Intriga Lasciva - El Instituto [29]

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Intriga Lasciva - El Instituto [29]






 Capítulo 29.


Yelena.


No fue fácil explicarle al mundo que ya no sería más Cristian, y que de ahora en adelante debían llamarla Yelena. Quienes menos pudieron comprender este abrupto y repentino cambio fueron sus padres. Lisandro López Carrera siempre creyó que su hijo se haría cargo de la empresa familiar. Lo crió para eso. Le enseñó todo lo que sabe sobre el mundo de los negocios y cómo mover grandes sumas de dinero, y lo educó para que pudiera distinguir una buena cosecha de una mediocre. La familia López Carrera es conocida en Mendoza por ser propietarios de numerosos viñedos de donde salen algunos de los mejores vinos del país. “Producir uvas para el vino es tanto una ciencia como un arte”, solía decirle su padre. Lisandro fue criado con la convicción de que el hombre es la cabeza de la familia, quien tiene la obligación de proveer. Cuando su esposa quedó embarazada, sufrió una gran desilusión al enterarse que tendría una hija. Así nació Rebeca, quien pasó años intentando comprender el negocio familiar, a hurtadillas… porque a su padre no le gustaba que una chica se metiera en los asuntos de negocio. “Las mujeres son demasiado sensibles, carecen de la mente fría que requieren los negocios”, solía decir a quien le pidiera su opinión. 
Además, Lisandro no estaba obligado a dejar su empresa a cargo de su hija, porque la vida le sonrió dándole a Cristian. El día que su primer hijo varón llegó al mundo, organizó una gran fiesta a la que acudieron todos los estancieros de la zona. Fue una gran carneada con abundante vino de la mejor calidad. Eran tiempos de buena fortuna y había que celebrar.
Desde entonces todo marcharía bien para los López Carrera. El tener un hijo varón que heredaría la empresa familiar dio una inyección de energía a Lisandro y consiguió hacer muy buenos tratos, y las cosechas acompañaron. Él sigue afirmando que desde que nació su hijo sus viñedos producen las mejores uvas del país. 
Cristian creció como un chico obediente, respetuoso, atento, inteligente… quizás algo tímido. Aún le faltaba desarrollar esa mentalidad de “Tiburón de los negocios”, pero esto no era un problema para Lisandro. El tiempo se encargaría de curtir a su hijo.


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Para Lisandro Pérez Carrera uno de los peores momentos de su vida ocurrió durante una cena con un grupo inversionista. Su hijo Cristian ya tenía dieciocho años y solía presenciar estas reuniones, para aprender cómo agasajar y al mismo tiempo negociar con futuros inversionistas. “Es todo un arte, prestá atención”, le había dicho su padre. 
Lisandro estuvo tan atento al líder del grupo de inversionistas que no prestó atención al intercambio de miradas entre Cristian y uno de los socios del grupo. Un hombre de unos cuarenta años, de mandíbula cuadrada, perfectamente afeitado, prolijo cabello negro entrecano. Todo un galán. Lisandro pensó que su hija Rebeca lo encontraría muy simpático y atractivo. Hasta pensó en presentárselo. La chica ya tenía veinte años y Lisandro no veía mal la diferencia de edad. Menos cuando podía traer beneficios a la familia. 
Lo que jamás imaginó fue la escena con la que se encontró después de la cena, al salir del baño. Para volver al lujoso living, donde se había trasladado la reunión, tuvo que cruzar un pasillo que daba a una pequeña taberna que él mismo había mandado a construir. Más tarde invitaría a los inversores a tomar una copa de vino mientras escuchaban a alguna banda de jazz en vivo. En ese momento la taberna debería estar vacía, por eso se sorprendió al escuchar voces. Pensó que se trataría de algunos de sus numerosos empleados, que estaban poniendo a punto los últimos detalles. Por eso entró, quería asegurarse de que todo estuviera en su lugar. Y allí lo vio… Cristian… de rodillas frente a ese apuesto hombre de negocios… comiéndole la verga. Sí. Su hijo, el mismo hijo que él había criado para hacerse cargo de la empresa familiar, le estaba comiendo la verga a un tipo… como si fuera un puto cualquiera.
Lisandro sintió que el mundo se le venía abajo. No podía creer que su único hijo varón se estuviera comportando de esa manera. Esto podía ser una vergüenza familiar. La ruina absoluta. Él no podía ser el padre de un maricón. Y sin embargo, ahí estaba Cristian, haciendo un gran esfuerzo por tragar toda esa ancha verga. La estaba chupando con verdadero entusiasmo. 
Ni el hombre de negocios ni Cristian se percataron de la presencia de Lisandro. El dueño de casa entró y salió tan rápido que no llegaron a verlo. Decidió no montar un escándalo y esperó hasta que la reunión concluyera. Tuvo que volver a tratar con los demás inversores y debió hacer un esfuerzo titánico para mantenerse alegre y profesional, como si no hubiera visto a su hijo tragando pija como si fuera un campeonato de putos. 
Cristian y su nuevo amigo se sumaron a la reunión unos minutos más tarde y esta vez Lisandro fue perfectamente consciente del intercambio de miradas entre ellos dos.
