Relato Especial Día del Padre

Por fin comenzaba a ver la luz al final del túnel. Llevaba dieciocho años viudo, concretamente, desde el día en que nació mi pequeña Aitana y su madre no sobrevivió al parto. Dediqué todos esos años íntegramente al cuidado de la niña, sin más objetivos o ilusiones que su bienestar, que no le faltara de nada. Con la ayuda de mis padres, es muy posible que la malcriáramos un poco, que le consintiéramos más de la cuenta. Pero siempre fue una hija maravillosa que nunca dio problemas. Estábamos muy unidos, pero tenía que contarle algo que no le iba a gustar.
Como he dicho, me volqué en Aitana, hasta el punto de que mi vida social desapareció, especialmente la parte relacionada con mujeres. Fui padre siendo muy joven, así que dejé escapar mis mejores años sin hacer el más mínimo intento de rehacer mi vida. Mi trabajo como policía tampoco me lo ponía nada fácil. Una vez cumplidos los cuarenta y con mi hija rozando la mayoría de edad, decidí que era el momento de conocer a alguien. Me descargué una famosa aplicación de citas y tras un par de intentos fallidos y un tercero que terminó en sexo pero nada más, conocí a la mujer perfecta, Sofía. Treinta y dos años, guapa, inteligente, simpática y con un cuerpo de infarto. No podía creer que la hubiera encontrado en un sitio así.
En la cama era un auténtico volcán, lo tenía todo. Coincidíamos en la intención de de tener un hijo, algo que a mí me apetecía muchísimo. Era tan maravillosa, que tras seis meses saliendo, ya estaba dispuesto a pedirle matrimonio. Lo único que me frenaba era mi hija, siempre tan celosa conmigo. Sabía que no le haría ninguna gracia tener que compartirme con otra mujer, a duras penas aceptaba que saliera con ella. La culpa era mía, la había educado así y ahora se sentiría amenazada. Mi temor era tan grande que todavía no las había presentado.
Esperé a que cumpliera los dieciocho y le propuse pasar un fin de semana en una cabaña en el lago para celebrarlo. Era algo que solíamos hacer a menudo cuando era pequeña, nos encantaba a los dos. Cuando llegó a la adolescencia, cambiamos esa costumbre por salidas culturales e ir conociendo todos los rincones del país. Estaba convencido de que le haría ilusión.
- Aitana, tengo una sorpresa para ti.
- Papá, mi cumple no es hasta dentro de dos días.
- Ya lo sé, pero esto tienes que saberlo ya.
- Pues dímelo, que me estoy poniendo nerviosa.
- Vamos a pasar el fin de semana en el lago, como cuando eras peque.
- ¿En serio?
- Sí, siempre que a ti te apetezca.
- Claro que me apetece, va a ser genial.
Mis padres pensaban que mi hija era un poco infantil para su edad y puede que tuvieran razón, pero yo estaba convencido de que solía actuar así para protegerme, para que no me sintiera triste al comprobar que ya no era una niña, la niña de papá. El fin de semana que se avecinaba iba a ser clave para comprobar su madurez.
Pasó toda la tarde del viernes preparando la maleta, por más que le insistiera en que solo estaríamos un día y medio allí, no paraba de meter cosas. Cenamos y nos pusimos una película. Teníamos que madrugar, pero era tradición esperar a las doce para felicitarla y darle sus regalos. Le había comprado un montón de cosas, pero lo que le haría más ilusión sería encontrarse con el vestido que tantas veces me había pedido para lucirlo en su graduación, que sería dos semanas después.
- Feliz cumpleaños, mi amor.
- Gracias, papá. ¿Te puedes creer que ya tenga dieciocho?
- No me lo recuerdes, parace que fue ayer cuando eras mi bebé.
- Y lo sigo siendo. Siempre lo seré.
- Tu madre estaría tan orgullosa de ti.
Aquello hizo que se emocionara. Los dos nos abrazamos durante un rato, pero no era día para estar tristes. Le di sus regalos, sopló las velas y comimos un poco de tarta antes de irnos a dormir. El fin de semana siguiente lo celebraríamos con los abuelos y ella con sus amigos, estos dos días eran solo para nosotros.
