La criada fue testigo, ¡de todo!

La criada fue testigo, ¡de todo!


Aquella mañana comenzó como una mañana más para Graciela, llegó temprano a la casa de los Velázquez y se cambió en su cuarto de la limpieza, donde entre escobas, paños y productos para el suelo, los muebles y demás útiles, tenía una pequeña taquilla metálica. Donde guardaba sus uniformes y dejaba su ropa de calle al entrar a trabajar.
Se miró en el pequeño espejo en el anverso de la puerta metálica de la taquilla para ajustarse la cofia blanca que iba a juego con el delantal del negro uniforme de falda.
Un poco cursi – pensó–, pero la señora de la casa quería que el servicio vistiera de uniforme dentro de la casa, no fuera que algún invitado confundiera a Graciela con una parienta lejana recién llegada a la casa.
Aunque estos detalles no eran del agrado de Graciela, así como la actitud altiva de la señora, pasaba de ellos y se concentraba en lo importante, pues la paga era buena y el trabajo, dentro de lo que cabe soportable. Algo que por desgracia no todo el mundo puede afirmar hoy en día.
Finalmente salió del cuartito y se presentó a la señora, quien estaba en la terracita de la mansión, tomando su desayuno.
–¿Ordena algo la señora? –dijo al salir por la puerta corredera.
Graciela tenía las manos juntas en su regazo y se acercó a la señora despacio y en actitud sumisa y servicial, algo que sabía que ella apreciaba y por agradarle prefería asumir a tener que enfrentarse a sus desaires cuando se cabreaba por alguna actitud inapropiada para ella en el servicio.
La señora vestía una bata de seda, lucía una melena rubia de bote que reflejaba los rayos solares y para ser la hora que era ya estaba perfectamente maquillada, pestañas postizas incluidas.
La miró de arriba abajo y asintió condescendiente ante el aspecto impecable de Graciela.
–Estás perfecta Graciela, ¡así se hace! –le dijo tras echarle una ojeada.
Graciela asintió pero no dijo nada, simplemente esperó instrucciones para la mañana.
–Hoy hay que limpiar un poco el suelo y para el almuerzo me apetece alguna ensalada exótica, pero al señor no le gusta, así que para él prepara algo de carne. Tienes lo que necesitas en el congelador.
–¡Perfecto señora! Pues, ¡me pongo manos a la obra! –dijo Graciela con una sonrisa.
–¡Ah una cosa más! Hoy viene a verme una amiga, entorno a la una de la tarde nos gustaría tomar algún piscolabis aquí en la terraza. Sólo una copa de champán y algo para picar, ¿te puedes encargar?
–¡Por supuesto señora! ¿Algo más?
–¡Nada más querida! –dijo la señora desviando su mirada hacia las espectaculares vistas de la ciudad allá abajo junto a las playas.
Graciela no trabajaba sola, tenía a Paca, cuyo nombre real era Francisca, pero la llamaba Paca, una pequeña indígena que salió de su aldea para buscar fortuna y acabó trabajando en la casa de los señores como interna. Graciela le asigna las tareas que ella no quiere desempeñar y ella las acepta de buen gusto.
Paca era servicial, se vestía en su cuarto y salía al encuentro de su jefa Graciela cada mañana…
–Buenos días señora Graciela –dijo la servicial Paca.
–Buenos días Paca. Hoy tienes que limpiar los suelos, que están muy sucios, ¿de acuerdo? Yo me encargaré del almuerzo, ve al cuarto de limpieza y dime si necesitamos pedir que se compre algo.
–Lo que usted mande señora Graciela –dijo antes de girarse para retirarse y comenzar la faena.
Graciela se disponía a recolectar los ingredientes necesarios para el almuerzo, así que fue al congelador y sacó carne y verduras, luego miró en el frigorífico si había suficientes vegetales para la ensalada y una vez hubo comprobado que tenía todo lo que necesitaba, se relajó unos instantes sirviéndose un expreso de la máquina de la cocina.
Introduciendo una pequeña cápsula por la parte superior y pulsó el botón tras colocar la taza en la inferior. Con un sonoro ruido la máquina pareció protestar antes de comenzar a soltar el agua caliente que inmediatamente se tornó negra al infusionar el café de la cápsula a través de la que pasaba a alta presión.
Añadió un poco de leche caliente pero no azúcar, pues le gustaba el sabor amargo del café por la mañana.
Tomó el periódico que repartían por las mañanas y ojeó las noticias de la portada, conviniendo en que: “El mundo está loco”; algo que cualquiera de nosotros pensaríamos al ver toda serie de sucesos en la portada de un periódico que quiere captar lectores…
Tras degustar su café con gran placer, mientras leía por encima alguna de las noticias cuyos titulares llamaron su atención. Se incorporó y comenzó con los preparativos.
