Los secretos de Rosa - 2 de 3 -

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LOS SECRETOS DE ROSA

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Poco después él volvió a la carga, Ezequiel era un tipo de no aceptar fácilmente un 'no' como respuesta, tení una personalidad un tanto enfermiza, posesiva y llena de egos, pero claro, ella que podía saber, eran solo extraños en ese momento, volvió a invitarla, y volvió a negarse, así que solo la tomó con fuerza por su antebrazo y casi la arrastró a su lado, y solo por la vergüenza de evitar un escándalo se dejó arrastrar, quedaron solos, frente a frente, moviéndose lentamente al compás de la música, Rosa cometió el error de mirar a ese hombre a los ojos, supo que estaba mal, y se justificó a si misma diciendo para sus adentros que con solo bailar un rato no le haría mal a nadie, intentando negar que empezaba a meterse en arenas movedizas, porque ese hombre la hacía sentir viva, como hacía tiempo no lo sentía, en su cotidianidad con Benito, su esposo, ya no recordaba lo que era sentirse bonita, sexi, deseada, y a ese primer baile siguió otro y otro, y otro más. Ella recobró su lugar de mujer responsable, de esposa fiel, y prefirió dar por terminados esos límites que había traspasado, pero Ezequiel había apostado fuerte, había avanzado demasiado y no pensaba rendirse fácilmente, la mareo con palabras y después de insistir e insistir, logró arrancarle su número telefónico, aunque le advirtió que solo estaba en una noche de amigas, que tenía esposo y dejarle en claro que ya no la molestara.

Ella volvió a su casa, como de costumbre, se acostó junto a su esposo quien dormía profundamente, los ronquidos del hombre no la dejaban conciliar el sueño, solo se quedó meditando en una posible aventura con ese joven, sabía que era una locura, pondría todo en juego por una calentura pasajera? jugaría todas las fichas a una ruleta rusa? porqué eso era Ezequiel, una locura, una tonta locura. Esas ideas rondaron por su cabeza hasta que al fin el sueño la venció.

Al día siguiente, a eso de las nueve de la mañana desayunaba junto a su esposo, trataba de contarle algunas cosas de la noche anterior, pero como siempre sucedía, notó que Benito no la escuchaba, el solo tenía su café con leche con tostadas a un lado y leía el periódico al otro, el siempre en su marcada y aburrida rutina, el banco lo esperaba y eso era el eje de su vida.

El agudo y acompasado timbre del teléfono los sacó del letargo, ella sintió que se le atragantaba el corazón, trató de llegar al aparato pero su esposo estaba más cerca y fue el quien cogió el tubo, respondió con monosílabos y miró a Rosa, quien se remordía los labios, entonces le pasó la comunicación a ella, era un tal Ezequiel. Ella sintió morirse en segundos, pero la relación matrimonial era tan parca y monótona que nada hacía pensar en una posible aventura.


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Sin embargo, aun tambaleante, cogió el tubo para charlar con él, puso tontas palabras en su boca, excusas para que solo su esposo no sospechara, pero al otro lado ese joven le endulzaba los oídos arrancándole suspiros contenidos, pero tuvo que ser férrea para cortar la comunicación, no podía pasar mucho tiempo hablando, hubiera sido muy tonto de su parte. Trató de sonar casual, le dijo que era el hermano de la chica que le hacía las uñas, para cancelar un turno, pero la cabeza de Benito ya estaba en otra cosa, parecía no escucharla, estaba tan tranquilo y confiado en su matrimonio que nada la hacía despertar de su letargo, incluso su proceder enfadaba un poco a Rosa, quien hubiera deseado al menos despertarle un pocos de celos a su esposo, sentirse un poco deseada, solo eso...

Dos horas después, el teléfono volvió a sonar, ahora ya no había nadie en casa, Benito seguramente estaba en el banco, se sentó y tuvo una larga y erótica charla con Ezequiel, ella trataba de cortar todos sus ataques, pero ese hombre la envolvía en palabras y la llevaba al mismo infierno, la hacía sentir joven, bonita, deseada, la invitó a bailar, solo ellos dos, ya sin amigas de por medio, mil veces dijo que no, mil veces volvió a insistir, y el no cortó la llamada hasta asegurarse que la tenerla en un puño.

Rosa estaba sola y aburrida en casa, ese joven la había dejado al borde del abismo, solo cerró sus ojos y se relajó, su imaginación viajó a la ciudad del pecado, aún tenía el tubo del teléfono en las manos e inconscientemente lo dejó caer entre sus pechos, solo empezó a tocarse y terminó masturbándose, como en los viejos tiempos, ya no recordaba que se sentía, contuvo los gemidos, se mordió los labios, se sintió adolescente. Cuando recobró la postura, se sintió culpable, notó que lo que había hecho estaba mal, ya no tenía quince, ya estaba en edad de que su hija la llamara desde Europa para decirle que sería abuela.

Ese viernes daría el mal paso, se vistió discreta pero sexi, despidió a Benito como de costumbre, para ir a cenar con las chicas, caminó dos cuadras, solo llegó a la esquina, el guiño de luces de un coche que esperaba estacionado a corta distancia le hizo saber que la estaban esperando, caminó y Ezequiel la recibió con un peligroso beso mejilla contra mejilla, pero él había intentado pasar de la raya y a pesar que trató de evitarle el rostro, él llegó a tocar con sus labios la comisura de los de ella. Emprendieron la marcha, ella no sabía dónde irían a bailar esa noche, era sorpresa, pero la verdadera sorpresa se la llevó cunado su nuevo amigo sin consultar se metió de lleno en un hotel alojamiento.