Dos horas más tarde, luego de que la banda de jazz se hubiera retirado y la reunión ya se haya declarado finalizada, el tipo apuesto se acercó a Lisandro y le estrechó la mano con firmeza mientras decía: “Tenía mis dudas sobre invertir en estos viñedos, pero su hijo me convenció de hacerlo. Es un buen pibe”. 
Lisandro, que estaba esperando a que los inversores se retiraran para hacerle a su hijo el escándalo más grande de su vida, tuvo que tragarse su orgullo. Le dio miedo que una discusión con Cristian pudiera tirar a la basura un negocio tan importante. ¿Y si su hijo convencía al tipo de no invertir? ¿Sería capaz de hacerlo?
Decidió no arriesgarse.
Dejó pasar una semana y ya con la mente más fría, encaró a Cristian una tarde de domingo en la que ninguno de los dos tenía nada mejor que hacer. Estaban tomando un café en el living cuando Lisandro dijo:
—Sé lo que hiciste para convencer a uno de los inversores —Cristian se puso tenso, ahora, de pronto, él era quien sentía que todo el mundo se caía a pedazos—. Te vi en la taberna. No sabía que tenía esa clase de talentos.
—Emmm… puedo explicarlo, papá… yo este…
—Quiero creer que lo hiciste porque era estrictamente necesario para cerrar el negocio. Es un método que no puedo celebrar, sin embargo… debo admitir que funcionó. No vamos a volver a hablar del asunto. Solamente quería pedirte que no vuelvas a hacer una cosa así… mucho menos en mi casa. ¿Está claro?
—Sí, señor —dijo Cristian, con un nudo en la garganta—. Pero… em… quiero aclarar una cosa. No lo hice por los negocios. Sino por… curiosidad. Fue simplemente eso. Cedí ante la curiosidad…
—Mmm… ya veo, eso puedo respetarlo. Aunque no debe volver a ocurrir.
—No volverá a ocurrir, papá. Perdón. 
El joven muchacho subió a su habitación y se pasó el resto del día llorando. ¿Cómo haría para explicarle a su padre que lo que hizo no tenía nada que ver con los negocios? ¿Cómo le explicaría que ni siquiera era la primera verga que se comía?
La primera había sido unos meses atrás, cuando descubrió a Ernesto, uno de los empleados de mantenimiento, haciendo algo que podría costarle el trabajo… y los testículos. Se estaba cogiendo a la hija del jefe.
A Cristian le resultó muy extraña esta escena. Rebeca, su hermana, una chica que se había criado orgullosa de pertenecer a la alta sociedad (quizás demasiado orgullosa). Solo salía con pibes que estuvieran a la altura, tanto económicamente como en apariencia. Su último novio había sido un rubio de ojos celestes que era modelo. Y ella no desencajaba en absoluto junto a semejante adonis. Rebeca es bajita, pero tiene unas curvas que son imanes para miradas, un culo que suele vestir con ajustados pantalones (principalmente blancos) y un buen par de tetas, que no son muy grandes, pero sí están bien formadas. Siempre las luce con escotes que rozan lo indiscreto. Su cabello negro forma perfectos bucles que le caen sobre los hombros y para rematar, están sus ojos verdes de gata. Cristian los tiene iguales, aunque él está seguro que en su hermana lucen mejor. 
¿Qué carajo hacía Rebeca en cuatro patas sobre su cama siendo montada brutalmente por un tipo que no le llegaba ni a los talones? 
Ernesto era morocho, retacón, con cara tosca, como de boxeador que perdió demasiadas peleas. Espalda ancha y de andar torpe… y además, tenía casi cuarenta años. No era más que un pobre “empleaducho”, como solía llamarlos ella. Más de una vez Cristian la había escuchado decir “Ese negro de mierda no deja de mirarme el orto, lo voy a hacer echar”. Y ahora ese “negro de mierda” le estaba hundiendo todo el pedazo en la concha… y ella chillaba, pataleaba y pedía más… suplicaba por más. La quería hasta el fondo, la quería más duro… y él se la daba.
Cristian espió toda la escena desde el umbral de la puerta, tanto su hermana como Ernesto le estaban dando la espalda, no tenían forma de verlo. Cuando prestó más atención a la escena creyó encontrar la clave de por qué su hermana se estaba rebajando tanto.
El modelo rubio de ojos celestes pasó a ser su ex-novio porque, según ella, era un pitocorto. Y ella no puede ser feliz con un tipo que sea incapaz de satisfacerla. A Cristian siempre le pareció que su hermana decía estas cosas para que sus amigas (de la alta sociedad) se rieran. Nunca creyó que hablara en serio… hasta ese día.
Porque Ernesto podía parecer un orangután afeitado; pero tenía una pija ancha como una botella de medio litro de Coca-Cola. También era considerablemente larga. Y todo eso estaba entrando y saliendo de la dilatada concha de su hermana. “Ay, sí… matame a pijazos, así… rompeme toda”, suplicaba ella. 
—Te dije que ibas a ser mi putita —respondió Ernesto—. Te dije que te ibas a enamorar de mi pija.
—Ay… sí… amo tu pija. Damela toda. No pares. 
