El sabor del engaño 1 de 2

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EL SABOR DEL ENGAÑO

1 DE 2


El sábado por la tarde, aprovechando las vacaciones de invierno de los chicos habíamos ido a pasar la tarde al paseo de compras de la ciudad. El enano - mi pequeño hijo de 6 años - estaba enloquecido con El Hombre Araña, y como aun celaba a su pequeña hermana de apenas dos años, decidimos llevarlo al cine para que por unas horas se sintiera centro de atención.

Definitivamente Spiderman no sería una película para su entendimiento, pero poco importaba, sus enormes ojos azules casi no pestañaron y se mantuvo inmóvil toda la película, sentado al borde de la butaca.

Con Ceci, mi mujer, no dejábamos de codearnos y reírnos por el grado de atención que el enano ponía en la proyección, si quitarle el ojo a la pequeña Celeste, quien estaba molesta y parecía vivir una tortura.



Salimos del cine cerca de las ocho de la noche, la idea era pasear un poco para ver vidrieras por el complejo, pero Celeste estaba insoportable, además Ulises, el enano, pasado el capricho de la peli, empezó a molestar con la famosa cajita feliz del McDonald, mi esposa y yo nos miramos y decidimos suspender el tema de recorrer vidrieras e ir directamente al patio de comidas.

Pedimos una hamburguesa con esos juguetitos que realmente me sabían a robo, una pizza para nosotros y un par de gaseosas.

Como era previsible, me tocó echarle un ojo a Ulises, Ceci cargaba en sus faldas a Celeste quien ahora parecía entregada a los brazos de Morfeo.

Solo queríamos tener unos minutos de tranquilidad, pero el enano se cansó rápido de su nuevo y tonto juguete, dejó la hamburguesa apenas mordisqueada de lado y se transformó en un molesto e improvisado Spiderman, tirando su imaginaria tela araña a cuanta persona se cruzará en nuestro camino y como suele suceder en estos casos, solo empezó a corretear de un lado a otro.

Mi esposa, viendo lo que sucedía, no tardó en decirme amorosamente



- Amor, cuidá a ese demonio, que está molestando a la gente!



Era lógico, ella estaba con Celeste y no podía con todo

Me levanté y fui a buscarlo varias mesas más allá, el enano no se quedaba quieto, estaba casi al final del corredor, y fue cuando los vi



Natalia y Arturo estaban al fondo, en soledad, y fue inevitable un cruce entre los tres provocado por el cruel destino

Natalia tenía en sus brazos una beba preciosa, rosada e indefensa, arropada con tejidos muy finos, con sus ojitos cerrados estaba prendida casi en forma desesperada al pezón izquierdo, y no pude evitar mirar indiscretamente el enorme pecho desnudo semi oculto de la joven, recordando viejos tiempos, luego miré sus oscuros ojos negros, pero ella, en silencio y con un evidente dejo de vergüenza solo bajo la mirada.

Arturo se paró a mi lado al verme, nervioso, no esperaba este cruce, con una sonrisa más que forzada, no sabía qué hacer, que decir, intentó estirar su mano para saludarme, como amigos de la vida, pero creo que entendió mi mirada de perro rabioso, cuanta falsedad, cuanta hipocresía, el silencio del ambiente entre los tres se cortaba con un suspiro, no hubo palabras, solo tomé al enano por el brazo y lo llevé de regreso a nuestra mesa.


El sabor del engaño 1 de 2


No le dije nada a mi esposa, pero ella intuyó que algo raro pasaba, mi silencio se lo decía, mi repentino cambio de humor se lo dejaba notar, solo terminamos de comer y le dije de volver a casa. Llegamos, Ceci tenía unas líneas de temperatura, así que terminó en la cama con mi mujer robando mí sitio, y a mí me tocó acomodarme con mi pequeño Spiderman de seis años.

Para mi suerte, Ulises después de hablar y contestarse solo terminó por dormirse entre mis brazos, la excitación lo había agotado y me quedé encerrado en mis pensamientos, con los ojos abiertos, viendo la absoluta oscuridad del cuarto.





Arturo y yo teníamos una amistad de hermanos, compañeros de estudios en la facultad, éramos inseparables, nada podía partirnos, o casi nada...

