
Angela vive en una rutina solitaria debido a la ausencia de su marido. Todo cambia cuando John y su hijo Juan entran en su vida, despertando deseos reprimidos. Una mañana, Juan llega a la casa y la tensión sexual entre ellos es evidente. La situación se complica cuando John también aparece, y amb...
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Angela se había encontrado a sí misma deslizándose en una rutina que nunca había imaginado. Con su marido ausente la mayor parte del tiempo, las mañanas en la casa se habían vuelto silenciosas, casi solitarias. Pero desde aquel encuentro con John en el jardín, algo había cambiado. Las miradas que intercambiaban ya no eran inocentes; estaban cargadas de un deseo que ambos intentaban ignorar, pero que era imposible de ocultar.
Una mañana, mientras Angela preparaba el desayuno en la cocina, escuchó el sonido de un motor acercándose. No era el coche de su marido, eso lo sabía de memoria. Curiosa, se asomó por la ventana y vio a un joven bajando de un deportivo negro. Su corazón dio un vuelco al reconocerlo: era Juan, el hijo de John. No lo había visto en años, pero recordaba las historias que John le había contado sobre él: un mujeriego empedernido, tan seductor como su padre, pero con la energía y la audacia de la juventud.
Juan entró en la casa con una sonrisa confiada, como si el lugar le perteneciera. Llevaba una camiseta ajustada que resaltaba sus músculos y unos vaqueros desgastados que se ajustaban perfectamente a su cuerpo. Angela sintió un calor inesperado en sus mejillas al verlo.
—¿Dónde está mi padre? —preguntó Juan, apoyándose en el marco de la puerta de la cocina.
—No está —respondió Angela, intentando mantener la voz firme. —Salió temprano.
Juan la miró con intensidad, sus ojos oscuros escudriñándola de arriba abajo. Angela se sintió expuesta, como si él pudiera ver a través de su bata de seda.
—Entonces estamos solos —murmuró él, acercándose un paso más. —¿Qué tal si aprovechamos la oportunidad?
Angela retrocedió instintivamente, pero Juan la siguió, acorralándola contra la encimera. Su proximidad era abrumadora, su aroma a colonia masculina y juventud invadiendo sus sentidos.
—No deberías hacer esto —susurró ella, aunque su voz sonaba débil, casi como una invitación.
Juan sonrió, una sonrisa que era tan seductora como la de su padre.
—¿Y por qué no? —preguntó, deslizando una mano por su brazo. —La vida es corta, Angela. Y tú eres demasiado hermosa para pasarla esperando a un hombre que nunca está.
Antes de que Angela pudiera responder, escucharon la puerta principal abrirse. Ambos se congelaron, pero el sonido de pasos les indicó que no era su marido. Era John, que llegaba con su habitual energía contagiosa.
—¡Angela! —exclamó John al entrar en la cocina. —¿Dónde está mi café?
Angela se giró, su corazón latiendo con fuerza. John la miró, y luego a su hijo, y una sonrisa pícara se extendió en su rostro.
—Veo que ya se han conocido —dijo, guiñándole un ojo a Juan.
Juan se acercó a su padre, poniendo un brazo sobre sus hombros.
—Solo estábamos charlando —dijo, mirando a Angela con una intensidad que la hizo temblar.
John se volvió hacia Angela, su mirada llena de complicidad.
—¿Por qué no nos preparas ese café, querida? —sugirió, su tono cargado de doble sentido.
Angela asintió, sus manos temblorosas mientras ponía la cafetera en marcha. Sentía las miradas de ambos hombres sobre ella, como si la estuvieran desnudando con los ojos. El aire en la cocina se había vuelto pesado, cargado de tensión sexual.
Mientras el café se preparaba, Juan se acercó a ella por detrás, sus manos deslizándose por su cintura. Angela contuvo el aliento, su cuerpo respondiendo a su toque a pesar de su resistencia mental.
—No deberías hacer esto —repitió, aunque su voz era apenas un susurro.
—¿Y por qué no? —preguntó Juan, su aliento caliente en su oído. —¿Por qué no dejarte llevar por una vez?
Antes de que Angela pudiera responder, John se acercó, su presencia dominante llenando el espacio.
—¿Por qué no nos dejamos de preguntas y pasamos a la acción? —sugirió, su voz ronca y seductora.
Angela sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Los dos hombres la rodeaban, sus manos beginning a explorar su cuerpo con una confianza que la desestabilizaba. Juan deslizó sus manos por sus pechos, masajeándolos a través de la seda de su bata, mientras John se arrodillaba frente a ella, deslizando sus manos por sus muslos.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Angela, aunque su cuerpo ya estaba respondiendo, su piel erizándose con cada toque.