Cristian tuvo que ir a su pieza a masturbarse, la escena lo había dejado demasiado excitado; pero no era el encanto femenino de su hermana lo que le atrajo. Toda su líbido estaba centrada en esa pija. Nunca había visto una tan linda en vivo y en directo. Llevaba tiempo mirando videos de mujeres chupando grandes vergas y su imaginación siempre terminaba recorriendo las mismas morbosas ideas. Quizás la mayoría de los hombres al ver esos videos se hubieran puesto en el rol del que recibía la felación. Pero él no… siempre se imaginaba como la chica que tragaba verga. El encanto de probar una de verdad se volvía cada vez más fuerte… más irresistible. 
Por eso unos días más tarde encaró a Ernesto y le habló de frente y en confidencia: “Sé que te cogés a mi hermana y sé que mi papá te mataría si se entera. No le cuento nada, con una condición…”
Dos minutos más tarde Cristian ya estaba de rodillas, luchando por tragar una verga que exigía su mandíbula al límite. Fue uno de los momentos más felices de su vida. Cada segundo tragando esa pija hizo que el corazón le latiera de emoción. Y cuando recibió la abundante descarga de semen, se lo tragó todo. También había fantaseado con eso mil veces… y por fin lo estaba probando. Por fin estaba tragándose la leche de un macho pijudo. 
En ese momento no se cuestionó si lo que había hecho era homosexual o no. Simplemente se trataba de una fantasía que le resultaba atractiva y se sintió orgulloso de haberla llevado a la práctica cuando tuvo la oportunidad. Y que además… dios… la pija de Ernesto. ¡Qué maravilla! Cristian estaba convencido de que cualquiera que pudiera probarla (hombre o mujer) la disfrutaría a pleno. El tipo simplemente tenía un pedazo que valía la pena comerse.
Al otro día lo llamó otra vez a su cuarto, para hacerle un pete. En esta segunda ocasión los dos se mostraron más animados. Cristian le puso aún más énfasis a la felación y Ernesto se animó a decirle cosas como “La chupás mejor que la putita de tu hermana”. Creía que Ernesto era un poco hijo de puta por hacerse chupar la pija por el hijo y por la hija de su jefe, también lo consideraba un bruto y un salvaje que no dudó en agarrarlo de los pelos y hundirle la pija hasta el fondo de la garganta. Sin embargo, todo eso le gustaba. Le excitaba saber que tanto él como su hermana habían sucumbido ante los atributos carnales de un cavernícola. 
Cristian y Ernesto repitieron esta escena varias veces, y en una de estas ocasiones fue cuando nació su alter ego. A Cristian le pareció divertido replicar esa fantasía donde él era la chica. Por eso se compró una peluca similar al pelo de su hermana. Se maquilló, tal y como lo hubiera hecho Rebeca, con mucho énfasis en el delineador de ojos, para acentuar su imagen de gata, y se vistió con una pollera cortita a cuadros y una camisa blanca. Parecía una colegiala de dieciocho años. 
—Quiero que al verme así, te olvides de Cristian —había dicho él mismo.
—Ajá, muy bien… ¿y cómo puedo llamarte?
—Em… decime Yelena. 
Para terminar de construir su personaje, había buscado listas de nombres femeninos, ninguno le convencía, hasta que encontró ese. Fue amor a primera vista. “Si fuera mujer, me gustaría llamarme así”, pensó.  
A Ernesto le gustó tanto verlo así que no solo se dejó chupar la pija, sino que además estuvo a punto de metérsela por el culo. Sin embargo a Cristian le pareció que eso era demasiado. En su fantasía no había sexo anal. Por suerte Ernesto no insistió mucho. La secuencia fue rápida, se colocó detrás de Cristian, le bajó la tanga y apuntó directo hacia su culo.  
—No, no… no… eso sí que no —dijo Yelena, apartándose inmediatamente.
—Ah, perdón… pensé que te gustaría. Como te gusta jugar a ser nena…
A Cristian… mejor dicho, Yelena, nunca se le había pasado por la cabeza que al transformarse en mujer tuviera que someterse a la tortura del sexo anal. Claro, no tenía vagina; pero eso no significaba que tuviera que gustarle recibir una pija por el culo. 
Ernesto no insistió, se limitó a disfrutar del talento de Yelena para chuparla, estaba mejorando día a día… y nunca tenía problema para tragarse la leche. No como esa putita histérica de Rebeca, con ella a veces debía ponerse un poco… brusco, para que se tragara la leche. Debía meterle la verga en la boca a la fuerza justo antes de eyacular. Aunque debía admitir que hacer esto le calentaba… y estaba seguro de que a ella también le gustaba. “Para ser una cheta ricachona, bien que te gusta tragar la leche de este negro de mierda”, solía decirle él.
Rebeca aún lo maltrataba verbalmente, en especial frente a sus amigas. Sin embargo, cuando Ernesto la agarraba dentro de alguna habitación cerrada, ahí podía cobrar venganza. Esa puta se sometía ante él y rebuznaba pidiendo más pija. 


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Las aventuras de Yelena continuaron. Cristian ya tenía asumido que le gustaba chupar vergas y luego de animarse con el nuevo inversor de su padre, decidió ir más lejos. Le propuso a Ernesto que le dijera a alguno de sus amigos de confianza que Yelena estaba dispuesta a chuparle la pija. Y así fue cómo apareció en escena Marcos, un muchacho joven, de la edad de Rebeca, de buen porte físico. Él se encargaba de la jardinería de la inmensa casa de los López Carrera, y más de una vez había atraído las miradas tanto de Rebeca como de Agustina, la madre de Cristian. 
