Dominada y humillada, Sissy llevada a mamar en Constitución

Hola! Si les gusta, me encantaría que me dejen comentarios y puntos. Así me dan más ganas de seguir escribiendo cositas de sissy sumisas y obedientes.


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Iba viajando en el tren camino al centro, un sábado por la mañana, a comprarme una remera. Y sin nada más que hacer, metido en mis pensamientos. Al llegar a la estación de Lanús, una cantidad tremenda de gente se subió y me hizo recordar lo que era el Roca en la prepandemia en horas pico, pero un sábado.

Me acomodé como pude tratando de que no me arrastrara el malón, pero más bien me acomodó la marea de gente como quiso. Y quedé aferrado a uno de los pasamanos con las dos manos, en una posición no muy cómoda. Por lo que comentaban algunos, hacía una hora que no pasaba ni un tren por problemas eléctricos.

Las puertas se cerraron no sin varios intentos frustrados y finalmente el tren salió de Lanús. Fue ahí, con el movimiento del vagón, que empecé a notar una dureza oprimiendo contra mi cola. Primero apenas, luego más grande hasta que ya no me quedaban dudas de que me estaban apoyando.

Como soy de naturaleza sumisa y tímida, no hice ningún intento para zafar, aunque eso era imposible porque éramos una lata de sardinas, pero me llamó la atención que el hombre que estaba atrás mío, y al que yo no tenía forma de ver, no esbozara una disculpa. Después de todo, no era su culpa, nadie podía moverse del lugar donde había quedado.

Yo mido 1,70 y peso poco menos de 60 kilos. Insignificante. Y como solamente tenía que buscar mi compra me había vestido con una remera deportiva y mi pantalón ajustado aeroready, casi, casi como una calza, que es tan finito que parece que no llevaras puesto nada. Encima era un talle menor al que yo tengo, ya de por sí muy chiquito. Pero me encantaba y no podía dejar de usarlo.

La pija que me estaba apoyando se hizo más dura y grande y en esos primeros minutos el bamboleo del tren me daba un movimiento tremendamente placentero. Pero a los pocos minutos noté que la "embestida" se prolongaba más, y un poco más fuerte, de lo que la lógica indicaba.

Obviamente que no le dije nada a mi apoyador porque de lo lleno que estaba el tren nadie notaba nada. El movimiento, además de sostenido, en un punto empezó a ser más circular. Ya no tenía dudas, me estaban cogiendo con ropa arriba del tren. Bajé la cabeza, no dije nada y dejé hacer.

Casi llegando a Avellaneda, la persona que tenía detrás no sólo continuó con sus embestidas, apenas disimuladas, sino que con algo de esfuerzo sacó su mano derecha de donde la tenía atascada y la apoyó en el costado de mi cola. 

El movimiento me sacó un gemido muy leve que nadie escuchó pero me hizo poner rojo de vergüenza. Ya no podía hacerme el distraído: hasta ahí podía ser un pasajero paciente que soportaba estoicamente una apoyada involuntaria, pero con la manito del apoyador en el costado de la cola me convertía en un putito que se dejaba hacer.

El primer impulso fue reaccionar, pero estaba disfrutando tanto y soy tan sumiso que me quedé inmóvil. Mi cabeza era una mezcla enloquecida de timidez, sumisión y disfrute culposo. Y el hombre que tenía atrás mío lo olfateó. Seguimos viaje así, yo mirando al frente fijo, rojo como un tomate y disfrutando a la vez el golpeteo de esa pija justo en mi colita.

Al llegar a Avellaneda, mucha gente quiso bajar y otra tanta esperaba para subir. El caos. Como fichas de dominó, una persona se iba acomodando para que la otra se pudiera mover, para que otra se pudiera correr para que una más atrás pudiera bajar. Yo no tuve que moverme, pero mi apoyador sí. Su pija dejó de estar adherida a mi cola por unos segundos y lo que hizo me descolocó.

Cuando se corrió para dejar pasar, sentí como la mano derecha que me sostenía casi en la cintura se apoyaba con fuerza en mi cola. Un manoseo total sin que nadie lo notara. Apoyó toda la palma abierta con fuerza y durante tres o cuatro segundos subió y bajó acariciandome la colita.

Ya en ese momento yo estaba en éxtasis de placer, jugando al putito entregado arriba del tren. Cuando las puertas se cerraron, noté que no sólo él hacía esfuerzos para volver a la posición original, sino que yo también me acomodaba para volver a ser apoyada.

