Un regalo inesperado

Estaba trabajando en mi oficina, cuando sonó el portero eléctrico y me sorprendí, porque no esperaba a nadie. Del otro lado me contestaron "tengo un recado para Agustín", así que abrí la puerta.


Frente a mí, una chica joven que me dijo: 


-Esto es para vos


-Gracias

La interrogué con la mirada, porque ya tenía el sobre en las manos, y no tenía intensiones de retirarse, y fue como darle el pie para que le dijera algo así como si esperaba algo, cuando me contestó 

-Tengo órdenes de quedarme por lo menos hasta que termines de leerla. 


-Pasá entonces…


Miré a los ojos a la mujer que tenía enfrente. Mucho más joven que yo. Calculé unos diez años o quince años. Chiquitita. Muy buenas formas. Ninguna exagerada. No tenía miedo en su mirada, ni lucía como cadete. Tampoco era descarada. Ella tenía una orden, y estaba dispuesta a cumplirla. Vestía un vestido bobo rojo, bien cerrado arriba, ceñido a su cuerpo hasta la cintura, que dejaba la mitad de los muslos al descubierto. En los pies unas sandalias acordonadas. El límite entre lo recatado y la desenfadado. Podía servir para un lavado o para un fregado. Necesitaba develar el misterio, y me senté a leer la carta. No hizo falta abrir el sobre y empezar a hacerlo para saber que estaba escrita por Lila. Lo había sospechado desde el momento mismo en que la muchacha se plantó frente a mí, pero ahora lo confirmaba. 

“Como se que te vas a enojar con la noticia, ya empiezo a pedirte perdón y a compensarte. Debí decírtelo personalmente, pero no pude. No me animé. Después ya no hubo más tiempo. En este momento estoy en Ezeiza rumbo a Holanda. Una reunión de trabajo, sí. Pero también voy a pasear un par de semanas. No te voy a mentir con eso. Como se que te vas a enojar, te mando a Romina. Ro es una gran amiga mía. Seguro que en este momento te va a poner las manos en tus hombros y va a intentar hacerte un masaje. Deja que lo haga. Dejate llevar. Es mi regalo para compensarate. Se que lo vas a disfrutar. Nos vemos a la vuelta. Lila”


Efectivamente, mientras estaba leyendo las manos de Romina estaban en mi cuello, y con maestría me recorría, y no sé cómo, ya había logrado desabotonarme la camisa. Cerré los ojos y le hice caso a Lila. Me dejé llevar. Y también lo hice cuando tapó mis ojos con un pañuelo de seda. Ya con el torso desnudo me llevó hasta los sillones. No ofrecí ninguna resistencia cuando sentí que envolvía mi muñeca con una soga, ni cuando sentí que estaba estaba haciendo lo mismo con la otra mano. Ya inmovilizado, dejé que sus manos sabias me recorrieran todo el cuerpo, y sentí una corriente eléctrica que me atravesaba todo el cuerpo cuando sentí su aliento caliente en mi bajo vientre. Aunque hubiera deseado que se quedara allí hasta el final, sentí que me desnudaba por completo y que me ataba las piernas. Supongo que cada soga estaba siendo asegurada a las patas del sillón. No se detenía, pero tampoco hacía las cosas con prisa. Fueron unos segundos eternos que sentí que me quedaba solo. No había un solo sonido en la oficina, y yo estaba prisionero de las sogas y sin posibilidad de ver qué ocurría a mi alrededor. 


A partir de ese momento, todo fue un torbellino. Sentí el cuerpo desnudo encima, y cómo iba ascendiendo. Un beso en los labios, húmedo y caliente, hasta sentir cómo se sentaba en mi boca. Apenas dejaba rozar su clítoris en mis labios. Se movía poseída por el ritmo, y por los golpes de mi lengua en su centro. Intenté pasar mi lengua por su concha, y sentí sus humedades, y sus gemidos me ponían la sangre a hervir. Sentí que sus manos tomaban mi cabeza, y cómo hundía su concha en mi boca. Sentí la intensidad del orgasmo que recorría su cuerpo. Y sus sabores. Quería acariciarla pero no podía. Deseaba acariciar esa piel, pero sólo tenía que conformarme con sentir el roce sobre mi cuerpo.

Después de ese preámbulo, descendió lentamente, y sentí en mi pija todo el calor de su cuerpo. No dejó que la penetrara. Sólo podía acariciar con mi miembro sus labios palpitantes, y empezó a moverse otra vez, con intensidad. Hasta que se dejó caer, y se ensartó mi pene profundamente. Soltó un gemido  apoyó sus manos en mi pecho. Se prodigó un nuevo orgasmo, esta vez mucho más húmedo, rodeado de muchos más sonidos. 

Un regalo inesperado


Al salir de arriba mío, mi desconcierto y mi excitación estaban en los extremos. Sentí su boca en mi pene, y una de las mejores chupadas de mi vida, hacia arriba y hacia abajo, acariciándome en los lugares exactos me llevaron al clímax. Bebió de mí, hasta la última gota, y aprovechándose de mi relajación, desató una mano, juntó su ropa y se fue. Ro desapareció.

1 comentario - Un regalo inesperado

mdqpablo +2
Por favor .quiero ese regalo
VoyeaurXVII +1
jajajaja ! hay que tener una amiga como la que tengo yo (que se manda cagadas y después se disculpa!)