La disciplina de mamá 16

Como ya les he relatado, mi situación había empeorado desde que mamá había decidido ponerme un aparato de castidad para controlar la que era su “pollita virgen”. El tiempo iba pasando ya se contaba por meses mi estancia con mi disciplinaria madre. Gracias a la castidad y los cada vez más espaciados orgasmos estaba cada vez más sometido a mamá. Su método era terrible, pero obtenía resultados e incluso estaba mejorando en mis estudios a pesar de realizarlos en casa. Había hecho ya varios exámenes y mis notas eran notablemente superiores. Aparte de los estudios, mis horas transcurrían también realizando las tareas del hogar además de complacer sexualmente a mi dueña tal y como ella deseara, principalmente con mi lengua. Era su zorrita comecoños, otro de los apelativos comunes con los que me nombraba.
Durante aquellos meses mi tolerancia al dolor, la humillación y la castidad había aumentado considerablemente pero mamá siempre se las apañaba para introducir nuevas prácticas o las subía de intensidad para magnificar mi sometimiento. Normalmente me dejaba correr una vez por semana, pero había decidido ir a por un nuevo record y llevaba ya más de 12 días sin un orgasmo. Eso, como ya deben imaginar, me mantenía constantemente excitado además de más sometido que de costumbre. Me comportaba como un perrito faldero, esperando que por fin mamá me regalara con un orgasmo.
La tarde de mi duodécimo día seguido en castidad mamá me ató en una silla con las manos detrás del respaldo y mis tobillos a las patas. Yo estaba desnudo salvo por mi jaula metálica y por un collar de cuero negro bien ceñido a mi cuello. Ya completamente inmóvil y a su merced, mamá empezó a andar alrededor mío. Vestía una escueta bata de seda azul sin nada más debajo que unas braguitas de algodón blanco. Sus generosos senos se adivinaban por la abertura de la bata. En su mano agitaba una fusta de madera con una lengüeta de cuero.
-Últimamente te estás portando muy bien. –A pesar de sus palabras lanzó un azote con la fusta en mi muslo, cerca de mis testículos. Un inmediato escozor apareció en la zona golpeada. – Pero ya sabes que a mami a veces le gusta castigar a su zorrita virgen. Es para que recuerdes cuál es tu lugar y para que siguas siendo mi niñito degenerado. – Me cogió la cara con sus dedos de hierro, apretando y dejando mis labios entreabiertos. Se acercó a mi cara y dejó caer un espeso salivajo en mi boca. Me regaló con una de sus sonrisas cargadas de crueldad, ternura maternal y lujuria a partes iguales. Retorció uno de mis pezones en un doloroso pellizco para después acariciarme sensualmente el vientre. – ¿Quieres que libere tu pollita virgen para jugar un ratito?
-Por favor mami… - Suspiré, sintiendo mi pene crecer dentro de su jaula. La piel y la carne colmaban el frio metal. Mamá empezó a juguetear con mi pene y los testículos. En el escote de su bata colgaba de una cadena la llave de mi castidad. Ella, al ver mi mirada fija en la llave, interrumpió mis pensamientos con un sensual beso. Su lengua penetró en mi boca, incitándome con su danza, poseyéndome también de aquella manera. Terminó el beso mordisqueando mi lengua, cosa me hizo gimotear de dolor. Mi sexo, pero, seguía intentando luchar contra la jaula.
-¿De verdad quieres jugar? - Me miró sensualmente antes de coger la cadena y pasársela por encima de la cabeza. La sostuvo por encima de mi cuerpo, restregando la llave por mi torso y sonriéndome perversa y provocativa. – No sé si liberar mi pollita virgen, esta tan bonita así encerradita… -Soltó la cadena, que cayó sobre mi encerrado pene.
-Por favor… por favor… - Supliqué como ella quería.
-Está bien. –Recogió la llave y la introdujo en el candado. En apenas un segundo lo retiró y lo apartó a un lado. Con sumo cuidado, como si manipulara algo terriblemente frágil, fue sacando la pieza principal del dispositivo de mi pene. Este, al verse parcialmente libre, empezó a crecer. Mamá me sonrió de nuevo, divertida ante las reacciones de mi cuerpo. Retiró la segunda pieza, la que rodeaba tanto pene como testículos por la base. La sensación de libertad era muy agradable. Cuando te pasas todo el día con el pene encerrado, aunque no estés excitado, te sientes constreñido e incómodo, aunque te acabes acostumbrando. Ahora mi piel respiraba, sin restricciones ni jaulas. Las manos de mamá, pero, no tardaron en constreñir mi sexo.
