Tomás la miró, notó su bata abierta dejando ver las tetas… y se acercó

—¿Está enojada todavía, princesita?

—Estás despedido —dijo ella, pero sin fuerza.

—¿Sí? Entonces echeme después de esto…

Tomás la agarró de la nuca y la besó como un salvaje. Catalina, contra toda lógica, le metió la lengua y se aferró a sus hombros como si se ahogara. Él la alzó con una sola mano por la cintura y la sentó sobre la mesa. Le abrió las piernas, arrancó la bombacha de encaje, y le pasó los dedos por la concha mojada.

—Mirá cómo te calentás cuando te ponen en tu lugar.

—Callate y metémela, bruto… —jadeó ella, empujando su pelvis.

Tomás se bajó el bóxer y sacó una pija gruesa, venosa, colosal. Catalina abrió los ojos como si hubiera visto a Dios. No dijo nada. Se acostó boca arriba sobre la mesa, se abrió de piernas, y lo invitó con una sonrisa soberbia:

—A ver si sabés usarla, macho de campo.

Él se la metió de una, con fuerza, haciéndola gritar. La cogió de la concha como nadie la había cogido: de frente, apretandole las tetas, de lado, tomándola del cuello, con nalgadas que la hacían chillar de placer. Catalina acabó dos veces sin poder controlarlo, mojando la mesa entera.

Y cuando pensó que era suficiente, él la puso boca abajo, le escupió el culo y lo fue abriendo con la cabeza del pene, con paciencia… hasta metérselo. Ella chilló, se arqueó, y luego se entregó completamente, mientras él le bombeaba y llenaba el culo de pija y orgullo rural.

—¡Sí, Tomás, rompeme el culo, cogeme como a una yegua!

Cuando acabó, con semen en la concha y el culo ardiendo, Catalina se quedó jadeando, temblorosa, rendida.

—Decime que te vas —le dijo él, mientras la acariciaba.

—¿Irme? Ahora sos mío, capataz… y esa pija también.


Habían pasado dos semanas desde la noche en que Catalina fue poseída sobre la mesa de la cocina. Desde entonces, su cuerpo se despertaba todos los días esperando lo mismo: las manos fuertes de Tomás, su voz grave, y esa pija de campo que le borraba los modales de cheta.

Lo que empezó como un polvo rabioso, se volvió un fuego que no paraba. Cogian en el establo, en el galpón, él la culeaba contra los árboles. Tomás no la trataba como una dama… la trataba como una yegua salvaje que él había domado.
7📑La Soberbia y su Capataz



Esa mañana, él la esperó con dos caballos ensillados.

—Vamos a cabalgar un poco, princesa —le dijo, con una media sonrisa y la mirada que le mojaba la bombacha.

Catalina, enfundada, con sombrero y botas, short diminuto, ajustado y sin ropa interior, montó con elegancia. Pero el roce del sillín con su vagina ya la tenía temblando antes de llegar al primer cerro.

Cruzaron el campo hasta un claro rodeado de árboles. Sol, pasto alto, y silencio.

Tomás la ayudó a bajar. La apoyó contra el tronco de un árbol y le bajó el short de un tirón. Catalina ya estaba empapada. Se lamió los dedos, se abrió los labios de la concha y le dijo:

—Cogeme encima del caballo. Quiero montarte como si fueras mi semental.

Tomás no dijo una palabra. Se subió a su caballo, se bajó el cierre y sacó esa pija gruesa, dura, palpitante. Catalina se trepó de un salto, se colocó sobre él, y bajó lentamente su concha sobre ese pene. hasta sentirla entera adentro.

—¡Mierda! —gritó—. ¡Está más grande que nunca, hijo de puta!

Cabalgaba como una diosa: tetas rebotando, pelo al viento, gimiendo sin pudor mientras el caballo trotaba lento. Tomás le agarraba las nalgas, las abría, le metía un dedo en el culo mientras ella cabalgaba su pija como si fuera la dueña del campo… y de su cuerpo.

—Te amo, carajo —jadeó Catalina, sudando—. Me volviste adicta a vos… a esta pija… a tu olor… a todo.

Tomás la besó salvaje, y la cogió de pie, a un costado del caballo, empujándola con todo su pene, hasta que ella acabó gritando, temblando entre sus brazos.

Cuando terminaron, se acostaron desnudos sobre la hierba, cubiertos por el sol del mediodía.

Catalina le acarició el pecho y sonrió.

—Si me quedo, ¿me seguíras cogiendo así todos los días?

—Si te quedás, te hago mía cada mañana antes de que salga el sol.

Ella lo miró, seria.

—Entonces andá ensillando ese caballo … porque no pienso volver a la ciudad.

Catalina ya no era la mujer de ciudad que había llegado al campo con soberbia. Ahora, cada amanecer la encontraba desnuda, montada sobre él pene de Tomás, con el cuerpo rendido y la piel marcada por el sol, la tierra… y el amor salvaje que él le hacía.

Una tarde calurosa, mientras el sol caía naranja sobre la llanura, Tomás le propuso dar un paseo a pie hasta el arroyo. Catalina aceptó, sabiendo que si él decía “paseo”, significaba terminar desnuda y sin fuerzas.

Llegaron al arroyo, donde el agua corría clara y fría entre piedras suaves y pasto húmedo.

Catalina se quitó la ropa despacio, dejando que él la mirara. Se metió al agua hasta los muslos, se agachó, y con una sonrisa sucia dijo:

—Traéme esa pija , gaucho. Tengo la boca seca.

Tomás se acercó, sacándose el pantalón, con la pija gruesa y palpitante. Catalina se arrodilló en el agua y la tomó con ambas manos, le dio un beso lento en la punta y luego se la metió entera en la boca, chupando como una desesperada, jadeando entre lengüetazos mientras él le acariciaba el pelo.

—Eso es, tragátela toda… —murmuró él.

Ella se sacó la verga de la boca, se acostó en el pasto húmedo y abrió las piernas:

—Ahora montame, que quiero sentirla adentro, bien profundo.

Tomás se tiró encima, la penetró, haciéndola gemir alto, embistiendo como si el mundo se acabara. Ella cabalgó su pene como una yegua salvaje, con el pelo mojado, las tetas botando, y el chupandoselas 

—Me estás volviendo adicta… —susurró, mordiendo su labio.

La cogió de lado, luego de espaldas, la penetró con fuerza mientras ella le pedía más, más, más. Entonces le escupió el culo, lo abrió con los pulgares, y se lo metió lento, haciéndola gritar de puro placer.

—¡Sí, Tomás, llename el culo, rompemelo, haceme tuya!

La cogió con el río como música de fondo, con el sol calentando sus cuerpos mojados, con las manos llenas de tierra y pasión.

Cuando sintió que iba a acabar, se la sacó de adentro, se la pajeó unos segundos y le acabó en las tetas, cubriéndole los pezones con chorros calientes que ella se untó con los dedos y se lamió, mirándolo a los ojos.

—Sos mía, y de nadie más —dijo él.

—Siempre lo fui, pero no lo sabía… hasta que me rompiste el alma y el culo.

Se abrazaron desnudos, respirando agitados, sabiendo que eso no era solo sexo. Era algo más. Era sucio, sí. Intenso. Pero también… inevitable.
puta

1 comentarios - 7📑La Soberbia y su Capataz

Cacho6922
Q rubia puta 🔥🔥🔥