Mi jefa de piso

Cuándo entré a trabajar en Liverpool como vendedor conocí a María Antonieta. Una mujer de 30 años, alta y con un cuerpo escultural. Era mi jefa de piso. Vestía de manera formal y su maquillaje era discreto y muy natural. Siempre usaba traje sastre con falda ó vestidos que la hacían parecer de la realeza. Otra cosa que la hacían verse más hermosa de lo que ya era, eran sus zapatos. Siempre usaba zapatos de tacón y le hacían lucir unas piernas muy largas y torneadas.

Pero su belleza y elegancia no es lo único que me hacía suspirar. En realidad fue su aroma lo que más llamaba mi atención. Usaba un perfume tan delicado que de solo sentir su fragancia en el aire me hacía imaginar situaciones muy eróticas con ella.

María Antonieta es una mujer con un carácter muy alegre y sofisticado, a quien no le incomoda tener cualquier tipo de plática. Es de mente abierta y siempre tiene temas muy inteligentes para charlar.

Por razones obvias de trabajo, ella y yo comenzamos a convivir mucho y tuvimos varias conversaciones laborales y personales. En esas conversaciones personales, supe que era casada y que aún no quería tener hijos. De mí sabía que tenía una relación ligeramente formal con una chica de 19 años, que era muy celosa y posesiva conmigo. Pero ni su matrimonio ó mi tóxico noviazgo impedía que fuéramos buenos compañeros y nos lleváramos bien.

Ella siempre salía de trabajar a las 9 de la noche y regularmente nos encontrábamos en la parada del camión. Ella no vivía lejos de Liverpool pero prefería viajar en camión que caminar sola por las calles. Así que empezamos a platicar mucho más durante el corto trayecto que compartíamos en el transporte. Dé está manera nuestro compañerismo se convirtió en una buena amistad.

Durante una venta nocturna esa buena amistad se fortaleció cuando tuvimos una situación. Nos tocó dar apoyo a una persona que se estaba ahogando y perdió el conocimiento. María Antonieta y yo fuimos rápidamente a ayudarle. (Cabe hacer mención qué María Antonieta y yo tenemos varios cursos de primeros auxilios). A partir de ese acontecimiento, María Antonieta y yo supimos que podíamos confiar el uno del otro, dando pie a situaciones laborales de más confianza.

Ese día salimos muy noche. Durante el camino a la salida de empleados me preguntó como regresaría a mi casa, a lo cual le respondí que ya era muy tarde y ya no había transporte público. Quizá me quedaría en algún hotel de mala muerte ó en alguna banca de un parque cercano. Después de esa pequeña broma ambos reímos. Ella de forma muy amable ofreció darme asilo en su casa, a lo cual con pena no pude rehusarme. Caminamos hasta el estacionamiento, y nos fuimos en su motoneta. Me comentó que solo usa la motoneta en las ventas nocturnas, y que personalmente prefiere el transporte público. Ya que tiene miedo de que algún otro vehículo le provoque un accidente.

Después de algunos minutos llendo como pasajero, llegamos a su departamento. Era pequeño pero muy cálido y acogedor. De inmediato me ofreció una taza de café ó una copa de vino tinto. Naturalmente escogí el vino, y ella se sirvió una copa también. Platicamos un rato en la sala y resultó que ese fin de semana su esposo había ido a ver a su madre, y no se encontraba en casa. Me dijo que no le gustaba estar sola y por eso se había animado a invitarme. Unos minutos después y con un poco de mareo pregunté, cómo nos acomodaríamos para dormir. Me atreví a decirle que por andar en la motoneta me dio frio y que deberíamos dormir abrazados. (Me reí para dar a entender que era broma). Ella sonrió y dijo:
- Sin un besito, ¿así nada más?.

Inmediatamente respondí con una sonrisa nerviosa:
- Ha pues por besos no paramos.

María Antonieta de forma coqueta me retó diciendo:
- Quiero ver si es cierto.