Había conocido a Natalia en una fiesta de casamientos, yo era el primo del novio, ella amiga de la novia y sin imaginarlo, esa noche conocería a la mujer que me rompería el corazón

Me supo hermosa a mis ojos, morena de largos cabello, con una sonrisa tan tímida como sensual, me llené la vista con las formas de su cuerpo, pintadas a mano dentro de un llamativo vestido blanco muy audaz, con un escote terrible en su espalda dejándola completamente desnuda, demasiado adherido en su trasero, dejando lucir sus dotes naturales, para luego abrirse muy sexi hacia abajo, invitando a imaginar más de lo que mostraba. Recuerdo que tenía unos zapatos muy lindos, de altos tacos con plataformas transparentes.



Empezamos a salir como amigos, como novios, como amantes, había estado con algunas chicas, pero ninguna como ella, Natalia era única en mi mundo. Al conocerla, descubrí en ella mucho más que un cuerpo bonito, Nati era reservada, coqueta, inteligente, audaz y con un futuro lleno de ilusiones, parecíamos forjados el uno para el otro

Tal vez pequé de ingenuo, pero Arturo era mi confidente, mi amigo y estaba al tanto de toda mi relación con ella, él era mi fiel consejero y en alguna oportunidad salíamos a pasear juntos, a tomar unos tragos, se llevaban muy bien, era mi chica, era mi amigo. Nati le había presentado más de una vez alguna de sus amigas y todo parecía ir sobre rieles, incluso estábamos en planes de casamientos, para formalizar nuestra convivencia, solo que había otra historia...



Natalia era muy buena en la cama, tenía unas ricas tetas, sabía que le gustaba a un hombre, la chupaba muy bien, cogía muy bien y lo mejor que tenía, su voz ronca que te llevaba al abismo, solo tenía un par de negativas, no le gustaba tragar el semen, podía acabarle en la boca, pero ella luego lo escupía y tampoco había con ella sexo anal, eran sus reglas de juego y yo las respetaba, entendiendo que todo juego en la cama debe ser consensuado y compartido.

Pero algunas luces de alerta se encenderían en nuestra relación, Nati de repente se puso a la defensiva, introvertida, como si sola se arrinconara lejos de mi alcance, me evadía y trataba en lo posible no tener sexo, como si algo demasiado grande pesara sobre su conciencia.



Obviamente yo no sabía nada, y sus labios parecían sellados, por más que yo tratara de abrirlos sus secretos estaban bien guardados.

Y todo se desmadró una tarde, estábamos en casa y empecé a tocarla, por acá, por allá, ella me rechazó dulcemente varias veces pero al fin terminamos haciendo el amor, fue raro para mí, porque odiaba hacerlo a luz del día, pero en un momento de juegos eróticos ella quedó en cuatro patas frente a mí, y ese descuido de su parte me llevaría a ver su esfínter todo abierto, no era el culito virgen que yo le conocía y la situación me paralizó y de una tarde de sexo pasamos a una tarde de discusiones.



Fue el principio del fin de nuestro amor platónico, necesitaba que me explicara que estaba sucediendo, había visto muchas veces su culito diminuto, y este cráter que ahora tenía frente a mis ojos no era lo mismo.

Empecé a arrinconarla dialécticamente, a acusarla de puta, de traidora, sentí mi corazón rasgarse y mi hombría pisoteada, y ella solo se retorcía con palabras entrecortadas, inconexas.

Visto en retrospectiva, ella podría haber escapado del aprieto, tal vez decirme que ella misma lo había hecho, con sus dedos, con algún juguete, que lo estaba preparando para mí, una sorpresa, un regalo, no sé, cualquier tonta excusa, pero la verdad es que ella estaba tan enredada con sus propias mentiras y la realidad que escondía se le hacía tan presente que no podía articular nada que no fuera la verdad.


anal


Es que ella en verdad me amaba, a su manera, pero sabía que me estaba matando en vida, sabía que no lo merecía y sabía que estaba en falta, las primaras lágrimas que desatarían una tempestad empezaban a rodar por su rostro, Nati sabía que no habría retorno, me conocía, no habría vuelta atrás.

Discutimos a los gritos, ciertamente solo yo gritaba y le dije todas las cosas horribles que puedan imaginar, todas las palabras que pueden herir a una mujer, todas se las dije, todas, al final del día ella solo se encerró en el cuarto y yo dormí en la cocina, en uno de los sillones.



