Inicié a mi hijo Daniel aquella misma noche...

Inicié a mi hijo Daniel aquella misma noche...



Por la tarde hubo tormenta, así que nos trasladamos a la cueva a dormir y como hacía frío decidimos beber un poco de ron para entrar en calor y poder dormir mejor. De madrugada desperté abrazada a mi hijo Daniel y no sé por qué eché mano a su falo y lo descubrí erecto y a punto.
Comencé a masturbarlo suavemente para ver si estaba despierto, y de inmediato se giró y quedó de cara a mí, sin duda no podía dormir.
Me despojé de mi camisón y le quité sus calzones, quedándonos desnudos bajo la manta. Me cercioré de que Carlos dormía como un tronco y abrazando su cabecita lo atraje hasta mis pechos y se los puse delante de la boca.
No tardó mucho en adivinar mis intenciones y dulcemente me chupó los pezones hasta ponerlos duros y puntiagudos, primero uno y luego otro.
Pegué a él mi cuerpo desnudo, procuré que su falo estuviese cerca de mi espeso monte de Venus, de modo que con el movimiento rozase mis carnes más delicadas. Esto gustó mucho a mi hijo que enseguida comprendió el juego y volvió a zambullirse en mis pechos capturándome con sus labios mis gordos pezones.
Como cada vez estaba más cachonda decidí iniciarlo en las artes de la cópula de una vez y subiéndome encima suyo me clavé su falo en mi flor. Él dio un fuerte resoplido y se puso muy tenso cuando esta entró en mí, por lo que me quedé muy quieta hasta que éste sus músculos se relajaron.
Entonces comencé el movimiento, muy suave, pues no quería que terminase muy pronto y que no pudiese saborear el néctar del placer. Así que lo hice, muy lentamente.
Creí que de esta forma apenas me excitaría, pero con asombro descubrí que mi placer no era menor sino todo lo contrario.
Mientras me movía de lado frente a él, le acariciaba el pelo y la espalda, también bajaba hasta sus pequeñas y firmes nalgas y se las palpaba. Todo era tremendamente delicioso.
Pero yo necesitaba más estimulación así que me subí encima de él y me clavé estaca profundamente, apretando mis caderas hasta sentirla muy adentro en mi flor.
Mis pechos colgantes se balanceaban sobre su boca mientras él los chupaba alternativamente y yo me movía como una gata en celo encima de su semental.
Aunque seguía yendo despacio, lo hacíamos tan bien que cuando me quise dar cuenta estaba ya en puertas del orgasmo y sintiéndolo próximo aceleré el ritmo hasta que provoqué la llegada de su clímax, moviéndose inquieto debajo de mi mientras me abrazaba y se convulsionaba con su cabecita aún entre mis pechos.
Yo seguí a lo mío y no paré hasta alcanzar el goce final cayendo rendida encima de él.
El pobre tuvo que avisarme de que lo estaba aplastando para que me apartase a su lado y siguiéramos durmiendo.
Al alba desperté con la agradable sensación de mi flor siendo penetrada por segunda vez aquella noche. Por sorpresa Daniel me había tomado mientras yo dormía, echándose encima de mí y acertando con mí valle del placer deslizó su verga a través de él y me tomó sin permiso, tampoco es que le hiciera falta.
Se agitaba nervioso encima de mí así que lo abracé, abrí más mis piernas para facilitarle el acceso a lo que tanto deseaba de mí y traté de relajarlo acariciándole la espalda y su duro y pequeño trasero.
No tardó mucho en venirse encima de mí, retorciéndose de placer, yo lo acuné entre mis pechos y lo abracé hasta que se sus temblores se aplacaron y poco a poco se calmó.
Con él encima mío me sentí feliz de poder darle el placer al que todo hombre tiene derecho, sí yo era su madre, ¿y qué? Estábamos en una isla desierta y sólo nos teníamos a nosotros mismos, seguramente terminaríamos nuestros días allí y ante esta perspectiva no hay tabúes que resistan.
Mi querido y amado Daniel ya era un hombre completo, ya había abonado la niñez para siempre y yo, mientras lo abrazaba, me sentía feliz por haberme compartido tan íntimamente con él.
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Este es un delicioso fragmento de mi obra Náufragos, la primera de mis novelas descrita así por un lector: "Excelente descripción de vida".

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