Y así seguimos el resto del viaje, con los dos plenamente conscientes de lo que estaba ocurriendo, sin dudas. 

A medida que el tren se acercaba a Constitución, los movimientos de su cadera empujándome una y otra vez se hicieron más y más fuertes, incluso desde atrás empecé a sentir unos gruñidos hasta el punto de temer que alguien lo notara. 

El colmo llegó cuando, con el tren ya llegando al final del recorrido y los primeros movimientos de los otros pasajeros, aprovechó que delante mío se hacía un pequeño espacio. Noté que su mano abandonaba mi cadera y con el antebrazo, de modo imperceptible para el resto, pero firme para mí, me empujó hacia adelante por la espalda, con el antebrazo, para que me inclinara y me arqueara.

Ahí las embestidas se hicieron más lentas, pero más profundas. Sentía como esa enorme pija buscaba traspasar la delgada capa de los dos pantalones, el mío y el suyo, y entrar donde parecía que era su lugar natural. Hasta que el tren empezó a aminorar la marcha, sentí dos palmaditas en el costado de la nalga y se separó de mí.

Tratando de respirar normalmente y de no jadear como una perra en celo, algo realmente muy difícil en ese momento, agradecí que la puerta que iba a abrirse al andén era la que tenía enfrente y no la de atrás mío. Me moría de vergüenza si tenía que darme vuelta y enfrentar al hombre que me había apoyado.

Mi plan era salir y caminar lo más rápido posible hacia los molinetes, sin voltearme. Sin embargo, antes de que se abrieran las puertas, una mano tomó mi brazo y una voz con tono imperativo me ordenó:

- Te bajás y me esperás en el andén.

Por algún motivo, me quedé petrificado y ni se me pasó por la cabeza la idea de desobedecer. Con el corazón palpitando como con taquicardia, caminé dos pasos hacia afuera en cuanto se hizo un nclaro y me quedé inmóvil.

A un lado y al otro los pasajeros caminaban por el andén, ofuscados por la demora, apurados, chocando, empujándose. Yo, quieto y con la mirada gacha, recibí algunos empellones, pero seguí como una estatua.

El flujo de gente se fue haciendo menor y finalmente se detuvo. Entonces alguien se me acercó y se paró delante mío. Como había calculado, era un poco más alto que yo y no me quedó más remedio que levantar la cabeza.

Me encontré con un hombre bastante fornido, lo opuesto a la miniatura insignificante que era yo, morocho, con ropa de trabajo de fábrica o de obra en construcción. Llevaba una mochila al hombro. Me miraba con una sonrisa un poco despectiva. Apenas estaba disimulada su erección, que seguía ahí entre sus piernas.

- No me vas a dejar así. Me acompañás -dijo con tono seco y tajante.

Y lo seguí. Ni falta hizo que me tocase el brazo o me dijera a dónde íbamos. Simplemente se puso a caminar con paso decidido y yo lo seguí atrás, nervioso y casi temblando, hirviendo por la vergüenza. En ningún momento se dio vuelta para comprobar si lo seguía. Lo sabía y ya.

Salimos el andén pero no cruzamos los molinetes. Y llegamos a una escalera amplia que descendía y que yo sabía que llevaban a los baños de Constitución. Nunca había estado ahí.

Era el momento en el que mi parte racional gritaba que había que salir corriendo. Pero otra parte de mí, mucho más fuerte en ese momento, estaba nublada y sólo la guiaba el gusto por obedecer.

Bajamos la escalera uno al lado del otro y, contra lo que yo imaginaba, los baños no eran un antro oscuro y sucio, aunque tampoco eran un ideal de limpieza. Me corrió una ola de excitación involuntaria, pero como me había ocurrido en el tren, mi pitito seguía tan fláccido y débil como antes.


Había pocas personas, por suerte. 

Decidido, mi acompañante fue en busca de los cubículos y lo seguía tímidamente, juntando las manos por delante, moviéndolas algo nerviosas. 

Fue primero al más alejado de la entrada y la puerta estaba entreabierta: vacío. Con un ademán firme, pero seco y discreto, me hizo saber que debía entrar. Lo hice sin poder despegar la mirada del suelo, mientras escuchaba algunos murmullos atrás nuestro. Más color para mis mejillas.