Con Marcos tuvo mejor onda, quizás porque tenían casi la misma edad… o tal vez fuera porque Marcos era bisexual. Este muchacho no solo se limitó a recibir una felación por parte de la increíble Yelena, sino que también le devolvió el favor. Yelena no podía creer lo bien que se sentía que alguien le chupara la pija. Hasta ese momento nunca lo había experimentado y poder disfrutarlo mientras Ernesto le metía su verga hasta el fondo de la garganta fue una experiencia maravillosa. 
Cristian y Marcos… mejor dicho, Yelena y Marcos se hicieron buenos amigos. Muy buenos amigos. Pasaban juntos casi todo el día, y no había problemas con esto, siempre y cuando Marcos no descuidara sus labores. Gracias a este pibe Yelena aprendió que había hombres que disfrutaban mucho tener relaciones sexuales con mujeres con pene. Lo encontraban increíblemente atractivo. 
Gracias a Marcos Yelena probó su primer culo. El chico ya tenía experiencia en sexo anal, el mismo Ernesto ya había pasado por ahí en más de una ocasión. Por eso era el culo perfecto para empezar a practicar. Y Marcos se dejó coger por el culo muchas veces, y no tendría problema en hacerlo muchas otras más, siempre y cuando respetaran la única norma: Él quería coger con Yelena, no con Cristian. Y a Yelena esto le encantaba. Cada vez se sentía más cómoda en su nuevo rol, incluso ya le estaba costando volver a la tediosa “normalidad” de Cristian.
Un día Lisandro sorprendió a Yelena, hasta ese momento nunca la había visto. Jamás se le cruzó por la cabeza que a su único hijo varón le gustara disfrazarse de mujer. Su cerebro casi colapsó al verlo, porque al principio creyó que la chica que estaba de rodillas chupándole la verga a Marcos era Rebeca. Esto le hubiera molestado un poco, aunque no demasiado. No podía prohibir a su hija disfrutar de sus apetitos sexuales. Solo le hubiera molestado el atrevimiento de uno de sus empleados a jugar con la hija del jefe. Pero luego observó bien la escena y descubrió que esa chica increíblemente parecida a Rebeca en realidad tenía… ¿pene? 
¿Cómo podía ser esto? Era ridículo. Sin embargo ahí estaba… masturbando con su mano un gran pene erecto, mientras chupaba el de Marcos con devoción. 
Y entonces lo entendió. La única explicación lógica posible. Ese tenía que ser Cristian… disfrazado como su hermana. 
Una vez más Lisandro sintió todo su mundo derrumbarse. Su hijo le había prometido que no volvería a hacer eso… y no solo lo estaba haciendo, sino que ahora se vestía de puta. 
Tuvo que tomar cartas en el asunto, pero no lo hizo de forma directa, irrumpiendo en la habitación. Ese no es su estilo. A Lisandro le gusta mover los hilos desde las sombras. 
Cualquier hombre colérico en su posición hubiera echado a Marcos de inmediato. Sin embargo, Lisandro sabía que hacer esto era un error. Solo conseguiría que su hijo se pusiera a la defensiva para proteger a su “amiguito”. Incluso el mismo Marcos podría demandarlo por echarlo sin motivo alguno. No quería que todo esto se convirtiera en un escándalo. Por eso optó por una movida mucho más inteligente: Ascendió a Marcos. 
Le dio un puesto mucho más importante y lo mandó a cuidar los viñedos que la familia poseía en la provincia de La Rioja. No era tan lejos, pero sí lo suficientemente lejos como para que Marcos y Cristian no pudieran verse a hurtadillas en la casa todos los días. 
Marcos aceptó encantado este nuevo trabajo. Él sabía que estaba para mucho más que cortar el césped. Él quería aprender el negocio de la Vid. Era una oportunidad invaluable que no podía desperdiciar. Se despidió de Yelena entregándole la cola por última vez y asegurándole que seguirían viéndose, solo que con menos frecuencia. Yelena no estaba tan segura de eso. La distancia (aunque no sea muy grande) deteriora las relaciones. 
Pero el peor trago que tuvo que soportar Yelena vino después, cuando Lisandro confrontó a Cristian.
—Puedo aceptar que de vez en cuando chupes una verga, siempre y cuando lo mantengas en secreto —le dijo, mirándolo a los ojos—. Pero eso de estar disfrazándote de mujer es ridículo e inaceptable. Mi hijo no va a ser la putita de mis empleados ¿está claro? Espero que lo que pasó con Marcos no se repita nunca más. No pongas a la familia en vergüenza. Ni me quiero imaginar las cosas inmundas que habrás hecho con él…
—Yo no… —Cristian quería explicarle que nunca aceptó tener sexo anal, nunca recibió una verga por su culo; pero después se dio cuenta de que aclarar esto no tenía ningún sentido. No serviría de nada, y su padre no le creería. 
—No digas nada. Me basta saber que entendiste lo que dije.
—Sí, lo entiendo. Y pido disculpas. 
Cristian se fue caminando cabizbajo hasta su cuarto y una vez más se encerró a llorar durante todo el día. 
