Miradas calientes

¿Qué puedo decir? La culpabilidad por lo que allí tuvo lugar solo hace que el recuerdo de aquello sea mucho más lujurioso, excitante, delicioso Si no fuera por el tabú, de no ser por lo inmoral e inaceptable de aquello, de cierto digo que el asunto pasaría a ser una escenita más de sexo casual de las que se olvida con facilidad. Pero resulta que no, que lo que la escalera, las 2 ventanas y el cristal de la puerta propiciaron es, sin duda alguna, digno de contarse en estas líneas que, con mucha seguridad, deleitarán a los más morbosos lectores, ansiosos de masturbación literaria.

Comenzó como un accidente, uno que bien pudo ser más bien un acto premeditado pero inconsciente a la vez. Resulta que mi habitación posee una ventana que da a la escalera que conecta las 3 plantas de nuestra recidencia, misma que compartimos con otra familia de costeños que habitan la de arriba, la tercera. Por ello, es menester de aquellos amistosos vecinos ascender y descender ante nuestra vista por la dicha escalera cada vez que ingresan o salen. La primera cómplice pues, de este culposo pero placentero hecho, es aquella mencionada ventana de mi cuarto, que está en frente de la ventana de la cocina, y que da un ángulo directo hacia la puerta del tercer piso.
El «accidente» en cuestión sucedio una mañana fresca de domingo. Me encontraba solo en casa pues mi familia había salido a la iglesia, actividad que no comparto desde hace un buen tiempo; y, mientras me disponía a organizar la habitación, limpiando el polvo decidí correr la pequeña cortina que cubre la ventana, olvidando regresarla a su posición habitual. Siempre me he sentido cómodo andando con muy poca ropa, por lo que, aprovechando mi soledad, estaba apenas vestido con unos calnzoncillos y un esqueleto. Tras un rato de barrer y correr cosas al ritmo de música en Spotify, escuché la puerta de la casa abrirse, y seguido, unos pasos retumbaron por la escalera. «Ignorando» que la cortina estaba corrida, me descubrí siendo observado por José, el vecino y señor de la familia de arriba. Fueron unos segundos muy cortos, pero reveladores, en los que el me descubrió en mis actividades, y, saludando como de costumbre, no pudo ocultar su fijación en mi apariencia semi desnuda. Sus ojos describieron mis nalgas y mi entrepierna, e incluso su voz denotó una tímida sorpresa al verme así. Me enrojecí, le devolví el saludo, y una vez entró en su rincón de la casa, decidí cerrar la cortina.

Todo el resto del día no pude más que repensar en el suceso, que puede sonar bastante normal y banal, sin embargo, viviendo de forma muy conservadora, y sabiendo que mi vecino es casado, con dos hijos, y creyente de la misma fe, el morbo me invadió en contra de mi voluntad al recordar esa mirada de curiosidad y, porqué no, un presunto deseo hacia mi cuerpo juvenil y delgado. Y es que, fuera de todo, José no era un hombre desagradable, pese aser algo barrigón y de baja estatura. Todo lo contrario, me encontré sintiendome atraido hacia su aspecto, su voz y su acento de la costa. El asunto es que, desde esa vez, las ocasiones en las que nos topamos, yo dentro de casa, y el subiendo las escaleras, o ambos abajo al entrar, o al subir, se tornaron curiosas, incluso, me atrevo a decir, íntimas. No pasaban de esas miradas furtivas a zonas prohibidas de nuestros cuerpos, ni de una complicidad en la forma de saludarnos, pues sabia que él le guardaba respeto a su esposa, y yo no estaba de acuerdo con la infidelidad. Pero…