Me quedé quietísimo al lado del inodoro mientras él cerraba la puerta con traba, con un cóctel de adrenalina, miedo y excitación recorriendo todo mi cuerpo. Noté como me miraba de pies a cabeza y finalmente dijo, en un susurro grave y dominante:

-Bajate los pantalones.

Casi temblando, los bajé hasta las rodillas. Mi pitito seguía diminuto, casi no se notaba ningún bultito en el bóxer.

-¡¿Qué hacés con eso?!- me reprochó con aspereza - ¿Cómo vas a tener un bóxer puesto? Qué asco. Levantate los pantalones de nuevo, hacete el favor...

La dureza de sus palabras hizo que me apresurara a levantarme de nuevo la prenda sin chistar. Y la frase que lanzó después me demolió:

- Vos tenés que usar bombachas, tangas, culottes...por ahí hasta un bóxer femenino, pero no bóxers de hombre. No corresponde, no, no, no...-dijo mientras negaba con la cabeza y esbozaba una media sonrisa.

La humillación me dio otra dosis de excitación. Y la completé con un "Perdón" que me salió en un suspiro e inconscientemente. Luego me ordenó que me diera la vuelta, apoyara las manos en la pared y abriera las piernas.

Obedecí muy dócil pensando en que iba a volver a apoyarme como en el tren, pero en lugar de eso se paró muy cerca y empezó a acariciarme la cola por cada rincón. Lo hizo a voluntad, metiendo su mano lo más profundo que podía mientras yo bajaba la cabeza y trataba de que no se notara tanto hasta qué punto estaba entregado.

- ¿Querés que te coja?- dijo y me sobresalté. No sólo no tenía experiencia sino que por el tamaño de lo que me había apoyado en el tren, sin cremas o algo de ese tipo, podía ser extremadamente doloroso para mí.

- No, no, coger no por favor- casi que supliqué.

Me apretó la cola bien fuerte y escupió:

- ¿Qué te pasa? ¿Estás indispuesta? 

Seguí con la cabeza gacha y en silencio hasta que comprendí que respuesta esperaba de mí. Con mucha vergüenza le respondí que sí, que estaba indispuesta.

- Bueno, pero tenés la suerte de que me podés chupar la pija. A ver, date vuelta y quiero escucharte

Me di vuelta, sin darme cuenta puse mis manos entrelazadas a mi espalda, como en penitencia, y empecé a recitar: "No me podés coger porque..."

- No, no. Mirame a los ojos.

Levanté la vista con timidez y entonces sí, de mi boca salieron esas palabras tan degradantes: "No me podés coger porque estoy indispuesta, pero te puedo ofrecer chuparte la pija".

- Bueno, está bien, te dejo que me chupes la pija- dijo con especial énfasis en el "te dejo".

Con la vista nublada por la fantasía que se me iba a hacer realidad de un modo tan humillante, bajé con cuidado la tapa del inodoro y me senté ahí, esperando que él sacara su pija para empezar a mamar.

- No, te quiero de rodillas y ahí- lanzó señalando a un costado, donde había un charco de agua, pis, barro y tierra seca. Alguien había intentado quitarse barro de los zapatos arrastrando los pies y había dejado un enchastre.

- Pero está todo sucio- llegué a decir.

- Claro- dijo él y suspiró como si me tuviera infinita paciencia- Mirá, cuando salgamos de acá después de que te tomes toda la lechita cada uno va a salir como corresponde a su rol en la vida para que lo vean todos y a nadie le queden dudas. Yo voy a salir subiéndome la bragueta. ¿Estamos?

Asentí

- Y vos vas a salir con las rodillas sucias y, después del atracón que te voy a dar, limpiándote la boquita con un pañuelito. ¿Estamos?

Asentí otra vez, resignado a ser sometido de esa forma. Me levanté, fui hasta el rincón y apoyé una rodilla en ese charco inmundo. Luego apoyé la otra y él se acercó hasta dejar su entrepierna a centímetros de mi cara. Podía ver de cerca el mismo bulto que tanto placer me había dado en el tren y por el cuerpo me recorrió electricidad.

Lentamente, como saboreando el tenerme ahí arrodillado entre la mugre. Se bajó la bragueta, corrió su bóxer y sacó su píja, goteando líquido preseminal, durísima. La dejó a un centímetro de mi nariz.

