El señor la folló en su despacho, pero luego...

El señor la folló en su despacho, pero luego...



Al siguiente día Graciela se preguntaba en el bus si el señorito Gabriel la follaría tanto y tan bien como el día anterior. Pues el joven estaba desatado y no había parado de metérsela durante la anterior mañana.
Hoy se había duchado como cada mañana y olía a colonia fresca, mientras el bus ronroneaba por las calles, aún dormidas, de la ciudad. Pocos eran los ocupantes así que Graciela, sentada en un asiento de atrás, no pudo evitar sentirse excitada ante los acontecimientos que le traería el nuevo día.
A su edad, disfrutar de nuevo del sexo le parecía una entelequia, pero no había nada como una buena polla para animar a una mujer caliente que había desperdiciado, tal vez, demasiado tiempo sola, con un cuerpo que aún latía y palpitaba cuando su sexo se mojaba y ansiaba penetraciones y gozo.
Con estos pensamientos se puso caliente recordando las folladas del día anterior, así que disimuladamente no pudo por más que palpar su raja desde los asientos traseros del bus. Esta no estaba especialmente húmeda pues con la edad esas cosas pasan, pero hurgó un poco más profundamente en su hoyo y notó como la lubricación comenzaba a manar desde lo más íntimo de su sexo, ¡sí aún era una mujer caliente!
Llegó a la casa y todo era calma y silencio. Así que se fue a su cuarto y se cambió, se puso su uniforme y se miró al espejo, impecable como siempre. Mientras lo hacía se miró desnuda como no había hecho los días anteriores.
Sus enormes pechos, apetecibles, tal vez eran su mejor baza, su culo tampoco desmerecía, su sexo peludo, tal vez tenía que adecentarlo y pelarlo como le había propuesto su hija.
Una vez vestida fue a la cocina, donde la señora le dio las órdenes del día.
–¡Buenos días señora Graciela! –dijo su señora.
–¡Buenos días tenga usted señorita! –respondió Graciela juntando sus manos en su regazo con actitud su misa.
–Mi esposo hoy no ha ido a trabajar, lo hará desde su despacho –continuó informándole la señora–. Yo iré con Paca al médico, la pobre no es normal que lleve ya tantos días y no mejore.
–¿Y el señorito Gabriel? –se interesó Graciela, con sus calientes pensamientos en el bus.
–¡Ah pues no sé, supongo que pasará la mañana como siempre metido en su cuarto jugando a esos juegos –dijo la señora con cierto desdén.
Nunca se llevaron bien, el señorito Gabriel aún no la había aceptado, algo normal tal vez, o talvez nunca lo hiciera .
–¿Cómo sigue Paca? –se interesó también Graciela.
–Pues me ha dicho que hoy se levantará, yo iré al gym ahora, me apetece sudar un poco en los aparatos –le manifestó su señora.
–¡Muy bien señora! –dijo Graciela pensando en la desdicha de la pobre paca.
Finalmente decidió meterse en sus asuntos y así no preguntar más.
La señora abandonó la cocina no sin antes hacerle el cumplido de rigor acercándosele para limpiarle una mota invisible en el uniforme hombro.
–¡Impecable, como siempre! Y huele bien su perfume –dijo la señora.
–¡Oh gracias señora, es un agua de colonia fresca! Apenas dura un rato desde que una se la echa, pero no empalaga.
–¡Hum, sí me tienes que decir su nombre! –dijo la señora abandonando la cocina.
Así que comenzó el día con cierta incertidumbre por los asuntos que estaban a punto de destaparse. De modo que Graciela decidió ponerse a ordenar la cocina y oyó a Paca juntarse con la señora en el descansillo luego oyó la puerta cerrarse.
–Espero que te vaya bien Paca –dijo en voz alta una intrigada criada.
 
Al rato apareció el señor en la cocina, sorprendiendo a Graciela en la cocina.