-¡Mami! – Jadeé al sentir como sus dedos pellizcaban con fuerza uno de mis testículos mientras con la otra mano, aprisionaba el tronco de mi falo y apretaba. Mis genitales estaban muy sensibles, tanto para las caricias como para el dolor.
-No creerás que todo va a ser placer. –Mientras decía esto cogió algunas pinzas metálicas que había comprado en la tienda de Ana, especialmente pensadas para ciertas partes de mi anatomía. Con ellas empezó a pellizcar una pequeña porción de piel de mis testículos hasta que acabaron cubiertos por media docena de pinzas. El pellizco que producían en tan sensible zona era menos doloroso de lo que se pueda pensar, pero el dolor y la irritación aumentaban a medida que el tiempo pasaba. Además, mamá no había terminado su tormento. Con la fusta de cuero empezó a azotar mi erecto pene. Sus golpes, aunque rápidos y fuertes, eran medidos y controlados, como todo lo que hacía ella. A pesar de la tortura, me concentré en disfrutar otra vez de aquella mezcla de sensaciones, dolor y placer, sumándose y amplificándose uno con otro.
-Mami… mami… -Gemía yo mientras ella seguía agitando la fusta y descargando golpes contra mi entrepierna.
-Pobre zorrita… - Mama frenó los golpes y esta vez llevó sus dedos, de manera delicada y tierna, hacia mi pene. Con las yemas acarició suavemente todo mi sexo. Aquel contacto me sumió más en la excitación y sentí una urgencia interna. Necesitaba descargar. Intenté disimular mi ansiedad, aunque esta era obvia y mamá era consciente de ella. –Ni se te ocurra correrte. – Asentí, aunque su advertencia estaba de más. Yo ya sabía las consecuencias que acarrearía, por lo que aguanté todo lo que pude. Ella siguió tocando mi duro sexo, masturbándolo muy sutilmente con los dedos mientras de vez en cuando jugaba con las pinzas que atenazaban mis testículos. En aquel momento mamá se sentó en mi regazo, sobre una de mis piernas. La cercanía de su cuerpo y su aroma de mujer eran embriagadores. Con gesto sensual mamá separó un poco la abertura de su bata para mostrarme sus abundantes senos. Solo pude pensar en tocarlos, besarlos, chuparlos,… pero inmovilizado como estaba era un impulso irrealizable. -¿Quieres correrte?- Me preguntó mientras rodeaba mi cuello con los brazos.
-Si por favor. –Pedí, aunque ya sabía que lo más probable que aquella sesión terminara sin orgasmos. Todo formaba parte del juego y la provocación. Ella no respondió y simplemente empezó a retirar la primera de las pinzas de mis testículos. Antes de liberarme la zarandeó un poco, lo que dejó aún más doloridos mis genitales. Siguió retirando las pinzas con metódica crueldad, pues siempre, antes de quitarlas, las golpeaba o zarandeaba. Su tortura, pero, no rebajó ni un ápice mi erección. Una vez terminó de quitármelas todas empezó a acariciar mis pobres huevos donde habían estado las pinzas, como si quisiera aliviar el dolor que ella misma había provocado. Sus dedos ahora eran delicados y hábiles. Gruñí de placer.
-¿Te gusta zorrita? Mi pobre niñito virgen. – Dijo con aquel tono burlón e infantil que usaba más de una vez. Siguió masturbándome con una mano mientras con la otra tocaba y acariciaba los testículos. De repente, toda la ternura y sensualidad desapareció y sus dedos se cerraron entre a mis huevos en una tenaza de hierro. El dolor de los testículos fue agudo y me recorría todo el cuerpo. Serré los dientes y cerré los ojos, que se estaban anegando de lágrimas. Al volverlos a abrir vi la sonrisa cruel de mamá. -¿Duele? Pobrecito. – Soltó mis testículos para llevar su mano hasta mi vientre. Con las puntas de las uñas, haciéndome unas dulces cosquillas, recorrió mi pecho. En ningún momento dejó de pajearme suavemente. Mi pene estaba a punto de estallar y mamá concentró toda su atención en él. Conocía mi cuerpo casi mejor que yo mismo y me llevó hasta el límite con habilidad, tanto que hasta un poco de líquido preseminal empezó a brotar del glande. Aquella era la señal que estaba buscando. Ya me tenía tan al límite como se podía, a punto de llegar al orgasmo, con toda la ansiedad y tensión acumulada. Cesó toda caricia y dejó al aire mi pene a punto de estallar. Se levantó de mi pierna y fue a buscar una bolsa de hielo. Meses atrás yo me habría puesto a llorar y suplicar desconsoladamente, pero ya estaba acostumbrado a sus crueles juegos. No me malinterpreten, me sentía frustrado, cachondo, ansioso,... pero mi mente estaba totalmente sometida a mamá y era ella la única que podía darme o negarme el placer, y yo lo aceptaba. Igualmente suplique un poco, intentando ablandar a mamá. Además, sabía que a ella le encantaba.