- Dale besitos

Empecé a darle besos sin tocarla. Primero en la cabeza brillosa, por lo que mis labios quedaron impregnados al instante de su líquido. Pasé a un lado del tronco, al otro, dejando un beso en cada centímetro. Él me alentaba:

- Más, más, demostrale tu amor, putita. Así, muy bien, mostrale devoción, mostrale que te enamoraste. 

Sin darme cuenta, los besos que empecé a dar eran con la boca semiabierta y la punta de la lengua afuera. Luego, sin que me dijera nada, empecé a lamerle la pija. Primero de a tramitos, después ya desde la base hasta la cabeza. Empecé a gemir al hacerlo, ya perdiendo del todo la cabeza.

Con un empujoncito en la nuca, me dio a entender que era hora de mamar. Me ofreció la punta de su pija, metí todo lo que pude, cerré los ojos y empecé a moverme hacia atrás y adelante, con las manos aún en las faldas.

- Te voy a llenar la boca de leche y no vas a dejar una gota sin tragar, ¿me entendiste? Te vas a ir con la pancita de puta llena- dijo mientras me contemplaba burlón con los brazos en jarra y las manos en la cintura.

Me tuvo así varios minutos hasta que del meter y sacar su pija me empecé a babear y la mezcla de saliva y líquido preseminal empezó a gotear por el mentón hacia mi remera. Entonces dijo:

- Esa boca nació petera. ¿Es la primera pija que chupás?

Iba a sacarme por un momento su verga de la boca para responderle y me paró en seco.

- No, no, alguien como vos no se saca la pija que está mamando de la boca para responder algo que puede responder con gestos y no con una frase.

Así que seguí y como pude, a la vez que movía la cabeza adelante y atrás, la moví enfáticamente para arriba y para abajo para responder que sí mientras seguía chupando. 

- ¿Tenés claro que es la primera de muchas, no?

Repetí mi gesto de asentimiento, con la boca llena y babeando.

- ¿Y tenés claro que desde ahora no te podés negar a ningún macho que te ofrezca su pija, no?

Volví a decir que sí con la cabeza.

- Muy bien putita, ahora te vamos a poner un nombre más acorde con tu realidad. Te voy a dar a elegir en tres -dijo mientras yo seguía mamando y como podía miraba hacia arriba atento a su "explicación"- Podés ser Déborah, y que te digan Debby, Magalí, y que te digan Magui, o Florencia, y que te digan Flopy. Ahora mostrame cuál te gusta más.

Negué moviendo la cabeza cuando repitió Déborah, y lo mismo hizo cuando insistió con Magalí. Y asentí repetidas veces cuando me dijo Florencia. Todo con su pija en la boca, sin decir una palabra. 

- Te queda bien Florencia -dijo con una sonrisa socarrona- Así que Flopy, ahora vas a lamer bien las bolas que si querés la leche calentita y abundante tenés que tratarlas muy bien.

Aproveché que sacó su pija de mi boca para limpiarme con la mano un poco el mentón todo baboseado mientras él se estiraba la bragueta para sacar dos bolas enormes, casi sin pelo. Empecé a lamerlas de a una, mirando hacia arriba ahora con más comodidad, porque el contacto visual me había dado un shock de excitación. Se las chupé con dedicación, las metía en mi boca y luego las lamía con ansias. Pasé de una a otra varias veces hasta que con un golpecito en la cabeza me ordenó, seco.

- A la pija de nuevo, vamos

Volví a meterme el tronco en la boca y a mamar a un ritmo más acelerado mientras él sacaba de un bolsillo trasero su celular. Debe haber visto en mis ojos una expresión de terror porque me aclaró enseguida que no quería filmarme por ahora. Recalcó "por ahora". Apretó algunos botones y me lo ofreció. Yo agarré el celular intrigado, y con la boca llena.

- Ahí tenés para agendarte. Poné tu número y en el nombre de contacto Flopy y lo que se te ocurra: petera, tragaleche... Lo que quieras, pero agregale algo para que yo me dé una idea de cuál Flopy sos.

De rodillas y con su pija en la boca, agarré el celular con las dos manos y me puse a tipear en el único lugar posible: con el celu entre mis ojos y su panza.  Escribí mi número y también el nombre del contacto:

"Flopy Chupapijas"

Se lo devolví, lo miró y sonrió. Volvió a poner el celular en su bolsillo trasero y me tomó de la nuca. Ahí empezó a marcarme un ritmo de mamada más intenso, tanto que tuve que agarrarla la pija para que no entrara tanto y me dieran arcadas. Por suerte me dejó hacerlo y supe que iba a acabar enseguida.