El deseo culposo empezó a crecer, y esas miradas furtivas sentre los dos se transformarían luego en un conjunto compartido con otros dos individuos que, insospechadamente, se unirían al deleitoso crimen final.
Resulta que José tenía dos hermanos, ambos de edades muy cercanas a la de él, entre unos 40 a 45 años, mismos que, de un momento a otro, comenzaron a frecuentar la casa y, obviamente, la escalera. Las otras dos complices de esta historia son la ventana de la cocina, y el cristal de la puerta a nuestra planta, que a ciertas horas del día permite ver desde ambas caras. Varias veces, ellos tres, o juntos, o en dúo, o en singular, me descubrieron cocinando mientras subían o bajaban, y yo, inocente, me encontraba en la misma condición que la primera vez que desencadenó todo. No me fue dificil notar sus miradas deseosas, que trataban de disimular a veces, con dificultad. Tampoco tardé en reparar en su atractivo compartido, pues los tres se parecían en gran manera, aunque con sus particularidades. Con ese intercambio furtivo de miradas intensionadas, mi cabeza se fue contradicienco en sus consideraciones, llenandose de escenitas mentales que bien podrían ser cada una relatos aislados, pero que no tienen caso mencionar al ser meras maquinaciones y no sucesos acontecidos verdaderamente. Todo fue «empeorando» por las veces en las que, abusando de mi privacidad, caminaba desnudo por la casa y me tenía que esconder súbitamente al darme cuenta que alguno de ellos, en especial José, alcanzaban a darse cuenta al pasar. Yo, sonrojado, apenado -y ciertamente no arrepentido-, me daba cuenta que bajaban con una sonrisa picara y lasciva adornandoles el rostro.

Eventos así se fueron acumulando semana tras semana, día tras día, hasta que, finalmente, la más inesperada pero deseada orgía se llevó a cabo, una mañana de otro domingo en soledad, tras la suceción de circunstancias que lo propiciaron todo como si de un designio divino se hubiera tratado.