–¡Buenos días tenga el señor! –dijo Graciela para saludarlo.
–¡Oh si bueno Graciela a usted quería yo ver! ¿Me acompaña a mi despacho?
–¿Qué ocurre? –dijo Graciela con preocupación.
–Quiero enseñarle algo y que me dé usted su opinión –dijo secamente el señor.
Así que le siguió hasta la habitación y una vez allí el señor le pidió que se sentara y girando la pantalla del pequeño ordenador fue directo al grano.
–Verá Graciela, cuando lo he visto no lo podía creer, pero efectivamente esto pasó ayer. Y dándole al pley se vio Graciela en la pequeña pantalla, en el salón aspirando el sofá, cuando en la imagen apareció el joven Gabriel metiéndole mano desde atrás, sorprendiéndola como hizo el día anterior.
Graciela sintió un vértigo como si se fuese a caer desde lo más alto del himalaya, ¡cómo era posible! ¡Cámaras!
Horrorizada permaneció callada pues no acertaba a decir nada.
–Al verlo pensé que mi hijo era un desalmado, metiéndole mano por detrás a traición, pero luego vi su reacción, o mejor dicho, su no reacción. Usted le dejó hacer, ¡sorprendentemente se dejó follar por él! –exclamó el señor frente a ella en la mesa de su despacho.
–¡Bueno señor, yo no sé qué decir! El joven señorito no sé por qué se ha encariñado conmigo y yo pues no quiero perder este trabajo, ¿sabe? –acertó a decir Graciela.
–¡Hum, claro! Eso lo explica todo –dijo el señor de la casa mientras las tórridas imágenes seguían avanzando y Graciela evitaba mirarlas para no sentir más vergüenza.
–Puede el señor pararlas, ¿por favor? –dijo una avergonzada Graciela.
–Verá, las he visto varias veces y tengo que decirle que ciertamente fue usted muy complaciente con mi hijo –le confesó el señor.
–¡Oh, me siento avergonzada! –dijo Graciela tapándose la cara.
–No tiene por qué avergonzarse Graciela, es usted una mujer de bandera. Especialmente dotada si me lo permite –dijo el señor levantándose y rodeando la mesa para acercarse a la sirvienta.
–¿Qué va a hacer el señor ahora conmigo? ¿Me despedirá? –preguntó esta alarmada.
–¿Quieres que lo haga Graciela?
–¡Oh no señor, necesito el dinero! –dijo esta con desesperación en su voz.
–¡Tranquila ni lo había pensado! Sólo que ver esas imágenes de usted siendo complaciente con mi hijo, me han hecho plantearme si usted no podría ser complaciente también con el padre –le espetó y ni corto ni perezoso se sacó su polla de la bragueta y con su traje impoluto la mostró a los ojos de la sirvienta.
Graciela los tenía como platos, ¡no podía creer que el señor le enseñara su herramienta y le pidiera lo que intuía que le estaba pidiendo!
–¡Oh señor, no por favor! –dijo Graciela con horror.
–Vamos Graciela, si eres complaciente yo seré generoso contigo –insistió el señor dando un pequeño paso adelante, lo que ponía su barra de carne al alcance de la boca de la sirvienta.
Y con su mano en su nuca, empujó a Graciela hacia su minga erecta y dura para que esta consumase lo que se estaba preparando a hacer.
Un par de lágrimas cayeron por la mejilla, tal vez un gimoteo imperceptible salió de su garganta. Justo un momento antes de que esta se llenase con el falo erecto que el señor le ofrecía.
–¡Oh Graciela, sí! Es usted una criada extremadamente servicial –dijo el oso anticipándose a la mamada que se prometía tremendamente excitante.
La barra de carne llenó su boca, su capuchón era como una seta, llenó su boca al instante y Graciela lo chupó sin mucho acierto, pues no era experta en estos menesteres. Sintiendo arcadas, cuando el señor, muy excitado por la situación apretó su nuca para hacérsela tragar más hasta rozarle la campanilla.