- Te tragás todo, ni una gota queda afuera, golosa -me dijo mientras me cogía la boca.

A los segundos, se detuvo en seco, sentí latir muy fuerte su pija en la boca y apreté los labios. Un chorro, otro y otro y otro más entraron en mi boca hasta llenarla. Era un semen no muy espeso, pero con un gusto muy penetrante. Sin animarme a tragarlo, lo mantuve en la boca hasta que cesaron las sacudidas. Cuando me sacó la pija, era tanta la leche en mi boca que tenía los cachetes inflados. Me quedé así, de rodillas y con la boca llena de leche sin saber qué hacer.

- No tragaste de una...¿Te gusta jugar con la leche, no putita?

Asentí con la cabeza, qué otra cosa podía hacer. Me pidió que le mostrara y abrí la boca con cuidado para que nada se derramase. Era muchísimo semen y me sentía como un vaso lleno hasta el borde que alguien trata de mover.

En un instante de descuido, un poco de leche se escapó por la comisura de los labios: parte quedó en mi barbilla y un poquito se cayó al suelo.

- Ahora tragá

No sé cómo hice pero tragué todo de un envión. El placer de sentir todo ese semen impregnando mi gargante y viajando a mi estómago fue delicioso. Pero sentí que me miraban con reprobación.

- Te dije ni una gota afuera. No se desperdicia nada, ¿está claro?

Entendí lo que debía hacer. Con el índice, corrí hacia mi boca el hilo de semen que me había quedado en la barbilla y luego me chupé el dedo. Creí que con eso iba a quedar satisfecho, pero señaló el suelo y con la punta del zapato me indicó dónde había quedado el gotón de leche que se me había caído.

- Deberías lamerlo del suelo directamente sin chistar, pero como estás medio verdecita voy a dejar que lo levantes con la mano.

Me acerqué al gotón del suelo e intenté levantarlo con los dedos dos o tres veces, pero sin éxito: se me escurría entre los dedos. A la cuarta hice lo que sentí que debía hacer. Apoyé las palmas de la mano en el suelo, acerqué la cara  a ese resto de semen y lo lamí directamente del suelo. Así como se iba de mí el último rastro de dignidad, entraba una ola de satisfacción por el gesto. De tan humillante, me excitó mucho.

Mientras él guardaba su pija y se acomodaba la ropa, yo en estado de excitación y sumisión total me di cuenta que en todo el rato que habíamos estado en el baño, a pesar del placer intenso que había sentido, mi pitito seguía tan blandito y chiquito como antes. Como si no hubiese atrevido a moverse ante la dominación que me habían propinado.

Me levanté del suelo y efectivamente las dos rodillas estaban muy manchadas con un pegote de barro, suciedad y, creo, pis. Iba a tener que salir así. pero antes, él sacó de su mochila un paquete de pañuelos descartables y me ofreció uno.

- Vas a salir limpiándote la boquita de petera, como te dije antes. Pero además tengo tiempo, así que vamos a resolver un par de cosas que no puedo dejar pasar. ¿Tenés plata?

Asentí tímidamente mientras tomaba el pañuelo y muy sumiso le mostré los 2 mil pesos que llevaba en el bolsillo.

- Muy bien, vení atrás mío- me dijo tajante.

Destrabó la puerta y salió caminando del cubículo haciendo ostensible que estaba subiéndose la bragueta, como para que cualquiera que lo viera lo notara. Yo salí atrás de él con las rodillas sucias y, como me había ordenado, limpiandome los bordes de la boca con el pañuelito. No había que ser un genio para entender lo que había pasado. Un viejo que se había lavado las manos dijo como al pasar cuando lo crucé: "¿Estuvo rica" y se escuchó alguna risa burlona, pero nada más.

Ya afuera de los baños cruzamos todo el hall de Constitución hacia la salida de Lima. él muy decidido adelante y yo un par de metros más atrás. En la vereda me esperó, cruzamos y entramos a una especie de feria. Estaba intrigado y algo preocupado, pero la sumisión y la excitación podían más y lo seguí.