—Lo que deberíamos haber hecho hace tiempo —respondió John, levantando la mirada hacia ella con una intensidad que la dejó sin aliento.
Juan la giró, presionándola contra la encimera, y comenzó a besar su cuello, sus labios dejando un rastro de fuego en su piel. Angela cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que la inundaban. John, por su parte, deslizó sus manos bajo su bata, sus dedos expertos encontrando su centro ya húmedo.
—Estás tan lista para nosotros —murmuró John, su voz cargada de deseo.
Angela gimió, su cuerpo arqueándose hacia adelante mientras Juan la besaba con pasión, su lengua invadiendo su boca con una urgencia que la dejó sin aliento. John, entretanto, la penetró con un dedo, moviéndolo con un ritmo que la hizo gemir en la boca de Juan.
—¿Te gusta, verdad? —susurró Juan, sus labios rozando los suyos. —¿Te gusta cómo te hacemos sentir?
Angela no pudo responder, su cuerpo consumido por el placer. Juan la levantó, sentándola en la encimera, y se arrodilló frente a ella, deslizando su bata por sus hombros y liberando sus pechos. John se unió a él, besando y lamiendo sus pezones, mientras Juan deslizaba sus manos por sus muslos, abriéndolos para tener mejor acceso.
—Eres tan hermosa —murmuró Juan, su voz llena de admiración.
John se levantó, desabotonando sus pantalones y liberando su erección. Angela sintió un escalofrío de anticipación al verla, gruesa y dura, prometiendo un placer que ya no podía negar.
—¿Estás lista para nosotros? —preguntó John, su voz ronca de deseo.
Angela asintió, su cuerpo temblando de necesidad. Juan se posicionó detrás de ella, su erección presionando contra su entrada, mientras John se colocaba frente a ella, su miembro a centímetros de su boca.
—Toma —ordenó John, empujando su erección hacia sus labios.
Angela abrió la boca, aceptando su miembro, mientras Juan la penetraba por detrás, llenándola con un movimiento lento y deliberado. El placer fue abrumador, su cuerpo estirado entre los dos hombres, cada uno reclamando una parte de ella.
Juan comenzó a moverse, su cadera chocando contra la suya con un ritmo constante, mientras John guiaba su cabeza, haciendo que lo chupara con más fuerza. Angela se sintió perdida en un mar de sensaciones, su mente en blanco, su cuerpo respondiendo solo al placer.
—Más rápido —gimió Juan, su voz cargada de urgencia.
John aceleró el ritmo, su miembro deslizándose en su boca con más fuerza, mientras Juan la embestía con una intensidad que la hizo gritar. El sonido de la carne chocando contra la carne llenó la cocina, mezclándose con sus gemidos y sus susurros sucios.
—Eres tan puta —murmuró Juan, su voz llena de admiración. —Te encanta, ¿verdad?
Angela no pudo responder, su cuerpo consumido por el placer. John la soltó, moviéndose hacia atrás, y se posicionó frente a ella, su erección a punto de estallar.
—Quiero verte correrte —ordenó, su voz dominante.
Angela gimió, su cuerpo al borde del orgasmo. Juan aceleró el ritmo, sus embestidas cada vez más profundas, mientras John la miraba con intensidad, su mano deslizándose por su cuerpo, estimulando su clítoris.
—¡Ahí! —gritó Angela, su cuerpo arqueándose mientras el orgasmo la inundaba.
Su grito llenó la cocina, su cuerpo temblando mientras Juan y John la llevaban al clímax juntos. Juan gimió, su cuerpo tensándose mientras se corría dentro de ella, llenándola con su semen, mientras John se corría sobre sus pechos, su esperma caliente y espeso deslizándose por su piel.
Angela cayó hacia adelante, su cuerpo exhausto, pero satisfecho. Juan la sostuvo, sus brazos fuertes alrededor de ella, mientras John la besaba, su boca reclamando la suya con pasión.
—Eso fue... increíble —susurró Angela, su voz aún temblorosa.
Juan sonrió, su mirada llena de satisfacción.
—Solo es el principio —prometió, su voz cargada de promesa.
John asintió, su mano deslizándose por su espalda.
—Ahora eres nuestra —declaró, su voz dominante. —Y te vamos a hacer sentir cosas que nunca imaginaste.
Angela sintió un escalofrío de anticipación, su cuerpo ya anhelando más. Sabía que había cruzado una línea, pero en ese momento, con los dos hombres que la rodeaban, no podía imaginar un lugar donde quisiera estar más.
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