–¡Oh señor, no, tan profundo no por favor! –dijo Graciela sacándola de su boca para hacer una pausa, intentado acostumbrase también al sabor amargo de aquel grueso glande.
Graciela deseó que aquello acabase pronto, más el señor volvió a introducirla en su boca pidiéndole que chupara más.
–¡Chupa más Graciela, me encantan las mamadas! Estaré muy agradecido contigo si lo haces bien –dijo para intentar convencerla y que fuese sumisa.
Graciela trató de chupar más y más profundo, aguantó sus arcadas y trato de serenarse, esperando que todo aquello acabase pronto.
Tras el segundo intento, nuevas arcadas cortaron en seco su mamada. Comprendió entonces el señor que no podía forzarla a más así que la levantó tirando de su mano y la echó encima de la mesa de su despacho.
Acto seguido subió su falda y viendo sus pantis negros se los bajó hasta la rodilla, para llevarse con ellos sus bragas color carne y así descubrir su peludo allí metido entre los cachetes de su gran culo.
–¡Oh Graciela! ¡Qué peludito lo tienes! –dijo el señor acariciando su pelambre desde atrás.
Mas no obtuvo respuesta de la sirvienta que se resignó a su destino.
–Vamos señor acabemos ya con esto, ¡por favor!
Y el señor siguió sus deseos, metió su vara erecta en aquel sexo no sin antes lubricarlo profusamente con sus dedos chupados previamente, para que su saliva entrase en su raja y lubricase sus labios vaginales, abriéndose la concha como un erizo de mar, dejando ver lo rosado de su carne.
Entonces el señor apuntaló su glande y lo metió poco a poco en aquel sexo abrasador.
–¡Uf Graciela! ¡Qué coño tiene usted, tan caliente! Espero que siga así, ¡oh qué maravilla! –dijo el señor aferrándose a sus caderas para follarla desde atrás, haciendo que con cada culada su glande la abriera un poco más y penetrase un poco más adentro.
Le entró hasta los huevos, chocándose estos con los pelillos de su sexo, con toda ya metida dentro. Entonces el oso bufó y comenzó una rápida fornicación.
Graciela se vio zarandeada por el señor, sintió su barriga en su culo, chocando con cada embestida y aunque su verga era como la de su hijo, no así su barriga que era prominente y escandalosa.
Deseo pensar que era Gabriel quien estaba detrás suyo embistiéndola de aquellas maneras, pero no surtió efecto, pues el oso gruñía con cada embestida y bufaba en su oreja, cuando se echó con toda su barriga en su espalda y cogido de sus hombros empujó con fuerza hasta metérsela lo más profundamente que pudo.
Luego le abrió el vestido por delante y sacó sus tetas sobre la mesa, agarrándolas con ansia y pellizcándole los pezones hasta hacerla un poco de daño, mientras sus estocadas se sucedían una tras otra implacables, llegando hasta el tope de su sexo abierto.
Por suerte para la criada, la follada fue intensa pero corta y el señor, con ella metida desde atrás no duró mucho, un par de minutos quizás. Como las folladas de su hijo el día anterior, se corrió en el interior de su peludo sexo y arremetió con tremendas ganas mientras lo hacía permitiéndose incluso lamerle el lóbulo de la oreja.
Sintiendo que terminaba Graciela respiró aliviada, pero la follada se prolongó aún un rato, pues el cerdo que tenía a su espalda se recreó con ella dentro y siguió follándola con menos ímpetu pero sintiendo aún el roce de su verga en su concha abierta.
–¡Hum Graciela! ¡Qué buena follada! ¿No le ha parecido? –se preguntó el señor sudoroso mientras extraía de su bolsillo un pañuelo de tela para secar el sudor de su frente.
Graciela no quiso dar respuesta, simplemente sintió que su verga salía de su sexo y sintiéndose además liberada de su peso, se agachó y echó su carga de leche al suelo.