En el apuro no se dio cuenta de que había dejado el celular sobre la mesa, y sin el bloqueo, porque estaba revisándolo justo en el momento en que su padre le habló. Lisandro notó esto y rápidamente se apoderó del celular y lo revisó. Dentro encontró unas fotos y unos videos que lo descompusieron. Había varias fotos de su hijo posando frente al espejo, vestido de mujer. Otras tantas chupando vergas… o con semen en la cara. A su hijo le habían llenado la cara de leche. Y lo que más bronca le dio es que en algunas fotos aparecían dos vergas y Cristian (disfrazado de mujer) las estaba chupando. Lo que más le molestaba a Lisandro era no saber a quién pertenecía esta segunda verga, pero sospechaba que podría ser otro de sus empleados.
Decidió pasar a su propio teléfono todo este material audiovisual para estudiarlo con mayor detenimiento. Esa misma noche, con un vaso de whisky puro en la mano volvió a mirar las fotos… y por primera vez miró los videos. Los primeros mostraban a Cristian chupando una pija, o las dos. Hicieron hervir la sangre de Lisandro; pero no tanto como el que vio a continuación. Este ya le demostró que su hijo había superado todas las barreras de la homosexualidad. Pudo ver un plano cenital de su culo siendo invadido por una verga bien gruesa. Toda hasta el fondo, sin parar, una y otra vez. Por supuesto, estaba disfrazado de mujer, y sus gemidos (casi femeninos) sonaban ahogados, apagados, porque delante había otro tipo hundiéndole la verga en la boca. 
Nadie puede culpar a Lisandro de creer que ese era Cristian, porque al estar grabado desde arriba, desde la perspectiva del hombre que la penetraba por el culo, la vagina de Rebeca no salía en cámara ni una sola vez. Además, el video estaba en el celular de Cristian. ¿Por qué él tendría un video porno de su propia hermana? Y por si esto fuera poco, a Lisandro jamás se le hubiera pasado por la cabeza que su hija se rebajaría a recibir una verga gruesa y venosa por el culo. Agustina la había educado con la política de que una mujer de bien jamás, pero jamás, debe someterse a semejante humillación. Y ese era justamente el problema: la humillación.
Muy a su pesar, Rebeca debió aceptar que ese cavernícola llamado Ernesto la volvía loca, y que le calentaba de una forma indescriptible que la trate de puta, que la someta, que la humille. Ernesto le dijo mil veces: “Yo te voy a romper el orto, putita”. A lo que ella decía siempre que no, era una de las pocas aristas de las que podía sostenerse lo que le quedaba de orgullo.
Pero su orgullo quedó completamente destruído y aplastado cuando Ernesto la poseyó por detrás. Lo hizo sujetánodola muy fuerte de los pelos. La clavó sin previo aviso. Le hizo ver las estrellas por el dolor. Rebeca chilló, pataleó e intentó zafarse diciendo: “No me vas a romper el culo. No pienso entregarle el orto a un negro de mierda como vos”. 
Pero lo hizo…
Lo hizo y lo disfrutó. Eso fue lo que terminó de matar su orgullo. Ese “negro de mierda” le demostró una vez más que era capaz de someterla y llevarla a vivir las experiencias más morbosas y excitantes de su vida. Cuando la verga comenzó a tomar buen ritmo dentro de su culo, a Rebeca se le pusieron los ojos en blanco y literalmente se le cayó la baba. Quedó en un estado de trance de puro placer anal. Se humilló a sí misma diciendo: “Sí… damela toda… mi culo es tuyo, haceme lo que quieras. Rompeme todo el orto”. 
Desde ahí en adelante Rebeca pasó a convertirse en la muñeca sexual de Ernesto. Él estaba al mando, ella era quien obedecía. Si Ernesto quería coger a las tres de la mañana, Rebeca debía presentarse en su casa (una casa fea y desgastada) para ser humillada y sometida… y lo hacía por puro gusto. El sexo con ese tipo se había convertido en una adicción para ella. 
Ernesto no tardó en sumar a Marcos y a otros de sus mejores amigos para “usar a la hija del dueño”. A veces se la cogían entre dos, y otras veces entre tres. Rebeca simplemente obedecía y se dejaba hacer todo. Aún así, seguía hablándoles mal en el ambiente laboral, los seguía rebajando con la mirada, como si fueran seres inferiores. Pero a ellos les divertía esto, porque luego, a la noche, tendrían su venganza. Esa puta que se creía una mujer con clase, se rebajaba ante ellos y terminaba toda reventada y llena de semen por todos los agujeros. 
¿Y cómo fue que terminó en el celular de Cristian un video de ella siendo sometida analmente por Ernesto?
Fue por una discusión absurda entre Cristian y Rebeca. A Cristian le molestó la forma en que su hermana se dirigía a Marcos y cómo el daba órdenes para que arreglara “el desastre que había hecho”. No había ningún desastre, era solo Rebeca jugando a ser un sargento autoritario, como tanto le gustaba. 
Cristian sabía que no podía hacerle frente al carácter avasallante de su hermana. Él no tenía tanta seguridad en sí mismo. Por eso perdió la discusión y tuvo que retirarse con el rabo entre las piernas. 
Más tarde Yelena habló con Marcos, en la intimidad del dormitorio de Cristian, y le pidió disculpas por todo lo ocurrido. Fue muy complaciente con él, puso especial énfasis a la hora de chuparle la pija. 