La copa de vino tinto mé dio el valor suficiente, y me acerqué lentamente. La mire fijamente a los ojos y poco a poco acerqué mis labios a los suyos. Muy grande fue mi sorpresa cuando respondió el beso de una manera apasionada. Lentamente comencé a quitarle el saco y ella hizo lo mismo conmigo. Ya sin saco y con algunos botones de su blusa desabrochados se puso de rodillas frente a mí. Comenzó a desabrochar mi cinturón para luego seguir con el pantalón. Sacó mi pene erecto lentamente y comenzó a olfatearlo para luego frotarlo en su rostro, y lamerlo muy despacio de arriba a abajo. Metió mi pene a su boca y de forma experta comenzó a darme la mamada de mi vida. Sentía como si saliera mi alma del cuerpo. Me era difícil mantenerme en pie. Solo veía como su cabeza se movía como si de una actriz porno se tratase. Me percaté que levantó su falda y con sus manos se estaba masturbando. Pronto comenzó a gemir y dar unos ligeros saltos que me indicaban que estaba al borde del orgasmo. Eso me excitó tanto que no pude contenerme más, y terminé eyaculando dentro de su boca. El semen escurría cayendo en sus senos ligeramente expuestos. Unas gotas de semen colgaban de sus labios dando un aire de erotismo increíble. Sin dejar de mirarme tomó el semen derramado en su pecho con uno de sus dedos, y se lo llevó a la boca hasta terminarlo por completo.

Me senté fatigado en el sofá. Aun podía sentir mi corazón acelerado. María Antonieta me miró y aún de rodillas se quitó sus pantimedias y su pantaleta. Se dio la vuelta poniéndose en 4 dejando sus nalgas totalmente a merced de mi mirada. Recostó su cabeza, y sus caderas y sus nalgas se abrieron aún más. Ella comenzó a tocarse de manera suave y delicada. Era tan excitante ver cómo se abrían sus nalgas y se dilataba su ano, que no me pude contener. Mi pene se puso duro otra vez, pero yo me encontraba hipnotizado por ese ano rosado que me invitaba a devorarlo. Me puse justo detrás de ella. Puse mis manos sobre sus nalgas y sumergí mi lengua en su ano. En ese momento fue como si ella hubiera recibido una descarga eléctrica. Sentí como se erizaba toda su piel mientras escuchaba sus gemidos. Eso me excitó aún más. Al estar tan cerca de sus nalgas pude sentir en mi boca el palpitar de su ano y no podía dejar de lamerlo cada vez con más desesperación.

Empecé a meterle dos dedos por su vagina y con otro dedo le masajeaba el clítoris. Sentí el temblor de sus piernas y de todo su cuerpo, hasta que un chorro de fluidos mé llenó las manos y parte de la boca. De inmediato baje mi lengua a su vagina y la acaricié de manera frenética. No dejaba de acariciar su clítoris con la lengua y ella no dejaba de llenarme el rostro con sus fluidos.

Me encontraba demasiado excitado y no me pude contener. Me incorporé y me dispuse a penetrarla por el ano pero gritó de forma muy sensual:
- No. Por ahí no. Por favor.
Me pidió casi rogando que se lo metiera por la vagina. Fue increíble ver como me suplicaba que le metiera mi pene. Al penetrarla pude sentir como su vagina apretó mi miembro. Sentí como si lo succionaran. Fue algo tan delicioso que no tarde mucho en venirme dentro de ella.

Después de esa mágica situación nos quedamos dormidos sobre su alfombra hasta que el frio nos despertó. Nós fuimos a su habitación, nos desnudamos y nos acostamos en su cama. Puedo presumir que dormimos abrazados hasta que sonó el despertador.

Después de esa sexual experiencia, cada que nos veíamos en el trabajo intercambiábamos miradas recordando lo que sucedió después de esa venta nocturna, deseando poder repetirla algún día.

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