Nos despertamos a las seis de la mañana, teníamos por delante más de dos horas de viaje y queríamos aprovechar el tiempo al máximo. Cargamos en el coche su maleta y mi mochila y nos dispusimos a partir junto al pequeño Pepe, nuestro bulldog francés. A los quince minutos de trayecto, Aitana ya se había dormido con el perro en su regazo. Se despertó justo antes de llegar, con la pila cargada y dispuesta a volverme loco
Nada más llegar, Pepe y ella salieron pitando en dirección a la cabaña. Todavía estaba sacando el equipaje del maletero, cuando la vi salir corriendo en dirección al lago, tal y como su difunta madre la trajo al mundo. Debo confesar que no era la primera vez que veía los pechos ni el trasero de mi hija. Era muy descuidada, se cambiaba de ropa en cualquier parte, nunca cerraba la puerta sin importarle que la pudiera ver. Tenía el mismo cuerpo que mi mujer: bajita, tetas grandes adornadas con unos pezones de tamaño medio, caderas anchas, seductoras y un culo respingón muy agradable de ver. Todo eso no era novedad para mí. Pero sí lo fue su entrepierna, ahí nunca me había atrevido a mirar y ahora la tenía justo delante. La ausencia de pelo no la diferenciaba del chochito que sí había conocido cuando era pequeña.
- Aitana, ¿qué haces?
- Voy al lago a bañarme.
- Pero estás en pelotas.
- Siempre lo hacíamos así.
- Cariño, ya eres mayor de edad, tápate.
- No he traído ningún bikini. No seas aburrido y ven para el agua.
Se acercó a mí, me dio un beso, más cerca de la boca de lo que me hubiera gustado, y saltó al lago. Sopesé seriamente la idea de despelotarme yo también, pero me parecía una locura. Así que me puse el bañador y acompañé a mi hija como tantas veces lo hice durante su infancia.
El agua estaba fría. En otra época estuvimos acostumbrados a esas temperaturas, pero ya hacía ocho años que no íbamos por allí ni nos bañábamos en agua tan fría. Al ratito ninguno de los dos podíamos evitar tiritar, pero éramos muy cabezones para salir tan pronto. Aitana se abrazó a mí, con los brazos alrededor de mi cuello y sus piernas enredadas en mi cintura. Era agradable cogerla así, como tantas veces lo había hecho, pero su abultada delantera marcaba la diferencia. Unos pezones duros como una roca a causa del frío, se clavaban contra mi propio pecho, provocándome sentimientos contradictorios. Nada podía hacer que dejara de ver a mi hija como la niña que fue, pero tampoco soy de piedra y mi miembro actúa por cuenta propia.
Al final no nos quedó más remedio que salir de allí y volver a la cabaña a intentar entrar en calor. El resto del día transcurrió con normalidad. Comimos, dormimos una pequeña siesta y salimos a dar un largo paseo por el bosque, recordando cada rincón. Después de cenar, salimos fuera e hicimos un pequeño fuego para contarnos historias de miedo que nos íbamos inventando sobre la marcha. Mi hija se seguía asustando igual que hacía años. Nos dimos las buenas noches y cada uno se fue a su habitación. Reconozco que estaba a punto de hacerme una paja cuando Aitana entró en mi cuarto.
- Papá, ¿estás despierto?
- Sí, ¿qué sucede?
- No puedo dormir, tus historias daban mucho miedo.
- Te puedo preparar un vaso de leche caliente.
- No me apetece. ¿Puedo dormir contigo?
- Sí, claro, cuando eras pequeña ya pasaba esto. Entra.
Llevaba un Conjunto de Prenda íntima traslúcida de Color Violeta solo un pequeño brasier y un diminuto hilo. En otras circunstancias, la hubiera mandado a ponerse más ropa, pero después de lo que había sucedido esa mañana, carecía de sentido. Se tumbó a mi lado, me dio un beso en los labios, apoyó una mano sobre mi pecho y me pasó una pierna por encima, quedando la rodilla justo a la altura de mi paquete. No eran comportamientos que no hubiera tenido antes, pero de niña, hacía siglos que no me besaba en la boca o me tocaba de esa manera. De algún modo, me estaba diciendo que era solo para ella, como si supiera lo que le iba a contar.