Luego del acto sexual Yelena dijo: “A veces me gustaría tener algo para poder dejar en ridículo a Rebeca”. 
Entonces a Marcos se le ocurrió pasarle ese video donde Rebeca era sometida por el culo y por la boca al mismo tiempo. “Usalo solo en caso de emergencia, y si se enoja conmigo por darte esto… bueno, Ernesto se puede encargar de ponerla en su lugar”. 
Yelena se masturbó decenas de veces con ese video, a veces se hacía tres pajas seguidas mirándolo. No porque ese fuera el culo de su hermana, que estaba bien y quizás le daba un poquito de morbo ver cómo le taladraban el orto a Rebeca. La verdadera función que cumplía este video era alimentar una nueva y loca fantasía: la de Yelena recibiendo una pija por el culo.    


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A Lisandro López Carrera le gustaban las prostitutas… y su esposa lo sabía muy bien. Agustina no tenía problema con que su marido pagara a otras mujeres para tener relaciones sexuales. Siempre había visto al sexo como una mera actividad recreativa a la que ella no solía dedicarle mucho tiempo ni esfuerzo. Disfrutaba acostándose con su marido, pero los apetitos sexuales de Lisandro eran demasiado grandes para que una sola mujer pudiera satisfacerlo. De hecho, la idea de recurrir a “las profesionales del amor” había sido de la propia Agustina. Al principio Lisandro se mostró reacio, pensaba que su mujer le estaba tendiendo una trampa para acusarlo de adulterio en un juicio de divorcio o algo así. Con el tiempo entendió que Agustina hablaba en serio, prefería que su marido tuviera sexo con otras mujeres y así ella tendría más tiempo para disfrutar de los placeres de la buena vida. 
Agustina fijó ciertas pautas, como que nunca tuviera sexo con putas en la casa y que lo mantuviera lo más oculto posible. Que nunca se convirtiera en un escándalo. Si él cumplía con estas reglas, podría coger todas las putas que quisiera, y nunca recibiría una queja de su esposa. 
Así fue como Lisandro comenzó a frecuentar ciertos lugares donde se podía contratar a prostitutas de primera clase. Muchos de estos sitios se los recomendó la misma Agustina, incluso ella llegó a programar varias de las citas. Sabía cuáles eran los gustos de su marido en cuanto a mujeres. Le gustaban las morochas, en especial las de ojos claros… como ella. 
Una noche Lisandro se encontraba de viaje de negocios en el sur del país y, de forma muy discreta, recibió una visita en su habitación de hotel. Era una chica preciosa, de unos veinticinco años, con unos ojos verdes espectaculares. Le recordaba a su propia esposa veinte años atrás. 
La previa empezó en las mismas condiciones que siempre: le preguntó su nombre, y le dijo “Ámbar”. Sabía que era falso, esta clase de mujeres siempre usan seudónimos, no le importó. Luego le invitó una copa (Ámbar eligió champagne para tomar), él también se sirvió una y dio el primer sorbo al mismo tiempo que se abría la bragueta. La chica apuró su copa y empezó a chupársela. “Por lo visto, hoy voy a comer muy bien”, le dijo. A Lisandro le divertía recibir halagos por su pene. No era gigante; pero sí de buen tamaño… y bien proporcionado. Absolutamente capaz de brindar placer. 
Unos minutos más tarde, cuando Lisandro ya la tuvo bien dura, pasaron a la cama… y allí fue cuando se llevó la sorpresa de su vida. Al desnudar a la chica descubrió que entre sus piernas había… ¿un pene?
—Pero… ¿cómo puede ser esto? —Preguntó, confundido.
—¿Qué pasa, papi? ¿Esto no es lo que pediste?
—No, en absoluto. Pedí una chica… completa. ¿Cómo pudo ocurrir este error?
—Mmm… a ver… no es la primera vez que me pasa esto. ¿Te mostraron un catálogo?
—Sí…
—Y vos no te diste cuenta que en la parte de arriba decía She-male. Suele ocurrir. Creo que deberían cerciorarse de que la persona sabe lo que está pidiendo. Pero por esa política de no hacer preguntas… nadie dice nada. ¿Y qué va a pasar, papi? ¿Esto es un problema?
Lisandro miró fijamente la verga de Ámbar. Aún no podía creer que de esa cintura perfectamente femenina saliera un pene de ese tamaño. Si además era tan grande como el suyo. Realmente era como estar frente a una mujer… pero con verga. Estuvo a punto de pedirle que se retire, cuando Ámbar dijo las palabras mágicas:
—Mirá que entrego la cola. Garantizado.
Nada excitaba más a Lisandro que el sexo anal, en especial porque su mujer se lo tenía estrictamente prohibido. “A mí nadie me va a meter nada por el culo”, solía decir ella. “Si querés que una arrastrada te entregue el orto, que sea una de tus putas, conmigo no cuentes”. Y no todas las prostitutas estaban dispuestas al sexo anal. Además… el culo de Ámbar era… simplemente exquisito. 
—Entonces no va a ser un problema —dijo Lisandro. 
—Ay, perfecto… porque me muero de ganas de probar esta pija por la cola.
El inicio del sexo trajo un extraño deja vu a Lisandro. Al tener a Ámbar en cuatro patas delante de él, ofreciéndole su culo, irremediablemente se acordó de su hijo. Había visto (en un video) cómo a Cristian le metían una gruesa verga por el culo… a su hijo lo habían hecho gemir de placer a pijazos… y ahora Lisandro tenía la tarea de hacer lo mismo con Ámbar. 