En la familia eran tres, el padre, el hijo y la madre, que no era tal sino que era la madrastra. Pues su madre murió hacía unos años y desde entonces el padre rehízo su vida con una mujer mucho más joven que él. Una buena pájara que supo aprovechar la situación y enganchó al padre, aunque pronto su relación se enfrió, pues él buscaba las cosas que ella le dio, pero ella buscaba cosas en él que éste no le podía dar, como una vida llena de fiestas y movimiento, cuando él, trabajaba mucho y llegaba a casa con la idea de descansar.
Mientras picaba las verduras para sofreírlas y hacer un acompañamiento para la carne, pensó en Gabriel, el pequeño de la familia. Lo conoció cuando tenía ocho años y desde entonces ha cuidado de él desde las sombras. Pues como asistenta trata de no implicarse en las vidas de la gente para la que trabaja.
Gabriel irá el próximo año a la Universidad. Graciela, lo ha visto convertirse en un joven alto tímido pero apuesto, con pelo negro y corto, gruesos labios y muy alto. No está precisamente en forma ya que se pasa las horas jugando a videojuegos en su cuarto, cuando no se pajea para matar el rato y sentir placer. Bien lo sabe la asistenta que recoge su cuarto y encuentra de vez en cuando ropa manchada de semen, cuando no alguna revista porno. Como Graciela sólo ha tenido una niña en toda su vida, no sabía lo que es criar a un hijo, en ese sentido tener a Gabriel, de alguna manera ha sido un revulsivo para su instinto maternal.
Entre fogones la mañana pasó rápido y pronto tocaron al timbre, mientras tenía el asado en el horno. Consciente de que Paca andaba con el aspirador en los pisos superiores, Graciela se quitó el delantal de cocinar y acudió a la puerta.
– Nada más abrir, aparecieron ante ella unas enormes gafas negras, detrás de las que se ocultaba una altiva mujer.
– ¿Está Juliana? –dijo con voz altiva mientras Graciela se fijaba en su coqueto bolso, con unas iniciales que sólo ella había visto en las revistas de moda. Algo, a todas luces, por encima de su nivel de vida.
– ¡Sí señorita, la está esperando en la terracita! –dijo Graciela servicial.
La invitó a pasar y le señaló dónde podía dejar su bolso y sus cosas, aunque esta la miró de reojo y tal vez pensó que aquel bolso que había mirado con tanto interés a su llegada, podría despertar miradas curiosas del servicio, así que declinó la oferta y pasó con todo su atuendo al interior.
Graciela la condujo hasta la terraza y le anunció la llegada a su señora, que dormitaba a esas horas aún en su hamaca desde el desayuno. Quitó la taza y los platos del desayuno, pues no lo hizo antes para no molestarla y se retiró.
Como le había pedido la señora, o señorita como quería que se refirieran a ella, sacó una botella de champán de la nevera y sirvió dos copas, junto a algunos aperitivos salados.
Cuando apareció con la bandeja por la puerta de la terraza, ambas se sonrieron al verla. Pero ni las gracias le dieron. Así que discretamente salió por la misma puerta que había entrado y cerró detrás suyo para dejarlas en intimidad.
Volvió a la cocina y siguió preparando la comida. Cuando apareció Paca tras la mañana de limpieza.
–¿Puedo tomar un poco de agua fresca de la nevera? –dijo la joven indígena.
–¡Vente para aquí chica! Que vamos a tomar algo mejor –le dijo Graciela.
Y ni corta ni perezosa sacó dos finas copas de cristal de bohemia, y sirvió unos culines del vino espumoso que había dejado enfriando en un cubo con hielo.
–Pero Graciela, ¿tú piensas que es apropiado? –dijo su compañera de servicio.
–Tú calla y bebe, que estas dos cuando vayan por la segunda habrán perdido la cuenta de cuantas copas llevan –le sonrió Graciela.
Así se tomaron ellas también un refrigerio en la cocina aprovechando para hacer una parada en sus tareas, hasta que sonó el timbre que a distancia solicitaba su presencia en la terraza. Graciela tomó la botella y salió para servir un poco más del líquido elemento a las pájaras que departían en aquella coqueta terraza de espléndidas vistas.
Cuando volvió a la cocina, Paca seguí sentada en una silla un tanto espartana en la cocina.
–¡Hum, qué rico está! –dijo la joven Paca.
–¿A que sí? –replicó Graciela tomando su copa para acabar el sorbo que le quedaba–. ¿Quieres un poco más?
–¡Oh no, que esto me mareará y me dará dolor de cabeza! –dijo Paca, antes de que Graciela ignorándola por completo depositara otro chorrito generoso en su copa e hiciera lo propio con la suya.
Departieron un ratito más en la cocina, picaron algunos entremeses salados y Paca le pidió permiso para ducharse, pues la humedad era alta y había sudado mucho durante la limpieza.
Graciela se lo concedió y ella siguió con la comida.
