¡Vamos padre! ¿No quiere que se la chupe?

¡Vamos padre! ¿No quiere que se la chupe?

Cuando terminamos de fregar, me despedí de Faustine y di una vuelta a la manzana para despistarla, entrando a la sacristía donde ya sabía que Fabién estaría.
Me encontré con él en la sacristía y tras saludarnos de nuevo me acompañó al confesionario, como si intuyese que necesitaba hablar de algo.
— Verá padre —comencé tras arrodillarme a su lado—. La otra noche ocurrió algo en mi casa que me trae de cabeza.
— Muy bien hija, ¿y qué fue eso que atrapa tu alma?
— Verá, estábamos mi hijo y yo cenando con una amiga. Una buena amiga y fui partícipe de cómo se tiraban los tejos.
— Bueno, no hay nada de malo en el amor, ¿no?
— No, tiene razón. Pero es que mi hijo la invitó a su habitación delante de mí y ella aceptó.
— ¡Ah, ya entiendo! —se limitó a decir Fabién.
— El caso es que no me supe resistir a la curiosidad y les expié por la puerta.
— ¿Los viste hacer el amor? —preguntó el padre.
— ¡Oh, sí y me sentí culpable después!
— ¡Bueno hija, todos somos débiles a veces frente a la tentación!
— Ya padre, pero es que mientras veía como mi hijo lo hacía con mi amiga, fui más débil y me masturbé mientras los miraba, como una jovencita y bueno, eso ya no lo soy.
Pero esta vez el padre calló, así que proseguí con mi relato.
— Verá padre, es que bueno a veces me masturbo pues no tengo pareja como usted ya sabe. Pero esta vez, el hacerlo mientras veía a mi hijo y a mi amiga obscenamente practicando sexo creo que me hizo sentirme culpable después.
— ¿Por qué dices eso?
— Pues porque vi cosas que yo nunca he hecho, como a mi amiga practicándole una felación a él y este devolviéndole un cunnilingus a ella y bueno, yo siempre he sido clásica en el amor, ¿me entiende?
— ¡Oh si claro! Bueno esas prácticas no es que estén aprobadas, pero somos débiles en el sexo mujer.
— Por eso mientras los veía sentí envidia de ella, ¡no pensé en mi hijo de esa manera claro! Sino porque deseé que alguien me hiciese a mí lo que a ella. Incluso deseé hacer yo también una mamada a ese hombre.
— Bueno mujer la tentación de la carne es fuerte, pero debemos resistirnos a ella —me dijo el padre Fabién intentando aplacar mis ansias recordando aquel acto sexual y explícito entre mi hijo y mi amiga.
— Tiene toda la razón padre, la tentación es muy fuerte y no lo entiendo porque yo hace mucho que ya no tengo la regla y con la menopausia creí haber perdido mis apetitos, en fin, creo que le aburro con estas cosas de mujer —dije yo intentando serenarme.
— No me aburres mujer, estoy aquí para darte consejo si es que puedo. Entonces no pasó nada más esa noche.
— Bueno, básicamente ellos siguieron a lo suyo, ¡pasándoselo bomba! Y yo seguí espiándolos escondida mientras me masturbaba en cuclillas, ¡qué obscenidad padre! No tendría que darle tantos detalles, ¿verdad? —dije yo escandalizada.
— No pasa nada mujer, si esos pensamientos te turban mejor compartirlos en secreto de confesión conmigo, no pasa nada.
— ¡Oh padre qué comprensivo es! Le confieso que ese día tuve un orgasmo fenomenal y literalmente se me escapó un poco de líquido, creando un charco en el suelo, así que fui a limpiarlo y cuando estaba en ello va mi amiga y abre dándome con la puerta en la cabeza, ¡qué vergüenza padre! —dije recordando ese doloroso golpe que me di con la puerta.
— ¡Oh vaya hija, esa noche fue movida, eh! —dijo el joven padre sonriendo.
— ¡Oh si padre, a eso tuve que sumar la vergüenza de que mi amiga supiese que había mirado! Luego ella le quitó hierro al asunto y me dijo que no le había importado.
— Ciertamente tu amiga fue comprensiva con tu desliz —comentó el padre Fabién.
El confesionario donde estaba sentada no era como los de antes, únicamente estaba formado por una silla de madera que a un lado tenía un reposapiés donde la persona podía arrodillarse para hablar al lado del padre, por lo que desde él se tenía una visión completa del confesor y se estaba muy próximo a éste.