Posicionó su glande en la entrada del culo, y con la ayuda de abundante lubricante comenzó a meterla. Se sintió cómo… si estuviera penetrando a su propio hijo. Como si estuviera replicando lo que tantas veces vio en ese maldito video. 
Pero esta controversia no lo detuvo. Se aferró a la cintura de Ámbar y empezó a darle duro. “Si esta puta quiere pija, se la voy a dar”, pensó mientras la embestía cada vez más duro. 
Luego de unos minutos cambiaron de posición, Ámbar se colocó boca arriba, con sus tetas apuntando al techo. Lisandro pensó que, a pesar de ser artificiales, cumplían su propósito a la perfección. No eran ni grandes ni pequeñas. El tamaño justo. 
Mientras le daba duro, no pudo dejar de notar que la verga de Ámbar estaba erecta… y se sacudía para todos lados con cada embestida. Sin darse cuenta Lisandro empezó a meterla más rápido… y más rápido, para que esa verga se sacudiera con más fuerza. 
—Ay, papi… me vas a romper el orto… 
—Perdón, no me di cuenta…
—Nada de pedir perdón. Dame duro que me gusta. —En ese instante Ámbar notó que los ojos de Lisandro estaban fijos en su miembro—. ¿La querés chupar?
La pregunta tomó por sorpresa a Lisandro. Al principio se sintió ofendido. ¿Cómo osaba a preguntarle semejante cosa? Después recordó que Ámbar solo estaba haciendo su trabajo, además la pregunta no cargaba ni una pizca de burla o malicia. Fue directa, firme. Como quien propone un término para un acuerdo de negocios. 
Ya más calmado, Lisandro estuvo a punto de rechazar la propuesta de forma cordial, cuando volvió a fijarse en la forma en que esa verga erecta se meneaba ante sus ojos. Lo invadió la imágen de su hijo, Cristian, chupando verga. También recordó lo que el chico le había dicho: “En realidad lo hice por curiosidad… quería saber qué se sentía chupar una verga”. 
Y seguía sacudiéndose…
Lisandro ni siquiera era consciente de que él seguía penetrando duro y parejo a Ámbar. Estaba hipnotizado por el meneo de ese miembro erecto que bailaba como si estuviera intentando seducirlo. 
De pronto se le ocurrió que en esa habitación no había nadie más que él y Ámbar. Ella tenía un estricto contrato de confidencialidad. No podía decir absolutamente nada sobre lo que hacía con sus clientes… ni siquiera a otros clientes. Si lo hiciera, quedaría entre ellos dos. Nadie más en todo el mundo lo sabría. Nadie le preguntaría por qué lo hizo. Simplemente podía hacerlo porque tenía la oportunidad, y ya está. No necesitaba más excusas. 
Con su propia verga palpitando como nunca antes, Lisandro bajó la cabeza hasta encontrarse con ese pene perfectamente depilado que surgía de un cuerpo tan femenino como el de su propia esposa. La sujetó entre sus dedos y sin meditarlo más, la tragó. La metió tan hondo de su boca como le fue posible y la dejó allí, como si quisiera degustarla. 
El corazón se le aceleró al límite, aunque él ni siquiera notó esto. Tampoco se percató de que había comenzado a masturbarse mientras chupaba esa verga. Su cabeza subió y bajó repetidas veces, su lengua recorrió cada milímetro de ese miembro viril. Ámbar lo alentó a seguir así y colaboró dando cortitas embestidas dentro de la boca de Lisandro. 
No se preguntó si lo que estaba haciendo le gustaba, si le generaba controversias o no. Solo chupó y chupó sin parar. Tragó toda la verga una y otra vez… hasta que Ámbar estalló dentro de su boca. Lisandro tendría que haberse enojado con ella por no avisarle, y aún más por sujetarle la cabeza para que él no pudiera evitar la eyaculación. Sin embargo… bueno, ya que estaba probando una verga ¿por qué no aprovechar para probar el semen? Además… no estaba nada mal. Era tibio, cremoso y le resultó interesante la forma en que la descarga llenó toda su boca. Tragó toda la leche que salió de la verga de Ámbar y luego se quedó de rodillas en la cama, con su propio pene aún erecto y deseoso de más. Estuvo a punto de volver a penetrar a Ámbar cuando ella dijo:
—Date vuelta, que ahora me toca a mí.
¿Había escuchado bien? ¿Acaso ella le estaba proponiendo metérsela por el culo? Para colmo… Ámbar ni siquiera se lo preguntó. Asumió completamente que él diría que sí. Y quizás eso era su culpa, por mostrarse tan dispuesto a chuparle la verga. 
Lisandro volvió a pensar en su hijo. Aún tenía muy patente el video de su hijo recibiendo una verga por el culo. De vez en cuando lo miraba, preguntándose qué había hecho mal con ese chico, para que le saliera tan puto. Pero también había un pensamiento que lo asaltaba en las noches en las que cedía a una extraña calentura y terminaba masturbándose mientras miraba una y otra vez ese video: Su hijo lo había probado. “Solo por curiosidad…” Se había animado a probar el sexo anal, sin que le importaran los tabúes. Había sido más valiente que él. 
