Unas vacaciones para recordar

UNAS VACACIONES PARA RECORDAR

Tengo un familiar con una casa en la costa, por supuesto la alquila. Me había pedido que me encargase este verano de la casa, de hacer entrar a los nuevos huéspedes, de mantener limpia y ordenada la casa tras la salida de cada uno para la entrada de nuevos huéspedes, etc. Acepté el trabajo porque, a pesar de no ser pago, la casa tiene en el fondo otra casa más pequeña donde quedarme durante la temporada, y lo tomé como una buena oportunidad de disfrutar unas vacaciones en la playa.
Los primeros huéspedes fueron tranquilos, una familia estándar, con hábitos regulares, al igual que los que le siguieron. No fue sino hasta los terceros en entrar que pasó algo realmente interesante. Una pareja que venía desde Río Negro, él bastante mayor en comparación con ella, pero ella un verdadero sueño. Me quedé completamente embobado en cuanto la vi bajar del auto, aun con su cara de cansada después de un viaje largo, se veía hermosa. Su pelo era castaño claro, al sol tenía ciertos destellos rojizos. Estaba vestida con ropa cómoda, holgada, con una remera muy grande pero que marcaba a la perfección la figura que había abajo. No fue hasta que se quitó los lentes que pude ver esos ojos color miel mirándome directamente, aunque no fue la primera de los dos en saludarme.

Esa misma noche la volví a ver, salí a fumar afuera, ella se había asomado al balcón del primer piso, donde está la habitación principal. Miraba hacia el patio, que más bien parece un parque o un mini bosque por los árboles. A pesar de la oscuridad pudo verme, tal vez por el leve destello del porro cuando lo fumaba, o del encendedor cuando lo usaba cada vez que este se apagaba. Levantó la mano para saludarme, gesto que correspondí y complementé levantando la otra mano para preguntar si quería compartir. Ella solo sonrió y desapareció de mi vista, pero la pude ver poco después cuando salió por la puerta de atrás y caminó hacia mí.
Mi primera impresión de ella quedaba completamente opacada con lo que tenía ahora adelante. Llevaba puesto un short de jean sin abrochar y solo su bikini, sin nada arriba. Se sentó en el pasto junto a mí y, sin decir nada, me sacó el porro de la mano con una sonrisa y empezó a fumar. Su novio estaba durmiendo, me contó, y también me habló sobre ella, sobre él, que eran sus primeras vacaciones juntos y del mal momento que estaban sufriendo como pareja. Ocasionalmente respondía con monosílabos o sonidos solo para que supiera que la estaba escuchando, no podía dejar de mirarla. La luz tenue de la luna hacía brillar más sus ojos cada vez que miraba su celular para consultar la hora. La miraba con disimulo, sus pechos no eran especialmente grandes, pero me deslumbraban con su particular encanto.
El porro se había terminado hacía más de media hora, pero ella seguía ahí sentada, hablándome de su vida como si me conociera de años; ocasionalmente se reía y hacía algún chiste que yo no entendía por estar distraído en ella, pero correspondía su risa para disimular.

Me quedé mirándola todo el camino desde que se paró y se fue. Se golpeó las nalgas para sacudirse la tierra y el pasto del short y me dio un beso en la mejilla para despedirse. Su manera de caminar era muy sensual, o tal vez era la manera en que me tenía que me hacía verla de esa manera. Solté un suspiro al verla entrar a la casa, y volví a entrar yo a la mía.
Apagué todo, había dejado el videojuego en pausa para continuar la partida más tarde, pero en ese momento no tenía cabeza para nada más, ella era la dueña de mis pensamientos. No podía dejar de imaginarla sin ropa, caminando hacia mí para fumar otro.
No pude evitarlo, esa noche me toqué pensando en ella, fantaseando en todo lo que hubiéramos hecho si, en vez de despedirnos, la invitaba a entrar conmigo. Mi mente volaba y ardía la lujuria al imaginarme esos pechos hermosos en la palma de mis manos. Disfruté cada segundo, y cada segundo se hizo eterno, pero esa eternidad no me agobiaba, sino al contrario, me daban ganas de sumergirme y perderme en ella mientras durase la fantasía.

Lo del porro se repitió la noche siguiente y también la que le siguió. Se había convertido en nuestro pequeño ritual de antes de dormir, y las fantasías eran recurrentes cada vez que ella me dejaba ahí, sentado en la entrada de la casa donde yo me estaba quedando.
Fue una mañana que salí a rastrillar las hojas del parque que escuché los gritos provenientes de la casa. Me acerqué con cierta preocupación, pero parecía solo una acalorada discusión de pareja que no debía escuchar. Me quedé cerca igualmente por si pasaba a mayores, pero finalmente pude ver como ella salía enojada por la puerta de atrás de la casa mientras que él por la entrada principal para subirse al auto e irse del lugar de una manera bastante imprudente y muy rápido. Me acerqué a hablarle a ella y nos sentamos en la mesa del jardín, donde empezó a contarme de manera escueta la discusión. Tenían sus problemas de pareja, ella tenía sus motivos para estar enojada, aunque también parecían ser problemas y discusiones lógicas en una pareja como la de ellos; la diferencia de edad era muy grande.
La invité a comer conmigo en casa, ella aceptó y me acompañó. Me puse a cocinar y me ayudaba en todo lo que podía. Era simpática y amable, y su risa me perdía cada vez que la escuchaba. Le pedí que abriera unas cervezas, pero una de las latas parecía haber sido agitada antes, porque en cuanto la abrió, me bañó completo con el contenido de ella. Después de unas risas y unas disculpas sinceras pero informales, fue ella quien agarró un repasador para secarme, aunque no tenía sentido porque mi remera estaba completamente empapada. Aun así, no hubo palabra alguna de mi parte, el contacto físico con ella me paralizó, y no pude hacer más que quedarme quieto mirando sus ojos mientras ella frotaba mi pecho intentando secarme.
Se dio cuenta de mi actitud en cuanto levantó los ojos y nuestras miradas se cruzaron por ¿Habrán sido 5 segundos? Parecieron eternos. Se sonrojó y dejó caer el repasador, me pidió disculpas otra vez, aunque no pude decir nada y ella tampoco dijo nada. Dio un paso hacia atrás, inconscientemente, yo di uno hacia adelante, quedando otra vez ambos a la misma distancia, ella dio otro paso hacia mí, llegando a tocar mi cuerpo con sus pechos, aunque su mirada me esquivaba.
Acerqué lenta mi cara hacia la de ella y sus labios me encontraron a mitad de camino. Había imaginado su sabor desde el momento en que la vi bajar del auto la primera vez, pero la realidad superaba ampliamente las expectativas. Ella me empujó hasta chocar con la mesada, sus dos manos presionaban mi pecho mientras profundizaba el beso, en el cual su lengua había empezado a buscar la mía dispuesta a empezar un baile entre dos.

