Mi madre coge a mi novia y se la lleva a su cuarto

Mi madre coge a mi novia y se la lleva a su cuarto



Cuando las oí salir de la ducha, me asomé por la rendija de mi puerta entreabierta, allí vi como mi madre la besaba en el mismo pasillo, dulcemente chupándole los labios. La escena me pareció muy tierna y al mismo tiempo excitante.

Así que ajenas a mis miradas, en cuanto se metieron en el cuarto anduve por el pasillo sin zapatillas para no hacer ruido y me puse a observarlas en la penumbra de la noche desde la puerta sin que éstas se apercibieran de mi presencia.

Mi madre echó a Luisa en la cama, desnuda, su cuerpo fue iluminado débilmente por la farola que había frente a nuestro piso. Una vez allí abrió sus muslos y se zambulló entre ellos para comerle la raja, según pude comprobar oculto entre las sombras.

Todo era muy sutil, la luz tenue, las sombras dibujándose en la penumbra mientras unos gemidos inconfundibles, los de Luisa, lo inundaban todo mientras mi madre se afanaba por complacerla entre sus blancos muslos abiertos.

Podía imaginarme su lengua recorriendo sus finos labios vaginales, apartando sus suaves pelillos públicos con los dedos para separarlos y así acceder a su néctar, como la abeja separa los estambres para beber de la flor.

Ella también estaba desnuda, yo podía admirar su piel grisácea a la luz mortecina de la farola de la calle, donde se dibujaba su culo redondeado, se arqueaba su espalda y se hundía su espina dorsal provocando una oscura sombra que la recorría hasta la base de su nuca.

Tras un buen rato de disfrute, mi madre se incorporó y gateando por encima de las sábanas pasó su cuerpo hasta colocarse encima de la joven. Se besaron de nuevo en los labios, luego se separaron, un suspiro en el vacío las hizo estremecerse. Luego mi madre la cubrió, como sólo un macho podría hacer. Con Luisa muy abierta de piernas, mi madre se echó encima suyo y como si fuese el macho comenzó a moverse y restregarse contra su joven cuerpo de piel blanca y nacarada.

Nuevos suspiros se escucharon, el resoplar de las respiraciones agitadas, los cuerpos retozando, tal vez sus rajas entrechocando provocando suaves succiones, el placer de una mujer amando a otra mujer. De una maestra enseñando a su alumna y de ambas disfrutando sin pudor en la intimidad que les proporcionaba aquel dormitorio, ajenas a mí, que me ocultaba entre las sombras, yo era una sombra más, testigo de aquel acto delicado y sublime, una joven doncella iniciada por la sacerdotisa madre, en un mundo de placer lésbico.

Chupó sus pechos y Luisa chupó los suyos cuando mi madre se los ofreció. Luego mi madre se echó hacia atrás y entrecruzó sus piernas con las de Luisa, así siguieron sus frotes sexuales, en lo más intimo de ellas, ahora sus sexos sí estaban en íntima unión de nuevo, casi podía oírlos restregándose, sudorosos, muy lubricados, deslizándose uno sobre el otro sin fricción.

Gemidos y más gemidos, el cálido ambiente que provocaban hizo que mi verga de nuevo se empalmara y tentado estuve de entrar y unirme a aquel acto sensual e íntimo, pero precisamente por esto último no quise interrumpirlo, no quise profanarlo con mi verga, pues aquellas mujeres, cuan diosas del Olimpo se hubiesen sentido tal vez avasalladlas por la irrupción, así que supe contentarme con la mera visión del espectáculo, tiempo tendría de rememorarlo en mis momentos onanísticos cuando Luisa, lamentablemente nos dejase, tras las vacaciones.

El éxtasis llegó, ambas se retorcieron de placer, mi madre especialmente tembló, como un junco agitado por el fuerte viento en el pantano, sin duda apretó sus dientes y frotó su sexo con más fuerza si cabe, cerrando las pinzas de sus piernas para sentir en más intimo contacto, si es que eso era posible, la suave piel de Luisa, quien soltó unos grititos de satisfacción, pues tal vez para ella también había llegado otro momento especial de la impúdica noche.

Así terminó también la función para mí, el voyeur que la había estado contemplando y admirando. Cuando ambas se acurrucaron una junto a la otra, yo me giré para buscar mi cama, pues mucho era ya el cansancio que también que yo acumulaba.

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Este es un fragmento de mi novela Caluroso Verano, ahora que este ya termina, vienen a mi memoria los calientes momentos que disfruté en aquel maravilloso estío, con mi madre siendo partícipe en todo momento de mis locas y calientes andanzas sexuales...

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