Me encontraba entrando a la casa despues de haber ido a trotar en la mañana. La casa estaba vacía por la situación ya comentada de los domingos, pero me sorprendí al escuchar la voz de José refunfuñando y quejandose por algo, allá arriba de las escaleras. Me apresuré a subir despues de asegurar la puerta, y al alcanzar el descansillo que está justo frente a la entrada de nuestro piso, él, desde arriba, me llamó pidiendo ayuda. Resulta que había olvidado sacar las llaves de su planta al salir a comprar pan, y se encontraba solo con sus dos hermanos, que no respondían a los golpes, seguramente por estar sumidos en un sueño profundo tras la juerga de la noche anterior. Para completar, su esposa y su hija estaban de vacaciones en su lugar de origen desde un par de semanas atrás, por lo que no había podido entrar. Conversamos sobre el asunto divertidamente, intercambiando risitas y chistes, y tras haberle sugerido violar la chapa con un par de clips, descendí a mi planta a buscarlos y, al salir, lo encontré en la mera entrada de mi piso, husmeando con la mirada. Lo contemplé con asombro, y el se excusó. Subimos luego, hice el ejercicio y logré, tras un par de minutos, y ante la mirada sorprendida de él, abrir la puerta. Me elogió por la habilidad, y yo le hice un par de comentarios que lo hicieron reír. De manera incosniente entré con él al apartamento, y continuamos hasta la sala, donde José dejó el pan sobre una mesa y me invitó un café. Acepté sin reparos, me senté en el sillón acudiendo a su solicitud y luego me descubrí conversando de varias cosas con él. Nunca habiamos tenido ese nivel de interacción, y pronto me di cuenta de lo bien que se sentía charlar con José, resultó no solo ser atractivo fisicamente, sino un grato conversador, tanto que los minutos se extendieron hasta transformarse en media hora. En un momento de la conversación, habiendo intimado con rápidez, él, seguramente entrando en confianza al ver mi madurez precóz -teniendo solo 20 años-, terminó contandome sobre su matrimonio y sus problemas. Trsitemente me habló de su soledad matrimonial, de su insatisfacción y su desasociego continuo por una relación monótona y una paternidad complicada. Yo me mostré comprensivo, y, casi sin percatarme de ello, aprovechando la cercanía corporal que habiamos ido forjando con sutiles movimientos en el sofá, le puse la mano sobre su hombro y lo apreté cariñosamente. El me miró con ternura, suspiró y se me acercó más, yo me quedé inmovil, y mi cuerpo empezó a temblar. Súbitamente me estampó un beso en la boca, mismo que interrumpió rápidamente, apartandose con pena. Yo lo detuve con mi mano, nos vimos a los ojos unos segundos y, sin pensarlo más, me arrojé sobre el en un frenesí de caricias y besos que nos llevaron a una erección plena y dura. Mientras nos tocabamos y comiamos la boca, sentí su pene cobtra mis piernas, y yo, de manera automática, empecé a bombear más sangre en el mio para que él sintiera como se movia. Suspirabamos con mucho placer, mientras poco a poco nos desvestíamos. Mi mente, contrariada al principio por el tema de la infidelidad, se deshinibió completamente, dejandose llevar por toda la lujuria contenida. Me agarró las nalgas, apretandome con fuerza, y yo le hundía la lengua hasta la glotis, saboreando cada parte de allí adentro. Gemíamos con suavidad, temiendo despertar a los hermanos -y ese hecho de estar justo al frente de la habitación donde ellos se encontraban durmiendo me prendió, y se que a él tambien, muchisimo más-.
Ya prácticamente desnudos, con tan solo los calzoncillos a medio poner, nos revolcabamos sobre el sofá sin parar de tocarnos, de manosearnos, de lamernos y besarnos, y por ello no nos dimos cuenta de dos pares de ojos que nos fisgoneaban atónitos desde la oscuridad de ese cuarto, cuya puerta había sido abierta cuidadosamente para no hacer ruido. Me dipuse a mamarsela, arrancandole los interiores con ansiedad, descubriendo un hermoso y exquisito pene costeño de más de 18 cm. Lo miré con asombro, y le dije que era la priemra vez que iba hacía eso. El me acarició la cabeza y loa cercó a mi boca, misma que se abrió con todas las ganas del mundo y, de repente, me encontré con esos 19 o quizá 20 cm de carne entrando por mi boca y, después, atravesando mi garganta. Mi lengua, como activando un instinto nato, empezó a acariciar con maestría todo cuanto alcanzaba mientras esa polla enorme y gorda, apenas rasurada, entrana y salía de mi boca. Sentía los espasmos de placer en las piernas de José, y el escuchaba con éxtasis mis arcadas y gemidos. De repente, el me empujó con suavidad y se levantó como un acto reflejo al darse cuenta de que sus hermanos nos estaban viendo. Yo, con terror mezclado de mucho morbo, me voltié a ver y los encontré no solo observandonos, sino tambien con sus penes por fuera y sus manos jalandolos una y otra vez, todo en una perfecta composición voyerista. Él les gritó con pena, miedo y verguenza, cogiendo su ropa para cubrise, pero ellos solo salieron en fila, se acercaron a nosotros, se bajaron los pantalones y siguieron, frente a nuestras caras atónitas, masturbandose y lamiendose los labios. No supimos que hacer por unos minutos, pero ellos nos instaron a continuar, diciendonos que no nos preocuparamos, que ninguna de sus esposas ni familia se iban a enterar. Yo seguí pasmado, con una erección enorme y un montón de precum viscoso pendiendo de mi glande, hasta que uno de ellos, Marcos, se me acercó y empezó a abofetearme con su verga, algo más chica que la de josé, pero muy muy gruesa. Involuntariamente abrí la boca y comencé a chuparsela tambien, lo que provocó que la calentura de José se elevara a niveles inconmensurables, y así mismo la de todos, y en menos de nada nos encontramos en lujuriosa y lasciva complicidad los 3 hermanos maduros y yo. Lo mejor fue cuando Marcos y Alberto se empezaron a besar y a acariciarse mutuamente, y ese inesperado acto incestuoso que nos cogió por sorpresa a José y a mi terminó de romper todas las barreras posibles. Tras un rato hasta el mismo José se encontraba mamandosela a sus hermanos y ellos a el, y yo a ellos, y ellos a mi, y así en un juego imparable de placer que se extendió hasta el medio día. Lo que pasó en medio de todo eso se los dejo a imaginación de ustedes, queridos y morbosos lectores; junto a los detalles que di del suceso, para ponerlos en contexto, les invito a imaginar cuanta cosa deseen para hacer de esta anecdota, tan pecaminosa, reprochable y exquisita, una historia digna de sus eyaculaciones, perfecta como guión de la pornográfica obra proyectada en sus mentes mientras la leen.

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