Al rato, como ya estaba todo listo, decidió preguntar a la señora si su invitada se quedaría a almorzar, así que se alisó la falda del uniforme, se miró en un pequeño espejo junto al frigorífico para ajustarse la cofia que llevaba colocada con horquillas sobre su pelo recogido, y salió de la cocina.
Cuando se acercaba al gran salón, cuyos ventanales visillos daban a la terraza, de repente vio en el pasillo la gran silueta de Gabriel, que de espaldas a ella parecía estar expiando a las pájaras de la terraza.
Graciela no supo qué hacer, menos aun cuando detectó el movimiento acompasado del brazo derecho del muchacho… no, aquello no podía estar pasando.
Pensó en retirarse a la cocina, ¿pero qué pasaría si descubrían al joven chico haciendo aquello mientras espiaba a su invitada y a su madrastra?
No, desde luego aquel juego no era un “win to win” para ella, sino más bien todo lo contrario.
Ante tal situación sintió curiosidad por ver qué hacían la susodichas espiadas, así que se permitió retirar el visillo de la amplia cristalera que daba luz al salón y echar ella también una ojeada allá afuera. Cuando miró, ¡lo que vio la dejó sin respiración!
Aquello era demasiado fuerte para ser cierto. La señora estaba espatarrada en su tumbona de madera y colchones blancos, mientras la amiga estaba arrodillada sobre un cojín y colocada entre sus piernas su cara se perdía más arriba entre sus muslos.
Graciela maldijo una vez más su suerte, ¿qué hacer a continuación? Desde luego, vaya pájaras estaban hechas aquellas dos –pensó mientras contemplaba la tórrida escena que acontecía allá afuera.
Siembre había oído lo de las mujeres bolleras, pero nunca había podido contemplar a dos en acción. Para una mujer chapada a la antigua como Graciela, aquello fue un shock.
Entonces fue consciente de nuevo de su delicada situación y cuando se fijó en la silueta que a unos metros de ella también hacía de voyeur improvisado, mientras movía lo evidente con frenesí. Este se giró incomprensiblemente, como si hubiese sido consciente por un momento de que algo o alguien le estaba mirando.
¿Cuántas veces nos ha pasado, que miramos atrás y descubrimos que alguien nos estaba mirando? Pues así ocurrió aquel día con el muchacho y Graciela.
El sobresalto fue mayúsculo y del susto probablemente, o porque aquello ya no podía esperar más. Graciela lo vio como verga en mano esta comenzaba a escupir su carga y derramarla sobre el suelo de mármol rojo del gran salón. Una copiosa corrida mientras el chico se tambaleaba amenazando con caerse en cualquier momento mientras con los ojos cerrados, había decidido aplicar la técnica del avestruz o tal vez por la situación no le había quedado otro remedio, al sentir su final y estallar en un orgasmo fenomenal para el joven chico.
Sea como fuere, en apenas unos segundos todo había acabado. El joven ciervo recuperó el control de su cuerpo y asustado corrió a refugiarse en su cuarto, mientras Graciela se giró y rápidamente corrió a la cocina para coger papel de cocina y tirarse literalmente de rodillas ante la gran corrida antes de que las pájaras allá afuera, se diesen cuenta de lo que había ocurrido.
Tras limpiar el suelo de la multitud de blancos chorros que se confundían con las vetas blancas del mármol rojo, escuchó un alarido allá afuera. Así que curiosa se puso ahora ella a mirar la caliente escena.
Las pájaras se agitaban ahora juntando sus sexos una encima de la otra, restregándose  sus conchas con especial frenesí. Graciela no pudo por más que maravillarse de tamaña artimaña e incluso disfrutó viendo como aquellas hembras se jodían la una a la otra como si tuviesen rabos imaginarios.
Hasta que su señora explotó bajo la presión del sexo de su invitada y esta se dejó llevar también alcanzando el éxtasis al unísono, mientras sus bocas se juntaba sensualmente y se comían literalmente sus labios carnosos al tiempo que sus lenguas se entrelazaban disfrutando del dulzor de sus salivas compartidas.
Graciela no perdía detalle, aunque prudentemente decidió quitarse de en medio para no ser descubierta cuando el ambiente se calmó y ambas comenzaron a volver en sí tras quedarse traspuestas con sus orgasmos respectivos…
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Acabas de leer un capítulo de mi nueva obra:  La Embarazada: ¡La más caliente!. Como ves no solo la hija tiene importantes calenturas, a la madre también le ocurren cosas excitantes... Por si te interesa:
Sinopsis:
Violeta está embarazada, fruto de un primer y escandaloso amor por su profesor, una relación que no terminó y que fue la causa de su temprano embarazo. Sus hormonas están disparadas, llevándola a unas cotas de calentura que no podría imaginarse.
Graciela por su parte, trabaja para unos acaudalados señores de la ciudad. Su trabajo le gusta y se portan bien con ella, pero en la vida todo cambia y los sucesos que acontecerán tendrán un gran impacto en ella.

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