-Por favor mamá… el hielo no… Déjame correr, he sido una zorrita obediente. Soy tu zorrita sumisa y me he portado bien. – Mamá me silenció pegando uno de sus dedos a mis labios.
-Shh, tranquilo. – Mientras me reconfortaba con sus caricias aplicó inclemente el hielo sobre mi caliente polla. Como creo que ya les relaté, era una experiencia bastante dolorosa. Mamá no siempre usaba el hielo para bajar mis erecciones, pero yo ya había sufrido de esta técnica más de una vez y sabia a lo que atenerme. La erección fue bajando dolorosamente hasta que mi pene quedó convertido en un gusanito blanco y flácido que mamá secó y manipuló para ponerme de nuevo la jaula de castidad. Terminó de encerrarme asegurando las dos piezas metálicas con el candado. –Tranquilo, que más tarde seguiremos jugando, ahora pero mami necesita desahogarse.
Me desató de la silla y me llevo hacia su cuarto. Allí se despojó de la bata de seda y se quedó solo con las braguitas de algodón blanco. Me obligó a ponerme de rodillas delante de ella para bajarle la ropa interior. Deslicé mis dedos entre la tela y la piel y bajé las braguitas para que su coño, negro, ensortijado y peludo, quedara a apenas un palmo de mi cara. Intenté acercar mis labios a su bosque, pero mamá aparto mi cara de un leve empujón y se sentó al borde de la cama. Me quedé de rodillas, esperando su orden. Con el dorso del pie empezó a juguetear con mis genitales, haciendo que mi falo volviera a llenar los espacios que quedaban entre los barrotes de mi jaula. No tardó, por eso, en quitar el pie de allí para hacerlo trepar por el vientre y el torso hasta plantarlo delante de mi cara. Yo ya sabía lo que tenía que hacer y empecé a besar, lamer y chupar los dedos de los pies. Mamá reía complacida.
-Mi zorrita virgen, eres una degenerada. ¿Te gustan los pies de mami? – No respondí y simplemente seguí poniéndome el pie en la boca, llenándolo con mi saliva. Mamá apartó el pie y se tumbó bocabajo en la cama. – Ven a hacerme un masaje. Me levanté para subirme a la cama, ponerme de rodillas encima de ella y empezar a masajear los hombros de mamá. Antes, pero, puse algo de crema en mis dedos para facilitar la tarea. Durante los meses con mamá, otra de las habilidades que había adquirido era a dar masajes, pues más de una vez me lo ordenaba. Durante varios minutos masajeé su espalda, sus glúteos, sus muslos, sus piernas y sus pies hasta dejarla relajada y haber distendido sus músculos. Se dio la vuelta y levantó las rodillas, separando ligeramente las piernas. No tuvo que ordenarme nada más y hundí mi cabeza en su sexo. El vello púbico cosquilleaba mis mejillas mientras mis labios y lengua se adentraban en su húmeda gruta. Sus manos se apoderaron de mi cabeza, empujándola hacia sí misma para poder restregar mejor su vagina en mi rostro.
-Si… zorrita comecoños… mami quiere correrse en tu boquita… -Repetía entre gemidos cada vez más escandalosos. Mi lengua y labios empezaron besar y lamer su clítoris y las caderas de mamá se arquearon y me empujó la cabeza con más vigor, hundiendo más mi cara en su interior si eso era posible. A pesar de que de esa manera no podía precisar mis atenciones en sus zonas de placer, mamá estaba muy excitada y hacia que mi provocada torpeza no acabara de importarle. Seguí luchando con sus movimientos para acercarme a su clítoris, logrando mi objetivo. No fue difícil provocarle a mamá un ruidoso orgasmo que por su intensidad la obligó a soltarme la cara. –Si… Si… - Gimió mientras yo seguía lamiendo sus flujos.