Me atreví a sacarle la remera, curiosamente la misma que tenía puesta el día que llegaron. No tenía nada abajo y sus pechos, tan hermosos como imaginé, habían quedado al descubierto frente a mí, ella hizo lo mismo, sacándome la remera mojada. Me incliné para lamer sus pezones, ella soltó un ligero gemido que me hizo estremecer al momento de escucharla. Besé su pecho, su cuello, lamí lentamente desde su clavícula hasta abajo de su oreja y me entretuve por un momento mordiendo el lóbulo de la misma. Su respiración era fuerte, y entre tanto y tanto, ese tenue gemido volvía a aparecer, haciendo que pusiera cada vez más empeño en buscarlo para escucharlo otra vez como la canción que se repite una y otra vez en spotify.
No mediamos palabras, la miré fijamente posando mi frente sobre la de ella y tras un beso más, la levanté en brazos, ella me abrazó con sus piernas y se prendió a mí como un koala mientras la llevaba hasta la habitación, donde la dejé caer en la cama. Tenía puesto un jogging gris bastante amplio que no me costó nada quitarle, para quedar frente a mí una tanga azul siendo lo último que me separaba de verla como tanto me la había imaginado las noches anteriores.
Me arrodillé en la cama y gateé en esta hasta quedar sobre ella, sus brazos rodearon mi cuello y me atrajeron hacia sus labios para volver a besarla, esta vez más intenso. Bajé poco a poco besando su mentón, su cuello, su pecho, recorrí todo su vientre con mi lengua hasta que finalmente quedé de rodillas entre sus piernas. La miré fijamente a los ojos, ella parecía ansiosa, yo estaba nervioso, pero aun así me apuré a retirar la última prenda que cubría su cuerpo. Ella ya estaba húmeda, lista, esperando por mí, y yo me sumergí en ella, lamiendo su vagina, como si fuera un oasis en el desierto. Los gemidos que tanto ansié no se hicieron esperar, aunque esta vez más intensos que los de antes.

Llevé mi mano hacia arriba para agarrar sus pechos, aunque me detuve antes y la posé sobre su vientre al sentir como este se movía con su respiración fuerte y excitada. Dejé por un momento de lamer su clítoris para alzar la mirada y encontrar su rostro, pero sus dedos rápidamente se entrelazaron en mi pelo y presionaron para sumergirme nuevamente entre sus piernas. Recompensaba mis acciones con gemidos, y esos gemidos me alentaban a esforzarme más. No pude evitar bajar mi mano y empezar a masturbarme mientras mi lengua le daba placer a ella. Estaba ansioso y listo para entrar, pero esperé hasta el momento adecuado y no fue sino hasta que entre gemidos, me pidió por favor que la penetre, que volví a verla completa.
Su cuerpo se bañaba en sudor, su mirada estaba fija posada en mí, esperando que cumpliera su petición, ella mordía su dedo y sonreía, sus mejillas estaban completamente rojas. Busqué en el cajón de la mesita de luz un preservativo que, por los nervios, no podía abrir. Fue ella quien se encargó de hacerlo y también de ponermelo. Con una pícara sonrisa besó el glande de mi pene y volvió a acomodarse, abriendo sus piernas y esperando ansiosa por mí. No me hice esperar, ella estaba tan mojada que facilitaba mucho la labor. Entraba y salía lentamente al principio, sus gemidos me guiaban sin necesidad de palabras. Me excitaba su mirada tan caliente y salvaje y su sonrisa pícara que volvía a aparecer de tanto en tanto.

Me la cogí en distintas posiciones y repetimos después de un rato, las que más disfrutaba eran aquellas en las que podía tener esos ojos color miel mirandome mientras la penetraba. Sus gemidos habían sido la mejor música para mis oídos y aquella mañana tan rara al principio, se transformó, por lejos, en la mejor que había tenido desde que llegué a la casa hasta ese momento.
Nos quedamos desnudos en la cama por un rato más, ella se había abrazado a mí y acariciaba mi piel con su pulgar mientras su cara reposaba en mi hombro. Tuvimos algunas charlas sin sentido, algo triviales y después de eso, continuamos lo que habíamos empezado. Almorzamos juntos y pasamos el resto de la tarde sentados en el parque de la casa hasta que el sonido del motor del auto de su pareja la hizo volver a la realidad. Se despidió de mi con un beso en la mejilla y volvió al encuentro de su pareja. No volví a escucharlos en el resto del día.

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