Un hombre en claro control de su vida, y en su posición económica, no debería cuestionarse tanto si deseaba experimentar algo. Lo hacía y ya está. Además… si realmente iba a hacerlo, prefería que fuera con una verga de buen porte, como la de Ámbar. Sabía que ella era una profesional en esto, lo haría a la perfección. No encontraría una mejor oportunidad para vivir esta experiencia. 
Dio media vuelta y se puso en cuatro patas en la cama. A los pocos segundos sintió los hábiles dedos de Ámbar, lubricándolo y dilatándolo. “Sabe lo que hace”, pensó.   
Cuando la verga de Ámbar comenzó a entrar, de pronto entendió lo que había sentido su hijo (porque aún creía que era Cristian el del video) al recibir una penetración. “No está nada mal”, pensó. “Duele un poco, pero al mismo tiempo es placentero”. Su perspectiva era la de analizar la situación como si estuviera catando un buen vino. De forma objetiva, dejando de lado cualquier tipo de prejuicios.
La verga comenzó a entrar más y más. Ámbar estaba dando cátedra de cómo desvirgar un culo. 
Lisandro había disfrutado muchas veces de ese proceso, porque la contratación de prostitutas VIP le permitía (por una módica suma) contratar de vez en cuando alguna que todavía tuviera el culo virgen. Le encantaba ver cómo el miedo que tenían en sus ojos de a poco se iba esfumando, para dar paso al placer. Le encanta ver cuando ellas eran capaces de alcanzar ese punto exacto donde el dolor ya se fue y solo queda el disfrute.
Lisandro se preguntó si él sería capaz de alcanzar ese punto. La verga seguía ganando terreno dentro de su culo, aún le dolía un poco; pero lentamente, entre una embestida y otra, el placer fue ganando terreno. Esto le brindó confianza.
—Puedo soportarlo más fuerte —dijo.
—Como quieras, papi…
Había algo muy extraño en que Ámbar estuviera empecinada en llamarlo “papi”. Le generaba una incómoda sensación en la boca del estómago, que a la vez era gratificante. Era como estar siendo penetrado por su propio hijo. Como si la verga que lo estaba desvirgando fuera la de Cristian. Y la conocía muy bien, tenía su celular lleno de fotos de fotos de la verga erecta de su hijo, con o sin semen de por medio… y siempre vestido como mujer. Ámbar se parecía cada vez más a su hijo. Su mente estaba confundida. No podía procesar esta dicotomía, por lo que prefirió ignorarla. 
En cambio se concentró en el placer, que ya estaba presente en su culo. La verga entraba y salía a buen ritmo y él estaba alcanzando ese punto que había visto tantas veces en sus putas. Y, objetivamente hablando, podía entender por qué su hijo se había sometido a esto. Un hombre suele tener muchos prejuicios sobre el sexo anal y lo que puede implicar en su sexualidad. Sin embargo, Lisandro debía reconocer que era una experiencia sumamente placentera, gratificante. Su verga estaba más dura que nunca, como si se potenciara con cada embestida que recibía. 
“Mis respetos para los putos que se animan a coger así todos los días”, pensó. Para él esto no era más que un experimento, una demostración. Esto no formaría parte de su vida, no lo permitiría. Sin embargo, en su fuero interno, de ahora en adelante tendría que vivir sabiendo que él se dejó someter analmante por una chica con pene. Una chica que le dio más placer del que nunca había experimentado en su vida.
Y la prueba definitiva de ésto fue cuando, entre tanto bombeo anal, Lisandro eyaculó. Su pija simplemente explotó y las sábanas quedaron completamente manchadas con su esperma. Esto lo tomó por sorpresa, por lo general Lisandro es capaz de escoger el momento exacto en el que quiere acabar, y suele hacerlo en la boca de sus putas… o dentro de sus culos. Solo con su mujer se tiene que contentar con acabarle en las tetas, porque es lo máximo que ella le permite. 
Sin embargo, en esta ocasión, con Ámbar taladrándole el orto, simplemente perdió el control sobre su cuerpo. Ni siquiera fue necesario masturbarse. Su verga simplemente dijo: “Ya está, llegué a mi límite, no puedo contenerlo más”, y dejó salir todo en un potente chorro. 
Para Lisandro esta experiencia fue tan sorpresiva como gratificante. Lo llevó a decir:
—Dame más fuerte… acabame dentro del culo… y cuando acabes… no pares. 
Ámbar cumplió con sus peticiones al pie de la letra. Lisandro alcanzó un segundo nivel de placer, el cual también había visto en sus putas: chillar y retorcerse de placer. Empezó a hacerlo, casi como si él mismo fuera una mujer, y no podía controlarlo. La verga de Ámbar era demasiado exquisita, entraba con la potencia justa y llegaba a todos los puntos sensibles de su culo. 
Mientras Ámbar le acaba dentro, Lisandro se preguntó cómo se sentiría la verga de su hijo. Fue una simple curiosidad que tomó su mente por sorpresa, se interpuso entre sus pensamientos sin pedir permiso. Y quizás ya sabía la respuesta… quizás se sentiría igual que la de Ámbar. 
    


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3 comentarios - Intriga Lasciva - El Instituto [29]

locodantra
El homófobo, probó y le gustó jajajaj