El día siguiente sería la calma después de un tsunami, solo silencio, nada, nada de nada, la muerte misma era nuestra compañera, Natalia fue a prepararse un desayuno, y yo, al tener acceso al dormitorio fui a armarme las valijas, cuando ella lo notó vino a mi encuentro, a rogarme, que había sido un error, que estaba arrepentida y no sé cuántas cosas más. Me dio pena que se arrodillara para implorarme y ver su rostro embebido en lágrimas, pero la decisión estaba tomada

Recuerdo que antes de partir le dije



Creo que merezco una explicación, cuando puedas hablar me llamas...



Cerré la puerta, aspiré profundo, miré al sol y sentí su calor en el rostro y solo partí hacia donde me llevara el destino.

Obviamente al primero que necesitaba contarle era a mi amigo Arturo, quien otro, lo llamé y hablé con el alma, le dije que había terminado con Natalia



Es una zorra, se anduvo revolcando con alguno, y el bastardo le rompió el culo, te juro hermano, si tuviera a ese maldito frente a frente no sé cómo reaccionaría.



Estaba tan cegado en ese momento que no pude notar que mi amigo estaba casi mudo al otro lado, era raro, él siempre tenía la repuesta correcta para todos mis problemas, pero ahora no, él no hablaba.



Dejé pasar el tiempo traté de que cerrara mi herida, busqué otras mujeres, Arturo me alentaba a eso, que la olvidara, que cerrara esa historia, pero los mensajes de súplica que cada tanto recibía por parte de Nati me hacían recordar que tenía una espina clavada, y me dolía, como dolía.



En unos meses también se complicó mi relación con Arturo, el dejó la facultad, consiguió un empleo y poco a poco esa relación de hermanos se fue resquebrajando, claro, yo no sabía el motivo, pero dejamos de vernos, poco a poco dejó de contestar mis mensajes, o si respondía era solo como falsa cortesía, me decía que estaba ocupado, que lo disculpara, que ya vendrían tiempos mejores y no sé cuántas sonseras más.

Empecé a buscar empleo, en un lado, en otro, me llamaron a alguna entrevista, a otra, conocí personas.

En uno de esos tantos sitios me entrevistó una rubia teñida con anteojos de aumento, entallada en un trajecito gris muy bonito, teñía los cabellos recogidos en una imagen muy formal y en un descuido al ir por unos papeles mis ojos se fueron a un culito respingón y a un discreto tatoo en su nuca, me resultó demasiado atractiva, se llamaba Cecilia.



Esa primera entrevista dio lugar a una segunda y a una tercera, jamás obtuve el empleo, pero si había ganado en poco tiempo el corazón de la mujer que se transformaría en mi esposa.



El tiempo había pasado, Arturo era pasado, Natalia era pasado, ya no tenía dolor, pero la cicatriz había quedado marcada para siempre.

Era feliz, el embarazo de Ceci nos había sorprendido, no lo buscamos, pero Ulises ya estaba en camino, planificamos un viaje a Bariloche en una improvisada luna de miel, no habría fiesta, ni civil, ni iglesia, no lo necesitábamos.



Eran cerca de las ocho de la noche cuando como cada día salí de mi empleo, en la esquina, entre la gente una morena abrigada por la inclemencia del crudo invierno parecía esperar el transporte público, lucía una gruesa campera negra, una bufanda amarilla y un gorro con pompón en el mismo color, unas enormes gafas oscuras escondían su rostro, una mujer como tantas, sin embargo, me llamó por mi nombre



Hola Roberto, te olvidaste de mí? me regalas cinco minutos? te invito a un café



Reconocí a Nati por el tono de su voz, me llenó la intriga, Natalia, la puta, la perra, la traidora...

Le mandé un mensaje a Ceci avisándole que llegaría más tarde, para que no se preocupara.

Caminamos media cuadra hasta el bar más cercano, entramos, y fuimos a una de las mesas del fondo para pasar lo más desapercibidos posible, no era mi intención que, por esas putas cosas del destino, de alguna manera Ceci se enterase que había estado con otra en un bar, tener que dar explicaciones en medio de un embarazo, cuando todo mi mundo estaba perfecto, no, no me hubiera permitido que esta mujer me arruinara la vida por segunda vez.

El calor de la calefacción hizo que tuviéramos que desprendernos de nuestros abrigos, asumo que Nati se veía hermosa y recordé la primera vez que la había visto y como me habían seducido sus curvas, sus pechos llamativos que eran difícil de disimular por el nacimiento del escote de su camisa, su perfume, tan femenino, tan seductor, su voz ronca sin igual, tan única, tan particular, dejó de lado las gafas e hice un esfuerzo para que sus ojos negros no volvieran a hipnotizarme.



CONTINUARA



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