Así, arrodillada al lado del padre Fabién, me fijé como la bragueta del pantalón oscuro que vestía, aparecía arqueada ante mí e inevitablemente pensé que esto era por la presión de su vástago interior y me alarmé mucho.
Entonces tímidamente extendí mi mano y sin que el padre se percatase a tiempo agarré su erección, confirmando mis sospechas.
— ¡Padre, se ha excitado! —dije sin poder dar crédito a mis ojos.
— ¡Oh hija yo no quería! —dijo él sacudiéndose con rapidez mi mano de su bragueta—. ¡Oh discúlpame! Ahora soy yo el avergonzado —dijo atropelladamente el joven padre mientras se tapaba con la chaqueta oscura la entrepierna.
— ¡Oh no se preocupe padre, en el fondo todos somos humanos! —dije yo comprensiva sin dejar de pensar que a mi lado estaba aquel joven sacerdote empalmado por mi historia y esto me excitó muchísimo, pues recordé mis pensamientos mientras veía a mi hijo follar con mi amiga.
Ni corta ni perezosa volvía a coger su miembro y lo estrujé con mi mano, encontrándolo muy duro bajo el pantalón, aprisionado por sus calzoncillos y su bragueta y comencé a moverlo como por instinto.
— ¡Oh hija no hagas eso! —dijo el padre Fabién sujetándome la mano.
— ¡Oh padre lo siento, es que yo no he podido resistirme! En el fondo estoy tan caliente que admito que verlo excitado por mi historia me ha excitado aún más a mí.
— ¡Vamos hija, si le parece demos por terminada la confesión e intentemos relajarnos ya arreglar el entuerto tomando un café, ¿le parece Claudine?
— ¡Oh bueno! Como usted desee —dije yo aún turbada.
Cuando pasamos la sacristía y atravesamos una puerta que iba a un pequeño salón donde el padre hacía vida fuera de sus obligaciones me fijé en su entrepierna, ¡y seguía empalmado! Lo cual me emocionó muchísimo.
— ¡Oh padre, vamos déjeme saciar mi curiosidad! —dije tirándome al suelo literalmente delante de él y abalanzándome sobre su cinturón para intentar desabrochárselo.
— ¡Pero Claudine! ¡Esto no es nada correcto mujer! —dijo Fabién sujetándome los brazos.
— ¡Vamos padre! ¿No quiere que se la chupe? Nunca lo he hecho, pero deseo probarlo, ¿no lo desea usted también? —dije luchando como una posesa por mi objetivo.
Mientras forcejeábamos no podía creer lo que estaba haciendo, pero algo en mi interior me impulsaba a luchar para conseguirlo, ¡un deseo como nunca antes había experimentado!
— Vamos Claudine, ¡contrólese mujer! —dijo Fabién lanzándome hacia atrás haciendo que me cayese de culo contra el suelo.
Me quejé de dolor y esto alertó al joven padre que en seguida corrió a socorrerme.
— ¡Lo siento mucho Claudine, no quería lastimarla!
— ¡No se preocupe padre, soy yo la que debería pedirle disculpas! —dije sintiendo como el rubor subía por mis mejillas como si fuese una adolescente.
Fabién me ayudó a levantarme y una vez de pie me fije que su erección seguía tan patente como antes. Él me vio y se disculpó de nuevo.
— ¡Mira hija, como dijiste antes soy humano y has mostrado tanta emoción en tu narración que no puedo controlarlo! Por favor sentémonos y hablemos —dijo invitándome a acercarme a un sofá de la habitación donde el padre hacía su vida.
Me acerqué tras él y me senté a su lado, sintiendo como se incomodaba ante mi acción, pero no había más sitio donde sentarse.
— ¡Verás hija esto es complicado para mí! Porque siento la tentación como tú y también soy humano. No quisiera que hicieras nada de lo que arrepentirte, lo entiendes, ¿verdad?
— ¡Oh si padre, no se preocupe! En el fondo creo que siempre le he deseado, es usted tan guapo. ¡Déjeme probar! ¡Deje que se la chupe! —le rogué mientras mis manos volvían a su pantalón.