Me desperté temprano, muy empalmado, y fui a preparar el desayuno. Sobre la cama, Aitana seguía durmiendo con la camiseta a la altura del cuello, otra vez esas tetazas. Volví con una bandeja llena de tostadas, fruta y café. Desayunamos en la cama, otra costumbre, y planeamos el día que teníamos por delante. Decidimos darle otra oportunidad al lago, aun sabiendo que era mala idea. Al ver que insistía en volver a bañarse desnuda, me convencí a mí mismo para hacerlo yo también, a ver si se cortaba un poco, pero en absoluto. Al verme se rió, me la agarró como si me estuviera dando un apretón de manos y salió corriendo. Una vez en el agua, se repitió la situación del día anterior. La tenía amarrada a mí como un koala, pero mi desnudez cambiaba la situación, ya que no podía evitar rozar su culito con la punta de mi pene erecto. Me gustaría pensar que no se daba cuenta, pero sus movimientos provocativos y su insistencia en darme besitos por toda la cara me indicaban lo contrario. Me sentía mal, pero esos pezones helados eran demasiado.
Al mediodía, le preparé su comida favorita, macarrones a la carbonara. La necesitaba del mejor humor posible antes de darle la noticia. Después de comer, me armé de valor y se lo conté.
- Aitana, tenemos que hablar.
- ¿Qué pasa?
- Sabes que llevo seis meses con Sofía y que estamos muy bien.
- Sí, eso dices.
- Tú ya eres mayor de edad y tengo que empezar a pensar en mi futuro.
- ¿Vas a dejar la policía?
No, le voy a pedir a Sofía que se case conmigo.
- ¿Es que no estamos bien los dos solos?
- Cariño, tú también tendrás tus parejas, eso no nos separa en absoluto.
- Yo no meto a mis novios en casa.
- Pero yo ya tengo una edad y si quiero volver a ser padre...
Se largó con Pepe sin dejarme terminar la frase. La busqué durante horas, no contestaba mis llamadas. Cuando comenzaba a desesperarme, apareció en la cabaña, recogió sus cosas y se metió en el coche. No me dirigió la palabra en ningún momento. Incluso al llegar a casa se fue directa a la cama sin cenar. Me dolía mucho la situación, pero sabía que estaba haciendo lo correcto y que tarde o temprano se daría cuenta, seguramente en cuanto conociera a Sofía. Cené algo y me fui a dormir pensando en que ya arreglaría las cosas con Aitana al día siguiente.
En mitad de esa misma noche, una sensación muy agradable me despertó. Cuando abrí los ojos, vi a mi hija completamente desnuda sobre mí cama, chupándome la polla. Intenté apartarla, pero había cogido mis esposas y me tenía esposado al cabecero de la cama. Me moví con fuerza, le pedí que parara, pero seguía mamando.
- Hija, para, por favor.
No tienes que casarte con una cualquiera por sexo, yo te lo puedo dar.
- No es eso, Aitana, quiero a Sofía.
- ¿Más que a mí?
- Eso es imposible, pero son amores diferentes.
- No tomes una decisión hasta que sepas todo lo que te puedo dar.
- No sigas, te lo ruego.
Cuando ya tenía la polla tiesa a más no poder, a base de lametones y succiones, se la sacó de la boca y se sentó sobre mí a horcajadas, hincándose mi tranca hasta el fondo. Sabía que mi hija había salido con chicos, pero nunca hablábamos de sexo, no tenía ni idea de si ya la habían desvirgado, pero era evidente que sí. Cabalgaba con maestría, follaba como una auténtica experta. Sus tetazas rebotaban ante mis narices sin tener la posibilidad de estrujarlas con mis manos, algo que, llegados a ese punto de excitación, deseaba profundamente.
Yo no había estado con demasiadas mujeres en mi vida, pero ninguna tenía ese movimiento de cadera, eso seguro. Mi niña bonita e inocente, al final no lo era tanto, como llegué a sospechar. Era una loba que me quería para ella sola. No lo iba a conseguir, pero eso no impedía que estuviera a punto de correrme como nunca. Se recostó sobre mí y me metió la lengua hasta la campanilla, su pecho, en esta ocasión tan caliente como el resto de su cuerpo, descansaba sobre el mío y su coñito lubricado seguía engullendo mi polla a punto de estallar.
Le pedí que se bajara, que terminara con la mano o con la boca, como ella prefiriera, pero no me hizo ningún caso porque también estaba a punto de llegar al orgasmo. Sus gemidos, junto a su cara sonrojada y sudorosa fueron suficientes para desencadenar lo que sería la corrida más bestial de mi vida. Sentí cada chorro de semen recorrer todo mi tronco para terminar en la vagina de mi hija; Se bajo sobre mi mi Quitó las Esposas y nos dormimos abrazados!
No se que hacer; ahora!?
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