Una vez su respiración se normalizó me apartó suavemente de entre sus piernas y se levantó de la cama para coger algo de cuerda. Aún no habíamos terminado. Se acercó a mí para atarme las manos detrás de la espalda. También me ató los tobillos y unió ambas ataduras, doblando mis rodillas completamente para poder fijar las cuerdas de muñecas y piernas. Quedé completamente inmóvil y a su merced. Me movió como a un fardo para colocarme bocarriba. Era una posición muy incómoda porque las muñecas y los tobillos se me clavaban en la espalda y las nalgas. Mamá añadió más peso al sentarse a horcajadas sobre mí. Su sexo y el mío quedaban casi pegados, aunque el mío seguía pugnando en su jaula de castidad. Inclinó su cuerpo sobre el mío para acercar su cara y poder volver a escupir dos buenos salivajos dentro de mi boca, para después sonreírme. Me besó, chupó mis labios y lamió mi rostro.
-Zorrita… - Suspiró en mi oído antes de seguir recorriendo con los labios todo mi torso. Fue bajando y en un momento se incorporó un poco, lo que alivió la presión sobre mis maltrechas muñecas y tobillos. Ahora era su cabeza la que estaba entre mis piernas. Jugueteó con la jaula, zarandeando mi encerrada virilidad. - La pobre pollita quiere salir… - Abrió la boca y su lengua trazó un profundo lametón. Me sonrió de nuevo antes de ponerse el pene en la boca y simular una mamada, por otra parte imposible por el dispositivo de castidad. Mamó de aquella frustrante manera unos minutos que para mí fueron eternos. No solo era una tortura física, porque mi polla se clavaba en el metal, sino que principalmente lo era mental. En aquel momento mi cabeza solo podía pensar en el maldito dispositivo de castidad que me impedía sentir la boca de mamá en toda su plenitud.
-Por favor mamá, quítamelo. – Acerté a decir entre jadeos, pues mi respiración estaba muy agitada. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y pude apreciar que estaban llenos de una lujuriosa malicia. Aquella mirada era la única respuesta que necesitaba para saber que mamá no liberaría mi pene, al menos no de momento. En su lugar volvió a tragarse pene y jaula y a jugar con su lengua entre los resquicios del metal. –Por favor… por favor… - Seguí suplicando.
-Pobre pollita… - Se sacó el pene de la boca para burlarse. El metal de la jaula brillaba, mojado por su saliva. – La pollita quiere salir a jugar y mami no la deja. – Siguió ella entre lametones. –Mi pobre pollita virgen… - Sus burlas acentuaban más mi situación. Me sentía impotente, humillado,… inconscientemente intente zafarme de mis ataduras, pero era imposible.
-Por favor… quítamelo, no puedo más, mamá por favor. – Seguí yo. Ella dio un último lametón y se volvió a incorporar, sentándose encima de mí y apoyando todo su peso en mi cuerpo. De nuevo las manos y tobillos atados se me clavaron en la espalda. Me dolían sobretodo las dobladas piernas, pero a mamá aquello no parecía importarle demasiado. Se restregó encima de mí y alargó el brazo para coger un vibrador de la mesita de noche. Era un aparato alargado, con un cabezal esférico que vibraba. Se parecía a un masajeador. Mamá acercó el cabezal a su vagina y encendió el aparato. La vibración agitó el cuerpo de mamá, que gimió y se contorneó.
-Si…- Suspiró. Pegó más sus genitales a los míos y el cabezal vibrador entró en contacto con el metal de la jaula de castidad. La sensación que aquello me produjo es casi indescriptible. Todo el dispositivo de castidad empezó a temblar, inundándome de unas extrañas e intensas sensaciones. Por una parte la vibración era excitante y placentera, pero al estar mi sexo tan constreñido también aumentaba la ansiedad y dolor que ya sentía en mis genitales. La acción del vibrador parecía gustar mucho más a mamá, que seguía aprentándolo contra su vagina mientras gemía, agitaba las caderas y respiraba cada vez más entrecortadamente. –Oh mi niño… mami va a volver a correrse… - Suspiró cada vez más excitada. Yo no podía hacer otra cosa que aguantar la vibración como podía y morirme de envidia por los orgasmos que si disfrutaba ella. En aquel mismo momento pareció agitarse en un espasmo final y entre gritos me anunció que había llegado al clímax. – Si… si… zorrita… - Apagó el aparató y se derrumbó encima de mí. Sus grandes senos se pegaron a mi pecho mientras me besaba. Su lengua, como siempre, penetraba en mi boca de manera dominante, dejando claro que al igual que todo mi cuerpo, mi boca era suya.
-Un orgasmo, por favor… - Lo pedí por enésima vez, aunque sin demasiada esperanza y convicción.
-Tal vez mañana. – Mamá besó de nuevo mis labios, dejándome con las ganas, con la desesperación y con el calentón.
Continuará…
La disciplina de mamá 16

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