El padre en ese momento pareció darse por vencido y no me impidió el acercamiento. Así que con las manos temblando por la emoción o los nervios del momento, le desabroché el cinturón y luego el pantalón, bajando su cremallera con delicadeza liberando así su erección bajo un calzoncillo igualmente negro.
Vi como su punta se asomaba por encima del elástico, así que tremendamente excitada, ¡tiré de él y la liberé! Su verga apareció ante mi tiesa como una estaca, tambaleándose hacia los lados con su glande grande y rojo en forma de seta, lo cual me llamó enormemente la atención, pues estaba circuncidado.
Con mi mano se la agarré y la noté algo blanda, ¡así que pensé que aún podía crecer más!
Me arrodille ante Fabién y este abrió sus piernas facilitándome el paso. Muy nerviosa la introduje en mi boca sin pensar y la chupé.
Al entrar la primera sensación fue de rechazo, pues noté su olor a pipí, pero el ansia que me quemaba por dentro me hizo sentir el suficiente coraje para seguir chupándosela a pesar de ello y sentir su cálido sabor en mi boca mezclándose con mi saliva. Tras unos segundos su sabor amargo se suavizó y se transformó en un humus meloso, lo cual me llevó a querer seguir chupándosela apasionadamente, cada vez con más convicción.
— ¡Oh hija, para! —dijo el padre separándome de su verga mientras me sujetaba la frente.
Pero ya era demasiado tarde, su verga comenzó a escupir leche frente a mis ojos y él padre la agarró rápidamente para sacudirla frente a mi cara mientras gruñía como un poseso.
Me quedé atónita frente al espectáculo que había desencadenado, y recibí algún daño colateral en la cara y en mi vestido con cierto horror. Pero preferí esperar a ver terminar el espectáculo de la corrida del padre, y orgullosa contemplé lo que mi boca había provocado en él.
— ¡Oh Claudine, lo siento no he podido controlarme! —dijo un Fabién desolado.
— No importa hijo, ¡se ha portado usted como un verdadero macho! —dije yo divertida por el espectáculo.
Ambos habíamos recibido nuestra ración de semen, aunque los pantalones de Fabién se habían llevado la peor parte, así que me limpié mi mejilla y entonces vi que mi escote también había sido alcanzado, por lo que traté de limpiarme también la rebeca de lana que llevaba y aunque no lo conseguí del todo, al menos lo disimulé.
Infructuosamente Fabién sacó un pañuelo y trató de limpiar su pantalón, pero era tal el desastre que le recomendé que se cambiara.
Fue a un cuarto junto al salón y apareció con pantalones y calzoncillos nuevos para sentarse a mi lado.
— Bueno Claudine, ¡no sé si aún le apetece un café! —dijo con su bonita sonrisa en los labios.
— Bueno padre la verdad es que me ha dejado usted algo “inacabada” —dije yo sintiéndome algo cursi por la palabra.
— ¡Oh vaya, lo siento! Ya le he dicho que no estoy muy puesto en estas cosas…
— Bueno padre no pasa nada, ¿yo me preguntaba si usted tal vez podría corresponderme por ahí abajo? —dije haciéndole una insinuación con la mirada mientras la bajaba hacia mi falda.
— ¡Oh Claudine! La verdad es que confieso que yo tampoco lo he hecho nunca, pero creo que es justo que te compense por lo que me has hecho a mí, ¡así que lo intentaré! —dijo el padre arrodillándose ante mi ahora.
Al oír sus palabras sentí de nuevo la excitación correr por mi torrente sanguíneo. Así que no tarde nada abrir mis piernas y subirme la falda para mostrarle mis bragas blancas de diario, pues no podía pensar en que lo que estaba a punto de suceder pasaría.
El padre se acercó a mi sexo mientras yo mantenía la falda de mi vestido subida. Entonces sentí su primer mordisco en mis bragas y me estremecí, pues no me esperaba un mordisco precisamente.
— ¡Oh Claudine, lo siento no he podido evitar morderte ahí! —dijo Fabién ante mi sorpresa.
— ¡Oh no se preocupe padre siga! —le rogué.
Luego a ese siguieron otras caricias más suaves con sus dedos por encima de mis bragas. Noté la humedad dentro de mí, ¡y deseé su lengua ahí justamente! Así que sin poder esperar me aparté las bragas y tirando de su cabeza le clavé la nariz en mi sexo.
— ¡Vamos padre vamos! —gemí.