–¡Eso es Graciela! ¡Te lo he rellenado de leche! ¿Te gusta? –dijo socarrón el señor allí presente.
Graciela se quitó el delantal blanco de su uniforme negro y limpió primero su sexo y luego el suelo.
–¿Me puedo ir ya? –preguntó levantándose y subiéndose sus bragas y sus pantis negros.
–¡Sí, sí, puede usted marcharse! Y no se preocupe, que la recompensaré con un extra a final de mes.
¿Un extra? –pensó Graciela para sus adentros–. No había paga suficiente para soportar a aquel gordo follándola desde atrás. Aunque su minga fuese parecida a la del hijo, este era guapo y joven, apuesto, nada que ver con lo que se había convertido su padre.
Graciela asió del despacho como una exhalación y entró a uno de los baños a lavarse profusamente su sexo, quería limpiarse de toda la leche que le había echado aquel cerdo depravado.
Entonces entró en la cocina y vio allí a Paca, de nuevo con su uniforme estaba limpiando donde ella lo había dejado.
–¡Paca! ¿Estás ya mejor? –preguntó alarmada Graciela tras ser follada por el señor.
–¡Oh si señorita! Ya se me pasaron las náuseas y los mareos.
–¿Pero no vas a ir al médico? ¿Para saber qué te pasa? Por si acaso no estuvieras ya sabes… –dijo Graciela, queriendo decir preñada pero siendo incapaz de preguntar.
–¡No diga eso señora Graciela! ¡Espero que no por favor! –dijo Paca rompiendo a llorar.
Graciela corrió a consolarla y al final terminaron las dos llorando aquella fatídica mañana.
–¡Paca yo no puedo más! El señor esta mañana me hizo lo mismo que a ti –le confesó Graciela.
–¿Cómo? –dijo Paca incrédula.
–¡Me llevó al despacho y allí mismo me lo acaba de hacer! –confesó Graciela rompiendo a llorar ahora ella.
Paca la consoló y ambas mujeres trataron de serenarse a continuación.
–¿Y qué vamos a hacer señora Graciela?
–Pensaba que podría aguantar esto, pero Paca, no puedo más, yo me voy y no vuelvo.
–¿Pero y yo? –dijo Paca desamparada.
–Tú Paca, te vienes conmigo ahora mismo, recoge lo que puedas en una maleta y te llevo al centro a coger un bus a tu pueblo.
–¡Oh, señora Graciela! ¡Volver a mi pueblo! ¿Y si estoy embarazada? ¿Qué me dirán mis padres?
–Tus padres llorarán contigo y te querrán porque eres su hija pero Paca, ¡tú aquí no te quedas y no tampoco!
Armándose de valor ayudó a Paca a meter sus pocas pertenencias en una maleta. Pidieron un taxi y lo cargaron a la casa, pues era frecuente que la señora los pidiera, ¿así que para qué molestarse en coger un bus si ya no iban a volver?
Junto al bus Paca y Graciela se abrazaron, se prometieron escribirse para saber de ellas y Graciela le deseó lo mejor. La vio marcharse y se sintió entonces vacía por dentro. Ya sólo quería hacer una cosa, volver a casa y ducharse.
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Este es un fragmento de mi novela La embarazada: La más caliente, donde no sólo se cuentan las vivencias de la hija sino también, como en este capítulo, de la madre...
 Sinopsis:
Violeta está embarazada, fruto de un primer y escandaloso amor por su profesor, una relación que no terminó y que fue la causa de su temprano embarazo. Sus hormonas están disparadas, llevándola a unas cotas de calentura que no podría imaginarse.
Graciela es su madre, que trabaja para unos acaudalados señores de la ciudad para mantener a la familia y al bebé que está por llegar. Su trabajo le gusta y los señores se portan bien con ella pero, en la vida todo cambia y los sucesos que ocurrirán tendrán un gran impacto en las vidas de ambas.

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