¡Una madre haría cualquier cosa por su hijo!

¡Una madre haría cualquier cosa por su hijo!


La tarde era cálida, el director fue muy puntual, de manera que me aseguré de que aquella tarde Ralph estuviese con Rachel para estar yo sola en casa.
El director tenía canas y vestía de un modo distinguido para ser un hijo de puta que me iba a follar por segunda vez. Encima tuve que aguantar que insistiera en tomar té con pastas.
— Y dígame señora, ¿no busca un marido desde que enviudó? —se atrevió a preguntarme.
— No necesito nada de los hombres a dios gracias —dije yo malhumorada.
— Vamos no sea así, su concha está jugosa aún, se lo puedo asegurar, hoy me gustaría degustarla, si no le importa —se quedó pensativo—, o bueno si le importa me da igual, porque usted ante todo es una madre entregada verdad —rió el hijo de puta.
Mientras lo tenía entre mis piernas, lamiéndome el coño, tumbada en la mesa del salón, con los muslos abiertos, sólo podía pensar en mi Ralph, ¡en que iría a un buen colegio! Y eso me ayudó a pasar el trance.
Pero lo cierto es que el hijo de puta tenía bigote, y sus pelillos comenzaron a rozarse con mi sexo mientras lo comía y las cosquillas que me provocó me desconcertaron. Al tiempo que empecé a tener un gran placer. Si ayer quería que todo acabase cuando lo sentí penetrarme, hoy quería que acabase para no correrme en su cara y a punto estuve.
Por suerte para mí, paró justo de que me entregase al frenesí largo tiempo olvidado por mí. Entonces se incorporó y empuñando su gruesa polla la apuntó entre mis muslos y tras frotar obscenamente su punta como los labios de mi raja para lubricarla, ¡la metió! Sin prisa, pero sin pausa. ¡Hasta llenarme por dentro con toda su carne!
Yo aguanté la respiración y me aferré con fuerza a sus brazos, sólo solté el aire cuando la sentí ya bien adentro, y ésta se acomodó y lubricó tras unos cuantos ardientes empujes en los que ya me pude relajar, al sentir como mi sexo se había acoplado perfectamente a su grosor.
Hoy me tomaba boca arriba en la mesa, el cabrón se permitió descubrirme los pechos y acariciarme los pezones mientras me follaba. Además, se echó encima de mí y me los chupó con fuerza, haciéndome cosquillas con su grueso bigote mientras lo hacía.
Esto me desarmó, sentí la excitación crecer enormemente en mi interior mientras me zarandeaba fruto de sus embestidas. Diez años son muchos años para que una no sienta nada cuando la follan. Y aunque una recurría a la autosatisfacción cuando me encontraba ya muy desesperada, lo cierto es que ya no recordaba la sensación de tener una dura vara dentro, empujándote con ganas, mientras se aferran a tus caderas y te zarandean como un junco al viento.
¡Sentía un placer inenarrable! Tanto que, me di asco de mi misma. Pero en el fondo estaba disfrutando enormemente de que mientras aquel viejo director y gordo director me follaba con su gorda polla. Hasta que sentí cómo se corría dentro de mí, agotando sus últimas embestidas mientras yo apretaba los dientes y luchaba para aguantar y no correrme con él, pues, ¡me habría muerto de vergüenza al correrme y darle el gusto de sentir que me había satisfecho!
Cuando el cerdo se marchó, sonriendo socarronamente. Cerré la puerta y corrí a la ducha para limpiarme rápidamente. Tras enjabonarme y aclarar mi piel, ¡por fin estaba limpia! Entonces me entregué a mi goce particular con el agua caliente, jugando con la presión de la ducha como una adolescente, apretándola contra mi vulva. Me corrí y temblé bajo el agua, mientras me sentía tremendamente culpable de haber disfrutado rememorando como el aquel cerdo se aprovechó de mi cuerpo. Aunque luego supe, en cierta medida, que yo también disfruté del acto, ¡por increíble que parezca!
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Este es un fragmento de Siete Madres Desesperadas, sin duda un clásico dentro de mi bibliografía. En dicha obra siete madres contarán hasta dónde están dispuestas a llegar por sus respectivos hijos... ¡Increíble!

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