Fabién sacó su lengua y la sentí hundirse en mi raja. Estallando en un mar de éxtasis mi espalda se arqueó y me hizo sacar un poco más mi culo del sofá para darle un mejor acceso a mi sexo.
Su lengua me atravesó los labios vaginales y me lamió entera, de abajo a arriba y cuando llegó hasta mi botón secreto casi me meé en su boca.
— ¡Oh padre qué maravilla, siga, siga! —grité como una fulana.
El padre se esforzó en el cunnilingus y me lamió con fruición ahí abajo, y yo me entregué al goce y al disfrute gracias a su boca, su lengua y los pelillos de su barba, gimiendo como una loca.
Fabién se mostró como un excelente comedor de coños y siguió comiéndomelo tanto como quise, yo me dejé llevar por su lengua sobre mi sexo, sus besos sobre mi clítoris y sus manos tocándome el culo. Y casi sin darme cuenta el orgasmo me alcanzó como a él, cuando ya no fui capaz de parar, corriéndome en su boca chupadora debajo de mí, mientras me aferraba a su cabeza entre mis piernas levantadas al aire, ¡temblando de puro placer!
— ¡Oh Claudine, creo que tendremos que arrepentirnos de esto que hemos hecho hoy! —se lamentó con cierta amargura.
— ¡Oh padre cuanto lo siento! Yo no quería incitarlo al pecado, pero no he podido resistirme, admito que soy débil —confesé para animarlo.
— ¡Yo también Claudine! Pero bueno, el señor sabrá perdonar nuestros pecados si nos arrepentimos de ellos.
— ¡Eso espero! —dije mintiendo, pues la verdad es que me había encantado.
Ahora sí le acepté un café soluble, que él preparó en la pequeña cocina americana en una pared del salón mientras de reojo nos mirábamos y cruzábamos sonrisas pudorosas.
Al sentarnos de nuevo me ofreció la taza y lo tomé nerviosa, ¿de qué íbamos a hablar ahora? —pensé.
— No es necesario que hablemos si no quieres Claudine, yo no sé qué decirte la verdad —me confesó para mi alivio.
— Yo tampoco padre, esto ha pasado y ya está, no se puede cambiar —admití con cierto alivio.
— Bueno hija, tampoco te martirices por ello, yo intentaré superarlo también. Ante todo, somos dos personas que se comprenden, ¿no es cierto?
— ¡Oh si padre, así me gustaría verlo! —dije yo poniendo mi mano en su rodilla, acto que a él le sorprendió.
— Está bien Claudine, si quieres confesar otro día estaré a tu disposición, ¿vale?
— ¡Vale! —dije yo aliviada de los nervios iniciales tras nuestros zafios actos.
Entonces el padre vio el pañuelo en el suelo, el pañuelo manchado con su semen y lo recogió.
— Mira Claudine, si quieres llévate este pañuelo fruto del pecado que hemos cometido y lávalo para expiarlo. Me lo puedes devolver limpio y así ambos sabremos que nuestro pecado se ha lavado, ¿te parece?
— ¡Oh bueno padre, sí, me lo quedaré! —dije yo con cierta emoción por sus grandilocuentes palabras en ese momento para mí.
— ¡Pues anda, puedes ir en paz hija!
— ¡Está bien, padre! Adiós —dije levantándome.
Cuando salí de allí, con el pañuelo que había empañado la leche de su verga en mi bolso, me sentí aliviada. Era como haber cumplido una fantasía, sabía que el padre me había deseado igual que yo a él, pero comprendía como él que aquello no era posible, así que me conformé con haber disfrutado de cada momento vivido.
Solo me arrepentí de una cosa… ¡no habérmelo follado!
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El presente relato es un extracto de mi novela  Liberándome, si te ha gustado te dejo aquí su sinopsis:
Hola, soy Claudine y esta es mi historia…
Así comienza esta novela, Claudine es una mujer tradicional, por no decir chapada a la antigua que queda mal y probablemente ya esté obsoleto, pero así es. Su vida es sencilla, se reduce a ayudar en un comedor social y limpiar las habitaciones de los novicios para ganar el sustento.
Su vida se verá alterada cuando René, su único hijo, vuelva a vivir con ella tras su divorcio de Desirée, una chica sensual, recatada, de apariencia tímida, pero con algún oscuro deseo, como cada uno de nosotros por otra parte.

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