Llegamos a un puesto de lencería. El miró un poco por arriba todo el stand y finalmente le dijo a la vendedora que estaba buscando un culotte con encaje para regalarle a su novia, preferentemente rosa. Le ofrecieron dos modelos y ahí le dijo a la vendedora, una chica jovencita y aburrida:

-Yo mucha idea no tengo, así que lo traje acá a mi amigo porque es flaquito como ella y tiene las mismas formas que mi novia. ¿Se las podrá probar él así me quedo seguro?

La chica me miró sorprendida y yo quedó rojo como un tomate. Pero tras una duda de un par de segundos dijo que sí y nos señaló un biombo adentro del local que era minúsculo. Imposible que no te vieran del todo desde los pasillos.

-Lo único, arriba de de la ropa hay que probarlas- dijo la chica.

Tuve que probarme un culotte y él me hizo dar una vuelta mientras miraba concentrado. Luego, el otro. Por los pasillos pasaba gente que llegaba a verme. Alguno me silbó, otro se rió, un señor puso cara de admiración.

Finalmente él eligió una una bombacha culotteless de algodón con encaje y puntilla, obviamente rosa. Pero la pagué yo. Ahí creo que la vendedora entendió para quién era finalmente.

- Ahora, a cambiarse -me dijo divertido mientras salíamos. Lo seguí con el culotteless en una bolsita transparente y volvimos a los baños de Constitución. Entramnos en el mismo cubículo de antes y sin que me diga nada, me fui contra la pared, me desanudé las zapatillas, las quité, me quité el pantalón y finalmente me saqué el boxer. Estaba doblándolo para acomodarlo sobre el pantalón pero me frenó:

- No, no...eso, a la basura.

Resignado, di marcha atrás, hice un bollo con el boxer y lo metí en un tacho roñoso que había a un costado. Luego saqué la bombacha de la bolsita y me la puse lentamente. El roce contra mis piernas, la suavidad del algodón, el modo en que mi pitito diminuto encajó perfecto en la parte de adelante y cómo calzó en la colita fueron demasiado placer.

Volví a colocarme el pantalón y las zapatillas. Él me hizo dar vuelta y me ordenó que me subiera un poco más el pantalón. Lo hice y me felicitó:

- Perfecto, ahora sí se nota. Se tiene que notar siempre en putitas como vos, no te lo olvides. Para asegurar que esté a la vista, ahora hacete un nudo en la remera, que quede como un topcito y no tape la marca de la bombacha.

Lo hice y me ordenó que agarrase la bolsita vacía que la iba a necesitar. volvimos a salir al hall de la estación, en medio de una marea de gente que justo salía porque habían llegado dos trenes juntos.

- Yo ahora me voy, pero falta una cosa más. Me dijiste que estabas indispuesta,  je. Así que vas a ir al kiosco y te vas a comprar un paquete de toallitas. Te las llevas en la bolsita y cuando vuelvas a tu casa te ponés una. Las usás cinco días y en una libreta te anotás la fecha. En 28 días, lo mismo. ¿Estamos? Andá, ya vas a tener noticias mías.

Bajo su mirada, fui hasta un kiosco y pedí con total vergüenza un paquete de toallitas femeninas. No había mucha variedad y me dieron un paquete de marca "Nosotras". Me encantó el nombre y decidí que ibna a ser mi marca favorita.

Ya sin plata para comprar lo que tenía que comprar, con un culotteless que se marcaba debajo de mi pantalón, el sabor a leche todavía en el paladar y una bolsita con toallitas femeninas en la mano, lo único que me quedaba por hacer era volver al tren de regreso. 

Me senté en la siguiente formación que salía de Constitución sin problemas. "Lástima que no esté lleno", pensé.

9 comentarios - Dominada y humillada, Sissy llevada a mamar en Constitución

josemanuel602003 +1
Mándame mp,y te hago conocer un telo en constitución
CULONVIRGEN
un sueño!!! me encantaria vivir algo asi
acutiegirlyxxx +1
Es fantástico este relato x dioss ❤️ Que ganas de que me encuentre un macho así y me haga dar cuenta que solo sirvo para putita. Merece una segunda parte!!
GIEGUI
me encantaría que me pase algo asi yo también soy re sumisa linda
diegopas2015
hermoso relato, ami me pasó parecido en la costera en morón, la diferencia es que el apoyador vivía cerca de la parada y me abusó en su casa. volví tarde con la cola llena de leche
Jero-Hot +1
Impresionante!!! te daría mil puntos!
Jero-Hot
Tenés que contarnos más please!! Jeje