Rosa tuvo sentimientos encontrados, por un lado, quería matarlo a golpes por la locura, pero por otro se moría de excitación ante la inesperada situación, en su vida había sido infiel y se suponía que solo sería una noche de baile.

Cuando ella vio la cama matrimonial en rasos rojos, supo que no habría retornos, Ezequiel la enloquecía, debió asumirlo, estaba rendida a ese joven y se dio la oportunidad de sentirse viva, solo se entregó ya sin reparos a su nuevo amante y disfrutó cada segundo que estuvo a su lado, hicieron el amor como locos, desesperados, como novatos, pero con experiencia, para ella fue mágico y solo supo que había abierto una nueva ventana a la vida.

El le propuso un baile diferente para esa noche, solo danzaron enredados entre sábanas, con sus cuerpos desnudos, naufragando en placer.

Al regresar, la dejó nuevamente a dos cuadras de su domicilio, caminó por la acera contenta, satisfecha, con una risa entre sus labios, con ganas de gritar a los cuatro vientos, pero todo cambió al llegar, tuvo que transformarse nuevamente en la mujer de Benito, quien como de costumbre, ajeno a todo roncaba plácidamente a un lado de la cama.

La historia recién comenzaba para ellos, se transformaron en amantes, en discretos amantes, a espaldas del pobre Benito que solo se preocupaba por su empleo y en colmar a su esposa de todos los lujos de este mundo. Rosa, a pesar de jugar sucio, cada vez que regresaba y veía la ternura en los ojos de su marido, no podía evitar sentir las culpas que le rasgaban el alma, el placer que su amante le daba se transformaba en hiel al estar con su marido y el peso sobre sus hombros se hacía insoportable.

Tomó una decisión, sacó agallas de donde no las tenía y una tarde de primavera se sentó frente a frente con Benito y confesó sus culpas, le contó todo, que tenía un amante, como había sucedido, cómo se habían conocido y todos los detalles que creyó conveniente confesar.

Cuando terminó de hablar, un silencio sepulcral invadió el cuarto, ella esperó cabizbaja todos los reproches que cualquier hombre engañado hubiera realizado, al borde de la locura, lo que fuera, ella solo aceptaría sin peros, pero Benito solo meditaba en silencio acariciándose la barbilla, repiqueteando nerviosamente uno de sus talones contra el piso, al final, la miró detenidamente y solo le dijo que estaba bien, que él podía entender que la diferencia de edad entre ellos era demasiada, y que él no la trataba como ella lo merecía, al menos en el plano sexual, y que él la amaba por completo, y aceptaría todo si ella era feliz, incluso compartirla con un amante, solo le pidió como favor que no lo hiciera quedar como el cornudo de la ciudad, que tuviera reparos y fuera precavida.

Rosa lo miró sin entender, ese hombre no era real, para él ella era un ángel, él estaba rendido sus pies desde el día que la había visto por primera vez en el banco, y ella tomaría ventaja de esa inesperada respuesta de Benito.

Los siguientes años de esa mujer fueron todo lo que una mujer desearía tener, un esposo fiel y protector, dispuesto a hacer cualquier cosa que ella quisiera hacer, quien ponía a sus pies más dinero de lo que ella podía gastar, quien tenía una también un joven amante, vigoroso, atento, que le daba más sexo del que ella podía consumir, y hasta su cuota materna estaba cubierta, Mabel su hija era feliz junto a su esposo en el viejo continente.

Pero esa perfecta armonía no duraría mucho tiempo, Ezequiel no era el tipo de conformarse con partes de un todo, él no quería solo una porción del pastel, era un tipo frío, calculador y manipulador, y ella estaba enredada en sus redes, ya le pesaba ser solo 'el amante' y su siguiente jugada fue presionarla a ella para que dejara a su marido, no había lugar en el rodeo para dos toros, y lo natural era que el viejo dejara su paso al nuevo.

Rosa se sintió entre la espada y la pared, había llegado el momento de elegir a un hombre, o se sentaba nuevamente a hablar con Benito o Ezequiel se olvidaría de ella, puso a los dos en los platillos de la balanza, uno le daba la tranquilidad de una vida colmada de bienestar, pero el otro la hacía sentir joven, la hacía sentir viva, y no había dinero en el mundo que pudiera comprar las emociones del corazón.

Otra vez se vio en la necesidad de enfrentar a ese hombre, solo que no sabía cómo hacerlo, solo daba vueltas en la casa buscando respuestas, imaginando situaciones, solo sabía que Benito era demasiado bueno y le partía el alma el dolor que le provocaría.

Cuando él llegó del banco, como lo hacía cada día, su esposa lo esperaba parada en el umbral del comedor, refregándose las manos, con la maleta preparada a un lado, con los ojos llenos de lágrimas, esa imagen fue más que suficiente para él, y se grabaron en su mente más allá de todas las palabras que dijera luego Rosa. Una vez más, Benito la escuchó en silencio, sin decir palabra, íntimamente, en lo profundo de su corazón sabía que ella siempre había estado a su lado porque lo pasaba bien, por cariño, por costumbre, pero amor, lo que se dice amor, no, nunca lo amaría como él la amaba, y también siempre en algún lugar de su corazón, algo le decía que algún día ella lo dejaría, nuevamente le hizo un guiño amistoso, y volvió a decirle con dulzura mientras acariciaba los cabellos de la mujer que estaba perdiendo, que no se preocupara, una vez más por si acaso hiciera falta le recordó cuanto la amaba y que si su felicidad estaba al lado de otro hombre, pues él no pondría palos en la rueda.

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